Donald Trump anunció el domingo que su administración había llegado a un acuerdo comercial con la Unión Europea, que impondría un arancel del 15 por ciento a todos los bienes que los americanos compren a Europa y obligaría a la UE a comprar una cierta cantidad de petróleo y armas a algunas empresas de EEUU.
Aunque los funcionarios europeos aclararon que se trataba de un esbozo jurídicamente no vinculante y que las dos partes todavía están trabajando en algunos detalles, Trump está celebrando característicamente el «acuerdo» como una gran victoria para el pueblo americano.
Pero en realidad no lo es.
Todos los supuestos beneficios que se derivan del acuerdo se aplican sólo a un pequeño subconjunto del país, mientras que dejan al público estadounidense, en su conjunto, en peor situación.
En primer lugar, aunque es cierto que los oponentes de Trump en el establishment están utilizando argumentos débiles y a veces ridículos contra los aranceles, realmente son malos para el país en su conjunto.
Los aranceles crean escasez porque hacen que no sea rentable para las empresas extranjeras justo en el margen seguir vendiendo sus productos a los americanos. Esto hace que los precios suban más de lo que habrían subido de no existir el arancel.
Incluso si los productores nacionales pivotan para cubrir la escasez, eso requiere que se detraigan recursos de la producción nacional a la que se destinaban anteriormente. En otras palabras, la escasez puede desplazarse, pero nunca eliminarse. La teoría económica deja claro que este efecto negativo de los aranceles es inevitable. La economía se debilita. Y los datos del mundo real lo corroboran.
El argumento más sólido que se había presentado a favor de la estrategia arancelaria de Trump había sido que en realidad estaba utilizando los aranceles como una forma de negociar nuestro camino hacia un mundo sin aranceles. Pero ahora Trump ha elevado permanentemente los aranceles sobre los bienes y recursos europeos que compran los consumidores y empresas americanas. Y la UE representa gran parte del volumen total del comercio de los EEUU —incluso más que la tan denostada China.
Los únicos americanos que se beneficiarán son el puñado de empresas que ahora pueden cobrar precios más altos a sus compatriotas sin preocuparse de que se pasen a una alternativa europea menos cara. Pero ni siquiera ellos saldrán indemnes de la escasez artificial de bienes y recursos y de los precios más altos que se derivan de ella.
Del mismo modo, el hecho de que este acuerdo garantice que más petróleo americano y más armas de nuestros menguantes arsenales se enviarán a Europa sólo tendrá beneficios específicos aquí en casa. Que el gobierno ayude a enriquecer aún más a algunas empresas energéticas y fabricantes de armas bien conectadas es estupendo para esas empresas, pero no para el pueblo americano en su conjunto.
Peor aún es que el dinero vaya directamente al gobierno. Trump construyó sus dos campañas sobre la idea (correcta) de que la burocracia federal en Washington, DC, es mejor vista como una entidad separada que está estafando al pueblo americano. Prometió que lo haría retroceder, o que «drenaría el pantano», como él mismo dijo.
Ahora presume de todo el dinero nuevo que ingresa en la cuenta del Departamento del Tesoro como si ahora fuera «nuestro» —como si enriqueciera a todos los americanos. No es así. Está alimentando la corrupta burocracia federal a la que antes decía oponerse. Está inundando el pantano y actuando como si todos debiéramos estar agradecidos.
Claro, estos nuevos ingresos reducen un poco el déficit. Sin embargo, la deuda nacional es sólo un síntoma del problema real, que es que el gasto público ha alcanzado niveles tan absurdos que no puede financiarse de forma realista con dinero directamente recaudado de la economía sin que ésta se hunda. Mantener prácticamente todo ese gasto y aumentar un tipo de impuesto —con el falso pretexto de que su carga sólo recae en los productores extranjeros— no nos acerca a la solución de ese problema.
O bien Trump está realmente tratando de ayudar al pueblo americano, pero está dejando que teorías económicas erróneas desbaraten su esfuerzo, o bien está realmente comprometido con la protección e incluso la expansión del tinglado de amiguismo en el corazón de nuestro sistema al que hasta ahora ha afirmado oponerse. En cualquier caso, no merece la pena celebrar este último acuerdo comercial con la Unión Europea.