Friday Philosophy

Las empresas no deben disculparse por sus lucros

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Lucros sin disculpas: La necesidad de defender los negocios, por Onkar Ghate y Dan Watkins. (ARU Press, 2025)

Este libro de gran utilidad es una llamada a las armas, dirigida principalmente a los empresarios, aunque otros también pueden beneficiarse de su lectura. (Los autores son objetivistas, asociados al Instituto Ayn Rand, que reconocen a Leonard Peikoff como, después de la propia Rand, su principal inspiración filosófica. Ghate es el director de Filosofía del Instituto y Watkins su principal recaudador de fondos; otros tres asociados del Instituto son autores de uno de los capítulos del libro.

El libro sostiene que las empresas han tenido muy «mala prensa» y que, para combatirla, los empresarios deben ser más audaces en su defensa del capitalismo. En palabras de Watkins, los empresarios son «demasiado tímidos, demasiado apologéticos, demasiado vacilantes a la hora de declarar que lo que hacen es bueno». (énfasis en el original) En busca de esa defensa audaz, la Universidad Ayn Rand ha lanzado la Iniciativa Atlas, que no debe confundirse con la Sociedad Atlas, una organización objetivista rival.

La necesidad de tal defensa es acuciante: «Incluso a nuestros líderes empresariales más exitosos y respetados se les dice que tienen el deber de ‘devolver algo’. No reprendemos a los científicos, artistas, atletas o incluso a los ganadores de la lotería ‘por devolver’. Pero tener éxito en los negocios es ‘tomar algo de la sociedad’, en palabras del exCEO de Salesforce Marc Bennett, y la solución es que los empresarios devuelvan de verdad y tengan un impacto positivo».

El ataque contra las empresas es generalizado, y los autores citan a varios críticos destacados de las empresas, incluido, curiosamente, «el presidente de la Fed, Alan Greenspan, que culpa al interés propio de los empresarios de una crisis que él ayudó a fabricar». Pero el propio Greenspan es un objetivista, muy apreciado por Rand, que era reacia a cualquier cuestionamiento de sus credenciales objetivistas por parte de sus allegados.

Los autores señalan acertadamente que los empresarios han sido responsables de grandes avances en el bienestar público desde el inicio de la Revolución Industrial alrededor de 1800. La población ha aumentado, la esperanza de vida se ha extendido, las comunicaciones se han revolucionado varias veces y la gente disfruta de un nivel de vida que incluso los más ricos de hace siglos habrían envidiado.

Son los hombres de negocios los responsables de estos logros, inventando nuevos productos y reuniendo a las personas que pueden producir estos bienes y servicios. Buscan el máximo beneficio posible, y mientras no lo hagan buscando favores especiales del Estado, no le quitan a la sociedad sino que, por el contrario, le dan. Los empresarios deben ser celebrados y no condenados.

Bien dicho, pero hay que hacer una salvedad. Los empresarios de éxito buscan el beneficio, pero de ello no se deduce que sean, si no siempre conscientemente, seguidores de la doctrina objetivista de que la propia vida de cada persona es su valor más elevado. También pueden creer en otras filosofías y incluso guiarse por las enseñanzas de la religión. No todas las religiones se oponen al afán de lucro y enseñan el ascetismo, a pesar de que el Dr. Ghate diga lo contrario.

La parte más valiosa del libro es el rechazo frontal de la ideología de la DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión). En nombre de la DEI, se exige a la gente que contrate a personas designadas como «oprimidas». Si, por ejemplo, una empresa no incluye a negros y transexuales en puestos ejecutivos, será condenada. La negativa a contratar a blancos se favorece positivamente. Los autores señalan que, según la DEI, «eres culpable hasta que se demuestre tu inocencia y no puedes demostrar tu inocencia». (énfasis en el original)

En otro punto de gran valor, los autores advierten del peligro de oponerse a la DEI de forma equivocada: «No apoyes políticas contrarias a la libertad diseñadas para suprimir la DEI. Las políticas contrarias a la libertad no consiguen nada positivo. Por ejemplo, ante la reacción política contra el DEI en Tennessee, la División de Diversidad y Compromiso del sistema de la UT [Universidad de Tennessee] simplemente cambió su nombre por el de División de Acceso y Compromiso».

Sin embargo, me pregunto si los autores han sucumbido en parte al peligro contra el que han lanzado una advertencia tan elocuente. Apoyan el «daltonismo» y hablan favorablemente de las campañas para acabar con la discriminación racial, con lo que se refieren a negarse a contratar al candidato mejor cualificado sólo porque es de una raza determinada. Si alguien puede demandar por discriminación racial, así entendida, se abre la puerta a la reimposición de las cuotas raciales con otro nombre.

Aunque el libro tiene mucho que enseñarnos, algunas de sus afirmaciones, especialmente las del largo ensayo del Dr. Ghate sobre la filosofía de la fundación americana, me parecieron exageradas y a veces directamente falsas, aunque Ghate escribe con una gran fuerza retórica, a veces cercana a la de la propia Rand. Sostiene que, «como estudiantes de la Ilustración, de la Edad de la Razón europea, los Padres Fundadores creían en la perfectibilidad del hombre». Espero que no lo hicieran, y no creo que de hecho lo hicieran. (Tom Paine puede ser una excepción, pero su extraño culto a la teofilantropía (no al ateísmo como predican los Objetivistas) atrajo poca atención en América). No hay duda de que deberíamos esforzarnos por ser tan buenos como podamos, pero pensar que podemos llegar a ser perfectos no es la conclusión de la razón sino más bien la expresión de anhelos románticos; y rechazar la perfectibilidad de ningún modo nos compromete a aceptar el «mal radical» en el sentido de Kant sino que ejemplifica un sentido robusto de la realidad.

El Dr. Ghate presenta un argumento interesante basado en su afirmación de que los Padres Fundadores aceptaban la posibilidad de la perfección humana. Según él, la dominación británica no era mala sino razonablemente buena. Los Fundadores se rebelaron contra él porque era menos que perfecto. Aquí su ideología gnóstica (en el sentido de Eric Voegelin) le ha cegado ante el texto de la Declaración de Independencia, que contiene una larguísima lista de agravios tanto contra el Rey británico como contra el Parlamento.

A pesar de estas críticas, merece la pena leer el libro, aunque sospecho que los autores, si leen esta reseña, pensarán que he pasado por alto lo más esencial. Y desde su punto de vista, tendrán razón.

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