The Austrian

Desigualdad, capital y el problema de Piketty

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Extraído de The Austrian 4, nº 1 (Enero/Febrero 2018): 15-17

Anti-Piketty: Capital for the 21st Century · Jean-Philippe Delsol, Nicolas Lecaussin y Emmanuel Martin, eds. · Cato Institute, 2017

Cuando se publicó en 2015 El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, sufrió un destino inesperado para un tratado de 700 páginas lleno de estadísticas y ecuaciones. Se convirtió en un superventas. Proclamado como obra maestra por Paul Krugman y digna de un premio Nobel para su autor por Larry Summers, sintetizaba y extendía perfectamente una explicación familiar de la propaganda anticapitalista, que se encuentra en formas más crudas en los discursos de Bernie Sanders.

Según Piketty, el capitalismo a lo largo del tiempo amplía las diferencias entre ricos y pobres. En años recientes han abundado las quejas acerca de que solo los ricos, y especialmente los superricos, se benefician de crecimiento económico. En opinión de Piketty, este hecho no es una casualidad de las condiciones presentes, sino que refleja una ley del desarrollo capitalista. Esta ley es la famosa r > c, es decir, los réditos del capital exceden el crecimiento económico. Los capitalistas que obtienen pagos de intereses se llevan una porción cada vez mayor de las ganancias del crecimiento económico y así aumenta la diferencia entre ricos y pobres. A veces esta alarmante tendencia puede detenerse: guerras y revoluciones ralentizan la acumulación de capital y aumentan la igualdad. Pero la tendencia general hacia la desigualdad está clara y tiene que restringirse con altos impuestos sobre la renta y la riqueza.

El retrato del capitalismo de Piketty no ha quedado sin respuesta y Anti-Piketty recoge algunas de sus críticas más importantes. Una de las más convincentes es evidente. Si el capitalismo ha sido tan malo para los pobres, ¿cómo puede ser que el nivel de vida de los pobres haya aumentado enormemente? Como señala Jean-Philippe Delsol, un periodista económico francés: “La gente que se centra en la desigualdad a menudo parece olvidar un hecho histórico: las economías de mercado han permitido a muchísimas personas hacerse ricas y salir de la pobreza. Este efecto no tiene precedentes en la historia. (…) La velocidad a la que la economía de mercado permite a grupos humanos sacarnos de la pobreza debería maravillarnos”.

El famoso demógrafo y economista Nicholas Eberstadt expone algo relacionado. “Se diga lo que se diga acerca de las desigualdades económicas en nuestra época, es bastante evidente que hoy las fuerzas materiales no trabajan implacable y universalmente para aumentar las diferencias en los niveles de vida de la humanidad. Desde el punto de vista de la esperanza de vida y los años de educación, en realidad la condición humana es incontestablemente más igual hoy de lo que ha sido nunca”.

¿Cómo podría responder Piketty? De este libro se deduce que lo que le importa es la diferencia entre ricos y pobres, más que la calidad de vida de la que disfruten estos últimos. Es probable que diga: “Es verdad que hoy los pobres en su mayor parte no viven en circunstancias abyectas. Aun así, los superricos tienen muchísima más riqueza que los demás. Esto basta por sí mismo para justificar la acción correctiva del gobierno”.

Pero esto expondría a Piketty a otra objeción. ¿Por qué es mala la desigualdad? Si llevas una buena vida, pero otros viven mejor, ¿por qué tendrías motivo para quejarte solo debido a la desigualdad? Es una pregunta esencial, pero por desgracia no se trata en Anti-Piketty. En un ensayo densamente escrito, Daron Acemoglu y James A. Robinson dicen: “Puede ser difícil mantener instituciones políticas que creen una distribución dispersa de poder político para una amplia parte de la población en una sociedad en la que un pequeño número de familias e individuos se hayan convertido en desproporcionadamente ricos”.

A partir de la literalidad de su comentario, ¿no sería una mejor solución para el problema que plantea reducir el poder del estado en lugar de confiscar riqueza? Pero este no es el problema que quiero tratar ahora. Es la falta de tratamiento de los contribuidores de la justicia intrínseca de la igualdad. ¿La igualdad es buena o mala en sí misma? ¿Por qué o por qué no? Los contribuidores dejan aparte este problema vital.

Antes de ocuparnos de la explicación r > c de Piketty sobre el aumento de la desigualdad, debemos plantear otra pregunta. ¿Ha demostrado que la desigualdad está aumentando de verdad? Si no es así, no hay nada que explicar de su fórmula.

El historiador Phillip W. Magness y el economista Robert P. Murphy (un nombre conocido para los lectores de The Austrian) analizan en una contribución conjunta y con un efecto devastador las evidencias estadísticas de Piketty sobre la desigualdad. Están a punto de acusar al Piketty de fraude y engaño: “Las discrepancias que identificamos aparecen en todo el libro, empezando con enunciados erróneos de hechos históricos básicos y extendiéndose a una abundancia de distorsión política y sesgo de confirmación en su selección de datos y decisiones metodológicas. En su uso de suposiciones de datos comunistas para acentuar la forma de una línea deseada de tendencia, explicando ostensiblemente una característica hipotética del capitalismo, por ejemplo, es difícil mantener una opinión noble sobre la investigación realizada”.

Lo característico de Piketty, la fórmula r > c, no funciona mejor en manos de los contribuidores de este libro. El economista Randall Holcombe utiliza algo muy destacado por los economistas austriacos para desmembrar toda la aproximación de Piketty a la teoría del capital. Piketty escribe como si el crédito del capital fuera automático: todo lo que tiene que hacer un capitalista es invertir su dinero y las recompensas le llegarán a un tipo fijo. La realidad es exactamente la opuesta: “La idea general (de que el capital no solo obtiene un tipo de rédito, sino que tiene que ser empleado en una actividad productiva por su dueño) no desempeña ningún papel en la manera en que Piketty analiza su extensa serie de datos sobre desigualdad. Piketty hace que parezca que obtener réditos sobre el capital es una actividad pasiva. (…) Pero el capital tiene valor solo porque proporciona un flujo de renta a sus dueños y solo proporciona ese flujo si los dueños lo emplean productivamente”.

Piketty concibe erróneamente la naturaleza del crecimiento económico. Lamenta las ganancias de los capitalistas, pero sin sus inversiones el crecimiento no tendría lugar. Sigue un modelo conocido de Robert Solow, en el que los cambios en la tecnología, no las adiciones de capital, son los principales impulsores del crecimiento. Pero, como hace mucho tiempo señaló Mises, el conocimiento de la tecnología en los países pobres excede con mucho la capacidad de estos de poner en práctica dicho conocimiento. Lo que necesitan estos países es más capital y, si ha de continuar el crecimiento económico en los países ricos, estos también necesitarán aumentos en la inversión. Las políticas confiscatorias de Piketty ahogarían el crecimiento y la prosperidad en nombre de la igualdad. (Este punto básico contra Piketty se expresa de la manera más eficaz en un pequeño libro no incluido en esta colección, Piketty’s Capital, de George Reisman).

¿Tiene Piketty una respuesta? Podría afirmar que, aunque la inversión capitalista sí promueve el crecimiento económico, los capitalistas se apropian de los beneficios para sí mismos, sin mejorar a los demás. El economista Hans-Werner Sinn demuestra el error de esta línea de pensamiento: “La fórmula [de Piketty] no implica que la riqueza crezca más rápido que la producción económica. Solo se podía llegar a esa conclusión si los ahorros de una economía pudieran igualarse a la renta de capital de la economía, de forma que la tasa de crecimiento económico sea la misma que el tipo de interés. Pero no es así. Por el contrario, los ahorros son constantemente menores que la suma de toda la renta de capital. Los ricos consumen partes sustanciales de su renta. (…) Así que la tasa de crecimiento de la riqueza queda muy por debajo del tipo de interés; el hecho de que el tipo de interés exceda la tasa de crecimiento económico no implica en modo alguno que la riqueza crezca más rápido que la economía”. Se acabó r > c.

Supongamos, sin embargo, que aceptamos el análisis de Piketty y nos preocupa por tanto que los capitalistas tengan demasiado. Como señala apropiadamente Michael Tanner, la solución de Piketty a este supuesto problema no funcionaría. “Parece creer que pueden imponerse ‘impuestos confiscatorios’ (esas son sus palabras) sin cambiar los incentivos o desanimar la innovación y la creación de riqueza. Las soluciones de Piketty indudablemente generarían una sociedad más igualitaria, pero también una sociedad notablemente más pobre”. En su lugar, sugiere Tanner, ¿por qué no estimular la aparición de más capitalistas haciendo privada la Seguridad Social? “Ninguna política propuesta en años recientes habría hecho más por expandir la propiedad de capital que permitir a los trabajadores más jóvenes invertir una porción de los impuestos que pagan a la Seguridad Social mediante cuentas personales”. Piketty no contempla propuestas a favor del mercado de este tipo.

Los ensayos en Anti-Piketty hacen inevitable la afirmación de Nicolas Lecaussin. Piketty es uno de esos “intelectuales” a los que, como han señalado Ludwig von Mises y Robert Nozick, les molesta el libre mercado porque “no les reconoce (lo que piensan que es) su valor”. Los lectores de este libro se verán vacunados contra los mal justificados análisis y políticas de Piketty.

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David Gordon, “Inequality, Capital, and the Problem of Piketty,” Review of Anti-Piketty: Capital for the 21st Century by Jean-Philippe Delsol, Nicolas Lecaussin, and Emmanuel Martin, eds., The Austrian 4, no. 1 (January/February 2018): 15-17.

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