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Un problema con la economía matemática

Hace ochenta años, el economista americano Paul Samuelson publicó su aclamada tesis doctoral «El significado de la observación de la teoría económica», que más tarde constituiría la base de su libro Fundamentos del análisis económico. Estos trabajos fueron fundamentales para convencer a la mayoría de los economistas de que el uso de métodos matemáticos y estadísticos es el medio indispensable para investigar los fenómenos económicos. Cualquier economista que se oponga al «consenso samuelsoniano» es calificado burlonamente de economista literario. El economista literario no es realmente un economista porque se niega a utilizar los métodos superiores delineados por Samuelson y otros economistas matemáticos. Para los economistas matemáticos, los austriacos son la vanguardia de la economía literaria y, por tanto, no son auténticos economistas; son lógicos aberrantes que se aferran obstinadamente a métodos anacrónicos, que han quedado desfasados con la llegada de los métodos económicos cuantitativos.

Sin embargo, no siempre fue así. Antes de que el empirismo-positivismo arrasara la disciplina económica, prácticamente todos los economistas concebían la teoría económica como un marco puramente deductivo. De hecho, el libro de Lionel Robbins The Nature and Significance of Economic Science, que se publicó por primera vez en 1932, es esencialmente praxeología en todo menos en el nombre, y fue anunciado como el estándar de oro de la metodología económica durante casi veinte años. En su prefacio, Robbins expresa su deuda intelectual con Ludwig von Mises, a quien identifica como la principal influencia en su propia posición metodológica.

Además, aunque la economía matemática se remonta a la revolución marginal de la década de 1870, no fue, como ya se ha dicho, hasta la aparición del tratado de Paul Samuelson en 1947 que el enfoque cuantitativo usurpó el enfoque cualitativo tradicional, el enfoque de la economía propuesto de forma tan elocuente por Carl Menger en sus Principios de Economía de 1871. Está claro, pues, que la economía cualitativa practicada por los austriacos no es una mera idiosincrasia propia de la escuela austriaca; en su día fue la metodología dominante.

El defecto fundamental de la economía cuantitativa y matemática es manifiesto. El análisis cuantitativo implica la posibilidad de medir, pero la medición implica relacionar algo con un estándar. Sin una norma, no hay medición. En el ámbito de los fenómenos económicos, no hay estándares y, por tanto, no puede haber medición. Mises ha articulado conmovedoramente este punto: «No hay, en el campo de la economía, relaciones constantes y, en consecuencia, no es posible la medición».

Menger postuló que todos los fenómenos económicos son causados en última instancia por las acciones intencionales de los individuos. Pero no existe una norma objetiva y fija para medir las mentes y los valores de los hombres; no son objetos inanimados perfectamente predecibles, sino actores conscientes con mente propia. En resumen, no hay constancia en el ámbito del comportamiento humano. En consecuencia, la economía matemática no es más que un ejercicio de simbolismo epistemológicamente estéril. No puede dar explicaciones de los fenómenos económicos y no ha aportado más que confusión e incoherencia intelectual a la ciencia económica.

En resumen, la ausencia de constantes empíricas impide el uso fructífero de las matemáticas en la teorización económica. En contra de la doctrina dominante, la ciencia económica no es una ciencia empírica a posteriori, sino una ciencia deductiva a priori. Todo el corpus de la teoría económica puede deducirse del axioma del comportamiento humano intencionado. Y cómo es estrictamente imposible deducir proposiciones económicas verdaderas a partir del uso de las matemáticas, el intento de hacerlo no puede producir más que formalismos empíricamente redundantes. La adopción de la economía matemática por parte del gran cuerpo de economistas representa una profunda regresión en nuestra comprensión económica, y es el noble empeño de los austriacos oponerse a esta doctrina inherentemente anticientífica y perversa.

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