Los debates sobre el desarrollo económico de los países en desarrollo suelen pasar por alto un factor crítico: la transferencia de tecnología. Sin embargo, la historia demuestra que la difusión tecnológica es esencial para el crecimiento económico. Aunque es indudable que los innovadores dan forma a las industrias, a menudo son los imitadores quienes cosechan los mayores frutos. Estos recién llegados aprenden de los pioneros, adoptando y perfeccionando las tecnologías existentes para mejorar la productividad.
Un ejemplo sorprendente es Corea del Sur, que aprovechó la tecnología extranjera, sobre todo la japonesa, durante su industrialización. Las empresas coreanas se apropiaron activamente de las innovaciones extranjeras, lo que permitió al país pasar de una economía agraria a una potencia de alta tecnología. En términos más generales, las empresas de Asia Oriental desempeñaron un papel proactivo en la adquisición de tecnologías extranjeras, impulsando la productividad y fomentando la innovación autóctona. Hoy, Asia Oriental es un testimonio del poder de la adopción tecnológica estratégica. Los países en desarrollo deberían tomar nota y formular políticas que reflejen estos modelos de éxito.
Sin embargo, un enfoque erróneo que algunos gobiernos han empleado para promover la innovación es la política de vincular a los becarios —obligándoles a regresar a su país tras completar su educación en el extranjero. Este método es contraproducente. Los recién licenciados carecen de conocimientos prácticos, por lo que no están preparados para impulsar la innovación en las empresas locales. Además, muchos contribuyentes pueden oponerse a la financiación de becas, pero tal disensión sigue siendo minoritaria. Por tanto, si los gobiernos insisten en la vinculación, deberían hacerlo de forma que se maximicen sus beneficios.
En lugar de obligar a los estudiantes a regresar, los responsables políticos deberían animarles a adoptar una empresa local. A lo largo de sus estudios, estos académicos podrían compartir la investigación pertinente con sus empresas de adopción y -al conseguir un empleo en el extranjero- exponer estas empresas a las mejores prácticas mundiales. Esta dinámica crearía una relación mutuamente beneficiosa, que podría motivar a las empresas a ofrecer salarios competitivos para atraer a los talentos que regresan.
Los países en desarrollo también deben modernizar su política exterior para dar prioridad al progreso económico. Pensemos en Jamaica, que aún no ha extraído de forma rentable sus minerales de tierras raras debido a limitaciones tecnológicas. Una asociación con una industria minera avanzada podría cambiar esta situación. Colorado —sede de importantes empresas mineras y universidades especializadas— presenta una oportunidad de colaboración ideal. En lugar de mantener múltiples consulados en centros tradicionales como Nueva York y Florida, Jamaica podría redirigir sus recursos nombrando un «embajador del conocimiento» en Colorado. Este funcionario facilitaría la colaboración entre empresas mineras e instituciones académicas de ambas regiones, fomentando el intercambio de conocimientos.
Otros países en desarrollo deberían plantearse propuestas similares. Nombrar embajadores del conocimiento en Silicon Valley podría desbloquear valiosas colaboraciones, mientras que asignar representantes especiales a empresas como Google y OpenAI aceleraría la difusión tecnológica. Si estas iniciativas tuvieran éxito, crearían incentivos para que las mentes más brillantes regresaran a casa. La experiencia de Corea del Sur en la década de 1980 ofrece un precedente convincente —dos tercios de los científicos con doctorados en universidades de los EEUU regresaron, lo que aumentó significativamente la productividad de las empresas nacionales que confiaban en su experiencia.
Otra ventaja para los países en desarrollo es su relativa insignificancia a los ojos de las superpotencias mundiales. A diferencia de las economías emergentes, percibidas como competidores potenciales, no son objeto de escrutinio por espionaje industrial. Esto les otorga una mayor flexibilidad a la hora de adquirir conocimientos sin provocar tensiones geopolíticas.
En lugar de enzarzarse en debates inútiles sobre reparaciones y agravios coloniales, los países en desarrollo deberían centrarse en políticas con visión de futuro que impulsen el progreso. El éxito de Asia Oriental demuestra que la adopción de tecnologías estratégicas es mucho más valiosa que quedarse en las injusticias del pasado. Es hora de que los países en desarrollo tracen el camino hacia un futuro próspero apostando por la innovación y las asociaciones estratégicas.