Desde su reelección, la administración Trump ha estado estableciendo nuevas medidas para reforzar el bloqueo económico de los EEUU contra Cuba. Según el secretario de Estado, Marco Rubio, esto se está haciendo «para defender los derechos humanos y las libertades fundamentales del pueblo cubano, y dejar claro que ningún régimen ilegítimo y dictatorial es bienvenido» en los EEUU. Durante la Guerra Fría, Washington mantuvo sistemáticamente que el cambio de régimen era un requisito previo para levantar el embargo económico a Cuba, con el fin de impedir la expansión del comunismo por todo el continente americano. La lógica que sustentaba el embargo fue explicada con franqueza por Lester D. Mallory (1904-1994), ex subsecretario adjunto de Estado, el 6 de abril de 1960:
La mayoría del pueblo cubano apoya a Castro. No existe una oposición política efectiva... El único medio previsible de alienar el apoyo interno es a través del desencanto, el descontento y las penurias... se deben emprender sin demora todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba. Si se adopta una política de este tipo, debe ser el resultado de una decisión positiva que dé lugar a una línea de acción que, aunque sea lo más hábil y discreta posible, logre el mayor avance posible en la denegación de dinero y suministros a Cuba, para reducir los salarios monetarios y reales, provocar el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno.
En su artículo titulado «Las dos caras de Ronald Reagan», Murray N. Rothbard explicó que, en la década de 1980, el presidente Ronald Reagan consideraba el bloqueo económico contra Cuba como un arma de la Guerra Fría. Más concretamente, Rothbard afirmó que:
La sed de confrontación de Ronald Reagan es fácil de documentar. Su «solución» a la «crisis» de Afganistán —una crisis para los Estados Unidos solo porque Jimmy Carter necesitaba una— fue la monumental y descabellada irrelevancia de imponer un bloqueo estricto alrededor de... Cuba. Como dijo el entonces presidente Reagan: «La Unión Soviética es dueña de Cuba, con todo lo que ello conlleva. La bloqueamos y ahora es un grave problema logístico para ellos... Bloqueamos Cuba, que no puede permitirse ese bloqueo, y les decimos: ‘Retiren sus tropas de Afganistán y nosotros renunciaremos al bloqueo’». Una oferta generosa, sin duda. Pero Reagan probablemente esté a favor de bloquear Cuba de todos modos, en vista de la supuesta amenaza que representa la brigada fantasma de tropas soviéticas estacionadas allí.
No obstante, el embargo nunca se levantó tras el colapso de la Unión Soviética. Por el contrario, tanto los demócratas como los republicanos lo han mantenido sin descanso durante décadas, reforzándolo periódicamente y rara vez suavizándolo. Durante este periodo, los funcionarios americanos apenas utilizaron la retórica de la Guerra Fría al debatir la política cubana, dada la ausencia de la amenaza soviética. Es decir, la justificación para mantener el embargo pasó de impedir la expansión del comunismo en el patio trasero americano a afirmar que las sanciones se utilizan como herramienta «para promover la democracia y el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales en Cuba», a pesar de que el bloqueo económico en sí mismo es antiliberal y constituye una violación de las libertades y los derechos humanos.
A pesar de su grandilocuente retórica, el actual gobierno de los EEUU no está interesado en promover la democracia, los valores liberales, el libre comercio, los derechos humanos ni ninguna otra causa humanitaria en la isla, ni se preocupa genuinamente por los intereses de los cubanos promedios, ni tampoco por los de los americanos. Más bien, su verdadero objetivo es reforzar sus políticas intervencionistas e imperialistas para asfixiar aún más a Cuba con la intención de derrocar al gobierno y obtener el control total de la isla y sus recursos. En esencia, a los americanos les gustaría devolver a Cuba a su condición de estado vasallo, tal y como existía antes de que Fidel Castro (1926-2016) y sus compañeros revolucionarios derrocaran el régimen represivo de Fulgencio Batista (1901-1973), uno de los dictadores más brutales de la historia de América Latina, que transformó Cuba en un estado policial entre 1952 y 1959 con el pleno respaldo de EEUU. Rothbard señaló que «tras instalar prácticamente al dictador Batista en Cuba, los Estados Unidos intentó desesperadamente derrocar al régimen comunista de Castro, con acciones que iban desde la invasión de Bahía de Cochinos, orquestada por la CIA, hasta los intentos de la CIA y la mafia de asesinar a Castro» (por ejemplo, la CIA orquestó un total de 638 intentos de asesinato contra Fidel Castro durante su vida).
Rothbard se oponía a todas las formas de embargo financiero o económico. También pensaba que los funcionarios americanos utilizaban una retórica elevada sobre la defensa de los principios y valores democráticos y los derechos humanos para justificar sus sanciones económicas. Según Rothbard, no hay pruebas de que «las democracias deban ser inevitablemente pacíficas, mientras que las dictaduras son inevitablemente belicosas». En Por una nueva libertad: el manifiesto libertario, Rothbard trató de demostrar los defectos de los regímenes democráticos cuando argumentó que:
...la razón teórica por la que centrarse en la democracia o la dictadura no viene al caso es que los Estados —todos los Estados— gobiernan a su población y deciden si hacer la guerra o no. Y todos los Estados, ya sean formalmente democracias, dictaduras o cualquier otro tipo de gobierno, están dirigidos por una élite gobernante. El hecho de que estas élites, en un caso concreto, declaren la guerra a otro Estado depende de una compleja red de causas entrelazadas, entre las que se incluyen el temperamento de los gobernantes, la fuerza de sus enemigos, los incentivos para la guerra, la opinión pública...La única diferencia real entre una democracia y una dictadura a la hora de declarar la guerra es que en la primera hay que lanzar más propaganda a los súbditos para conseguir su aprobación... Además, el Estado democrático debe ser más hipócrita a la hora de utilizar una retórica diseñada para apelar a los valores de las masas: justicia, libertad, interés nacional, patriotismo, paz mundial, etc. Por lo tanto, en los Estados democráticos, el arte de hacer propaganda a sus súbditos debe ser un poco más sofisticado y refinado. Pero esto, como hemos visto, es válido para todas las decisiones gubernamentales, no solo para la guerra o la paz. Todos los gobiernos, —pero especialmente los democráticos—, deben esforzarse por persuadir a sus súbditos de que todas sus acciones opresivas son realmente en beneficio de estos.
La historia ha demostrado que los presidentes americanos elegidos democráticamente rara vez han dudado en cooperar y apoyar a regímenes despóticos, represivos y corruptos que violaban los derechos humanos es y los principios democráticos, siempre que ello convenía a los intereses y ambiciones de las élites gobernantes occidentales. Entre los ejemplos concretos se incluyen el apoyo a Pinochet en Chile, al régimen de Somoza en Nicaragua, a Suharto en Indonesia, al Sha en Irán y a la represiva Casa de Saud en Arabia Saudí, por nombrar solo algunos.
Rothbard señaló que Washington interviene «en cualquier parte del mundo, incluso en lugares remotos que ni por asomo pueden considerarse una amenaza directa o indirecta para la vida y la seguridad del pueblo americano». Rothbard explicó además que si hay un dictador militar en un país y:
... tal vez sus súbditos estén cansados de ser explotados por él y sus colegas. Entonces, los Estados Unidos se preocupa seriamente; artículos de periodistas afines al Departamento de Estado o al Pentágono difunden la alarma sobre lo que podría suceder con la «estabilidad» de [este país y] su entorno si el dictador fuera derrocado. Da la casualidad de que se trata de un dictador «pro-americano» o «prooccidental»: es decir, es uno de «los nuestros» en lugar de «los suyos». Los Estados Unidos envía entonces con urgencia ayuda militar y económica por valor de millones o incluso miles de millones de dólares para apoyar [a este dictador pro-americano o prooccidental].
Rothbard creía que cada vez que el gobierno americano sostiene un régimen autoritario con diversas formas de ayuda, se produce una «opresión continua o intensificada del contribuyente americano», además de la de los ciudadanos de ese Estado dictatorial. Rothbard afirmaba que cualquiera que apoye:
...un programa de política exterior libertaria para América debe pedir a los Estados Unidos que abandone su política de intervencionismo global: que se retire de forma inmediata y completa, militar y políticamente, de Asia, Europa, América Latina, Oriente Medio, de todas partes... los Estados Unidos debe desmantelar sus bases, retirar sus tropas, poner fin a su incesante injerencia política y abolir la CIA. También debería poner fin a toda la ayuda exterior —que no es más que un mecanismo para obligar a los contribuyentes americanos, a subvencionar las exportaciones americanas y a los Estados extranjeros favorecidos, todo ello en nombre de «ayudar a los pueblos hambrientos del mundo».
Rothbard insistía en que la «política exterior americana debe... buscar la paz en lugar de la guerra, y debe promover la libertad individual de los americanos». Además, aconsejaba al gobierno americano «mantener una política de estricto «aislamiento» político o neutralidad en todas partes». Esto se debe a que Rothbard defendía «la política libertaria de coexistencia pacífica y no intervención entre Estados». Por lo tanto, cualquiera que se declare libertario apoyaría el levantamiento del embargo económico y financiero americano contra Cuba y el establecimiento del libre comercio con la isla, independientemente de que se trate de un régimen socialista. En una entrevista con Jean Daniel en 1963, Fidel Castro hizo la siguiente declaración, que concuerda con las opiniones de Rothbard sobre las relaciones internacionales entre las naciones:
Solo pido una cosa: déjennos en paz para mejorar la situación económica de nuestro país, para poner en práctica nuestra planificación, para educar a nuestros jóvenes compañeros. Esto no significa que no sintamos solidaridad hacia las naciones que luchan y sufren... Pero corresponde a esas naciones decidir lo que quieren, y si eligen otros regímenes distintos al nuestro, eso no es asunto nuestro... No pido nada: ni dólares, ni ayuda, ni diplomáticos, ni banqueros, ni militares —¡nada más que paz y que se nos acepte tal como somos! Nosotros somos socialistas, los Estados Unidos es una nación capitalista, los países latinoamericanos elegirán lo que quieran. De todos modos, en un momento en que los Estados Unidos vende trigo a los rusos, Canadá comercia con China, De Gaulle respeta a Ben Bella, ¿por qué debería ser imposible hacer comprender a los americanos que el socialismo no conduce a la hostilidad hacia ellos, sino a la coexistencia?
El mundo ha sido testigo de un inmenso progreso y desarrollo en áreas como la ciencia, la tecnología y la economía desde la Revolución Socialista Cubana de 1959. Al mismo tiempo, ha habido muy pocos avances en la visión, las ideas, los puntos de vista y los objetivos de la postura americana hacia Cuba, ya que los sucesivos gobiernos de EEUU han mostrado escaso interés en facilitar una coexistencia duradera y pacífica entre los dos países. En cambio, Washington ha empleado de manera constante y obstinada tácticas destinadas a desestabilizar y destruir el régimen socialista en Cuba desde los primeros días de la Revolución.
Aunque los Castro ya no están, los cubanos siguen rechazando el imperialismo y la explotación americana, porque desean existir como nación soberana sin tener que doblegarse a los dictados de una potencia extranjera. Es necesario que los partidarios del bloqueo económico se den cuenta de que Cuba tiene derecho al autogobierno y a la autodeterminación, independientemente de que el gobierno americano apruebe o no la ideología de su régimen.