Mises Daily

Una tradición de defaults

La reciente bancarrota de Argentina y el creciente desorden financiero en sus países vecinos son simplemente los últimos capítulos en la larga historia de deuda externa y de default en América Latina.

La primera ola de incapacidad de pagos internacionales ocurrió en los 1820. Después de que los países latinoamericanos recuperaron su acceso a los mercados externos, no tomó mucho tiempo en llegar la segunda ola de renuncias a la deuda, en los 1880.

Declaraciones de incapacidad de pago emergieron otra vez antes del comienzo de la primera guerra mundial y más defaults llegaron en los 1930. En los 1980, casi todos los Estado latinoamericanos entraron en default, convirtiéndose sus estados en los «morosos perennes»1 de los últimos 200 años.

Si bien las guerras han sido la causa principal de los defaults europeos, el despilfarro gubernamental, y planes de modernización de largo alcance, ilusorios, patrocinados por el estado, son la base de la tradición de ingresar al default en América Latina. Por experiencia, el acceso a dinero extranjero ha sido profundamente asociado con la buena vida y los gobiernos rápidamente pierden su legitimidad cuando fracasan en desembolsar los bienes.

Incluso de cara a la crisis financiera actual, la cual es en extremo severa en Argentina y está por infectar a una serie de otros países en la región, raras son las voces que apuntan a los riesgos que provienen de la acumulación del crédito externo y de la expansión crediticia doméstica. Por el contrario: aquellos economistas que reciben la mayor atención son los que dicen que los modelos econométricos demuestran que periodos de acumulación de deuda externa y de expansión crediticia doméstica, van mano a mano con la prosperidad económica, así como la inflación va con el crecimiento económico. La promesa de beneficios gratis es fácilmente adoptada por los políticos. ¿Quién quiere ser culpable de producir un estancamiento económico?

Cuando el jolgorio de prestarse plata llegue a su fin, serán los países ricos en miseria y los especuladores codiciosos los que serán identificados como culpables de otra “década perdida.” Debe ser por malas intenciones que ellos dejaron de proveer nuevo dinero, justo cuando la región prometía despegar a una etapa de desarrollo. Y también seguramente fue por el fracaso de sus propios gobiernos ya que estos no tuvieron el ingenio de conseguir más préstamos.

El ganar acceso a nuevas formas de cambio extranjero forma la base de la relación de amor y de odio entre los países deudores de América Latina y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Cuando negociaciones respecto a las deudas se llevan a cabo, el FMI representa la fuente de financiamiento de emergencia y actúa como catalizador para los prestamistas privados; en este sentido, la aprobación del FMI es altamente bienvenida. Cualquiera que sea el lugar que ocupa el raciocinio mas profundo detrás de las recomendaciones del FMI en las intenciones de los gobiernos, el objetivo más importante, la mayor parte del tiempo, es el acceso a nuevos créditos.

Basada en la teoría de que los países de América Latina son “estructuralmente dependientes” en relación al capital extranjero, la política económica recibe su principal foco de interés de la meta de manipular las variables financieras y macroeconómicas, que se percibe constituyen el requisito previo para el acceso al cambio extranjero. Una serie interminable de medidas intervencionistas, junto con esfuerzos constantes para conseguir líneas de crédito contingentes del FMI, son la razón misma de porqué la dependencia persistirá y el peso de la deuda aumentará.

Tras el desastre argentino, Brasil se está acercando al default ahora. Como fue el caso en Argentina, la política económica en Brasil se caracteriza por la obsesión de satisfacer al FMI. Por casi dos décadas ya, las medidas de política económica en Brasil han sido dominadas casi exclusivamente por las propuestas que han llegado del FMI; es de tal manera que podía el país recuperar su acceso al cambio extranjero. Pero jugar el rol de chico bueno ha cobrado un alto precio: paso a paso, los niveles de deuda interna y externa se han ido acercando al nivel umbral en el cual la incapacidad de pago se vuelve inminente y el país debe entrar en default.

Por la manera que ha sido promocionado por los gobiernos, el concepto del “crédito” ha adquirido una connotación peculiar en la cultura financiera de América Latina. El significado del crédito se ha convertido en algo equivalente a un regalo. El cálculo de las futuras obligaciones en términos de intereses y de capacidad de pago, es fácilmente ignorado por la alta preferencia temporal que permea casi todos los aspectos de la vida. El acceso al crédito abre el camino instantáneamente al gasto, de tal manera se acumula la deuda, incluso aun cuando —según una evaluación prudente— no es tan urgentemente requerida. La actitud común dice que el dinero es real en el presente, mientras que el servicio del crédito es algo del futuro y por ello irreal. Consecuentemente, cuando hay una chance de obtener un crédito, se toma esa chance.

Hay mucha gente seria en América Latina que preferiría parar este juego desastroso. Pero siglos de políticas de dinero fácil y de expansión crediticia han ocasionado una cultura monetaria que se ha enraizado profundamente. Los que prefieren la moderación financiera han sido enseñados una y otra vez las duras lecciones de la inflación y de la confiscación. Al final, como la lección indica, los bienes son reales; el dinero es de mentira de todas maneras. Cuando la crisis de la deuda llega, y eso siempre sucede, y cuando el gobierno es incapaz de cumplir con el servicio de su deuda, la culpabilidad es puesta más sobre los hombros de aquellos que prestaron el dinero que sobre los que se prestaron dinero. Mientras el prestatario tuvo por lo menos un periodo de buenos tiempos, se considera que el prestamista merece con justicia ser castigado debido a su avaricia y su inocencia.

Las lecciones aprendidas por la población doméstica son rápidamente adoptadas por los inversores extranjeros. Debido a la permanente inseguridad del valor del dinero y de los derechos de propiedad, incluso aquellos inversores que originalmente pudieron haber intentado mantener una posición de mayor largo plazo, se convertirán en negociantes de plazos cortos. Luego, un juego de explotación mutua, tentativa, emerge, y estrategias son implementadas por ambas partes —estrategias para las cuales ninguna teoría del juego es necesaria para predecir su futuro.

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