En la actualidad, existe una paradoja en el centro de las finanzas mundiales: el gobierno de los EEUU, en su intento por estabilizar sus mercados de deuda, ha legitimado las mismas fuerzas del libre mercado que están erosionando su monopolio sobre el dinero.
A mediados de 2025, los Estados Unidos promulgó la Ley GENIUS, el primer marco legal integral para las monedas estables —dólares digitales emitidos de forma privada y totalmente respaldados que se mueven instantáneamente a través de redes blockchain abiertas en lugar de a través del sistema bancario regulado. La ley otorgó legitimidad oficial a una industria ya en auge, pero sus consecuencias más profundas van mucho más allá de las criptomonedas. Ha convertido a los emisores de monedas estables en una nueva y fiable clase de compradores de deuda del gobierno de EEUU.
En un momento en que los bancos centrales extranjeros están reduciendo sus tenencias de bonos del Tesoro y la carga fiscal de América está aumentando, este flujo de demanda privada se ha convertido en un auténtico salvavidas. Y ahí radica la paradoja: al empoderar a los mercados privados para crear y hacer circular dólares digitales respaldados por bonos del Tesoro de EEUU, el gobierno se ha asegurado un alivio a corto plazo para sus crecientes presiones financieras —al tiempo que permite que una parte cada vez mayor del sistema del dólar evolucione más allá de su control directo. Para mantener el control en un lugar, está perdiendo el control en otro.
Una base de compradores cada vez más reducida y una presión fiscal creciente
Los Estados Unidos registra actualmente un déficit presupuestario persistente —la diferencia entre lo que gasta el gobierno y lo que recauda— que supera el 6 % del PIB. Los pagos de intereses de la deuda nacional se han convertido en una de las partidas más importantes del presupuesto federal, rivalizando con el gasto en defensa y la Seguridad Social. Cada aumento de un punto porcentual en el coste medio de los préstamos añade cientos de miles de millones de dólares en gastos anuales, lo que deja menos margen para todo lo demás que financia el gobierno.
Durante décadas, los bancos centrales extranjeros, como los de China y Japón, ayudaron a financiar estos déficits comprando bonos del Tesoro de los EEUU, es decir —los bonos a corto y largo plazo que emite el gobierno para recaudar fondos. Pero esa era está llegando a su fin. Ambos países se han convertido en vendedores netos de bonos del Tesoro, utilizando los ingresos para defender los tipos de cambio y apoyar las economías nacionales.
Cuando esos compradores tradicionales se retiran, los EEUU debe encontrar otros nuevos. Sin una demanda constante, los precios de los bonos del Tesoro caen y los rendimientos (tasas de interés) suben, lo que aumenta los costes de endeudamiento del gobierno y agrava el problema de la deuda que está tratando de resolver.
La última opción es que la Reserva Federal, el banco central de América, compre la deuda utilizando dinero recién creado —un proceso conocido como monetización. Pero esta vía conlleva peligros evidentes. Crear dinero para comprar deuda pública socava la confianza en el dólar, lo que aumenta el riesgo de depreciación frente a otras monedas y hace subir los precios en el país. La inflación es, en efecto, el impuesto oculto del desequilibrio fiscal.
Evitar, o al menos minimizar, ese resultado se ha convertido en una prioridad urgente. Una forma inesperada en que los EEUU lo está logrando es mediante el auge de las monedas estables. Al canalizar la demanda mundial de dólares digitales hacia la compra de letras del Tesoro de los EEUU, los emisores de monedas estables están ayudando a financiar los déficits del gobierno, reduciendo la necesidad de que la Fed imprima más dinero —lo que estabiliza silenciosamente las finanzas de América y, al mismo tiempo, traslada una mayor parte del sistema del dólar a manos privadas.
Monedas estables: dólares digitales privados respaldados por deuda pública
Una moneda estable es esencialmente una versión digital del dólar de los EEUU —un token que se puede conservar o enviar como una criptomoneda, pero que siempre vale un dólar. La gente las quiere por las mismas razones por las que utiliza los dólares: estabilidad, confianza y aceptación global. La diferencia está en el mecanismo de entrega. Las stablecoins se mueven instantáneamente a través de las fronteras, se liquidan en segundos y están disponibles para cualquier persona con un smartphone, incluso en lugares donde el acceso a la banca americana es limitado o poco fiable. Para los empresarios de los mercados emergentes, los autónomos a los que se les paga desde el extranjero o las familias que envían remesas a sus países, son simplemente una forma más rápida, barata y abierta del dólar.
Más allá de estos usos prácticos, las stablecoins también sirven de puente entre el dinero tradicional y el mundo más amplio de los activos digitales. Proporcionan la liquidez estable basada en el dólar que mantiene el funcionamiento de los mercados de criptomonedas y permiten que activos como el bitcoin actúen como inversiones o garantías sin necesidad del sistema bancario tradicional.
A diferencia de los depósitos bancarios tradicionales, que se prestan y solo están respaldados en parte por efectivo, las stablecoins están totalmente respaldadas: por cada token emitido, hay un dólar o un bono del Tesoro de EEUU (un bono del Estado a corto plazo) equivalente en reserva. Esta distinción es fundamental. La banca de reserva fraccionaria permite que dos partes crean que poseen el mismo dinero al mismo tiempo —el depositante y el prestatario — y esa ilusión solo se mantiene mientras haya confianza. Cuando la confianza flaquea, los bancos se enfrentan a retiradas masivas de fondos y dependen de los rescates del banco central. Las stablecoins evitan esa fragilidad por diseño: los fondos de respaldo nunca se vuelven a prestar y el reembolso es inmediato y transparente.
Cuando un usuario envía dólares a una empresa de monedas estables como Circle (USDC), Tether (USDT) o PayPal USD, la empresa compra bonos del Tesoro de EEUU o mantiene efectivo por el mismo valor. Esos activos generan ingresos por intereses para el emisor, mientras que el token circula libremente por Internet. Cuando se canjea el token, la empresa vende bonos del Tesoro para devolver el efectivo al usuario.
La Ley GENIUS formaliza este modelo. Exige a los emisores que mantengan reservas en «activos seguros y líquidos» —efectivo o bonos del Tesoro a corto plazo— verificadas por auditorías independientes y divulgadas públicamente. También se prohíbe a los emisores insinuar cualquier garantía gubernamental o seguro del banco central.
El efecto: cada dólar de demanda de stablecoins se convierte en un nuevo dólar de demanda de bonos del Tesoro. El creciente apetito mundial por los dólares digitales significa ahora que los mayores emisores poseen colectivamente más de 150 000 millones de dólares en letras del Tesoro de EEUU (aproximadamente entre el 2 % y el 3 % de todos los bonos del Tesoro a corto plazo en circulación), una cantidad comparable a las tenencias de un importante acreedor extranjero. Y esa cifra está creciendo rápidamente. Con las tasas de interés actuales, esas tenencias generan miles de millones en ingresos para los emisores y proporcionan una demanda estable e insensible al precio de la deuda del gobierno de los EEUU.
En la práctica, la sed mundial de dólares digitales está financiando ahora una parte significativa y creciente del déficit americano —de forma voluntaria, rentable y sin ninguna indicación de la Reserva Federal.
Por qué no es probable una CBDC de EEUU
Todas las grandes potencias han explorado la idea de una moneda digital del banco central (CBDC) —un dólar digital emitido por el gobierno que se registraría directamente en el libro mayor de la Reserva Federal. Para los responsables políticos, el atractivo es obvio: ofrece una visibilidad y un control totales sobre el dinero. Una CBDC permitiría al Estado ver todas las transacciones, rastrear a todos los destinatarios, congelar o confiscar fondos al instante, bloquear pagos no deseados o incluso hacer que el dinero caducara para obligar a la gente a gastarlo. La tributación podría automatizarse; las sanciones y las subvenciones podrían aplicarse mediante código.
Para los planificadores centrales, esto parece eficiente —una herramienta para el cumplimiento perfecto y el estímulo instantáneo. Para los ciudadanos, significaría el fin del efectivo como instrumento privado y el comienzo del dinero programable cuyo uso depende de un permiso. La privacidad financiera, tal y como la conocemos, desaparecería.
Sin embargo, a pesar del atractivo del poder, sigue siendo poco probable que se cree una CBDC en EEUU —no porque la tecnología sea difícil, sino porque la lógica fiscal va en sentido contrario. El gobierno federal se beneficia enormemente de la demanda privada de su deuda creada por las monedas estables. Una CBDC no generaría esa demanda. Sería simplemente otra deuda pública circulando dentro del sistema oficial, sin hacer nada para atraer capital externo. Las monedas estables, por el contrario, atraen los ahorros privados globales y los reciclan en bonos del Tesoro de EEUU, convirtiendo la demanda mundial de dólares digitales en una fuente constante de financiación para los déficits de Washington.
A dónde conduce todo esto
Si las monedas estables siguen expandiéndose, la arquitectura del control monetario cambiará inevitablemente. Durante más de un siglo, la Reserva Federal, —el banco central de América—, ha guiado la economía a través de dos herramientas principales:
- Ajustando la oferta de reservas (la base monetaria que poseen los bancos) para fomentar o restringir los préstamos.
- Fijar los tasas de interés para influir en los préstamos, el gasto y la inversión.
Ambas herramientas se basan en una suposición: que la mayoría de los dólares circulan dentro del sistema bancario regulado. Las stablecoins rompen silenciosamente ese vínculo. Cada token representa activos reales —bonos del Tesoro o efectivo— pero se mueve en redes que operan fuera del alcance directo de la Fed.
A medida que crece este fondo común de dólares «fuera del banco», las palancas tradicionales de la Fed pierden precisión. La creación de más reservas en el banco central ya no garantiza más crédito cuando los particulares y las empresas pueden mantener o mover dólares digitales de forma independiente. El aumento de las tasas de interés puede enfriar la actividad en los bancos tradicionales, pero no en la economía global del dólar digital, que ahora funciona con su propia infraestructura.
Esto no elimina por completo la influencia de la Fed, que sigue fijando los rendimientos de los bonos del Tesoro, que determinan la rentabilidad de la emisión de monedas estables, pero transforma la política de control directo a coordinación indirecta con los mercados. La Fed se convierte en un actor más entre muchos en un ecosistema monetario abierto que ya no controla por completo.
A largo plazo, este cambio podría marcar el primer paso de una evolución más amplia que se aleja del dinero fiduciario puro —moneda que existe únicamente por decreto gubernamental— hacia el dinero fiduciario basado en el mercado, dólares que siguen denominados en unidades americanas, pero que circulan y se autorregulan a través de instituciones privadas y competitivas.
El bitcoin profundiza esta evolución. Con su oferta fija y su independencia de cualquier Estado, sirve como cobertura natural contra la inflación fiduciaria y la mala gestión. Hoy en día, funciona principalmente como reserva o activo colateral bajo el sistema de monedas estables, pero con el tiempo podría convertirse en una reserva de valor más amplia —un ancla sólida y voluntaria para un nuevo orden monetario digital.
Cuanto más se arraiga este sistema, más clara se vuelve su lógica: cuanto más retrasa Washington la reforma fiscal, más bonos del Tesoro debe emitir, y más dependerá de la demanda mundial de monedas estables para absorberlos. Cada paso aumenta la dependencia del dinero basado en el mercado y disminuye el control central.
Esa dependencia puede resultar ser una limitación saludable. Obliga a la disciplina a un gobierno que durante mucho tiempo la ha eludido y abre el camino a una era de independencia monetaria —en la que el dinero vuelve a pertenecer al mercado, y no al ministerio.
Publicado originalmente en AppliedLibertarian.substack.com