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Un excelente Casey para el anarquismo

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[Anarquía libertaria de Gerard Casey (Continuum, 2012)]

Anarquía libertaria habría hecho las delicias de Murray Rothbard. En este libro, un distinguido filósofo irlandés defiende con contundencia y elocuencia el anarquismo rothbardiano. Al igual que Rothbard, Casey considera que el Estado es una organización criminal, que por su naturaleza viola los derechos humanos esenciales. Frente a quienes afirman que, sean cuales sean sus defectos, el Estado es sin embargo indispensable, Casey se niega a ceder terreno. Contrariamente a sus detractores, la anarquía no nos llevaría a un caos sin ley: la ley puede evolucionar y ha evolucionado independientemente del Estado.

En cuanto a la actitud de Casey hacia el Estado, no hay lugar a dudas. Él dice,

Los estados son organizaciones criminales. Todos los Estados, no sólo los obviamente totalitarios o represivos.... Pretendo que esta afirmación se entienda literalmente y no como alguna forma de exageración retórica. El argumento es sencillo. El hurto, el robo, el secuestro y el asesinato son delitos. Quienes se dedican a esas actividades, ya sea en nombre propio o en el de otros son, por definición, delincuentes. Al cobrar impuestos a la población de un país, el Estado lleva a cabo una actividad que es moralmente equivalente al robo o al atraco; al encarcelar a algunas personas, especialmente a las que han sido condenadas por los llamados delitos sin víctimas, o cuando recluta a personas para los servicios armados, el Estado es culpable de secuestro o encarcelamiento ilegal; al participar en guerras que no son puramente defensivas o, incluso si son defensivas, cuando los medios de defensa empleados son desproporcionados e indiscriminados, el Estado es culpable de homicidio o asesinato.

Es probable que los lectores de mi columna aplaudan; pero, por desgracia, la opinión de Casey sobre el Estado sigue siendo minoritaria tanto entre el público como entre los filósofos políticos. ¿Por qué la gente no reconoce que llamar «Estado» a un grupo de individuos no le confiere ningún poder para participar en actividades que normalmente se consideran delictivas? Casey responde que el sistema educativo tiene gran parte de la culpa:

Para que el Estado funcione, la masa de la población tiene que creer en su legitimidad. Para ello, el Estado emplea a una clase de apologistas profesionales y controla los medios de propaganda, a menudo a través del dominio del sistema educativo.... Nos educan para creer en la legitimidad del Estado: nuestra educación patrocinada por el Estado nos confirma en esta creencia y nada parece contar en su contra.

El Estado viola nuestros derechos, pero ¿qué derechos tenemos exactamente? Aquí Casey se adentra de nuevo en la senda rothbardiana. La autopropiedad parece difícil de negar, y una visión lockeana de la adquisición de la propiedad va adecuadamente con ella:

Hay algo sorprendentemente obvio en el principio de no agresión... se nos enseña de niños a no pegar a otros niños y a no coger lo que les pertenece... quizá no pensamos normalmente en nosotros mismos como algo que pueda poseerse, pero la reivindicación libertaria de la autopropiedad es, como mínimo, un rechazo de la idea de que alguien nos posea.

Casey, en una cuidadosa discusión sobre los derechos de propiedad, sostiene que los recursos naturales deberían tomarse como algo inicialmente sin dueño en lugar de ser propiedad de toda la comunidad. Si es así, ¿por qué un individuo no puede adquirir un recurso utilizándolo? La teoría de la propiedad de Locke es, en esencia, correcta, aunque debe complementarse con el reconocimiento recíproco de las reivindicaciones de propiedad por parte de los miembros de la comunidad en la que se producen.

Casey ha demostrado sobradamente cómo el Estado viola los derechos, pero ¿y si, a pesar de todo, es necesario? ¿Debemos soportar las violaciones de derechos para evitar el inevitable caos que se produciría si no existiera el Estado?

Casey tiene una respuesta muy eficaz. La sociedad sin Estado no tiene por qué ser caótica: el Derecho no ha dependido en absoluto en su evolución de la dirección de una autoridad central.

Casey —que es abogado—, se ha visto influido aquí por su maestro, Garrett Barden, y también por el filósofo jurídico americano John Hasnas. Casey resume su punto de vista de la siguiente manera:

Mi argumento es que, en el mundo real, las instituciones culturales fundamentales de la sociedad humana —el lenguaje, el derecho, la lógica y la moral— son el resultado de un proceso evolutivo espontáneo que no ha sido diseñado por nadie ni por ningún grupo, pero que, no obstante, es racional.

La resonancia hayekiana de esta afirmación es evidente. (No estoy seguro, sin embargo, de entender cómo la lógica es una institución y cómo podría evolucionar).

Aunque Casey tenga razón, ¿es su afirmación una mera fantasía teórica, incapaz de funcionar en el mundo real? Por el contrario, Casey señala que las sociedades anárquicas o casi anárquicas han existido durante largos periodos; menciona como ejemplos a los esquimales, la primitiva sociedad irlandesa y los somalíes. (También menciona Islandia, pero no la analiza en profundidad).

Casey presenta un sólido argumento a favor del anarquismo libertario; pero, de nuevo, de una forma que habría complacido a Rothbard, subraya que el libertarismo sólo se ocupa de una parte de la moralidad.

Nunca se insistirá demasiado en que el alcance limitado, aunque potente, del libertarismo no pretende negar la importancia del amor, la comunidad, la disciplina, el orden, el aprendizaje o cualquiera de los otros valores que son esenciales para el florecimiento humano. Los libertarios pueden apreciar estos valores tanto como cualquier otra persona pero, por mucho que los aprecien, rechazan todos y cada uno de los intentos de producirlos por la fuerza, la coacción o la intimidación.

Casey, como esperarán sus amigos, utiliza a veces el humor con un efecto devastador. Escribiendo sobre la noción de Edmund Burke de un contrato social trascendente y primigenio, comenta:

El pasaje [de Burke] que acabamos de considerar no es una página de una novela, ni una estrofa de un poema, ni un editorialista de The Daily Telegraph, sino que es, se supone, un intento serio y racional de rechazar el contractualismo mundano como raíz de la legitimidad del orden político. Despojado de su retórica, sin embargo, parece estar... totalmente desprovisto de argumentos, limitándose a una mera afirmación de que existe un gran contrato eterno primigenio (en el sentido muy especial que Burke da a ese término) que exige nuestra obediencia.

Anarquía libertaria es un libro excepcional que confirma el lugar de Casey en la primera fila de los filósofos políticos libertarios.

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Image Source: Mises Institute
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