En un artículo anterior de Mises Wire, escribí sobre cómo la definición de esperanza de Santo Tomás de Aquino se correlaciona increíblemente bien con lo que Carl Menger describiría en su definición seis siglos más tarde. Esta tendencia de figuras religiosas como Aquino y sus seguidores posteriores, los escolásticos españoles tardíos, a descubrir verdades económicas a pesar de estudiar teología, no economía, se puede encontrar a menudo a lo largo de la historia. Tom Woods lo ha explicado afirmando:
Uno de los rasgos característicos del pensamiento católico a lo largo de los siglos ha sido su énfasis en la razón. La mente del hombre, según esta tradición, es capaz de aprehender un mundo de orden que existe fuera de sí mismo. El hombre es capaz de abstraer «universales» de la miríada de objetos y datos sensoriales que se le presentan y poner así orden en el caos de los meros datos por encima del cual los simples brutos nunca pueden ascender.
Sin embargo, parece fácil aplicar este énfasis en la razón a estos escolásticos. Pertenecían a una tradición muy erudita (como indica el nombre de escolástica), por lo que tiene sentido que, estudiaran lo que estudiaran, dieran con verdades económicas. Me gustaría tomar el razonamiento de Woods de que este pensamiento conduce a descubrimientos económicos y aplicarlo en cambio al místico del siglo IV San Agustín.
Para apreciar plenamente la contribución económica de San Agustín, debemos recordar que a menudo atribuimos a los escolásticos tardíos el mérito de ser los protoaustriacos que primero discutieron lo que puede ser el principio austriaco más importante: el valor subjetivo. Esto puede verse en el primer capítulo de Quince grandes economistas austriacos, de Jesús Huerta de Soto:
Cabe destacar cómo [Juan de] Mariana se refiere a que la «común estimación» de los hombres es el origen del valor de las cosas, siguiendo así la tradicional doctrina subjetivista de los escolásticos, propuesta inicialmente por Diego de Covarrubias y Leyva. Covarrubias (1512-1577), hijo de un famoso arquitecto, llegó a ser obispo de la ciudad de Segovia y ministro del rey Felipe II. En 1554, expuso mejor que nadie la teoría subjetivista del valor, al afirmar que «el valor de un artículo no depende de su naturaleza esencial, sino de la estimación subjetiva de los hombres, aunque esa estimación sea insensata», ilustrando su tesis con el ejemplo de que «en las Indias el trigo es más caro que en España porque los hombres lo estiman más, aunque la naturaleza del trigo sea la misma en ambos lugares».
Mariana y Covarrubias fueron brillantes por derecho propio y sin duda merecen el crédito que Huerta de Soto les otorga en este pasaje. No cabe duda de que Covarrubias expuso el concepto de valor subjetivo más explícitamente que nadie antes y quizá mejor que nadie; sin embargo, el concepto en sí distaba mucho de ser nuevo, incluso en el siglo XVI. Mil cien años antes de Covarrubias, San Agustín había expuesto un punto similar en su libro La Ciudad de Dios. Presentó un concepto relativo al orden natural del universo en jerarquías. Entre sus jerarquías, afirmó que las cosas vivas son preferibles a las no vivas. Sin embargo, esto le llevó a plantearse una pregunta: «¿Quién no preferiría tener pan en su casa antes que ratones, oro antes que pulgas?».
San Agustín señaló con razón que sería absolutamente ridículo afirmar que un hombre desearía más un ratón que pan o pulgas que oro por el simple hecho de que las pulgas y los ratones son seres vivos, y el pan y el oro no lo son. En un instinto casi praxeológico, San Agustín llegó incluso a examinar los intercambios reales que se producían en su época, en los que las cosas no vivas se intercambiaban por mucho más que muchas cosas vivas. Para cuadrar este círculo en su afirmación, San Agustín explica además:
Así, la razón de quien contempla la naturaleza suscita juicios muy distintos de los dictados por la necesidad del menesteroso, o el deseo del voluptuoso; pues la primera considera qué valor tiene una cosa en sí misma en la escala de la creación, mientras que la necesidad considera cómo satisface su necesidad.
San Agustín, uno de los primeros padres de la Iglesia, mucho antes de que la Escuela de Salamanca hiciera sus brillantes descubrimientos económicos, ya discutía la teoría subjetiva del valor al explicar que había una diferencia entre el valor en la escala de la creación y el valor como algo que satisface una necesidad. Ciertamente no lo decía de forma tan explícita como lo haría brillantemente más tarde Covarrubias, pero la idea ya empezaba a tomar forma. Esto demuestra que, por la propia naturaleza de acercarse a la realidad con una mente centrada en la razón, San Agustín —un místico de los siglos IV y V, con toda seguridad no un economista— se zambulló inherentemente en las mismas ideas que los austriacos contemplan hoy.