Grandeza y ruina de Ricardo Duchesne es una obra ambiciosa, polémica y profundamente contraria. Enmarcado como un amplio análisis civilizatorio, trata de explicar los logros intelectuales, culturales y tecnológicos sin precedentes de Occidente junto a lo que Duchesne considera su actual pluralismo liberal autodestructivo. Se trata de un libro que se niega a plegarse a la ortodoxia académica, rechazando tanto el reduccionismo económico de los historiadores de la «Gran Divergencia» como el relativismo multicultural del liberalismo contemporáneo. En su lugar, Duchesne revive una gran narrativa del excepcionalismo europeo arraigado en la conciencia introspectiva, la razón autoautorizada y la emancipación de las estructuras de parentesco, atributos que, según él, son únicamente occidentales.
Las peculiaridades de Occidente
En el núcleo de la tesis de Duchesne subyace la idea de que la grandeza de Occidente no se debe a ventajas materiales o a la suerte ambiental, sino a una revolución cognitiva interna: el descubrimiento de la mente, la individualidad y la universalidad racional. A partir de la antigua Grecia, los europeos desarrollaron de forma única el pensamiento de segundo orden —«pensar sobre el pensamiento»— y forjaron así un nuevo camino en la evolución de la conciencia. Occidente, insiste Duchesne, rompió con los modos de vida tribales y ligados al parentesco, produciendo una cultura radicalmente individualista basada en la razón, la introspección y la construcción de marcos morales y epistemológicos universales.
Esta afirmación queda ejemplificada en su tratamiento de la filosofía griega. Duchesne afirma que Platón y los presocráticos no se limitaron a especular sobre la naturaleza, sino que inauguraron un modo de pensamiento totalmente nuevo, que buscaba fundamentar la verdad en la razón y no en la tradición o el mandato divino. Fue el nacimiento de lo que él llama la «mente autoautorizada». Los individuos occidentales miraban cada vez más hacia dentro y establecían los criterios del conocimiento desde dentro, no a partir de autoridades externas.
Según Duchesne, este giro hacia el interior es la base de todos los grandes logros de Occidente, desde la geometría euclidiana y la lógica aristotélica hasta la invención de la ciencia, la cartografía, el desarrollo musical lineal, la conciencia histórica y la novela. La consecuencia es que los logros intelectuales de Occidente no fueron meramente acumulativos, sino el reflejo de una transformación más profunda de la estructura de la conciencia.
Georg Oesterdiekhoff y el desarrollo psicológico de las civilizaciones
Una de las secciones más esclarecedoras —y controvertidas— del libro es el compromiso de Duchesne con el sociólogo alemán Georg Oesterdiekhoff. Basándose en la síntesis de Oesterdiekhoff de la psicología del desarrollo piagetiana y la sociología histórica, Duchesne afirma que las civilizaciones no occidentales nunca progresaron más allá de un estadio «preoperacional» u «operacional concreto» de cognición. En otras palabras, la mayor parte de la humanidad siguió siendo mentalmente «infantil», ligada al mito, al ritual y al mundo sensorial inmediato.
Sólo Occidente, a partir de los griegos, alcanzó el pensamiento operacional formal, es decir, la capacidad de pensar de forma abstracta, hipotética y autorreflexiva. Oesterdiekhoff sostiene que, al igual que los niños atraviesan etapas cognitivas, también lo hacen las civilizaciones. La mayoría de las sociedades se estancaron en un nivel cognitivo temprano, y sólo Europa avanzó hacia el razonamiento de orden superior. Duchesne utiliza este marco para reforzar su argumento de que la mente occidental es evolutivamente distinta e históricamente singular.
Esta línea de razonamiento seguramente provocará acusaciones de etnocentrismo o incluso racismo, pero Duchesne no se disculpa. Para él, el desarrollo psicológico es el eslabón perdido para explicar la originalidad sin par de Occidente. Las teorías de Oesterdiekhoff proporcionan una base cognitiva para los logros culturales que Duchesne cataloga en campos tan diversos como la filosofía, el arte, la música, la ciencia y la teoría política.
La era Axial reconsiderada
Duchesne hace especial hincapié en la Edad Axial, el periodo comprendido aproximadamente entre el 800 y el 200 a.C., durante el cual se produjeron revoluciones filosóficas y religiosas paralelas en Grecia, India, China e Israel. Mientras que Karl Jaspers y Robert Bellah anunciaron la Era Axial como un avance global hacia el pensamiento reflexivo, Duchesne se muestra mucho más escéptico.
Sostiene que, si bien los pensadores de la Era Axial de fuera de Occidente —como Confucio o Buda— desarrollaron sistemas éticos y metafísicos rudimentarios, su obra permaneció arraigada en el parentesco, el mito y la tradición. Según él, sólo en Grecia surgió una conciencia verdaderamente crítica y autorreflexiva. Aquí vemos el paso del mythos al logos, de la sabiduría ligada a la cultura a la razón universalizadora. Los griegos inventaron la paradoja, la crítica y la capacidad de dudar de las propias certezas.
Duchesne sostiene que los avances axiales no occidentales se estancaron rápidamente. El confucianismo se anquilosó en el ritualismo; el pensamiento indio se orientó hacia el misticismo trascendental en lugar de la investigación racional. Sólo Occidente siguió avanzando intelectualmente, lanzando lo que él describe como una secuencia de revoluciones: el orden jurídico romano, la invención cristiana del alma igual, la Escolástica, el Renacimiento, la Revolución Científica, la Ilustración y más allá.
Occidente y la invención de la paradoja
Una de las aportaciones más originales de Grandeza y ruina es su concepción de la paradoja como una invención exclusivamente occidental. Duchesne sostiene que la conciencia occidental se define por su capacidad para reflexionar sobre sí misma, dudar de sus fundamentos y universalizar sus hallazgos. Esta capacidad conduce a la generación de paradojas —tensiones irresolubles que impulsan tanto la creatividad como la crisis.
Abundan los ejemplos de estas paradojas: la idea cristiana de que todos somos iguales en alma, y sin embargo los seres humanos viven en desigualdad; la creencia liberal en la tolerancia universal, que debe excluir a los intolerantes; el método científico que busca la verdad al tiempo que niega la certeza metafísica. Estas paradojas, sugiere Duchesne, no son defectos, sino características, pruebas de una mente dinámica y autocuestionada.
Sin embargo, estas mismas paradojas contienen las semillas de la decadencia occidental. El compromiso de Occidente con los principios universales —racionalidad, libertad individual, tolerancia— acabó volviéndose contra su propia cohesión civilizatoria. El orden liberal —en su afán por eliminar los prejuicios, la tradición y el particularismo— acaba socavando al propio sujeto occidental que lo creó.
Liberalismo como etnocidio
Los últimos capítulos de Grandeza y ruina ofrecen una crítica mordaz del liberalismo. Duchesne considera que el liberalismo no es una filosofía política neutral, sino la última expresión del impulso occidental hacia la autosuperación. Al hacer hincapié en los derechos individuales, el pluralismo de valores y la neutralidad cultural, el liberalismo separa a Occidente de sus propios fundamentos culturales. En opinión de Duchesne, el liberalismo es intrínsecamente corrosivo —se niega a afirmar la particularidad cultural de Europa y, en su lugar, impone una autonegación disfrazada de universalismo.
Duchesne sostiene que el liberalismo se ha convertido en etnocida: obliga a las naciones occidentales a deconstruir sus identidades históricas en favor de un orden multicultural y global en el que los pueblos europeos se convierten en un grupo más entre muchos otros. La ética protestante del trabajo, la educación clásica, el republicanismo cívico y el racionalismo de la Ilustración son tratados como legados obsoletos u opresivos que hay que desmantelar. La inmigración, la discriminación positiva y las políticas de «diversidad, equidad e inclusión» se convierten no en meros ajustes, sino en instrumentos de borrado cultural.
La trágica ironía, insiste Duchesne, es que el liberalismo nació del genio autorreflexivo de Occidente. Precisamente porque los europeos crearon una filosofía política basada en la introspección, la crítica y la imparcialidad, ahora son incapaces de defender su propia particularidad. El liberalismo se come a sí mismo: su apertura se convierte en su vulnerabilidad, su compromiso con la tolerancia se convierte en intolerancia hacia los valores particulares que lo crea.
Valoración final
Grandeza y ruina es un libro audaz, extenso y profundamente polémico. Enfurecerá a muchos por su descarado eurocentrismo, su desafío a las piedades liberales y su voluntad de abordar temas tabú como la psicología de grupo, la raza y la jerarquía civilizacional. Sin embargo, es también una obra de considerable erudición, basada en la filosofía, la sociología, la antropología, la psicología y la historia intelectual.
Lo que hace que el libro sea poderoso —aunque a veces se extralimite— es su visión sintética. Duchesne no se limita a seleccionar hechos históricos, sino que los reúne en un relato civilizatorio coherente centrado en el desarrollo de la conciencia. El uso que hace de pensadores como Oesterdiekhoff, Henrich, Hegel y Piaget es algo más que citar nombres: es un intento serio de desarrollar un relato transdisciplinar de la evolución cultural.
Inevitablemente, los críticos objetarán que Duchesne pasa por alto factores estructurales como el imperio, la esclavitud y la extracción de recursos para explicar el ascenso de Occidente. Algunos incluso podrían considerarlo chovinista por restar importancia a los logros no occidentales. Sin embargo, las explicaciones estructurales a las que resta importancia han sido en gran medida desacreditadas por no dar cuenta de las fuentes más profundas del carácter distintivo de Occidente. Esencialmente, su argumento fundamental —que la civilización occidental se caracteriza de forma única por la introspección y la creación de paradojas— sigue siendo provocador y esclarecedor.
Al final, el libro de Duchesne no es tanto un lamento por una civilización perdida como un desafío a la misma. Si Occidente quiere evitar la ruina, sugiere, debe reafirmar la conciencia particular que hizo posible su grandeza. Se esté o no de acuerdo con esta prescripción, Grandeza y ruina es una provocación necesaria, un recordatorio de que las civilizaciones no sólo declinan desde fuera, sino que decaen desde dentro cuando olvidan quiénes son.