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La falacia de «medir» la inflación

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Uno de los temas más rudimentarios de la macroeconomía dominante es la inflación, y específicamente los diferentes métodos de «medir» la inflación, como el Índice de Precios al Consumo (IPC) y el Índice de Precios al Productor (IPP). Estos conceptos se enseñan prácticamente en todos los cursos introductorios de macroeconomía y desempeñan un papel fundamental en los debates políticos sobre la economía.

Un aspecto digno de mención, aunque a menudo pasado por alto, de este tema es que la terminología específica de «medición de la inflación» se da por sentada como la forma de describir esta área de estudio. El popular YouTuber de economía Jacob Clifford hace una presentación típica en un vídeo reciente sobre indicadores económicos: «Ahora vamos a hablar de cómo medir la inflación», dice, introduciendo una nueva lección. «La medida más común de la inflación es el Índice de Precios al Consumo, o IPC».

Este lenguaje se ha convertido en algo tan habitual que los economistas rara vez se preguntan si es apropiado. Pero los economistas austriacos llevan mucho tiempo cuestionando esta elección terminológica aparentemente inocua, y con razón.

El significado de la medición 

Según el Oxford Advanced Learner’s Dictionary, medir algo significa «hallar el tamaño, la cantidad, etc. de algo en unidades estándar». Podemos pensar en una regla que se utiliza para medir la longitud en centímetros o pulgadas, un termómetro que mide la temperatura en grados Celsius o Fahrenheit, o un manómetro que mide la presión en kPa o psi, etc.

El concepto de unidad de medida es fundamental. Medir algo es expresar algún tipo de cantidad en términos de la unidad pertinente. Podemos decir, por ejemplo, que una luz tiene un brillo de 5 lúmenes, que un objeto tiene una masa de 20 kilogramos o que una corriente eléctrica fluye a 200 amperios. Estas afirmaciones son medidas significativas porque las cantidades son relativas a un estándar conocido, en estos casos, respectivamente, un lumen, un kilogramo y un amperio. Es cierto que puede haber diferentes unidades para el mismo fenómeno, pero basta una simple conversión para navegar entre los distintos sistemas de unidades.

Teniendo esto en cuenta, enseguida queda claro que algo falla cuando el concepto de medida se aplica a la inflación. Por ejemplo, si realmente podemos «medir la inflación», ¿cuáles son sus unidades? ¿Dólares al año? Eso no tiene sentido. No se «mediría» la inflación con 5 dólares al año o 100 dólares al año.

Tal vez lo que los economistas quieren decir es que están midiendo la tasa de cambio del «nivel de precios». ¿Cuáles son las unidades del nivel de precios?

Aquí es donde se introduce el enfoque del número índice, en el que el precio de una «cesta de bienes» en un año determinado se toma como una especie de estándar. Pero, como explica Mises en Acción humana, esto tampoco es realmente una «medida» en el sentido propio de la palabra:

La pretenciosa solemnidad de que hacen gala los estadísticos y las oficinas de estadística al calcular los índices del poder adquisitivo y el coste de la vida está fuera de lugar. Estos índices son, en el mejor de los casos, ilustraciones burdas e inexactas de los cambios que se han producido...

En la vida práctica, nadie se deja engañar por las cifras de los índices. Nadie está de acuerdo con la ficción de que deben considerarse medidas. Cuando las cantidades se miden, cesan todas las dudas y desacuerdos sobre sus dimensiones. Estas cuestiones están zanjadas. Nadie se atreve a discutir con los meteorólogos sobre sus mediciones de temperatura, humedad, presión atmosférica y otros datos meteorológicos. Pero, por otra parte, nadie acepta un número índice si no espera obtener una ventaja personal de su reconocimiento por parte de la opinión pública. El establecimiento de números índices no resuelve las disputas; simplemente las traslada a un campo en el que el choque de opiniones e intereses antagónicos es irreconciliable....

...En la órbita praxeológica el concepto de medida no tiene ningún sentido. En el estado imaginario —y, por supuesto, irrealizable— de rigidez y estabilidad no hay cambios que medir. En el mundo real del cambio permanente no hay puntos fijos, objetos, cualidades o relaciones con respecto a los cuales se puedan medir los cambios.

Cuando los estadísticos generan el IPC o el IPP, no están sacando el equivalente económico de una regla y midiendo algo. Simplemente manipulan los datos de acuerdo con una serie de procedimientos arbitrarios.

Un término alternativo

Si los argumentos en contra de la terminología «medición» son tan decisivos, ¿por qué ha seguido en boga durante décadas? Quizá la respuesta sea que no se ha propuesto ninguna alternativa adecuada. Es difícil deshacerse de un término útil —aunque sea erróneo— si no se tiene con qué sustituirlo.

A la luz de esto, me gustaría ofrecer un término que creo que debería ser considerado como el sustituto: cuantificar. Calcular el IPC, el IPP, etc., no debería considerarse una medida de la inflación, sino un mero intento de cuantificarla.

El mérito de la palabra cuantificar es que es más abstracta y, por tanto, más humilde. No implica que estemos determinando una métrica objetiva. En cambio, da la impresión de «ponerle un número». No pretende ser más que una manipulación estadística, un método ciertamente tosco que no es más que un intento de plasmar en una cifra la rapidez con la que suben los precios.

Tanto si cuantificar acaba siendo el mejor sustituto como si no, lo que está claro es que la terminología de «medir» la inflación debe ser exorcizada de la profesión económica. Como dijo tan elocuentemente La princesa prometida: «Sigues usando esa palabra. No creo que signifique lo que usted cree que significa».

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