La semana pasada, la retórica nuclear entre los EEUU y Rusia hizo que algunos nos sintiéramos transportados a 1962. Por aquel entonces, las maniobras soviéticas para colocar misiles con capacidad nuclear a 90 millas de nuestra costa, en Cuba, provocaron la mayor crisis de la Guerra Fría. Los Estados Unidos y su presidente, John F. Kennedy, no podían tolerar que una potencia hostil colocara semejantes armas a sus puertas, y el mundo sólo supo años después lo cerca que estuvimos de una guerra nuclear.
Afortunadamente, tanto Jruschov como Kennedy dieron marcha atrás —el líder soviético retiró los misiles de Cuba y el presidente de los EEUU accedió a retirar algunos misiles de Turquía. Ambos se dieron cuenta de la insensatez de jugar con la «destrucción mutua asegurada», y este compromiso allanó probablemente el camino hacia un mayor diálogo entre EEUU/Unión Soviética desde Nixon hasta el presidente Reagan y, finalmente, hacia el fin de la Guerra Fría.
Más de 60 años después, tenemos un presidente de EEUU, Donald Trump, que la semana pasada declaró que había «ordenado posicionar dos submarinos nucleares en las regiones apropiadas», es decir, más cerca de Rusia.
¿Había atacado Rusia a los EEUU o a un aliado? ¿Amenazado con hacerlo? No. El supuesto reposicionamiento de activos militares estratégicos de EEUU fue en respuesta a una aguda serie de publicaciones realizadas por el expresidente ruso Dmitri Medvédev en las redes sociales que irritaron al presidente Trump.
La guerra de palabras comenzó antes, cuando las interminables amenazas del senador neoconservador de EEUU Lindsey Graham contra Rusia recibieron una respuesta —y una advertencia— de Medvédev. Graham, que parece amar la guerra más que cualquier otra cosa, publicó «A aquellos en Rusia que creen que el presidente Trump no se toma en serio poner fin al baño de sangre entre Rusia y Ucrania... También verán pronto que Joe Biden ya no es presidente. A la mesa de la paz».
Medvédev respondió: «no le corresponde a usted ni a Trump dictar cuándo ‘sentarse a la mesa de paz’. Las negociaciones terminarán cuando se hayan alcanzado todos los objetivos de nuestra operación militar. Trabaja primero en América, abuelo».
Eso bastó para que Trump se sumara a defender a su mal elegido aliado Graham y terminó con Medvédev aludiendo a la doctrina nuclear soviética que preveía una respuesta nuclear automática a cualquier primer ataque contra la URSS por parte de armas de los EEUU o de la OTAN.
El mensaje del político ruso era claro: atrás. Difícilmente fue Jruschov golpeando su zapato en la ONU al grito de «los enterraremos», pero fue suficiente para que Trump hiciera un raro pronunciamiento público sobre el movimiento de los submarinos nucleares por EEUU.
Trump está comprensiblemente frustrado porque su promesa de poner fin a la guerra en Ucrania en 24 horas no se ha cumplido después de seis meses en el cargo. El presidente Trump no parece entender que no se puede armar a un bando en una guerra y luego exigir que el otro bando —el que va ganando— deje de luchar. Eso no ha ocurrido nunca en la historia.
Lo más trágico es que la guerra en Ucrania probablemente podría haber terminado si no en 24 horas, seguramente en seis meses si Trump simplemente hubiera puesto fin a la política de Joe Biden sobre Ucrania. Es el continuo apoyo de los EEUU a la guerra lo que mantiene la guerra. Incluso los principales medios de comunicación de los EEUU admiten que Ucrania perderá. Pero Trump parece estar bajo el hechizo de los neoconservadores que nunca pueden revertir una política fracasada.
Esperemos que el regreso de la retórica nuclear despierte a algunos en DC del peligro que los neoconservadores representan para nuestro país. Ya no estamos en 1962.