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¿Por qué Bernie y los progresistas no viven comunalmente aquí y ahora?

Este artículo de Free Beacon acerca de Bernie Sanders siendo expulsado de una «comuna hippie» en 1971 parece algo salido de The Onion. Bernie, con 30 (!) años entonces, era como un mal compañero de cuarto de universidad que prefería las discusiones políticas a altas horas de la noche al trabajo doméstico y la limpieza. Y basándonos en informes no contestados de su inexistente carrera, podemos asumir tranquilamente que no contribuyó en nada a las finanzas comunales.

El que Bernie Sanders (un haragán que se unía abiertamente a grupos socialistas y comunistas) pueda incluso oler la presidencia de EEUU es un testimonio de la simpleza americana y un fetiche duradero para el colectivismo entre los occidentales ricos.

Pero la cuestión de las comunas es interesante para los libertarios. ¿Bajo qué condiciones, con qué personas y durante cuánto tiempo puede funcionar el colectivismo? La economía ayuda a explicar por qué la vida comunal (más allá de los grupos familiares) tiende a fracasar debido a los malos incentivos, pero por sí sola no explica los elementos políticos y sociológicos.

La vida comunal voluntaria no es imposible de por sí, en grupos pequeños homogéneos que identidades muy similares y valores profundamente compartidos. Los kibutz israelíes son un buen ejemplo, aunque hoy la mayoría emplean hoy algunos elementos de propiedad privada y diferentes salarios para diversos trabajos. Las comunidades amish y menonitas en EEUU son otro ejemplo, con la interesante característica de un periodo de «rumspringa» en el que se permite a los jóvenes probar la vida moderna antes de decidir comprometerse con la iglesia y la comunidad.

Milton Friedman, en el capítulo 5 de Libertad para elegir, tenía esto que decir acerca de las comunidades kibutz en Israel:

Los igualitaristas en Estados Unidos pueden objetar que el bajo número de comunas y su fragilidad reflejan el oprobio con el que una sociedad predominantemente “capitalista” observa dichas comunas y la resultante discriminación a la que se ven sometidas. Puede ser cierto para Estados Unidos, pero, como ha señalado Robert Nozick, hay un país en el que eso no es cierto, donde, por el contrario, las comunas igualitarias están muy consideradas y valoradas. Ese país es Israel. (…) Todos son libres de unirse o abandonar el kibutz y estos han sido organizaciones sociales viables. Pero en ningún momento, e indudablemente no ahora, más del 5% de la población judía ha elegido ser miembros de un kibutz. Ese porcentaje puede considerarse como una estimación alta de la fracción de personas que elegirían voluntariamente un sistema que obliga a la igualdad de producción frente a un sistema caracterizado por la desigualdad, la diversidad y la oportunidad.

Murray Rothbard, criticando La gran transformación de Karl Polanyi, tenía una opinión típicamente mordaz:

Quien lo quiera puede, en una sociedad libre, incluso unirse a una comuna voluntaria, como la granja Brook o un kibutz israelí y llevar una vida tan dichosamente comunista como desee. Si todos siguen teniendo la opción de hacerlo, si todos tienen la opción de irse a una isla desierta o unirse a una comuna, ¿por qué le amarga tanto el mercado a Polanyi?

Aunque las comunas de EEUU disfrutaron de un resurgimiento en las décadas de 1960 y 1970, el número de sus miembros nunca se aproximó al 5% de la población. Y su abrupto declive demuestra que la vida comunal es al tiempo difícil de sostener y difícil de trasladar a los hijos.

Lo que debe destacarse es esto: en la América de Ron Paul o en la sociedad de ley privada de Hans Hoppe, los acuerdos «socialistas» voluntarios serían perfectamente aceptables y legales. Pero las comunidades libertarias nunca se permiten en las sociedades estatistas.

El libertarismo no tiene nada que decir acerca de comunidades privadas, salvo esto: fuerza y fraude no son admisibles. Así que miles o incluso millones de personas podrían reunirse en áreas como San Francisco y crear voluntariamente planes sanitarios de pagador único, «cuotas» basadas en renta, escuelas libres, educación colectiva de los hijos, etc. —toda la panoplia de los programas progresistas.

Pero lo contrario no es cierto, en la América de Bernie Sanders, los libertarios no pueden renunciar a los impuestos de la renta, el servicio selectivo, la Seguridad Social, Medicare, leyes de drogas, restricciones a la propiedad, regulaciones federales o diversas leyes estatales y locales. No hay comunidades libertarias permitidas dentro de los confines geográficos de EEUU.

Así que mientras los progresistas pro-Bernie son libres para crear sus propias comunidades en el mundo de Ron Paul, los libertarios de Ron Paul se ven obligados por la fuerza a participar en el mundo de Bernie. Esa es la diferencia fundamental entre libertad y socialismo, entre voluntarismo y colectivismo, entre estatismo y propiedad privada. Nada impide a los progresistas vivir como quieran ahora, excepto las mismas cosas a las que se oponen virulentamente: descentralización, secesión y control local.

Los progresistas odian escuchar que los impuestos son un robo, que el gobierno es fuerza y que toda norma y regulación implica violencia por su incumplimiento. Les ofende hasta un nivel visceral, porque toda su visión de mundo cuelga del mito del contrato social. Pero su divisa es la violencia y los contratos reales —en forma de comunidades voluntarias privadas— no están permitidos.

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Image Source: wikimedia
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