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Por qué el mercado de energía altamente regulado de Europa es tan malo para el crecimiento

Mises Wire Daniel Lacalle

A pesar de una interminable cadena de estímulos monetarios y fiscales, la eurozona decepciona constantemente en cuanto a crecimiento y creación de empleo. Una de las razones es la demografía. Ningún estímulo monetario y de gasto público puede compensar el impacto en el consumo y el crecimiento económico de una población que envejece, como también puede confirmar Japón.

Sin embargo, hay un factor especialmente importante que tiende a pasarse por alto: la falta de competitividad de la industria de la eurozona debido a los precios crecientes y no competitivos de la electricidad.

Los precios de la electricidad residencial en la Unión Europea entre 2010 y 2014 fueron de una media de casi 240 dólares por megavatio hora (MWh), mientras que en Estados Unidos fueron de una media de casi 120 dólares/MWh, es decir, menos de la mitad de los precios de la UE. Los precios medios de la gasolina y el gasóleo en la UE también eran el doble de los de Estados Unidos.

Esta tendencia no ha mejorado. En 2020, el precio medio de la electricidad para el consumidor residencial en Europa registró un aumento del 13% con respecto al precio medio de diez años antes.

Las subvenciones a las energías renovables desempeñan un papel importante. En Alemania, los precios de la electricidad en los hogares han aumentado de forma espectacular desde 2006. Los precios de la electricidad en los hogares han subido un 57 por ciento entre 2006 y 2019, mientras que el país invirtió más de 150.000 millones de euros en subvenciones a las renovables. El precio de la energía sólo representa el 23 por ciento de la factura doméstica media, mientras que las primas a las renovables suponen el 21 por ciento y el coste de las redes el 24 por ciento. En la actualidad, Alemania depende en casi un 24 por ciento de su combinación energética del carbón y en un 12 por ciento del gas natural.

Los impuestos y gravámenes son los que más aportan. Su proporción ha aumentado constantemente, desde el 25,6 por ciento en 2011 hasta el 40,3 por ciento en 2020, con tasas tan altas como el 66 por ciento en Dinamarca y el 53 por ciento en Alemania.

La media del impuesto sobre el valor añadido (IVA) en la UE es del 15,5% de la electricidad y oscila entre el 4,8% de Malta y el 21,2% de Hungría.

Estos elevados precios de la energía, en los que las empresas y los hogares tienen que hacer frente a enormes impuestos y costes fijos, suponen un lastre para el crecimiento y la competitividad. Incluso en Alemania, donde las industrias exportadoras están exentas de impuestos sobre las energías renovables, la diferencia con Estados Unidos y China en términos de costes energéticos sigue siendo demasiado elevada y hace que la mayoría de las industrias no sean competitivas. Hay que recordar que los costes energéticos pueden suponer hasta el 30% de los costes de una industria. El aumento de los costes fijos en la factura energética supone una carga de capital circulante para las empresas que inevitablemente conduce a una menor creación de empleo, ya que los dos costes más importantes son la energía y la mano de obra en las manufacturas industriales.

Un factor negativo clave en Europa es el coste de las emisiones de dióxido de carbono, que es un impuesto oculto que los gobiernos recaudan por la venta de permisos de emisión. El precio de los permisos de CO2 se ha disparado hasta alcanzar máximos históricos, ya que los Estados miembros han limitado los permisos y la demanda ha aumentado. Este coste se traslada directamente a los consumidores mientras los gobiernos recaudan miles de millones de euros por su venta. A medida que se aceleran los objetivos europeos de reducción de emisiones, es probable que este impuesto oculto penalice aún más a productores y consumidores. La Unión Europea representa alrededor del 9% de las emisiones mundiales de CO2, pero soporta el 100% del coste, ya que el resto de las grandes economías no imponen una carga tan pesada a los consumidores. Además, el impuesto sobre el CO2 no ha funcionado. La única razón por la que las emisiones de la Unión Europea están disminuyendo es porque su crecimiento es más débil que el de sus pares. Incluso Estados Unidos ha reducido las emisiones más rápidamente desde 2007. «Las emisiones de carbono de Estados Unidos han disminuido desde que alcanzaron su máximo en 2007 y la reducción de emisiones de Estados Unidos ha superado a todos los países que han permanecido como parte del Acuerdo de París en términos de emisiones brutas. Sin embargo, muchos países individuales han visto reducidas sus emisiones de carbono a un ritmo más rápido que Estados Unidos», según The Dispatch. Lo triste es ver que algunos de los principales motores de la reducción de las emisiones de carbono de la UE son el menor crecimiento y la deslocalización industrial a otros países.

Este lastre para la competitividad no es sólo un factor negativo para las industrias existentes, sino un elemento clave en su decisión de deslocalización a otros países.

Los mercados energéticos diseñados políticamente no sólo restan competitividad a la Unión Europea, sino que frenan el crecimiento potencial y la creación de empleo.

No hay nada negativo en una transición energética más limpia si es competitiva y no genera más efectos negativos que positivos. El problema en la Unión Europea es que la transición energética ha sido diseñada políticamente y no impulsada por la competencia y la tecnología. Las medidas fiscales y de subvención equivocadas han dado lugar a mayores costes fijos para las empresas y a precios elevados para los consumidores. En lugar de mercados energéticos fuertemente intervenidos, la competencia abierta entre las renovables y el gas natural y la innovación tecnológica habrían sido alternativas mejores y más baratas.

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