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Cuando los gobiernos confiscan riqueza para financiar programas gubernamentales

Los empresarios tratan de llevar a cabo sólo aquellos proyectos que parecen prometer beneficios. Esto significa que se esfuerzan por utilizar los escasos medios de producción de tal manera que las necesidades más urgentes sean satisfechas primero, y que ninguna parte del capital y del trabajo sea dedicada a la satisfacción de las necesidades menos urgentes mientras una necesidad más urgente, para cuya satisfacción podrían ser utilizados, quede insatisfecha.

Cuando el gobierno interviene para hacer posible un proyecto que promete, no beneficios, sino pérdidas, entonces sólo se habla en público de la necesidad que encuentra satisfacción a través de esta intervención; no se oye nada de las necesidades que no se satisfacen porque el gobierno ha desviado a otros fines los medios para satisfacerlas. Sólo se considera lo que se gana con la acción del gobierno, no también lo que cuesta.

El economista no está llamado a decirle al pueblo lo que debe hacer y cómo debe utilizar sus recursos. Pero es su deber llamar la atención del público sobre los costos. Esto lo diferencia del charlatán que siempre habla sólo de lo que la intervención da, nunca de lo que toma.

Consideremos, por ejemplo, un caso que hoy podemos juzgar con objetividad porque es un asunto del pasado, aunque no de un pasado muy lejano. Se propone que un ferrocarril, cuya construcción y explotación no promete rentabilidad, sea posible gracias a una subvención del gobierno. Puede ser, se dice, que el ferrocarril no es rentable en el sentido habitual de la palabra y que, por lo tanto, no es atractivo para los empresarios y capitalistas, pero contribuiría al desarrollo de toda la región. Fomentaría el comercio, la industria y la agricultura y, por lo tanto, contribuiría de manera importante al progreso de la economía. Todo esto tendría que ser tomado en consideración si el valor de esta construcción y operación debe ser juzgado desde un punto de vista más alto que el de la rentabilidad solamente. Desde el punto de vista de los intereses privados, la construcción del ferrocarril puede parecer desaconsejable. Pero desde el punto de vista del bienestar nacional parece beneficiosa.

Este razonamiento es completamente erróneo. Por supuesto, no se puede negar que los habitantes de la región por la que va a pasar el ferrocarril se verán beneficiados. O, más exactamente, da ventajas a los terratenientes de esta región y a los que han hecho allí inversiones que no pueden ser transferidas a otra parte sin una disminución de su valor. Se dice que desarrolla las fuerzas productivas de las regiones por las que discurre. El economista tiene que expresarlo de otra manera: El Estado paga las subvenciones con el dinero de los contribuyentes para la construcción, el mantenimiento y la explotación de la línea que, sin esta ayuda, no podría ser construida y explotada. Estos subsidios desplazan una parte de la producción de lugares que ofrecen condiciones naturales de producción más favorables a lugares que son menos adecuados para este fin. Se cultivarán tierras que, por su lejanía de los centros de consumo y por su baja fertilidad, no podrían permitir un cultivo rentable si no se subvencionan indirectamente mediante subvenciones financieras al sistema de transporte, a cuyo costo no puede contribuir proporcionalmente. Ciertamente, estos subsidios contribuyen al desarrollo económico de una región en la que, de otro modo, se produciría menos. Pero el aumento de la producción en la parte del país así favorecida por la política de ferrocarriles del gobierno debe contrastarse con la carga que pesa sobre la producción y el consumo en las partes del país que tienen que pagar los costos de la política gubernamental. Las tierras más pobres, menos fértiles y más remotas están siendo subvencionadas con el producto de los impuestos, que o bien gravan la producción de las mejores tierras o bien tienen que ser soportados directamente por los consumidores. Las empresas situadas en la región menos ventajosa podrán ampliar la producción, pero las empresas situadas en lugares más ventajosos tendrán que restringir su producción. Se puede considerar que esto es «justo» o políticamente conveniente, pero no hay que engañarse creyendo que aumenta la satisfacción total; la reduce.

No hay que considerar el aumento de la producción en la región atendida por el ferrocarril subvencionado como una «ventaja desde el punto de vista del bienestar nacional». Estas ventajas se deben únicamente a que un número de empresas están operando en lugares que en condiciones diferentes se habrían considerado desfavorables. Los privilegios que el Estado concede a estas empresas de manera indirecta al subvencionar los ferrocarriles no difieren en nada de los privilegios que el Estado concede a otras empresas menos eficientes en condiciones diferentes. En definitiva, el efecto es el mismo tanto si el Estado subvenciona o concede privilegios a la empresa de un zapatero, por ejemplo, para que pueda competir con los fabricantes de calzado, como si favorece a los terrenos, que por su ubicación no son competitivos, pagando con fondos públicos una parte de los gastos de transporte de sus productos.

No importa si el Estado se encarga él mismo de la empresa no rentable, o si subvenciona a una empresa privada para que pueda emprender la empresa no rentable. El efecto sobre la comunidad es idéntico en ambos casos. El método utilizado para conceder la subvención tampoco es importante. No importa si se subvenciona al productor menos eficiente para que produzca o aumente su producción, o si se subvenciona al productor más eficiente para que no produzca o restrinja su producción. No importa si se pagan recompensas por producir o por no producir, o si el gobierno compra los productos para retirarlos del mercado. En cada caso los ciudadanos pagan dos veces como contribuyentes que pagan indirectamente el subsidio, y luego otra vez como consumidores en precios más altos por los bienes que compran y en consumo reducido.

Una selección del capítulo IV de Interventionism: An Economic Analysis.

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Image Source: weerapatkiatdumrong via Getty
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