La ley de la necesidad establece que el precio de un bien esencial para que un individuo alcance sus fines (es decir, un bien inelástico) no puede permanecer excesivamente alto durante un período prolongado. Los seres humanos actúan con determinación en la búsqueda de sus fines, empleando ciertos medios para alcanzarlos. Si el precio de un bien necesario sube hasta el punto de impedir que un individuo alcance sus fines, este experimenta inquietud. «Excesivamente alto» se refiere a un nivel de precios en el que la inquietud se vuelve intolerable —cuando los individuos ya no pueden aceptar pasivamente el costo y se ven impulsados a actuar de manera decidida.
En esta etapa, la inquietud de pagar el precio supera a la inquietud de buscar alternativas. Dadas estas condiciones, con el tiempo, los individuos tratarán de reducir esta inquietud, ya sea descubriendo o creando sustitutos, fomentando la competencia para bajar el precio o, en casos extremos, mediante medidas coercitivas o violentas.
Por lo tanto, la ley de la necesidad implica que, a largo plazo, la fuerte imposición de impuestos a los bienes inelásticos y los precios elevados son insostenibles. Tales políticas provocarán inevitablemente resistencia política o el desarrollo de sustitutos. En consecuencia, un monopolio en un mercado libre no puede perdurar sin oposición, ya que la acción humana acabará por socavarlo o eludirlo. Los precios elevados también pueden desencadenar un cambio de régimen si las condiciones lo permiten.
Un buen ejemplo son los precios del combustible. El combustible es un bien necesario para el transporte, la producción y la calefacción. Cuando los precios suben moderadamente, los consumidores se quejan, pero siguen pagando. Cuando suben «excesivamente», hasta el punto de que las empresas quiebran, los hogares no pueden desplazarse y se genera malestar político, los individuos actúan. Recurren a alternativas (vehículos eléctricos, transporte público), a la acción política (protestas, revueltas) o a la sustitución tecnológica (inversión en energías renovables). Esto demuestra que, por muy «inelástica» que sea la demanda, los precios excesivamente altos no pueden persistir indefinidamente sin la acción humana.