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Donald Trump y la mitología del gobierno experto

A medida que el presidente Trump sigue imponiendo su voluntad a numerosas agencias gubernamentales, sus críticos se enfadan cada vez más y se sienten impotentes. En este momento de su presidencia, estamos viendo dos narrativas opuestas e irreconciliables, sin que ninguna de ellas sea realmente correcta.

Las legiones antitrumpistas creen lo siguiente: Donald Trump está arrasando con las agencias y departamentos federales más importantes, incluso sagrados. Por ejemplo, David French escribe en The New York Times que Trump ha lanzado una «bomba atómica» sobre el Departamento de Justicia, mientras que Robert F. Kennedy, en Salud y Servicios Humanos, está destruyendo toda nuestra infraestructura de salud pública con su escepticismo sobre las vacunas y otras medidas que enfurecen a los expertos en salud.

Por otro lado, la narrativa es que Trump está finalmente limpiando el pantano y aportando cordura e integridad a las agencias gubernamentales que durante demasiado tiempo han formado parte del Estado profundo, que ha estado promoviendo y protegiendo a las empresas farmacéuticas y otras industrias con conexiones políticas, en detrimento de la mayoría de los americanos. Es obvio que no se puede conciliar un conjunto de creencias con el otro, por lo que se supone que hay que creer que lo que Trump está haciendo no tiene precedentes en nuestra historia, o que está haciendo lo que se debería haber hecho durante décadas, pero no se hizo porque nadie en la Casa Blanca tenía la voluntad política de dar el paso.

Entonces, ¿cómo nos formamos una opinión sobre lo que estamos viendo? Dadas las declaraciones provocadoras de Trump en sus discursos y en foros como X y Truth Social, no se puede ser neutral con respecto a él, pero hay una manera de entender mejor lo que está sucediendo, y consiste en mirar de otra manera a la vasta entidad conocida como el gobierno federal.

La narrativa progresista sobre el crecimiento del gobierno federal

Las clases de historia americana estándar siempre se han basado en narrativas y, en lo que respecta al crecimiento del gobierno federal, especialmente durante la Era Progresista de finales del siglo XIX y principios del XX, la explicación más común es que la proliferación de agencias reguladoras federales se produjo para hacer frente a los fallos del mercado. La Comisión de Comercio Interestatal se creó en 1887 para hacer frente a los abusos de los ferrocarriles; la Administración de Alimentos y Medicamentos se creó porque los americanos estaban siendo envenenados por empresas alimentarias codiciosas y ávidas de beneficios; el Sistema de la Reserva Federal surgió para contrarrestar los inevitables ciclos de auge-caída causados por la codicia capitalista. Y así sucesivamente.

Si se creaba una agencia, era porque había un fallo del mercado detrás y, lo que es más importante, la agencia federal solucionaba el fallo o, al menos, ayudaba a mitigar sus consecuencias. Además, de acuerdo con el dogma progresista, esas agencias contaban con expertos que rechazaban la política y se limitaban a aplicar sus conocimientos superiores para resolver problemas. Ya sea que leamos el periodismo moderno, escuchemos las noticias o nos sentemos en un aula de secundaria o universidad, la narrativa es la misma: las entidades federales, desde el Centro para el Control de Enfermedades hasta el Departamento de Educación de los EEUU, ofrecen una delgada línea de protección contra los capitalistas rapaces y los activistas anti-educación quieren que seamos insalubres e ignorantes para poder seguir aprovechándose de nosotros y enriquecerse.

Si alguna vez se critica a estas entidades gubernamentales en los principales medios de comunicación, el mundo académico o la política, es por no haber hecho lo suficiente para protegernos de estos fallos del mercado. A pesar del volumen de literatura académica sobre la teoría de la captura, junto con libros como Bureaucracy, de Ludwig von Mises, y Power and Market, de Murray Rothbard, que señalan claramente por qué estas agencias no funcionan como exigen los progresistas, persisten las mismas narrativas.

Así, cuando Trump y Kennedy se enfrentan a los Centros para el Control de Enfermedades, lo hacen porque quieren que la gente muera de enfermedades infecciosas como el sarampión y la polio. No puede haber otra razón porque, supuestamente, todo el mundo sabe que los CDC y todas las demás burocracias sanitarias son la principal razón por la que la gente vive una vida saludable. Del mismo modo, el Departamento de Educación existe únicamente para servir y apoyar al vasto sistema de escuelas públicas de este país, y cualquier otro punto de vista sobre esa entidad es una herejía condenable.

Por ejemplo, Robert Reich, uno de los favoritos de la izquierda del Partido Demócrata, insiste en que la única razón por la que la administración Trump ha intentado poner fin a la financiación del Sistema Público de Radiodifusión es que quiere que los niños americanos sean ignorantes, ya que, según afirma, «Barrio Sésamo» «ha ayudado a los niños a aprender a leer y a contar durante más de medio siglo». Escribe:

¿Por qué Trump está tratando de cancelar «Barrio Sésamo», que ha ayudado a los niños a aprender a leer y contar durante más de medio siglo?

¿Por qué quiere destruir la Universidad de Harvard?

¿Por qué está tratando de disuadir a los científicos más brillantes del mundo de venir a los Estados Unidos?

Porque está tratando de destruir la educación americana —y con ella, la mentalidad americana.

A lo largo de la historia, los tiranos han comprendido que su principal enemigo es un público educado.

Los esclavistas prohibían a los esclavos aprender a leer. El Tercer Reich quemaba libros. Los Jemeres Rojos prohibieron la música. Stalin y Pinochet censuraban los medios de comunicación.

Y Trump, al igual que los autoritarios del pasado, quiere controlar no solo lo que hacemos, sino también cómo y qué pensamos.

En otras palabras, Reich equipara el propósito declarado de una agencia u organización con los resultados deseados, no con los resultados reales. Después de todo, los EEUU tenía una alfabetización generalizada mucho antes de que apareciera «Barrio Sésamo» en la televisión pública. El Sistema Público de Radiodifusión surgió en 1967, tras la famosa caracterización de la televisión comercial como «un vasto páramo» que hizo en 1961 el entonces comisionado federal de comunicaciones Newton Minow, en la que pedía una programación «de interés público».

En este sentido, hemos sido testigos de tres espectaculares fracasos gubernamentales en los últimos 25 años: los atentados del 11 de septiembre, que condujeron al fracaso de las invasiones de EEUU y los intentos de «construcción nacional» en Afganistán e Irak; la crisis financiera de 2008, centrada en la burbuja inmobiliaria; y la debacle del COVID, liderada por los Institutos Nacionales de Salud y los Centros para el Control de Enfermedades. Sin embargo, en todos esos casos, las agencias gubernamentales en medio de estas crisis autoinfligidas ganaron aún más poder y autoridad, a pesar de que todas ellas contaban con una buena financiación incluso antes de que se produjera el desastre.

En su excelente libro Crisis and Leviathan, Robert Higgs documenta cómo los gobiernos crean crisis y luego acaparan cada vez más poder y autoridad durante el período de crisis, o lo que él denomina el «efecto trinquete», en el que el gobierno siempre acaba con más poder y autoridad tras una supuesta crisis, en parte porque las élites y quienes se benefician del poder gubernamental exigen públicamente más de él. Por ejemplo, un par de semanas después de los atentados del 9/11, el columnista del Wall Street Journal Al Hunt escribió «El gobierno al rescate» sin reconocer que los atentados se produjeron precisamente por un fracaso masivo del gobierno.

En cuanto a los fallos del gobierno, Paul Krugman escribe que se producen porque, en ocasiones, los responsables de las agencias gubernamentales no creen en el bombo progresista. Por ejemplo, tras la patética respuesta del gobierno federal al desastre del huracán Katrina en Nueva Orleans hace 20 años, Krugman lo achacó a la falta de fe en el propio gobierno, escribiendo:

Pero la letal ineptitud del gobierno federal no fue solo consecuencia de la incompetencia personal del Sr. Bush, sino también de la hostilidad ideológica hacia la idea misma de utilizar el Gobierno para servir al bien público. Durante 25 años, la derecha ha denigrado el sector público, diciéndonos que el gobierno es siempre el problema, no la solución. ¿Por qué nos sorprende que, cuando necesitábamos una solución gubernamental, esta no llegara?

Lucha por el poder en el Departamento de Justicia

El artículo mencionado anteriormente de David French refleja el enfoque narrativo con el que los periodistas tradicionales informan sobre la administración Trump. Según French, antes de Trump, el Departamento de Justicia era un ejemplo de integridad:

Como demostró la administración Nixon (entre otras), una «presidencia imperial» invita a la corrupción y al abuso. Para contrarrestar esta tentación, el Departamento de Justicia, actuando bajo presidentes de ambos partidos, ha creado una serie de normas y procedimientos diseñados para garantizar la equidad y la imparcialidad.

Como autor de numerosos artículos y trabajos académicos sobre el derecho penal federal y el Departamento de Justicia, puedo afirmar sin reservas que French ha escrito pura ficción. Hace solo unas semanas, en mi reseña de Blowback, mostré cómo los agentes del Departamento de Justicia participaron en un asesinato y luego encubrieron sus actos, y cómo el responsable del encubrimiento, Eric Holder, se convirtió en fiscal general de los EEUU durante la administración de Barack Obama.

En el artículo de Regulation, «Federal Crimes and the Destruction of Law» (Los delitos federales y la destrucción de la ley), mostré cómo la magnitud y el alcance del derecho penal federal permitían a los agentes del FBI y a los fiscales federales perseguir a casi cualquier persona o grupo que eligieran. Aunque French afirma que la política del Departamento de Justicia garantiza que los agentes «tomen medidas para proteger la identidad de las personas que puedan ser relevantes para un caso penal, pero que no hayan sido acusadas», en la práctica, los fiscales y otros miembros del Departamento de Justicia filtran regularmente esa información y más a los medios de comunicación cuando creen que pueden impedir que una persona acusada reciba un juicio justo. Al fin y al cabo, los agentes federales no se arrestan ni se procesan a sí mismos.

Además, aunque Trump es claramente susceptible de ser criticado por sus acciones en el Departamento de Justicia, no está haciendo nada sin precedentes. Una vez más, se nos presenta la narrativa de un Departamento de Justicia incorruptible, lleno de hombres y mujeres de la más alta integridad, cuyo único objetivo es hacer cumplir las leyes de los Estados Unidos con equidad y justicia, y entonces llegó Trump. La historia del Departamento de Justicia, como muchos han señalado, hace que la narrativa estándar no sea más que propaganda. Como señaló Harvey Silverglate en Three Felonies a Day, ni el FBI ni los fiscales federales son recompensados por mostrar integridad y, a menudo, descubren que el crimen sale muy rentable cuando son los agentes del gobierno los que pueden cometerlo. En cambio, hacen lo que creen que les ayudará a avanzar en sus carreras, y decir la verdad no siempre les permite alcanzar ese objetivo personal.

Conclusión

En las aulas, en los noticiarios de la noche y en las páginas del New York Times, se nos alimenta con narrativas ficticias según las cuales las agencias federales supuestamente operan con las mejores intenciones para «corregir» los fallos del mercado y mejorar la vida de los americanos. Por lo tanto, cualquier cosa que interfiera con estas agencias o reduzca el número de empleados del gobierno es perjudicial para este país.

El sueño progresista de un gobierno dirigido por expertos que pueda solucionar cualquier problema, curar a las personas de enfermedades y proteger adecuadamente a los ciudadanos de los depredadores es solo eso: un sueño. La experiencia y la historia nos dicen que los agentes del gobierno, ya sea que trabajen para los CDC o el FBI, van a servir a sus propios intereses y a los intereses de sus empleadores, no a los intereses de las personas a las que pretenden servir. Si bien Donald Trump puede estar actuando por ambición egoísta o utilizando el aparato del Estado para recompensarse a sí mismo y a sus amigos y castigar a sus supuestos enemigos, apenas se diferencia de los presidentes que le precedieron en la forma en que ha utilizado las agencias federales.

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