Quarterly Journal of Austrian Economics

¿Son las fluctuaciones estructurales naturales o inducidas por las políticas? Análisis de las contribuciones de Mises y Schumpeter a la teoría del ciclo económico

Quarterly Journal of Austrian Economics 22, no. 2 (verano de 2019) número completo.

RESUMEN: La crisis financiera de 2007/8 y las recesiones económicas, al igual que la Gran Depresión de 1929, estimularon un mayor interés en la macroeconomía en general y en la teoría del ciclo económico en particular. Además de un renovado interés por las diversas interpretaciones del keynesianismo, se prestó especial atención a la Escuela Austriaca. En la primera mitad del siglo XX, dentro del campo austriaco más amplio, existían dos teorías bien establecidas que, a pesar de sus importantes conocimientos, fueron desatendidas por la profesión económica dominante. Sin embargo, Joseph Schumpeter y Ludwig von Mises –ambos miembros de la tercera generación de economistas austriacos– construyeron teorías sobre las depresiones económicas que, a pesar de presentar algunas similitudes en algunos temas particulares, estaban fundamentalmente contando una historia diferente. Una mirada más cercana a su sistema teórico general parece sugerir que sus divergencias fundamentales tienen su origen en cuestiones metodológicas y epistemológicas. Enamorado del análisis del equilibrio estático, Schumpeter fue conducido a construir una teoría de los auges y los declives que los veía como el estallido natural de un sistema capitalista que era inherentemente perturbador e inestable. Mises, por otro lado, centrándose en el proceso dinámico del mercado, fue llevado a concebir los auges y los declives como la consecuencia inevitable de la intervención sistemática del Estado y su corolario, el sistema bancario, en la producción capitalista.

 

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Clasificación de JEL: B30, B31, B40, B41, E32, E51, 01, 03

 

INTRODUCCIÓN

Con la creación del Sistema de la Reserva Federal en 1913, los economistas del mainstream creían que el pánico financiero se había convertido en una cosa del pasado. El banco central asumió el papel de desviar la economía del sobrecalentamiento y el subenfriamiento: cuando los precios parecían demasiado bajos como para apoyar las inversiones de las empresas, se suponía que la Reserva Federal intervendría inyectando dinero en el sistema y evitando que los precios bajaran. Por otro lado, en el caso de la histeria de la inflación, tuvo que vender bonos del Estado y absorber dinero de la circulación. La capacidad de ajustar la economía mediante una combinación de políticas monetarias expansivas y contractivas, tranquilizó a muchos economistas y les aseguró que las grandes fluctuaciones económicas desaparecerían.

Este optimismo general encontró su expresión más clara en los escritos de Irving Fisher, precursor del monetarismo. En 1925, Fisher argumentó que el temor de una próxima quiebra era injustificado: los precios al por mayor se mantuvieron bastante estables y las condiciones económicas generales no permitieron que se produjera ninguna recesión (Fisher 1925). Esta línea de pensamiento acompañó al economista estadounidense a lo largo de la década mientras elogiaba la expansión crediticia de Benjamin Strong. «Puede que haya una recesión en las cotizaciones bursátiles, pero no nada de la naturaleza de una caída», escribió en 1929 en respuesta a las predicciones bajistas del asesor financiero Roger Babson. Cuando el mercado de valores colapsó al mes siguiente, se demostró que Fisher estaba equivocado y que toda su cartera había sido eliminada (Skousen 1993). No era el único en su exceso de optimismo respecto al estado de la economía: junto con Fisher estaban, entre otros, eminentes académicos como Wesley Mitchell –director de la Oficina de Investigación Económica de Nueva York– y John Maynard Keynes. Este último, en particular, afirmaba en 1927 que «no tendremos más caídas en nuestro tiempo» (Skousen 2001, 327). La exuberante confianza en la economía estadounidense que los académicos tenían en la década de los veinte se extendió por el escenario político. Herbert Hoover, poco antes de convertirse en presidente, declaró que «hoy en día en Estados Unidos estamos más cerca que nunca del triunfo final sobre la pobreza en la historia de cualquier país....». (Hoover 1928, 35).

Antes de la Gran Recesión, las cosas iban por el mismo camino. Ya en 2005, Milton Friedman (1912-2006) sostenía que «la estabilidad de la economía es mayor que nunca en nuestra historia. Realmente estamos en muy buena forma. Es increíble que la gente vaya por ahí y escriba una historia sobre lo mala que es la economía....» Asimismo, Arthur Laffer, asesor económico de Reagan, respondió a los pronósticos bajistas del analista económico Peter Schiff, diciendo: «Te apuesto un centavo a que estás fuera de lugar... No hay nada ahí fuera.... puede que estemos teniendo una buena ralentización, pero no va a ser un choque» (Laffer, 2006). En diciembre de 2007, las predicciones de Friedman y Laffer resultaron ser erróneas: el estallido de la burbuja inmobiliaria provocó el colapso más pronunciado desde la Gran Depresión.

Al igual que después de 1929, la incapacidad de los economistas para predecir la agitación que se avecinaba en 2008, llevó a la teoría del ciclo económico de nuevo a la vanguardia de la economía. La mayoría de los economistas han convergido en la explicación de la crisis que ve la desregulación y la volatilidad del sistema capitalista como los culpables. Esta línea de pensamiento ha profundizado el interés en las teorías del ciclo económico de choque de la demanda, tal como las presentaron Hicks y Hansen en su modelo IS-LM de 1937, así como en la nueva economía keynesiana (Christiano 2017). Sin embargo, a pesar del ascenso de Keynes a un lugar prominente, esta no ha sido toda la historia. La desconfianza en el enfoque matemático y en el intento de reducir la economía a un subconjunto de las ciencias naturales, también ha llevado al resurgimiento de un paradigma que ofrece una alternativa al marco Walrasiano dominante: la escuela austriaca (Neck 2014).

En la primera mitad del siglo XX, dentro del «campo austriaco» más amplio, existían dos teorías bien establecidas del ciclo económico que «la profesión económica dominante ha decidido ignorar» (Ebeling 2010, 297). Uno se refiere aquí a las contribuciones de Joseph Schumpeter y Ludwig von Mises. El objetivo del siguiente artículo es, por lo tanto, establecer una declaración exhaustiva de las teorías de estos escritores, teniendo en cuenta tanto sus similitudes como sus diferencias. Con este fin, el documento se ha dividido en tres grandes secciones. En la primera sección se presentará su figura en el contexto de la escuela austriaca, bajo cuya influencia ambos estudiosos iniciaron sus estudios; en la segunda sección se esbozarán sus fundamentos metodológicos; en la tercera se analizará su teoría de las depresiones económicas y se extraerán las conclusiones necesarias. Una recapitulación de los hallazgos pondrá fin al documento.

I. MISES Y SCHUMPETER EN EL CONTEXTO DE LA ESCUELA AUSTRIACA

El liberalismo revive la vida intelectual austriaca

Ludwig von Mises y Joseph Schumpeter nacieron a finales del siglo XIX en lo que, tras la guerra austro-prusiana de 1866, se convirtió en el imperio austro-húngaro. El primero en Lemberg y el segundo en Triesch, ambos dejarían pronto su hogar para instalarse en Viena: el mayor centro cultural del viejo continente (Piombini 2017). Esta ciudad imperial, en las décadas que precedieron a la primera guerra mundial, ejemplificó los logros del liberalismo clásico (Raico 1992).

El establecimiento del liberalismo clásico en Austria comenzó con la revolución de 1848. Antes de la década de 1850, las minorías, que ocupaban ciertas áreas geográficas dentro del imperio, estaban en su mayor parte confinadas a vivir dentro de esas áreas, con sus libertades civiles severamente restringidas. Un ejemplo de ello fueron los judíos que, hasta 1848, tenían prohibido poseer tierras en Viena y permanecer allí durante más de tres días (Johnston 1981). Las cosas empezaron a cambiar en la década de 1850 y, lo que es más importante, después de 1866. La derrota en Königgratz terminó con el fracaso de la solución Grossdeutsch. Tras la derrota, Franz Joseph (1830-1916) aceptó el creciente separatismo que emanaba de las provincias húngaras dominadas por los magiares, al aceptar el Ausgleich (Compromiso) de 1867. El compromiso consistía en la división del territorio del emperador en Hungría, por una parte, y en una región multiétnica, Cisleitania, por otra. Además de una unión aduanera común, un sistema monetario y políticas exteriores y militares, Hungría goza de autonomía en los asuntos internos.

Poco después, el imperio comenzó a embarcarse en el camino de la liberalización política y económica. Un paso en esta dirección se dio en 1861 con el establecimiento de parlamentos de estado, pero lo que cambiaría su destino en el medio siglo venidero fue la introducción de una nueva constitución liberal el 31 de diciembre de 1867, que esbozaba la Ley Fundamental sobre los Derechos Generales de los Ciudadanos. A partir de ese momento, «todos los sujetos estaban seguros en su vida y en su propiedad privada; se garantizaba la libertad de expresión y de prensa; se permitía la libertad de ocupación y de empresa; se respetaban y permitían todas las confesiones religiosas; se garantizaba la libertad de circulación y de residencia en el interior del imperio; y se declaraba que todos los grupos nacionales gozaban de igualdad de derechos ante la ley» (Ebeling 2010, 38). La constitución de 1867 regeneró la sociedad austríaca, creando oportunidades sin precedentes para que las minorías dentro del imperio –en medio de las cuales los judíos eran, con mucho, los más destacados– progresaran económica y socialmente (Schulak y Unterköfler, 2011).

Lo más significativo es que este ambiente liberal creó las condiciones para el renacimiento de la vida intelectual austriaca. Como observó Mises, «en el clima de libertad que estos estatutos garantizaban, Viena se convirtió en el centro de los precursores de nuevas formas de pensar. Desde mediados del siglo XVI hasta finales del XVIII, Austria fue ajena al esfuerzo intelectual de Europa. Nadie en Viena –y menos aún en otras partes de los dominios austriacos– se preocupaba por la filosofía, la literatura y la ciencia de Europa Occidental...... Pero cuando los liberales eliminaron las trabas que habían impedido cualquier esfuerzo intelectual, cuando abolieron la censura y denunciaron el concordato, eminentes mentes comenzaron a converger hacia Viena» (Mises 1984, 10). Fue en medio del ambiente de finales de los Habsburgo que nacieron las principales escuelas intelectuales del siglo XX. A lo largo de este período, Wittgenstein escribió su Tractatus Logico-Philosophicus; Mach construyó los cimientos del positivismo lógico; Freud fue pionero del psicoanálisis y del estudio del inconsciente; Klimt dio origen al movimiento de secesión en el arte y Carl Menger puso la Economía «sobre unos cimientos totalmente nuevos» (Schumpeter 1969, 86).

Menger y la escuela austriaca

Las contribuciones de Menger a la teoría económica caracterizarían para siempre el carácter distintivo de los economistas formados en la tradición austriaca. Como subrayó Hayek «[Lo que] es común a los miembros de la escuela austriaca, lo que constituye su peculiaridad y proporcionó las bases para sus contribuciones posteriores, es su aceptación de la enseñanza de Carl Menger» (Hayek 1992).

En la época en que Menger escribía, en todo el continente, la Ciencia Económica estaba dominada, por un lado, por la escuela anglosajona y su teoría del coste del valor y, por otro, por el creciente escepticismo y el holismo metodológico del historicismo alemán. La empresa de Menger llevó a resolver los problemas asociados con ambas tradiciones, poniendo al hombre en el centro. «El hombre mismo», subrayó Menger, «es el principio y el fin de toda economía» (Yagi 1993, 720-21). Al afirmar este simple hecho, concluyó que lo que da carácter a un objeto no es una característica intrínseca, sino su capacidad, a los ojos del consumidor, de satisfacer una necesidad humana. Por lo tanto, el valor nunca es independiente de la conciencia y la voluntad humanas (Menger 1976).

Lo que llevó a economistas clásicos como Smith y Ricardo a pasar por alto este punto fue un error metodológico. Razonaron en términos de clases abstractas, y no en términos de cantidades concretas de bienes y servicios intercambiados al juzgar a los consumidores. Este último –se dio cuenta– nunca se enfrenta a la decisión de intercambiar clases de bienes –leche, pan, diamantes– sino más bien comprar y vender determinadas cantidades –un galón de leche, dos libras de pan, un quilate de diamante– y su valor se refleja en la importancia que se le da a la unidad (relevante) que está a punto de ser adquirida o abandonada. Es esta unidad la que determina el valor de todas las demás unidades de un suministro dado. Al centrarse en el individuo y en su esfuerzo por satisfacer sus necesidades, Menger se convirtió en «el vencedor de la teoría ricardiana» (Schumpeter 1969, 86).

El descubrimiento de la ley de utilidad marginal fue logrado simultáneamente por William Stanley Jevons (1870) en Inglaterra y León Walras (1874) en Suiza. Sin embargo, mientras que Jevons y Walras estaban enamorados del uso de las matemáticas y el análisis funcional, el enfoque de Menger se extendía a través de líneas teleológicas y subjetivas. Para Walras y Jevons, la Economía, similar a la física mecánica, era una ciencia cuantitativa, y por lo tanto requería que sus leyes fueran matemáticas. «Como la teoría completa de casi todas las demás ciencias implica el uso de ese cálculo», escribió Jevons, «así que no podemos tener una verdadera teoría de la Economía sin su ayuda. A mí me parece que nuestra ciencia debe ser matemática, simplemente porque trata de cantidades» (Jevons 1970, 3). De opinión similar fue Walras, quien llegó a construir una teoría del equilibrio general que redujo el proceso de mercado a un sistema de ecuaciones simultáneas (Infantino 2002).

Menger tenía un enfoque diferente: el objetivo de la ciencia económica no era construir modelos matemáticos ficticios, sino explicar los fenómenos del mundo real. Como señaló Lawrence White, «en lugar de elaborar un sistema de precios de equilibrio general atemporal, que era el objetivo del sistema matemático walrasiano, Menger quería explicar las fuerzas y causas de la formación de precios» (White 2003, 9). La economía era para él una ciencia cualitativa: su objetivo era descubrir y explicar, por medio de la lógica verbal, las leyes causales y para ello el uso de las matemáticas era inútil. Como escribió en una carta a Walras, «no sólo estudiamos las relaciones cuantitativas, sino también la naturaleza [o esencia] de los fenómenos económicos. ¿Cómo podemos alcanzar el conocimiento de este último (por ejemplo, la naturaleza del valor, la renta, la ganancia, la división del trabajo, el bimetalismo, etc.) por métodos matemáticos?». (Hutchison 1973, 17). Para lograr este conocimiento, un economista debía emplear un método analítico-compositivo, que rastreaba «los fenómenos complejos de la economía social hasta las fuerzas atómicas subyacentes en el trabajo» (Jaffé 1976, 521). Menger comprendió la diferencia que lo separaba de los otros «marginales», y no dudó en poner fin a sus intercambios epistolares con Walras, argumentando que «no existe una conformidad entre nosotros. Hay una analogía de conceptos en algunos puntos, pero no en las preguntas decisivas» (Antonelli 1953, 284).

A pesar de las ideas revolucionarias de Menger, su Grundsätze tuvo poco impacto en el mundo de habla alemana, debido a la influencia de la Escuela Histórica Alemana de Wilhelm Roscher (1817-94), Bruno Hildebrand (1812-78) y Karl Knies (1821-98). Los miembros de esta escuela tenían en común una especie de escepticismo hacia las leyes universales e independientes del tiempo de la actividad económica (Cachanosky 2018, 251). Esta creencia se deriva del hecho de que el historicismo «entendía el mundo del hombre como resultado de la historia....». Todas las instituciones, actividades y eventos se inscriben en sus constelaciones históricas y, por lo tanto, son únicas. Por lo tanto, es imposible para el hombre, y para los fenómenos humanos, seguir leyes fijas e inmutables, porque todo depende de todo lo demás y el mundo cambia todo el tiempo» (Hauser 1988, 537). Este escepticismo alcanzó su cúspide con el ascenso de Gustav Schmoller como líder de la segunda generación de la escuela. Schmoller y sus seguidores descartaron la posibilidad de leyes universales de la realidad social: cada regularidad observable, sostenían, era producto de las instituciones sociales que prevalecían en un contexto específico (Hülsmann 2007, 122). Negaron incluso la validez de principios como las leyes de la oferta y la demanda, y trataron la economía «como una disciplina histórica y práctica» (Gordon 1993, 8).

Dada la leve acogida de sus Principios, Menger se propuso escribir un segundo libro con el objetivo de eliminar los fundamentos metodológicos poco sólidos de la economía. El resultado fue Investigaciones sobre el método de las ciencias sociales con especial referencia a la economía (1883), que presenta una defensa articulada del método «analítico-compositivo» para llegar a las «leyes exactas»: leyes que son válidas independientemente del tiempo y del lugar simplemente porque reflejan la naturaleza esencial de los factores implicados. No es de extrañar que provocara irritación por parte de sus adversarios, de manera que en el mismo año, Schmoller escribió una crítica mordaz del libro, denunciando al economista austriaco por haber realizado «abstracciones sin rumbo». Con su respuesta a Schmoller, Menger (1884) dio a luz oficialmente al methodenstreit. Aquí el «asunto en disputa era... si podía haber algo así como una ciencia, aparte de la historia, que tratara aspectos de la acción humana» (Mises 1984, 12).

Mises y Schumpeter: la tercera generación

Los Principios de Menger se concibieron inicialmente como el primero de un tratado de cuatro volúmenes sobre teoría económica. Este proyecto, sin embargo, nunca fue realizado por el mismo Menger, y el desarrollo del paradigma austriaco fue una tarea que recayó sobre los hombros de sus principales discípulos, Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914) y su cuñado, Friedrich von Wieser (1851-1926). El marco que construyó el noble gallego, sin embargo, resultó ser el punto de partida esencial desde el que despegaron estos dos pensadores (Ebeling 2016).

Gracias a sus publicaciones, a mediados de la década de 1880 la tradición austriaca floreció hasta convertirse en una escuela de pensamiento (Kirzner 2001). No sólo sus escritos encontraron un terreno fértil en Austria, sino también en otras partes del mundo, tan pronto como sus obras aparecieron en inglés a principios de la década de 1890. Cuando Mises y Schumpeter ingresaron en la Universidad de Viena a principios del siglo XX, la Escuela Austriaca era una de las cinco principales escuelas de pensamiento económico que competían por la influencia profesional, y muchas de sus ideas centrales eran absorbidas por la corriente principal (Kirzner 2001).1

Schumpeter ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena en 1901. Nacido en Triesch el 8 de febrero de 1883, Jozsi fue testigo de la muerte prematura de su padre, un rico fabricante textil, a la edad de cuatro años, y pronto se mudó con su madre Johanna Gruener (1861-1926) a vivir en Graz. Aquí los dos permanecieron desde 1888 hasta 1893, hasta que Joanna se casó con Sigismund von Kéler, un general retirado del ejército austro-húngaro. Gracias al alto estatus de su padrastro, al establecerse con su familia en Viena, desde los diez hasta los dieciocho años Schumpeter asistió, como estudiante diurno, al Theresianum, una de las escuelas secundarias más favorecidas por la aristocracia vienesa, y que «dejó una huella importante en su personalidad» (Haberler 1950, 335). Si bien su educación clásica se formó durante sus años en el Theresianum, fue al entrar en la Universidad que Schumpeter fue introducido a la economía por Friedrich von Wieser, quien había heredado la cátedra de economía política de Menger en 1903.

Mises ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena más o menos al mismo tiempo, en 1900. Nació en Lemberg el 29 de septiembre de 1881, hijo de Adele Laundau (1858-1937) y de Arthur Edler von Mises (1854-1903), «un empresario ferroviario muy rico», cuya familia judía había sido ennoblecida el día del nacimiento de Mises (Kuehnelt-Leddihn 1999, 1). El joven Luis comenzó sus estudios primarios en Lemberg, pero tan pronto como al padre se le asignó un puesto importante en el ministerio de ferrocarriles, en 1892 se trasladó a Viena y fue enviado al Gimnasio Académico. (Shulak y Unterköfler, 2011). Durante sus años en el Gymnasium –la escuela más prestigiosa de Viena junto con el Theresianum y el Schottengymnasium– se le impartió una educación clásica y comenzó a cultivar sus primeros intereses en la historia política. Sin embargo, cuando terminó sus estudios, Mises se desilusionó con el método histórico y, sintiéndose más atraído por los problemas de la historia económica y social, decidió estudiar derecho (Mises 2009, 1-2). Bajo la dirección de Karl Grünber –miembro de la Escuela Histórica Alemana y seguidor de George Friedrich Knapp– sus principales obras durante este período fueron sobre la historia, no sobre la teoría. Sin embargo, las cosas cambiaron en 1903. «Alrededor de la Navidad de 1903», recuerda Mises en sus memorias, «leí por primera vez Grundsätze der Volkswirtschaftslehre de Menger. Fue la lectura de este libro lo que me convirtió en un “economista”» (ibíd. 25).

Los dos se conocieron durante estos años. En 1904, después de renunciar como tercer ministro de finanzas del gobierno austríaco, Böhm-Bawerk recibió una cátedra exclusiva en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena. Poco después de instalarse en su nueva silla, Böhm comenzó a celebrar un prestigioso Privatseminar que atrajo a los más eminentes intelectuales de la época. Además de Mises y Schumpeter, participaron Felix Somary, Richard von Strigl y un grupo de importantes marxistas como Nicolai Bukharin, Rudolph Hilferding, Otto Bauer y Emil Lederer (Streissler 1990). «La apertura del seminario de Böhm-Bawerk», comentó Mises años después, «fue un gran día en la historia de la Universidad de Viena y en el desarrollo de la economía» (Mises 2009, 31). Aparte de las animadas discusiones entre los Böhm-Bawerkianos y los Austro-marxistas, aquí «surgieron las posiciones contrastantes de Mises y Schumpeter, un contraste que tenía sus raíces aparentes en sus diferentes personalidades no menos que en sus desacuerdos sustantivos sobre cuestiones metodológicas y teóricas» (Vandberg 2015, 92). Desde el punto de vista de la personalidad, los dos no podrían haber sido más diferentes: mientras que Schumpeter emergió en el aula «como el hombre de la paradoja... jugando con las ideas, ahora argumentando sus méritos y luego atacándolas con maldad», Mises desarrolló «la imperturbable intransigencia de su pensamiento lúcido» que caracterizará para siempre a su persona (Allen 1991, 39; Rueff 1994).

En cuanto a las cuestiones teóricas, estas diferencias no eran más leves. Mientras que Mises era un seguidor declarado de Böhm-Bawerk, Schumpeter encontró la afinidad más cercana a Walras y Wieser (Schumpeter 2010). Mientras que este último había absorbido receptivamente en sus primeros años el principio de utilidad marginal de Menger, él «ignoró completamente la estructura de la teoría de precios basada en la realidad que Menger había trabajado para construir sobre ella» (Salerno 1999, 37). En las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, Schumpeter se convirtió en la figura principal de la escuela austriaca gracias a sus logros ampliamente compartidos, y su libro Das Wesen tuvo un impacto definitivo en la cuarta generación (Morgenstern, 1976). El ascenso de Mises a la prominencia, en cambio, tendría que esperar. «Que tenían a uno de los grandes pensadores... en medio de ellos», observó Hayek, «los vieneses nunca han entendido» (Hayek 1977 en Mises 2009, xx).

II. SOBRE EL MÉTODO

Si se busca comprender las diferencias teóricas que separan a los dos miembros más prominentes de la tercera generación de la economía austriaca y, en concreto, sus teorías del ciclo comercial, no se puede dejar de considerar sus fundamentos metodológicos. En el caso de Schumpeter, la cuestión del método «es el punto de partida necesario para una interpretación de sus opiniones» (Roncaglia 2005, 420). Lo mismo ocurre con su contemporáneo, para quien las cuestiones de método son fundamentales en cualquier búsqueda de la verdad científica.

Tolerancia metodológica y positivismo

Mientras que Schumpeter es recordado a menudo por sus estudios sociológicos, sus primeros trabajos como economista trataron temas de metodología y epistemología. El trabajo que lo introdujo en la profesión fue un estudio, publicado en 1906, sobre la importancia del método matemático en la teoría económica, que demostró la influencia que el estudio de esta literatura tuvo en su pensamiento. Ya desde este primer documento, el lector puede comprender cómo, a pesar de haber sido planteado en el contexto de la escuela vienesa, se sintió «mucho más atraído por los puntos de vista de Cournot, Jevons, Edgeworth, Marshall y Walras» (Schneider 1951, 54).

Aunque su artículo de 1906 lo introdujo en el campo académico, fue Das Wesen, publicado a la edad de veinticinco años, quien le dio fama internacional y lo convirtió en el profesor de economía política más joven del imperio y en la figura principal de la tercera generación de la escuela austriaca. En Das Wesen se presenta «el primer análisis de Schumpeter sobre la naturaleza de la economía y los métodos y teorías con los que estudiarla» (Allen 1991, 74). Su propósito era «diseccionar lo más exactamente posible las bases, los métodos y los principales hallazgos de la economía pura para medir su naturaleza, su valor y su potencial para el desarrollo futuro». El punto central de su exposición es la economía estática, un marco «en el que todas las cantidades económicas subsisten en un equilibrio general inmutable y mutuamente determinado» (Schumpeter 2010; Salerno 1999, 39). El libro «respira el espíritu de Lausana más que el de Viena» (Schneider 1951, 54).

Lo que surge en este tratado es lo que Fritz Machlup llama «tolerancia metodológica». En una época en la que la mayoría de los profesores continuaba inmersa en el methodenstreit, el joven economista subrayó que «debemos abstenernos de reivindicar la “validez general” o superioridad de cualquier método» (Machlup 1951, 146). Tal visión, muy probablemente, Schumpeter la heredó del Theresianum, donde se enseñaba a los estudiantes que «Uno debe conocer las reglas de todos los partidos e ideologías, pero no pertenecer a ningún partido ni creer en ninguna opinión» (Swedberg 1991, 12). El método correcto, argumentó, depende del problema concreto al que uno se enfrenta al explicarlo. No hay que caer en la conclusión errónea de que los conflictos metodológicos pueden resolverse a priori (Schumpeter 2010, 14). Esto, que él llama «el enfoque pragmático», requiere que «la descripción del método... no sea el primer capítulo sino el último». El liberalismo metodológico de Schumpeter ha empujado a Roncaglia a paralelizar sus puntos de vista con el relativismo epistemológico de Kuhn, Lakatos y Feyerabend. Del mismo modo, Samuelson ha ido hasta el final para definir al economista austriaco, un «ecléctico metodólogo». (Roncaglia 2005; Samuelson 1982, 4).

A pesar de sus argumentos contra el absolutismo metodológico, Schumpeter tenía desde el principio fuertes convicciones sobre la naturaleza de la economía y su afinidad con las ciencias naturales. La economía, en su opinión, era una ciencia, en la forma en que Ernst Mach la concibió, que se basa en la observación externa como base de sus proposiciones científicas. Esta postura le valió la fama de ser «el primer positivista real entre los teóricos de la economía» (Hülsmann 2007, 167). «Para Schumpeter», explica Hülsmann, «la única base para las propuestas científicas era la observación del mundo exterior. Y el único método adecuado de la teoría económica era seguir el enfoque que había tenido éxito en las ciencias naturales. En resumen, era un positivista que creía que el único método que podía producir «hechos» era la observación del mundo exterior» (Hülsmann 2007, 166). Prefigurando a Milton Friedman (1953), el gran admirador de Walras insistió, de hecho, en que los teoremas económicos no son ni realistas ni a priori. Son, en el mejor de los casos, afirmaciones hipotéticas basadas en supuestos arbitrarios que, a pesar de estar desvinculados de la realidad económica, son herramientas que permiten hacer frente a una amplia gama de fenómenos económicos. Así, por ejemplo, la ley del valor marginal subjetivo debe considerarse no como una ley, sino como una hipótesis que permite al economista explicar los fenómenos de los precios de una manera más satisfactoria que las antiguas teorías del coste de producción. Es irrelevante, según Schumpeter, si las suposiciones sobre las que se construyen las teorías y las teorías mismas son realistas y verdaderas. Al igual que la falda de un sastre se juzga en función de lo bien que se adapta a sus clientes, los teoremas deben ser aceptados sobre la base de si son capaces de encajar con los hechos. Es sobre esta base que hay que aceptar el modelo de equilibrio general (Schumpeter 2010, 386).

Otro aspecto que vale la pena señalar con respecto a la metodología positivista de Schumpeter, se refiere a su énfasis en el aspecto cuantitativo de la Economía. Ejemplos de ello son las palabras con las que se dirigió a la Econometric Society en 1933: «No imponemos ningún credo –científico o de otro tipo–, y no tenemos un credo común más allá de tenerlo: primero, que la economía es una ciencia, y segundo, que esta ciencia tiene un aspecto cuantitativo muy importante». Unas líneas más adelante, llegó a afirmar que en «un sentido... la economía es la más cuantitativa, no sólo de las ciencias “sociales” o “morales”, sino de todas las ciencias, la física no excluida.... Habría movimiento aunque no pudiéramos convertirla en cantidad mensurable, pero no puede haber precios independientes de la expresión numérica de cada una de ellas, y de las relaciones numéricas definitivas entre todas ellas» (Schumpeter, 1933: 69). Este énfasis en la economía como ciencia cuantitativa refleja la influencia de Cournot, Edgeworth, Jevons, pero lo más importante es que Walras tuvo en su pensamiento, una influencia que, a lo largo de toda su vida, superó a la de los austriacos. Paul Samuelson, estudiante de Schumpeter en Harvard, recuerda que «En su visión general de la teoría económica, parecía sorprendentemente poco austriaco. En general, era mucho más walrasiano. Siempre se refirió a León Walras como el economista más grande de todos los tiempos» (Samuelson 1951, 103).

En línea con sus predecesores intelectuales, Schumpeter, a partir de sus primeros trabajos, presentó como punto central del análisis económico la relación de intercambio entre cantidades autónomas de mercancías. El suyo era un intento de refundir el análisis económico en la línea de la mecánica clásica, lo que implicaba relegar a un segundo plano el comportamiento humano intencionado. Como explica Kirzner, «En economía, explica Schumpeter, tenemos cantidades económicas de bienes que experimentan intercambios mutuamente determinados que admiten expresarse por medio de funciones matemáticas... Es la existencia de estas relaciones funcionales entre todas estas cantidades lo que hace posible la ciencia económica. En efecto, son estas relaciones en sí mismas las que constituyen el conjunto de la materia de esa ciencia» (Kirzner 1976, 69).

Apriorismo, praxeología y dualismo metodológico

En contraste con su contemporáneo, Ludwig von Mises construyó una teoría de la economía basada en el subjetivismo de Menger. En el proceso de construcción de un marco analítico coherente, el economista austriaco se basó en un método puramente teórico, haciendo hincapié en la naturaleza a priori de las leyes económicas. A diferencia de Schumpeter que, a la luz de su instrumentalismo, llegó a la conclusión de que la metodología debía ser relegada al último capítulo, los temas metodológicos y epistemológicos ocuparon las primeras 143 páginas de la La acción humana (Mises 1998). Sin embargo, el reconocimiento de la importancia del método en el desarrollo de una teoría lógicamente coherente no era innato. En sus primeros años, como ya se ha señalado, Mises estaba arraigado en el historicismo, creyendo que no podía haber disciplina científica fuera de la historia económica. «No veía posibilidades para la ciencia económica cuando entré en la universidad.... Creía que no había nada en la vida económica que pudiera ser objeto de análisis científico fuera de la historia económica. No podría haber habido un seguidor del historicismo más coherente que yo» (Mises 2009, 104). La lectura de Menger rompió la cohesión de esta posición epistemológica, pero en general los escritos del methodenstreit no le satisfacían y para estar en paz consigo mismo asumió que los problemas de la metodología eran de importancia secundaria: había que dar prioridad al avance de la ciencia. Pronto, sin embargo, «reconoció el error de esta postura. Con cada problema, el economista se enfrenta a las preguntas básicas: ¿de dónde vienen estos principios, cuál es su significado y cómo se relacionan con la experiencia y la “realidad”? No se trata de problemas de método o incluso de técnica de investigación, sino que son ellos mismos las cuestiones fundamentales. ¿Se puede construir un sistema de deducción sin haber hecho las preguntas sobre las que se va a construir el sistema?» (Mises 2009, 105). Con esta pregunta retórica en mente, Mises se dispuso a revelar la naturaleza, alcance y validez del conocimiento económico, primero con una serie de ensayos epitomizados en Problemas epistemológicos de la economía (1933) y más tarde, con Teoría e historia (1956) y The Ultimate Foundation of Economic Science (1962).

El punto de partida para un análisis de las posiciones epistemológicas y metodológicas de Mises debe ser el Círculo de Viena de los años veinte, cuyos principios rechazó (Gordon, 1994). El círculo de Viena fue fundado por Moritz Schlick (1882-1936) y estaba formado por un grupo de filósofos que profesaban las ideas del positivismo lógico, un credo que tenía sus raíces en el empirismo clásico de John Locke y David Hume. Entre los miembros del grupo se encontraban Otto Neurath, Rudolf Carnap, Felix Kauffmann e incluso Richard von Mises y Karl Menger, respectivamente hermano de Mises e hijo de Menger. La idea central y unificadora de estos positivistas lógicos era que el conocimiento sobre el mundo real sólo es alcanzable a través de la experiencia de la observación; por lo tanto, cualquier proposición que no sea empíricamente verificable, es tautológica o sin sentido (Ayer 1946, 2). Como Gordon lo dijo, «La esencia del positivismo lógico puede.... ser enunciada de manera muy simple. Todas las declaraciones empíricas, es decir, las declaraciones sobre el mundo, deben ser comprobables. Si una declaración no puede ser probada, entonces no tiene un significado empírico...... Sólo las proposiciones que pueden ser verdaderas y falsas, dependiendo de las circunstancias, transmiten información. Las propuestas que deben ser siempre verdaderas o falsas no lo son» (Gordon 1996, 33). Por lo tanto, nada de la realidad puede conocerse con certeza a priori.

Mises desarrolló sus ideas con el telón de fondo del positivismo lógico, sosteniendo la economía como un ejemplo de una ciencia basada en lo que Kant llamó proposiciones sintéticas a priori: afirmaciones que se sabe que son ciertas sin necesidad de verificación empírica y que, al mismo tiempo, transmiten nuevos conocimientos sobre el mundo (Hoppe 1995). Según Mises, la afirmación del positivista lógico de que no se encuentra ningún conocimiento empíricamente significativo fuera de la experiencia sensorial, fue en última instancia contradictoria, ya que esta misma afirmación no era verificable. «Hay una objeción obvia contra esta doctrina, a saber, que esta proposición de que no hay proposiciones a priori sintéticas es en sí misma una proposición a priori –como piensa el presente autor– falsa-sintética, pues manifiestamente no puede ser establecida por la experiencia» (Mises 1962, 4). Para Mises, que nada sobre la realidad podía conocerse con certeza, fue finalmente refutado por lo que él llamó el axioma de la acción. El hecho de que los seres humanos actúen, que empleen medios subjetivamente elegidos para el logro de fines subjetivamente elegidos, era, según él, significativo y evidente.

El aximo de la acción, se convirtió en el punto de partida de todo análisis económico. Cada acción, mostró Mises, implica seleccionar y dejar de lado, es decir, elegir, algo que para manifestarse presupone la existencia de la escasez, la condición económica fundamental. Sobre la base de este reconocimiento, Mises arraigó la teoría económica en la ciencia más amplia de la acción humana: La praxeología. El propósito de un economista, sostuvo, es estudiar las categorías implicadas en este axioma y deducir de ellas todo el corpus de la teoría económica. En la medida en que «representan las elucidaciones del hecho de que el hombre actúa», los principios a los que llega, llegan a tener un estatus similar a las leyes de las matemáticas y la lógica. Siempre que sean el resultado de un correcto razonamiento deductivo, son «a priori verdaderos y apodícamente ciertos» (Boettke 2012, 206). «Sus afirmaciones», escribió Mises refiriéndose a la praxeología, «son, como las de la lógica y las matemáticas, a priori. No están sujetos a verificación o falsificación sobre la base de la experiencia y los hechos» (Mises 1962, 32). El economista austriaco se hizo eco de Menger (Herbener 1991; Gordon 2012), quien contra los positivistas de su época argumentaba: «Probar la teoría exacta de la economía... es simplemente un absurdo metodológico... un proceso análogo al del matemático que quiere corregir los principios de la geometría midiendo objetos reales» (Menger 1985, 69-70).

Si Schumpeter afirmó que las proposiciones económicas son hipotéticas, Mises trató la Economía como una ciencia axiomática-deductiva. Pero las diferencias no terminan aquí. Más fundamentalmente, a diferencia de su contemporáneo, para quien la teoría económica consistía en «una caja de herramientas» (Schumpeter 2006, 15), Mises veía la economía como aquella ciencia que revela las leyes causales que rigen la realidad social. El hecho de que sus principios no sean hipotéticos no impide en modo alguno que aporten conocimiento sobre la realidad. «Los teoremas alcanzados por el correcto razonamiento praxeológico no sólo son perfectamente ciertos e incontestables..... Se refieren, además, con toda la rigidez de su certeza apodíctica e incontestable a la realidad de la acción tal como aparece en la vida y en la historia. La praxeología transmite un conocimiento exacto y preciso de las cosas reales» (Mises 1949, 39).

El apriorismo metodológico de Mises se basaba en la convicción de que existe una diferencia categórica entre las ciencias naturales y las sociales, algo que los empíricos a la Schumpeter negaron. Mientras que en ciencias como la física o la química las materias son objetos inanimados, en las ciencias sociales la materia es el hombre, con sus objetivos, preferencias y su capacidad de razonar, pensar y aprender de la experiencia. Esta diferencia tiene implicaciones importantes. La primera es que el libre albedrío del hombre inhibe la capacidad del investigador para llevar a cabo experimentos controlados y para estipular leyes cuantitativas con respecto a determinadas relaciones. La segunda es que, siendo él mismo un actor, el científico social está «al principio de sus investigaciones ya en posesión de los principios últimos que rigen los fenómenos que constituyen el objeto de su estudio, mientras que la humanidad no tiene un conocimiento directo de los principios físicos últimos». Aquí radica la diferencia radical entre las ciencias sociales (y las ciencias morales, Geisteswissenschaften) y las ciencias naturales. Lo que hace posible la ciencia natural es el poder de captar o comprender el significado de la acción humana» (Mises 1990, 9). Hasta tal punto, la física y la economía, requerían métodos diferentes: esto lo llamó dualismo metodológico.

Sin embargo, la economía no era la única rama de las ciencias sociales: no menos importante era la historia. Sin embargo, incluso estas dos disciplinas eran, en opinión de Mises, de naturaleza diferente. El primero estudia las implicaciones necesarias del hecho de que los seres humanos actúan; la acción se ve exclusivamente en su forma general y esencial, y los principios que se deducen lógicamente son ciertos en cualquier acción. La herramienta mental de tal disciplina es la «concepción». Por otro lado, la historia, estudia la acción en sus manifestaciones concretas: su alcance no es el general, sino la divulgación de lo particular y del individuo. La herramienta mental de la historia es la «comprensión» (Ferrero 2018). En desacuerdo con Schumpeter, Mises sostuvo que ninguna investigación histórica podría ser presentada sin la ayuda de las proposiciones teóricas de la Economía. «La historia debe apoyarse en la teoría, no para alejarse de sus tareas propias, sino al contrario, para cumplirlas más que nunca en el verdadero sentido de la historia» (Mises 1962, 136).

III. EMPRESARIOS, BANQUEROS Y CICLOS ECONÓMICOS

Nuestra discusión sobre el papel de Schumpeter y Mises dentro de la escuela austriaca y nuestro examen de sus respectivos enfoques metodológicos, alimenta el problema central de la economía: la teoría de por qué las fluctuaciones cíclicas ocurren en las economías capitalistas. En el caso de Schumpeter, el argumento se presentó por primera vez como parte de una teoría más general del progreso: su teoría del ciclo comercial apareció como el último capítulo de la Teoría del desarrollo económico (Schumpeter 1991). Breves presentaciones fueron luego transmitidas al mundo inglés con la publicación de dos ensayos a finales de la década de los veinte, The Explanation of the Business Cycle (1927) y The Instability of Capitalism (1928). La teoría de Mises, por otra parte, fue el resultado de la aplicación de la teoría subjetiva del valor de Menger a los campos del dinero y la banca. Es en su Teoría del dinero y del crédito que se encuentran los bloques de construcción de la Teoría austriaca del ciclo económico; su esencia fue luego refinada y replanteada en Estabilización monetaria y política cíclica (Mises 1912; 1928). Ambos economistas intentaron, en sus respectivos libros, abordar un fenómeno macroeconómico formulando un análisis que tuviera en cuenta los procesos microeconómicos dinámicos que impulsan la economía de mercado. En su descontento con la economía neoclásica tradicional, podría decirse que tanto Mises como Schumpeter han estado en la misma página. Sin embargo, a pesar de converger en estas ideas, los dos economistas cuentan historias muy diferentes, una diferencia que se puede encontrar en su formación walrasiana y austriaca respectivamente. Siguiendo a Ludwig Lachmann (1966, 553-54) se puede decir que la diferencia fundamental entre estos dos enfoques de la teoría económica y la realidad reside en el hecho de que «la validez del modelo de Lausana se limita a un mundo estacionario. El trasfondo de la teoría austriaca, por el contrario, es un mundo de cambios continuos en el que los planes tienen que ser concebidos y revisados continuamente».

La insuficiencia del análisis estático

Como se señaló anteriormente, en Das Wesen (1908) Schumpeter familiarizó al público alemán con el modelo de equilibrio general establecido por Walras. Después de publicar el libro, por lo tanto, se aseguró de escribir a su maestro una carta en la que le prometía una copia en la medida en que se describía a sí mismo como «discípulo» y a su obra como «homenaje» (Schumpeter 2000, 43). La copia de Das Wesen llegó pronto, y un año después de la publicación del libro, Schumpeter decidió visitar a su gran mentor. En el momento de su viaje, Schumpeter tenía en mente escribir un libro que, partiendo del conjunto de hechos característicos de la economía estática, explicara cómo el propio sistema económico generaría desarrollo económico y mientras conversaba con Walras llegó a ver una deficiencia en su análisis que caracterizaría para siempre su pensamiento. No sólo –se dio cuenta– la representación de Walras de la economía era totalmente estática –en el sentido de que el método de análisis se basaba en un modelo de equilibrio general–, sino que su análisis sólo explicaba una economía estacionaria, ya que a sus ojos la economía «no cambia por iniciativa propia, sino que simplemente reproduce tasas constantes de ingresos reales a medida que fluye en el tiempo» (Medearis 2009, 42).

Más específicamente, lo que Walras le dijo a Schumpeter fue que «la vida económica era esencialmente pasiva y simplemente se adapta a las influencias naturales y sociales que podrían estar actuando sobre ella, de modo que la teoría de un proceso estacionario constituye realmente el conjunto de la economía teórica y que como teóricos económicos no podemos decir mucho sobre los factores que explican el cambio histórico, sino que simplemente debemos registrarlos». Esta opinión, Schumpeter la encontró profundamente insatisfactoria. Como él dijo: «Sentí fuertemente que esto estaba mal, y que había una fuente de energía dentro del sistema económico que por sí misma interrumpiría cualquier equilibrio que pudiera lograrse» (Schumpeter 1989, 166). Esta fuente de energía endógena que revolucionó continuamente la estructura económica, se convirtió en un tema central en las obras de Schumpeter. Según él, de hecho, no se entendía el capitalismo moderno sin un análisis de los procesos dinámicos, ya que «el capitalismo... es por naturaleza una forma o método de cambio económico y no sólo nunca es sino que nunca puede ser estacionario» (Schumpeter 1942, 82).

El banquero, el empresario y la voluntad de liderar

Cómo vincular la lógica de la economía pura con el mundo de los procesos dinámicos, fue un problema que se propuso resolver en su Teoría del desarrollo económico. Aquí, «el objetivo de Schumpeter era crear un vínculo orgánico entre el flujo circular y la descripción del desarrollo» (Madarász, 1980: 346). El suyo, fue un intento de explicar el proceso de cambio económico considerando el equilibrio general como el punto de partida y el final de su análisis. Esta tenía que ser la secuencia de su explicación, ya que era la única coherente con su convicción de que el equilibrio representaba una situación real. Como señaló Rothbard, «Para establecer una teoría del cambio económico desde una perspectiva walrasiana, Schumpeter tuvo que comenzar con la economía en un estado real de equilibrio general. Luego tuvo que explicar el cambio, pero ese cambio siempre tenía que volver a un estado de equilibrio, porque sin ese retorno, el equilibrio walrasiana sólo sería real en un solo punto del tiempo pasado y no sería una realidad recurrente» (Rothbard 1989, 263).

El flujo circular que Schumpeter explica con gran detalle en el primer capítulo, representa un sistema económico, basado en la propiedad privada y la libertad de intercambio, que se reproduce constantemente. Su característica principal es la ausencia de acción, sustituida por «una ronda invariable e interminable de comportamiento robótico» (Rothbard 1989, 261). Los individuos se enfrentan con una certeza perfecta y sin imperfección del conocimiento, respondiendo como meros objetos al estado de cosas imperante y al conjunto de gustos, técnicas y recursos dados. Los consumidores son soberanos, y la producción simplemente replica los deseos de los consumidores a través del tiempo. Como cabría esperar en un mundo sin incertidumbres, no hay espacio para las ganancias ni para las pérdidas: todos los ingresos por ventas son totalmente absorbidos, debido a la ley de imputación, por la tierra y el trabajo, en forma de salarios y rentas. Aquí radica un giro en el análisis estándar del equilibrio general que juega un papel crucial en su teoría. Bajo la influencia de J.B. Clark, Schumpeter llegó a minimizar el papel del tiempo en la producción: en equilibrio, argumentó, la producción y el consumo estarían sincronizados. El resultado fue que, además de que los ingresos residuales eran cero, ni siquiera el interés tenía razón de existir en el flujo circular: no sólo el empresario –el reclamante residual– sino también el capitalista –el portador de intereses– fueron eliminados.

En el flujo circular, donde «la rutina y la costumbre proporcionan la fuerza motriz para el comportamiento empresarial», Schumpeter admitió la posibilidad de un crecimiento cuantitativo; sin embargo, esto no debe confundirse con el desarrollo (Heilbroner 1988, 169). «El desarrollo en nuestro sentido es un fenómeno distinto, totalmente ajeno a lo que se puede observar en el flujo circular o en la tendencia al equilibrio. Es un cambio espontáneo y discontinuo en los canales del flujo, perturbación del equilibrio, que altera y desplaza para siempre el estado de equilibrio previamente existente» (Schumpeter 1991, 64). La fuente de esta perturbación se encontraba en el progreso tecnológico. El crecimiento de la población y del capital, aunque posiblemente una manifestación del desarrollo, no constituyó su motor. Del mismo modo, para los gustos de los consumidores. Schumpeter no creía que los consumidores tuvieran el poder de dirigir activamente la producción. Más bien fue al revés. «El gran rebaño de consumidores no arrastra la producción, al contrario, los que dominan la producción... dirigen a los consumidores» (Schumpeter 1910, 74).

El progreso tecnológico consiste en realizar «nuevas combinaciones»: nuevos productos, nuevos métodos de producción, nuevos mercados, nuevas fuentes de aprovisionamiento o nuevas formas de organización. La realización de nuevas combinaciones es la manifestación del desarrollo económico, y su motor es el empresario (Schumpeter 1991, 74). Estos individuos, que aportan innovaciones y mueven la economía más allá del equilibrio, no son, en ningún sentido, normales. Son «una raza especial tan diferente del resto de la humanidad como los sabuesos grises lo son de los caniches», ya que ellos, a diferencia de los demás, tienen la voluntad de ir más allá de los confines del mundo estático, regido por la tradición, la costumbre y la experiencia (Hülsmann 2007, 172). Al hacerlo, son líderes en el proceso de cambio social. «Los empresarios schumpeterianos» observa Ferlito, «no sólo sacan nuevas combinaciones, impulsando el cambio económico; son, también y sobre todo, líderes capaces de dominar el cambio económico, de atreverse donde los individuos normales se detienen, de enfrentarse a la oposición social y económica y finalmente de ganar su desafío» (Ferlito 2016, 49).

Uno puede entender lo difícil que es dominar el proceso de cambio, observando lo que Schumpeter considera tres obstáculos que los impulsores del cambio deben enfrentar inevitablemente. En primer lugar, los impulsores del cambio deben enfrentarse a una incertidumbre que hace que la formulación de planes sea mucho más difícil para el sujeto económico. En segundo lugar, aunque una cosa nueva no es objetivamente más difícil, sí lo es psicológicamente. Por último, pero no por ello menos importante, durante un proceso de cambio, el entorno social tiende a reaccionar contra una persona que quiere embarcarse en la innovación. Es a la luz de estos tres obstáculos fundamentales que se puede deducir que, quien realmente realiza nuevas combinaciones y domina un proceso de cambio económico, es en última instancia un verdadero y propio líder social. En su ensayo «La inestabilidad del capitalismo» (1928, 379), Schumpeter, de hecho, aclaró que «La innovación exitosa es.... una tarea sui generis. Es una hazaña no del intelecto, sino de la voluntad. Es un caso especial del fenómeno social del liderazgo». En consecuencia, no es sorprendente darse cuenta de que lo que motiva fundamentalmente a todos los empresarios es entonces, para Schumpeter (1911), no el beneficio monetario, sino tres deseos psicológicos: el sueño de fundar un reino; la voluntad de ganar y la alegría de crear. Por lo tanto, uno puede estar de acuerdo con Stephan Boehm (1990, 225) en que «la imagen del empresario schumpeteriano... es la de hombres de voluntad fuerte con visión; hombres de verdadero don que desafían “la persistencia del viejo régimen”.... y dispuestos a conquistar el mundo».

La manera en que estos empresarios son capaces de embarcarse en sus proyectos perturbadores es mediante la licitación de los medios de producción de sus empleos actuales y recombinarlos en nuevas y mejores formas. Un problema, sin embargo, parece surgir aquí. Porque si en el flujo circular todos los ingresos de las empresas son absorbidos por los costes de producción, ¿cómo reúnen los empresarios el poder adquisitivo necesario para reorientar los recursos hacia sus nuevos y ambiciosos planes? Aquí, para rescatar al empresario, aparece la figura del banquero, con su recién creado efectivo listo para ser prestado. Con este nuevo crédito, los empresarios reciben el poder de compra necesario para superar a los gestores del flujo circular y relanzar los medios de producción existentes para desarrollar nuevas combinaciones. Por esta razón, el banquero es un componente esencial en el proceso de desarrollo capitalista. Debe ser considerado, a los ojos de Schumpeter, como «el éforo de la economía de intercambio», pues con su crédito inflacionario «hace posible la realización de nuevas combinaciones, autoriza a las personas, en nombre de la sociedad, a formarlas» (Schumpeter 1991, 74).

Auges y declives como etapas de desarrollo

Este proceso de desequilibrio puesto en marcha por el empresario y el sistema bancario y el consiguiente conjunto de innovaciones representa el período de auge de la teoría del ciclo de Schumpeter. A medida que el empresario innovador capitaliza sus nuevas tecnologías de producción, es capaz, de hecho, de crear para sí mismo una oportunidad de beneficio explotando una divergencia temporal entre los precios de los insumos y los precios de producción. Sin embargo, después de que el pionero, utilizando la expresión de Kirzner (1973, 70), «abrió nuevos caminos», atrae, como un imán, a imitadores que están decididos a seguir explotando estas nuevas oportunidades de beneficio creadas por estas innovaciones. La entrada de esta segunda ola de innovadores hace que los beneficios vuelvan a cero: por un lado, el aumento de la demanda de mano de obra y de tierras aumenta los precios de estos factores y, por tanto, los costes de producción, y, por otro, el aumento de la oferta empuja a la baja los precios de producción. Mientras tanto, a medida que las nuevas empresas comienzan a cosechar beneficios, las antiguas empresas que se han aferrado a métodos de producción más antiguos comienzan a sufrir pérdidas y a declararse en quiebra, y a medida que las primeras empresas que han tenido éxito comienzan a reembolsar sus deudas, se produce un período general de deflación. A medida que se completan las innovaciones y las empresas ineficientes se reajustan a las nuevas circunstancias, la economía alcanza un nuevo estado de equilibrio que la deja preparada para una ola subsiguiente de innovaciones. La depresión en el marco de Schumpeter representa este inevitable y natural reajuste de la economía a las condiciones cambiantes provocadas por la introducción de nuevas combinaciones por parte de los empresarios.

Este interesante punto suscita algunas consideraciones. La primera es que uno se enfrenta aquí con «una imagen tanto del progreso como de la fluctuación, una teoría del desarrollo que es también una teoría del ciclo comercial» (Robbins 1968, 16). Esta idea fue efectivamente resumida por Schumpeter (1942, 132) en su libro posterior Capitalismo, socialismo y democracia: «la función de los empresarios es reformar o revolucionar el patrón de producción explotando una invención o, más en general, una posibilidad tecnológica no probada para producir una nueva mercancía o producir una vieja de una manera nueva, abriendo una nueva fuente de suministro de materiales o una nueva salida para los productos, reorganizando una industria, etc. Este tipo de actividad es el principal responsable de las «prosperidades» recurrentes que revolucionan el organismo económico y de las «recesiones» recurrentes debidas al impacto desequilibrante de los nuevos productos o métodos.» La segunda, ligada a la segunda, es que la evolución capitalista crea necesariamente por su propio ímpetu natural las condiciones para que ocurra un período de depresión: intentar corregir esta fase, en última instancia, representa un intento de pervertir el capitalismo mismo.

Mises: problemas con la teoría monetaria dominante

El punto de partida del ciclo económico de Mises no era una teoría del desarrollo económico, sino una teoría del dinero. Desde los días de David Ricardo, se convirtió en un procedimiento estándar, separar el lado micro de la economía de la parte macro. En consecuencia, el precio del dinero, se explicó por referencia a una versión mecánica de la teoría cuantitativa. Mises, entonces se propuso, en su Teoría del dinero y del crédito, resolver esta fútil división y presentar una teoría macroeconómica basada en decisiones microeconómicas.

Basando su análisis en la acción individual, el economista austriaco dio una explicación causal-realista de cómo se determina el valor del dinero y cómo las variaciones en la cantidad de un medio de cambio tienen repercusiones en la economía real. En cuanto al primer aporte, Mises mostró que, al igual que con cualquier otro bien económico, el precio del dinero está determinado por la interacción de proveedores y demandantes en el mercado. Este argumento había sido históricamente desestimado: explicar el precio del dinero apelando al análisis de la demanda y la oferta se consideraba presa de la circularidad lógica, debido a la naturaleza del dinero como medio de intercambio. Esto, mostró Mises, sin embargo, no era así: se podría decir que la demanda de dinero se basa en el precio y que el precio del dinero depende de su demanda teniendo en cuenta la «dimensión temporal del problema» (Rothbard 1989, 13). «Para la solución de este problema», escribió, «nos referimos al poder adquisitivo del pasado inmediato, del momento que acaba de pasar. Se trata de dos magnitudes distintas. Es erróneo objetar nuestro teorema.... que se mueve en un círculo vicioso» (Mises 1949, 405-06).

En cuanto al segundo problema –el de la teoría cuantitativa–, Mises mostró cómo se produce un aumento de la oferta monetaria en un momento y lugar determinados y, por lo tanto, no puede afectar homogéneamente de la misma manera a los agentes económicos individuales, como pensó John Stuart Mill (1983). A medida que el dinero se vierte en la economía, afecta primero a ciertos precios e ingresos, distorsionando la producción en esos mercados particulares y luego abriéndose camino en toda la economía (Mises 1953). La negación de la neutralidad monetaria iba a constituir la base de su teoría del ciclo. Según Hayek, que en la década de los treinta haría nuevas aportaciones en este campo, «esta distorsión de toda la estructura de precios» provocada por el proceso inflacionario representa «el punto fundamental que el maestro de todos nosotros, Ludwig von Mises, nunca se ha cansado de subrayar» (Hayek 1970, 96).

Crédito circulatorio y descoordinación intertemporal

Para comprender el análisis de Mises es fundamental la separación entre «crédito mercancía» y «crédito circulatorio». Al analizar el campo de la banca, Mises se dio cuenta de que estas instituciones desempeñan dos funciones sociales distintas. La primera es la de almacén de depósito de personas. Dado el riesgo de almacenar dinero en efectivo en la propia casa, o de realizar negocios con dinero en mano, los comerciantes encontrarían conveniente depositar su dinero en un banco que, a cambio de una comisión, les daría crédito con un depósito a la vista, un sustituto de dinero que podrían utilizar para sus transacciones diarias. Nótese que, en este escenario, si bien se ha producido un cambio en la composición del dinero, su oferta total ha permanecido invariable: mientras que las cuentas corrientes han aumentado, este aumento ha ido acompañado de una reducción proporcional de la cantidad de efectivo físico. La segunda función importante que desempeñan los bancos es la de intermediación crediticia, en virtud de la cual el banco actúa como intermediario entre los ahorradores de la economía y los inversores, beneficiándose de un diferencial de tipos de interés. Incluso en este caso, la actividad del banco no se traduce en un aumento de la oferta monetaria total: lo que se presta al banco representa recursos ahorrados por la comunidad para fines de inversión. Esta es la naturaleza esencial del «crédito de mercancías».

Si bien estas dos actividades bancarias, si se mantienen lógicamente separadas, son socialmente útiles por derecho propio, su combinación crea la condición para la aparición del «crédito circulatorio», el motor que pone en marcha el ciclo económico. Lo que sucede en este escenario es que el banco comienza a tratar sus depósitos a la vista, confiados por sus clientes para su custodia, como ahorros disponibles para prestar al público, mediante la creación de billetes de banco y/o depósitos a la vista no respaldados por un aumento de las reservas. Luego se prestan a prestatarios dispuestos, que se embarcan en proyectos en los que se puede invertir. Mientras que en el primer caso, sin embargo, el dinero prestado al prestatario representaba un derecho sobre bienes que el público, al reducir su consumo, había ahorrado voluntariamente para tal inversión, esta vez no se produjo ninguna reducción del consumo por parte del público: «puede ocurrir un acto de nueva “inversión” que sea independiente de cualquier aumento de los “ahorros” voluntarios» (Ebeling 2010, 291).

Para atraer a nuevos prestatarios a tomar préstamos adicionales, el banco debe acomodar estas nuevas cuentas de cheques a tipos de interés más bajas que de otra manera, para que los proyectos marginales parezcan rentables. Estos proyectos marginales tienden, según Mises, a ser los más alejados en el tiempo del consumo actual, ya que «la sensibilidad de la rentabilidad de un proyecto al tipo de interés está directamente relacionada con su duración» (Murphy 2015, 252). Los proyectos que requieren que el capital esté inmovilizado durante un largo período de tiempo reciben un impulso artificial cuando se baja el tipo de interés, lo que incentiva a los empresarios a realizar inversiones intensivas en capital a largo plazo. El tipo de interés de mercado, por tanto, en el marco misesiano, «coordina la producción a lo largo del tiempo» (Woods 2009, 67). La decisión del consumidor de cómo asignar su decisión de gasto entre el presente y el futuro se refleja en la cantidad de ahorros que proporciona a la comunidad. La relativa escasez/abundancia de estos ahorros que surgen de las relaciones entre el consumo presente y futuro de las personas se comunica a la comunidad empresarial a través del tipo de interés: un tipo de interés alto que indica una baja disposición a aplazar el consumo hacia el futuro, mientras que uno más bajo que denota una mayor orientación hacia el futuro. Con base en este tipo de interés, los empresarios hacen cálculos que los guían para alinear sus decisiones de producción intertemporal con las preferencias de consumo intertemporal del público.

Sin embargo, si un aumento de los fondos prestados no es un reflejo de la mayor voluntad de ahorro de la gente, sino la consecuencia del «crédito de circulación» emitido por los bancos, la alineación entre ahorradores e inversores se distorsiona. Mientras que los empresarios se ven inducidos a ampliar la estructura de capital de la economía y a participar en proyectos a largo plazo que darán sus frutos en un futuro más lejano, los consumidores no han disminuido sus niveles de consumo actual. Esta discordancia, pone en marcha una trayectoria en la que la economía es arrastrada contemporáneamente en la dirección de más consumo y más inversión, un camino insostenible que en última instancia tiene que ser revertido (Ritenour 2010, 369-70). «La escasez de recursos... finalmente convierte el auge en fracaso» (Garrison 2001, 72). En Nationalökonomie Mises (1940, 523) se llega a la conclusión de que «lo que se considera malo en una recesión económica son los efectos que entran en juego de las consecuencias de un boom artificial alimentado por la expansión del crédito».

La clase emprendedora como un maestro constructor equivocado

La insuficiencia de recursos disponibles para completar todos los proyectos de largo plazo que han emprendido los empresarios se manifiesta en un aumento del precio de los bienes de consumo en relación con el de los bienes de producción, y en el restablecimiento de una tasa de interés más alta. Estos cambios convierten lo que se consideraba un esfuerzo rentable en una pérdida de propuestas económicas. Muchas empresas cierran, mientras que otras reducen la producción y despiden trabajadores. Este es el comienzo de la recesión. Su origen no es la insuficiencia de la demanda agregada, sino el boom «insostenible» impulsado por la fácil política monetaria del sistema bancario, que ha inducido a los empresarios a invertir en planes demasiado ambiciosos y a no invertir en procesos de producción más cortos que los consumidores más deseaban. Una recesión, según Mises, representa por lo tanto una sana corrección, que empuja a los empresarios a poner fin a sus actividades derrochadoras y a reasignar sus factores de producción disponibles en función de las necesidades más urgentes de los consumidores. Una recesión, se puede decir, refleja la reafirmación de la soberanía del consumidor en toda la estructura de producción.

Para mostrar la naturaleza del auge como una implicación de Malinvestment, y el papel de la recesión como una sana liquidación de errores pasados, Mises utiliza el ejemplo de un maestro de obras como agente representativo de toda la comunidad empresarial, quien, al juzgar mal la cantidad de recursos disponibles, aconseja un plan de construcción excesivamente ambicioso que no puede ser completado. «Toda la clase empresarial se encuentra, por así decirlo, en la posición de un maestro de obras cuya tarea consiste en construir un edificio a partir de un suministro limitado de materiales de construcción. Si este hombre sobreestima la cantidad de la oferta disponible, elabora un plan para cuya ejecución los medios de que dispone no son suficientes. Sobredimensiona las bases y los cimientos y sólo descubre más tarde en el progreso de la construcción que carece del material necesario para la terminación de la estructura. Es obvio que la culpa de nuestro maestro de obras no fue una sobreinversión, sino un empleo inapropiado de los medios a su disposición» (Mises 1949, 556-57).

Similitudes aproximadas, diferencias fundamentales

En ambas teorías del ciclo económico, el sistema bancario desempeña un papel crucial. Es el crédito recién creado por parte del banquero, prestado a los empresarios, el que en ambos escenarios da lugar a la euforia del auge y, en última instancia, a la inevitable consecuencia de una crisis. Además, en ambas teorías, las recesiones representan procesos de reajuste saludables que no necesitan ser interferidos para garantizar la posibilidad de un desarrollo económico futuro. En la historia de Schumpeter, sin embargo, las crisis económicas se consideran endémicas del capitalismo, mientras que para Mises son el resultado de la manipulación de la economía de mercado.

Esta divergencia fundamental se deriva de la base sobre la que se construyen sus teorías. Schumpeter se aparta de un marco de equilibrio general e intenta desde allí dar cuenta del cambio. Dadas las limitaciones del flujo circular, el cambio, concluye, sólo puede provenir de empresarios heroicos que, financiados por el crédito bancario inflacionista, imponen su voluntad a los consumidores y perturban la estructura subyacente del mercado. La teoría de Mises, por el contrario, no se basa en un mundo de equilibrio (no acción), sino en uno de desequilibrio (acción). El cambio está ahí desde el principio, cuando los empresarios emprendedores se esfuerzan, bajo la incertidumbre, por ajustar la producción –con la ayuda de los precios del dinero– hacia la satisfacción de los deseos del consumidor. La soberanía del consumidor, no el innovador, es para él el aspecto fundamental del capitalismo (Knox 2005).

Es cierto que incluso este último emplea el concepto de economía en rotación uniforme –que denota una economía auto-reproductora– pero el propósito de este concepto no es, para Schumpeter, representar una realidad subyacente, sino «simplemente proporcionar un punto de partida para la construcción de una teoría realista» (Hérbert 1988, 128). Lo que necesita explicación es cómo pueden producirse desajustes estructurales entre las preferencias intertemporales de los consumidores y los procesos de producción intertemporales, y en la medida en que el mercado tiende a eliminar a los malos empresarios, los ciclos económicos deben provenir de fuerzas ajenas al mercado. Mientras que la introducción de fondos de préstamo no respaldados por el ahorro representa la única forma lógica de contabilizar la evolución capitalista en la economía schumpeteriana, según Mises, representa una distorsión violenta del carácter inherente de coordinación del proceso de mercado.

CONCLUSIÓN

Este documento comenzó con el clima de libertad que impregnó Viena durante la segunda mitad del siglo XIX, y que creó las condiciones para el avance cultural e intelectual. Un ejemplo de ello fue la Escuela Austríaca, nacida de la innovadora pluma de Carl Menger, cuyo enfoque difiere radicalmente tanto de las posiciones antiteóricas de la Escuela Histórica Alemana como de la economía cuantitativa de Jevons y Walras. A Menger le sucedieron Böhm-Bawerk y Wieser, que aprovecharon las principales contribuciones de su profesor. A pesar de la recepción de su mensaje, estos dos miembros de la segunda generación eran diferentes de manera significativa, y estas diferencias dieron forma a las figuras principales de la Tercera Generación: Mises y Schumpeter.

Formado bajo la dirección de Böhm-Bawerk, Mises profesó el carácter a priori de la teoría económica, las insuficiencias de la inducción y la relevancia de la Economía para revelar las relaciones de causa y efecto que rigen el mundo real. Schumpeter, por el contrario, que «se sentía más cercano a las obras de Walras y von Wieser», empleó una metodología positivista, enfatizó la naturaleza cuantitativa de la Economía y expresó su fe en el modelo de equilibrio general. Sus diferencias metodológicas, como se ha demostrado, finalmente salen a la luz en sus respectivos informes de por qué aparecen las fluctuaciones estructurales en las economías capitalistas. Aquí los puntos de acuerdo, son superados por sus divergencias no en número, sino en esencia. Por supuesto, ya que ambos autores abordan temas muy similares: la importancia del sistema bancario y su expansión artificial del crédito en el período de auge; el papel dinámico del empresario en la licitación de recursos de otros usos; el carácter inherentemente reajustable de las recesiones y la necesidad de reequilibrar. Prueba de la similitud en estos puntos es el hecho de que el propio Mises, en 1931, elogió el libro de Schumpeter como una de las cuatro contribuciones más importantes en lengua alemana (McCaffrey 2014).

Sin embargo, a pesar de sus méritos, según la Teoría del desarrollo económico de Mises Schumpeter fue «un producto típico de su teoría del equilibrio» (Mises 2009, 28). Comprendiendo la insuficiencia del análisis estático –que sólo había explicado cómo funcionaban las cosas en un entorno estacionario–, Schumpeter se fijó la tarea de revelar la dinámica de una economía cambiante. Aunque el final de su investigación había cambiado, los medios con los que se embarcó en tal proyecto, sin embargo, permanecieron invariables. Queriendo permanecer fiel al modelo de su «gran maestro» –que le obligó a considerar el equilibrio general como el estado ordinario de las cosas–, formuló una historia que comenzó en un estado de reposo. Pronto, por la unión de heroicos empresarios e ingeniosos banqueros, este estado de reposo fue perturbado, para ser eventualmente reemplazado por uno nuevo. En esta historia, la fase de auge del ciclo económico se asocia con la perturbación inicial, mientras que la lucha por alcanzar un nuevo estado de descanso es representativa de la depresión. El desarrollo y los ciclos económicos son fenómenos inseparables.

En la teoría de Mises, el desarrollo capitalista y los ciclos económicos no son inseparables. Lo segundo, de hecho, debe considerarse como la negación de lo primero. Basándose en la teoría de la acción tal como se manifiesta en el mundo real, el aspecto fundamental del desarrollo capitalista no es, para él, la introducción de innovaciones tecnológicas y la ruptura del equilibrio, sino la producción, del lado de los empresarios que asumen riesgos, para satisfacer los deseos más urgentes de los consumidores. La alineación entre la especulación empresarial y la satisfacción del consumidor es posible gracias al sistema de precios que, al ser un reflejo de las condiciones subyacentes de escasez de bienes y servicios, proporciona a los productores tanto la brújula como el incentivo para actuar económicamente. Mientras que las decisiones empresariales están siempre sujetas a la incertidumbre y, por lo tanto, siempre son susceptibles de fracaso, la comprensión del mercado como un mecanismo de ajuste incorporado, llevó a Mises a la conclusión de que sólo puede producirse un conjunto de errores cuando el mecanismo de precios es engañado por la expansión del crédito del sistema bancario, lo que crea un desajuste entre la preferencia temporal del consumidor y la estructura de la producción.

  • 1Cuando el sociólogo Albion Woodbury Small visitó a Menger en Viena en 1903, éste le confesó que «me es totalmente indiferente que se conserve el nombre de Escuela Austriaca. Lo importante es que todo economista digno de ese nombre ha adoptado prácticamente todo lo esencial que yo representaba» (Small 1924, 173).

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Ferrero, Bernardo, «¿Son las fluctuaciones estructurales naturales o inducidas por las políticas? análisis de las contribuciones de Mises y Schumpeter a la teoría del ciclo económico», Quarterly Journal of Austrian Economics 22, no. 2 (verano de 2019): 181-217.

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