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James Mill: el Lenin del laissez faire

James Mill (1771-1836) fue sin duda una de las figuras más fascinantes en la historia del pensamiento económico. Y aún así está entre las más olvidadas. Mills fue probablemente una de las primeras personas en tiempos modernos que podría considerarse un “activista”, alguien que en un movimiento leninista del siglo siguiente habría sido alabado como un “verdadera bolchevique”. De hecho, fue el Lenin de los radicales, creando y forjando la teoría filosófica radical y todo el movimiento filosófico radical.

Brillante y creativo, pero constantemente un Número 2, Mill empezó como un Lenin en busca de su Marx. De hecho, encontró simultáneamente dos “marxes”: Jeremy Bentham y David Ricardo. Conoció a ambos al mismo tiempo, con 35 años, a Bentham en 1808 y a Ricardo aproximadamente en la misma fecha. Bentham se convirtió en el Marx filosófico de Mill, del que éste adquirió su filosofía utilitaria y la trasladó a Ricardo y la economía en general. Pero se ha olvidado en buena medida que Mill funcionó creativamente en su relación con Bentham, convenciendo al hombre mayor, anteriormente un tory, de que el utilitarismo benthamita implicaba un sistema político de democracia radical.

David Ricardo (1772-1823) era un joven jugador de bolsa (en realidad, comprador de bonos) sencillo, pero retirado con un entusiasta interés por los asuntos monetarios, pero Mill percibió y desarrolló a Ricardo como su “Marx” en economía.

Hasta que adquirió su puesto en la Compañía de las Indias Orientales en 1818, a la edad de 45 años, Mill, un escocés empobrecido emigrante y escritor freelance en Londres, vivió en parte de Bentham y se las arregló para mantenerse en buenas relaciones formales con su mentor a pesar de sus graves conflictos de personalidad. Inveterado organizador de otros, así como de sí mismo, Mill intentó desesperadamente canalizar los escritos prolíficos pero dispersos de Bentham en un patrón coherente. Entretanto, Bentham escribía privadamente a sus amigos quejándose de la impertinente interferencia de este jovenzuelo. La publicación de Mill de su enorme Historia de la India en 1818 le hizo ganar inmediatamente un empleo en un puesto importante en la Compañía de las Indias Orientales, de donde ascendió a jefe de la oficina en 1830 y continuó allí hasta su muerte.

Respecto de David Ricardo, autodidacta y tímido, apenas actuó como un Gran Hombre. Por el contrario, su admiración por Mill, su mentor intelectual y en parte su mentor en teoría económica, le permitió ser moldeado y dominado por Mill. Y así Mill le intimidó, convenció, pinchó y acosó a su buen amigo para convertirse en el “Marx”, el gran economista, que Mill sentía por alguna razón que él mismo no podía o debería ser. Incitaba a Ricardo a escribir y acabar su obra maestra Principios de economía política y tributación (1817) y luego a entrar en el Parlamento para adoptar un papel político activo como líder de los radicales. Así que a Mill le encantó convertirse en el principal devoto de Ricardo en economía.

Como un “Lenin” de entonces, James Mill tuvo un papel intelectual mucho más activo que el que disfrutaría nunca el verdadero Lenin. No solo integró la obra de dos “Marxes”, también contribuyó sustancialmente al propio sistema. De hecho, en interminables conversaciones Mill instruía a Ricardo sobre todo tipo de temas y Mill repasaba, editaba e indudablemente añadía  cosas a muchos borradores de los Principios de Ricardo. Ya hemos visto, por ejemplo, que fue Mill el que asimiló y adoptó primero la ley de Say y la trasladó a su pupilo Ricardo. Investigaciones recientes indican que James Mill puede haber desempeñado un papel mucho más importante en el desarrollo de la obra magna de Ricardo de lo que se creía, por ejemplo, en llegar y adoptar la ley de la ventaja comparativa.

La postura de Mill es indudablemente única en la historia del pensamiento social. Muy a menudo, teóricos y escritores ansían proclamar su supuesta originalidad a los cuatro vientos (siendo Adam Smith un caso agudo aunque no excepcional). ¿Pero qué otro caso hay de un hombre mucho más original y creativo de lo que le guste proclamar? ¿Cuántos otros han insistido en aparecer como un mero Número 2 cuando en muchos aspectos eran un Número 1?

Debe advertirse que es posible que la explicación de este curioso hecho sea simplemente material y económica en lugar de profundamente psicológica. Mill, hijo de un zapatero escocés, era un escocés pobre sin empleo fijo tratando de abrirse paso y criar una familia en Londres. Bentham era un rico aristócrata que actuaba como mentor de Mill, Ricardo era un rico jugador de bolsa retirado. Es ciertamente posible que la postura de Mill como discípulo devoto fuera resultado de ser un hombre pobre que mantenía felices a sus ricos mentores-discípulos, maximizando así la recepción pública de sus doctrinas comunes.

Como eminente activista, Mill poseía todas las fortalezas y debilidades de este tipo moderno. Falto de humor, eternamente didáctico, pero carismático y lleno de una prodigiosa energía y determinación, Mill encontraba tiempo suficiente como para desarrollar un importante trabajo a tiempo completo en su Casa de las Indias Orientales, funcionando al tiempo como investigador-activista comprometido a muchos niveles.

Como investigador y escritor, Mill era concienzudo y lúcido, comprometido fuertemente con unos pocos axiomas amplios y primordiales: utilitarismo, democracia, laissez faire. A nivel investigador, escribió importantes volúmenes sobre la historia de la India británica, la economía, la ciencia política y la psicología empirista. También escribió numerosas reseñas y artículos investigadores. Pero comprometido fuertemente, como lo estaría Marx, con cambiar el mundo, así como con entenderlo, Mill también escribió incontables artículos periodísticos y ensayos estratégicos y tácticos, así como organizó incansablemente a los radicales filosóficos y maniobró en el Parlamento y la vida política. Con todo, tuvo la energía de predicar e instruir a todos los que le rodearon, incluyendo a su famoso y fallido intento de lavado de cerebro de su joven hijo John. Pero debe advertirse que la fiera y ferviente educación de John por Mill no fue sencillamente la malhadada creencia de un padre e intelectual victoriano: la educación de John Stuart estaba pensada para prepararle para el papel presuntamente vital e histórico para el mundo del sucesor de James como líder del activismo radical, como el nuevo Lenin. Había método en la locura.

El espíritu calvinista evangélico de James Mill era el apropiado para su papel activista a lo largo de su vida. Mill fue educado en Escocia para ser un predicador presbiteriano. Durante sus años como literato en Londres perdió su fe cristiana y se convirtió en ateo, pero, como en el caso de tanto intelectuales ateos y agnósticos formados evangélicamente, mantuvo el hábito manetal adusto, puritano y cruzado de la prototípica rama radical calvinista. Como escribe agudamente el Profesor Thomas:

Por esto Mill, escéptico ante la vida eterna, siempre se llevó bien con disidentes (protestantes) [de la Iglesia Anglicana] (…) Puede haber llegado a rechazar la creencia en Dios, pero alguna forma de celo evangélico permaneció en esencia en él. Es escepticismo en el sentido de no-compromiso, indecisión entre una creencia y otra, le horrorizaban. Tal vez esto explique su largo disgusto con Hume. Antes de perder su fe, condenó a Hume por su falta de fe, pero incluso cuando llegó a compartir esa falta de fe, continuó infravalorándolo. Un plácido escepticismo que parecía defender el status quo no era una actitud mental que Mill 1 entendiera.

O tal vez Mill entendiera demasiado bien a Hume y por eso le vilipendiara.

El calvinismo de Mill era evidente en su convicción de que la razón debe mantener un control severo sobre las pasiones (una convicción que no se ajusta bien al hedonismo de Bentham). Lo activistas son notorios puritanos y a Mill le desagradaba puritanamente y desconfiaba del teatro y las artes. El actor, acusaba, era “el esclavo de los apetitos y pasiones más irregulares de su especie” y Mill no era alguien que se deleitara con la belleza por sí misma. Mill desdeñaba la pintura y la escultura como las artes más inferiores, que solo existen para gratificar un frívolo amor por la ostentación. Como Mill, al modo utilitario de Bentham, creía que la acción humana solo es “racional” si se hace de una forma prudente y calculada, demostraba en su Historia de la India Británica una completa incapacidad para entender a nadie motivado por un ascetismo religioso místico o por la gloria militar o el autosacrificio.

Si Emil Kauder tiene razón y el calvinismo escocés explica la introducción de la teoría del valor trabajo en la economía por parte de Smith, entonces el calvinismo escocés explica aún más la cruzada enérgica y determinada de James Mill por la teoría del valor trabajo y tal vez su desempeño como papel central en el sistema de Ricardo. También podría explicar la adhesión devota a la teoría del trabajo del compañero escocés de Mill y alumno de Dugald Stewart, John R. McCulloch.

Un ejemplo importante y particularmente exitoso de Mill actuando como activista fue su papel en impulsar en el Parlamento la gran Ley de Reforma de 1832. La pieza clave de la teoría política de Mill era su devoción por la democracia y el sufragio universal, pero estaba sensatamente dispuesto a aceptar, temporalmente la Ley de Reforma, que extendía notablemente el sufragio británico de una base aristocrática y manipulada a una gran clase media. Mill fue el “Lenin” tras las bambalinas y manipulador maestro del impulso de la Ley de Reforma. Su estrategia era emplear el miedo del timorato y centrista gobierno whig a que las masas irrumpieran en una revolución violenta si la ley no se aprobaba. Mill y sus radicales sabían bien que no se estaba creando esa revolución, pero Mill, mediante amigos y aliados colocados estratégicamente en la prensa, fue capaz de orquestar una campaña deliberada de engaño en la prensa que engañó y puso presa del pánico a los whigs para aprobar la ley. La campaña de mentiras fue promovida por un importante sector de la prensa: por el Examiner, un importante semanario que poseía y editaba el radical benthamita Albany Fonblanque; el ampliamente leído Morning Chronicle, un diario whig editado por el viejo amigo de Mill, John Black, que hizo del periódico un medio de los radicales utilitaristas y por el Spectator, editado por el benthamita S. Rintoul. El Times también era amistoso con los radicales en este punto y el eminente radical benthamita, Joseph Parkes, era propietario y editor del Birmingham Journal. No solo eso: Parker fue capaz de tener sus falsas historias sobre la supuesta opinión pública revolucionaria de Birmingham publicadas como informes veraces en el Morning Chronicle y el Times. Mises hizo tan bien su tarea que la mayoría de los historiadores posteriores se las han tragado también.

Siempre unificador de teoría y praxis, James Mill abrió el camino para esta campaña organizada de engaño escribiendo justificando la mentira para un fin digno. Aunque la verdad era importante, concedía Mill, hay circunstancias especiales “en las que otro hombre no tiene derecho a la verdad”. A los hombres, escribía, no debería decírseles la verdad “cuando hagan mal uso de ella”. ¡Siempre utilitarista! Por supuesto, como es habitual, era el utilitarista el que decidiría si el uso del otro hombre iba a ser “bueno” o “malo”.

Mill recrudeció luego su defensa de la mentira en política. En política, afirmaba, divulgar “información incorrecta” (o, como diríamos hoy, “desinformación”) no es

una ruptura con las moralidad, sino por el contrario un acto meritorio (…) cuando conduzca a evitar el mal gobierno. En ningún caso tiene ningún hombre menos derecho a la información correcta que cuando la emplearía para la perpetuación del mal gobierno.

Una década y media después, John Arthur Roebuck, uno de los principales ayudantes de Mill en la campaña, y posteriormente miembro radical del Parlamento e historiador del movimiento por la reforma, admitía que

para alcanzar nuestros fines, se dijeron muchas cosas que nadie creía realmente; se hizo mucho de lo que a ninguno le gustaría reconocer (…) a menudo, cuando no había peligro, se daba la alarma para mantener a la Cámara de los Lores y a la aristocracia en general en lo que se calificaba de estado de completo terror.

En contraste con los “ruidosos oradores que parecían importantes” en la campaña, recordaba Roebuck, estaban los “hombres de sangre fría, ocultos, sagaces y decididos (…) que movían los hilos en este extraño guiñol”.

“Una o dos mentes dirigentes, desconocida por el público”, manipulaba y dirigía el escenario de todo el movimiento. “Usaban a los demás como sus instrumentos”. Y el de mayor sangre fría, el más sagaz y decidido era el marionetista amo de todos ellos, James Mill.

Aunque trabajaba como alto directivo de la Compañía de las Indias orientales y no podía él mismo llegar al Parlamento, James Mill era el líder activista incuestionable del grupo de 10-20 radicales filosóficos que disfrutaron de un breve día al sol en el en el Parlamento durante la década de 1830. Mill continuó siendo el líder hasta su muerte en 1836 y luego los demás intentaron continuar con su espíritu.

Aunque los radicales filosóficos se proclamaban benthamitas, el anciano Bentham tenía poco que ver personalmente con este grupo de Mill. La mayoría de los radicales filosóficos parlamentarios habían sido convertidos personalmente por Mill, empezando por Ricardo hacía más de una década e incluyendo también a su hijo John Stuart, quien durante un tiempo sucedió a su padre como líder radical.

Mill, junto con Ricardo, también convirtió al líder oficial de los radicales en el Parlamento, el banquero y posteriormente historiador clásico George Grote (1794-1871). Grote, un hombre autodidacta y falto de humor, se convirtió pronto en una abyecta herramienta de James Mill, al que admiraba enormemente como “un pensador muy profundo”. Como más fiel discípulo de Mill, Grote, en palabras del Profesor Joseph Hamburger, estaba “tan inoculado, por decirlo así”, que para él las órdenes de Mill “tenían la fuerza y sanción de las obligaciones”.

El círculo de Mill también tuvo una fiera mujer activista, Mrs. Harriet Lewin Grote (1792-1873), una militante imperiosa y autoritaria cuya casa se convirtió en el salón y centro social de los radicales parlamentarios. Era conocida como “la reina de los radicales”, de quien Cobden escribió que “si hubiese sido un hombre, habría sido el líder de un partido”.

Harriet atestiguaba la elocuencia y el efecto carismático de Mill en sus discípulos jóvenes, la mayoría de los cuales entraban en el círculo de Mill a través de su hijo, John Stuart. Un testimonio típico era el de William Ellis, un joven amigo de John, que escribió en años posteriores de su experiencia con James Mills: “Realizó un cambio completo en mí. Me enseñó como pensar y para qué vivir”.

[An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (1995)]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe.

  • 1William E.C. Thomas, The Philosophic Radicals: Nine Studies in Theory and Practice 1817–1841 (Oxford: The Clarendon Press, 1979), p. 100.
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