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El legado de fracaso de USAID

La decisión del presidente Donald Trump de retirar la Agencia de los EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID) ha suscitado el debate en todos los círculos políticos. Sin embargo, un examen detallado de la historia operativa de la USAID —su ineficacia para lograr el desarrollo económico, su falta de transparencia y su relación con contratistas con conexiones políticas— revela que la decisión no solo está justificada, sino que debería haberse tomado hace tiempo. Junto con el testimonio de voces como la de la ex embajadora de la Unión Africana en los EEUU, Arikana Chihombori-Quao, que ha criticado el papel de USAID en África, los argumentos a favor de la eliminación gradual de la agencia cobran aún más fuerza.

La crítica más condenatoria a USAID radica en su historial. A pesar de décadas de compromiso financiero y reforma organizativa, la ayuda exterior prestada a través de USAID ha fracasado sistemáticamente a la hora de producir un crecimiento económico mensurable en los países receptores. La evidencia es abrumadora: no existe correlación entre la ayuda exterior y el crecimiento económico a largo plazo  , y la agencia ha alimentado a menudo una deuda insostenible en lugar del desarrollo.

La ayuda exterior suele acabar apoyando regímenes autocráticos y burocracias estatales hinchadas. En lugar de fomentar el crecimiento del sector privado y las reformas de libre mercado, apuntala la planificación central y a las élites atrincheradas. En India, por ejemplo, USAID aportó más de 2.000 millones de dólares entre 1961 y 1989 —principalmente al sector estatal— sin que apenas se apreciara dinamismo económico.

Incluso los intentos de utilizar la ayuda como palanca para las reformas orientadas al mercado han fracasado. Los países a menudo retrasan o evitan las reformas debido al colchón que proporciona la ayuda. Corea del Sur y Taiwán —citadas por USAID como ejemplos de éxito de la ayuda— sólo experimentaron un verdadero despegue económico cuando la ayuda dejó de fluir. La ayuda, en la práctica, elimina la presión para la reforma en lugar de reforzarla.

Las prácticas de contratación de USAID se han visto empañadas por el favoritismo, la ineficacia y la opacidad. Una gran parte de sus fondos —hasta el 80%— se canaliza hacia empresas de EEUU, muchas de las cuales mantienen relaciones duraderas y políticamente enredadas con la agencia. Estas empresas suelen estar ubicadas en Washington DC o sus alrededores, formando un estrecho círculo de contratistas que rotan de personal con la propia USAID. Esta dinámica de «puerta giratoria» fomenta la búsqueda de rentas y socava la competencia real.

Los contratistas cobran tarifas americanas por servicios de que podrían ser prestados de forma mucho más rentable por organizaciones locales en los países receptores. Peor aún, estos contratistas y consultores extranjeros a menudo desconocen los contextos locales, lo que reduce la eficacia de las intervenciones que se les encarga ejecutar.

Además, las operaciones de USAID carecen de responsabilidad. La agencia  se ha resistido sistemáticamente a la transparencia, negándose a revelar los detalles de los contratos y utilizando a menudo «información privada» como escudo contra el escrutinio público. A menudo se ha hecho caso omiso de las peticiones de periodistas, legisladores y organismos de control, lo que ha reforzado la percepción de una falta de rendición de cuentas sistémica.

En contra de su misión declarada, podría decirse que USAID ha socavado las mismas sociedades a las que dice ayudar. Al apoyar a los gobiernos centrales —a menudo autoritarios—, USAID politiza inadvertidamente las economías e instituciones locales. El premio Nobel Angus Deaton señala que los grandes flujos de ayuda exterior empeoran la política local, socavan las instituciones democráticas  y ahogan el tipo de compromiso cívico necesario para el desarrollo sostenible.

África se ha visto especialmente afectada por esta dinámica. A pesar de haber recibido miles de millones de ayuda durante décadas, muchos países africanos siguen sumidos en la pobreza, la deuda y el subdesarrollo. Según un grupo de trabajo bipartidista de la era Clinton, gran parte de África estaba económicamente peor en los años 90 que dos décadas antes, a pesar de la afluencia de ayuda.

La Dra. Arikana Chihombori-Quao —ex embajadora de la Unión Africana en los Estados Unidos— ha sido una de las críticas más elocuentes del impacto de USAID en África. Sostiene que la agencia tiene poco que mostrar en sus décadas de participación y que, en lugar de facilitar el desarrollo africano, ha interferido sistemáticamente en la política local. En su opinión, el enfoque de USAID prioriza el control y la influencia sobre la asociación y el crecimiento mutuo.

El Dr. Chihombori-Quao subraya con razón que África no debería tener que «suplicar» a Estados Unidos que se comprometa. Si Estados Unidos no está interesado en mantener una relación basada en el respeto mutuo, África tiene todo el derecho a profundizar sus asociaciones con otras potencias mundiales como China, especialmente si esas relaciones promueven la transferencia de tecnología, el desarrollo de infraestructuras y la creación de capacidades sin los tintes paternalistas que suelen asociarse a la ayuda occidental.

Los críticos con la decisión de Trump de retirar USAID suelen sugerir que los Estados Unidos necesita contrarrestar la creciente influencia de China en el mundo en desarrollo mediante más ayuda. Esto es erróneo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) de China —aunque de enorme alcance— ya se enfrenta a reacciones negativas debido a escándalos de corrupción, abusos laborales y trampas de deuda insostenibles. Tratar de superar a China en un juego de «diplomacia de chequera» sólo profundizará el enredo de los EEUU  en planes de ayuda ineficaces sin producir dividendos geopolíticos.

Por el contrario, EEUU debería permitir que sus relaciones con África y otras regiones en desarrollo evolucionen sobre la base de intereses económicos mutuos, colaboración tecnológica e inversiones impulsadas por el sector privado. Países como Etiopía, Ghana y Ruanda apuestan cada vez más por el espíritu empresarial y la innovación como motores del crecimiento —algo que la ayuda no ha logrado estimular históricamente.

La libertad económica —y no la ayuda— es el motor más fiable de la prosperidad. Los países que liberalizan sus economías, protegen los derechos de propiedad y garantizan el Estado de Derecho tienden a experimentar un crecimiento sostenido, independientemente de los niveles de ayuda. USAID, por el contrario, ha recompensado sistemáticamente la mala gobernanza y reprimido estas mismas libertades.

En lugar de invertir miles de millones en burocracias extranjeras y contratistas con contactos políticos, los EEUU debería promover políticas que incentiven la inversión privada, la liberalización del comercio y la seguridad jurídica en los países socios. Como demuestran la historia y la investigación, estos son los verdaderos cimientos de la prosperidad.

La retirada de USAID no es una retirada del compromiso mundial, sino un reajuste estratégico. La agencia no ha cumplido sus promesas, ha perpetuado una cultura de falta de rendición de cuentas y, en muchos casos, ha obstaculizado el propio desarrollo que pretende apoyar. Las críticas de economistas, responsables políticos y líderes africanos como Chihombori-Quao apuntan a una conclusión clara: es hora de que Estados Unidos trace un nuevo rumbo, no basado en la dependencia y la política, sino en la libertad, la dignidad y la verdadera colaboración.

La retirada de USAID ofrece una oportunidad muy necesaria para replantear la estrategia de desarrollo de Estados Unidos y construir relaciones basadas en el respeto, la innovación y el beneficio mutuo, no en la dependencia y el control de la ayuda.

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