Dada la reciente charla de David Gordon sobre el tema de las recomendaciones de política exterior que el gran historiador Charles A. Beard tenía para los Estados Unidos, en concreto el «Continentalismo» que proscribía en obras como A Foreign Policy for America, merece la pena recordar otra de sus grandes obras e ideas que servirían de base para una mejor comprensión de la política exterior americana: American Foreign Policy in the Making, 1932-1940; A Study in Responsibilities.
En esta obra, Beard puso el dedo en la llaga de lo que más tarde se formularía explícitamente como teoría de la elección pública, un elemento fundacional del realismo libertario, que considera que toda política exterior está esencialmente en función de la política interior. Esta perspectiva, tan crucial para entender los fracasos y las hipocresías de la política exterior americana moderna, estaba muy adelantada a su tiempo —y sigue siendo tan relevante hoy como lo era cuando Beard escribió.
La crítica de Beard a la política exterior americana
Charles A. Beard suele ser considerado uno de los historiadores americanos más importantes del siglo XX, no sólo por sus exhaustivos relatos históricos, sino por su penetrante análisis de las motivaciones que subyacen a las acciones del gobierno. Mientras que muchos historiadores se centraron en los acontecimientos políticos y económicos que dieron forma a los Estados Unidos, Beard dio un paso más y examinó los intereses, ideologías e imperativos internos que impulsaron las acciones del gobierno de los EEUU —especialmente en el ámbito de la política exterior.
En American Foreign Policy in the Making, 1932-1940, Beard diseccionó las decisiones de política exterior tomadas por Franklin D. Roosevelt durante un periodo crítico de la historia americana, que sentaría las bases para la eventual entrada de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial. Beard reconoció el conflicto fundamental entre los supuestos ideales de la política exterior americana —basados en la autodeterminación democrática y la no intervención— y la realidad del hegemonismo deseado y el interés económico propio que a menudo sustentaban esas decisiones. En lugar de considerar la política exterior como un reflejo de nobles ideales, Beard la veía como una consecuencia de la interacción entre intereses nacionales contrapuestos, en particular el deseo de las élites de expandir el poder estatal y fomentar mercados internacionales que beneficiasen sus agendas políticas y económicas.
Esta idea constituiría más tarde un pilar fundamental de la teoría de la elección pública, que afirma que todas las acciones gubernamentales —tanto nacionales como extranjeras— están motivadas por la búsqueda de poder y riqueza por parte de intereses particulares. Para Beard, la política exterior de Roosevelt tenía menos que ver con la protección de la democracia en el exterior y más con la consolidación del poder en el interior. Este punto de vista coincide estrechamente con la crítica libertaria del intervencionismo americano moderno, que sostiene que la política exterior es a menudo una herramienta del capitalismo de amiguetes, al servicio de los intereses de las empresas multinacionales, los contratistas de defensa y otras élites que obtienen beneficios de la guerra, el gasto militar y la hegemonía mundial.
Continentalismo: una visión no intervencionista
La defensa de Beard de una política exterior basada en el «continentalismo» contrasta marcadamente con el espíritu intervencionista que ha dominado la vida política americana en los siglos XX y XXI. En «Una política exterior para América», Beard argumentó que los Estados Unidos debería adoptar una estrategia centrada en preservar la paz en el hemisferio occidental y evitar involucrarse en conflictos europeos y asiáticos. En lugar de intervenir en el extranjero, Beard sostenía que los EEUU debería centrarse en fortalecer su propio sistema político y económico, priorizando su propia prosperidad y seguridad sin necesidad de construir un imperio.
El continentalismo de Beard no era «aislacionista», un epíteto con el que, como era previsible, se le atribuyó. Era un compromiso estratégico con el no intervencionismo que reconocía las realidades geopolíticas de las Américas, al tiempo que rechazaba la necesidad de aventurerismo militar en el extranjero. Esta visión se basaba en un profundo escepticismo respecto a la guerra y su capacidad para resolver disputas internacionales. En su «Teoría del diablo en la Guerra» —una obra que se erige como una crítica contundente a las justificaciones ideológicas de la guerra—, Beard ya había argumentado que la guerra no era un resultado inevitable de la naturaleza humana ni una fuerza histórica eterna. En cambio, veía la guerra como una herramienta utilizada por las élites con fines de consolidación, expansión y lucro. Su crítica fue profética, anticipando el auge del complejo militar-industrial y el creciente papel de los intereses corporativos en la configuración de la política exterior americana.
El análisis de Beard se basaba en una profunda comprensión de los peligros del imperialismo, así como de los efectos corrosivos de la guerra sobre las instituciones democráticas. Consideraba la guerra como una fuerza centralizadora que expandía los poderes del Estado a expensas de la libertad individual y la libertad económica. Su defensa de una política exterior no intervencionista no era solo una postura moral, sino un reconocimiento práctico de que la guerra erosiona los principios que hacen único a América —principios que, de preservarse, podrían ofrecer una poderosa alternativa al autoritarismo que comenzaba a definir el orden global.
Realismo libertario: la influencia de Beard en los pensadores modernos
En muchos sentidos, las ideas de Beard anticipan la crítica libertaria más amplia de la política exterior americana, una que se articuló más explícitamente en las obras de figuras como Murray Rothbard. Rothbard, en particular, se basó en el escepticismo de Beard respecto al poder estatal y el imperialismo, aplicando estas ideas al escenario global.
Mises —cuyo trabajo sobre la economía del intervencionismo sigue siendo fundamental para la economía austriaca— sin duda habría apreciado los argumentos de Beard sobre las consecuencias económicas de las decisiones de política exterior. Mises veía la guerra y la intervención extranjera no como oportunidades para promover la libertad, sino como mecanismos mediante los cuales el Estado se vuelve cada vez más poderoso, sin importar las consecuencias para la gente común. Mises, al igual que Beard, veía al Estado como fundamentalmente antagónico a la libertad, y ambos advirtieron que la expansión del poder estatal, en última instancia, resultaría en la erosión de las mismas libertades que pretendía defender.
David Gordon, al devolver a Beard al primer plano, ha contribuido en gran medida a revitalizar y ampliar sus perspectivas. Su reciente conferencia sobre las contribuciones de Charles A. Beard a la comprensión de la política exterior americanas nos recuerda que, lejos de ser un crítico aislado, Beard formó parte de una larga tradición de historiadores que comprendieron los peligros del intervencionismo y el imperialismo.
El amiguismo y el imperialismo de la política exterior americana
La política exterior de los Estados Unidos en los siglos XX y XXI ha validado en gran medida las advertencias de Beard y sus descendientes intelectuales. Desde la creación del complejo militar-industrial hasta las guerras aparentemente interminables en Oriente Medio, la política exterior americana se ha visto impulsada a menudo por los intereses de una élite poderosa —corporaciones, contratistas de defensa y políticos que buscan expandir su influencia y control. Como predijo Beard, el supuesto idealismo de la política exterior americanas a menudo ocultaba una realidad más oscura y egoísta.
Las consecuencias de este favoritismo e imperialismo han sido devastadoras. No solo se han perdido millones de vidas en guerras en el extranjero, sino que los costos internos de estas intervenciones han sido elevados. El compromiso del gobierno de los EEUU con la guerra sin fin ha contribuido a la erosión de las libertades civiles, la expansión del estado de vigilancia y el crecimiento del poder centralizado. Lejos de promover la libertad o la democracia, el intervencionismo americano ha fomentado un mundo de inestabilidad, conflicto y desigualdad.
Conclusión: un regreso a la sabiduría de Beard
En el mundo actual de rivalidades geopolíticas, conflictos militares e inestabilidad económica, las ideas de Charles A. Beard ofrecen una poderosa alternativa a las políticas intervencionistas que han llegado a dominar la política exterior americana. La visión de Beard de una política exterior basada en el continentalismo, el no intervencionismo y el escepticismo bélico sigue siendo tan relevante como siempre. Es hora de que los libertarios, los no intervencionistas y los defensores de la libertad revisen la obra de Beard, así como las ideas de Rothbard, Mises y Gordon, para reivindicar una política exterior que priorice la paz, la libertad individual y la prevención de conflictos innecesarios. De este modo, honraremos la memoria de uno de los más grandes historiadores americanos y retomemos una política exterior que refleje los verdaderos valores de la libertad y la autodeterminación.