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Entendiendo el fenómeno Trump: no es lo que las élites piensan

Donald Trump ha ganado los caucus de Iowa y las primarias de Nueva Hampshire y lidera las encuestas para convertirse en el candidato Republicano a la presidencia en las próximas elecciones generales. Su condición de aspirante con más posibilidades de desafiar a Joe Biden está molestando a las figuras del establishment, que piensan que el ascenso de Trump amenaza la democracia. Los principales medios ponen constantemente en la picota a Trump, al que consideran un demagogo que envalentona los bajos fondos racistas de la sociedad americana. Las emociones están a flor de piel, pero la villanía de Trump se ha exagerado enormemente.

Tras ganar la presidencia en 2016, los expertos pensaron que Trump devolvería a América a una era de racismo. Estas predicciones convencieron a muchos, aunque no se materializaron. Donald Trump no gobernó como un racista, sino que se dirigió a las minorías raciales y a las mujeres. Trump lanzó constantemente planes económicos para galvanizar el apoyo de negros e hispanos. Al igual que los presidentes anteriores, respaldó políticas para promover a las mujeres en la ciencia, para consternación de los críticos, y fue un defensor implacable del empoderamiento femenino.

Durante su mandato, Trump colaboró con las comunidades no blancas y a menudo se jactó de haber hecho más por ellas que los presidentes anteriores. El racismo y el sexismo no fueron el sello distintivo de su presidencia. Trump tomó prestado con seriedad el libro de jugadas liberal al vender con pasión su mensaje a las minorías. Siendo un político astuto, Trump se hizo querer rápidamente por las mujeres y las minorías, en lugar de complacer el chovinismo de los nacionalistas blancos. De hecho, Trump reforzó su popularidad en las comunidades minoritarias, pero recibió cada vez menos apoyo de los blancos.

La presidencia de Trump se centró en ampliar su base de partidarios de las minorías hasta tal punto que los lectores fueron bombardeados frecuentemente con historias que explicaban su acercamiento a las comunidades minoritarias. Los medios de comunicación cubrieron ampliamente los avances logrados por los negros y los hispanos bajo la presidencia de Trump. Las tasas de desempleo de negros, asiático-americanos, nativos americanos, hispanos y discapacitados cayeron en picado hasta mínimos históricos. El descenso de las tasas de pobreza de negros e hispanos también fue coherente con las tendencias de progreso de la presidencia de Trump.

Sin embargo, los beneficios de la presidencia de Trump también se extendieron más allá de los grupos minoritarios para abarcar a la población americana en general, con grupos de bajos ingresos y obreros que registraron considerables ganancias salariales. Trump presidió una economía boyante a pesar de las críticas de sus oponentes. Las injustificadas acusaciones de racismo e incompetencia lanzadas contra Trump reflejan el desvarío de unos críticos incapaces de apreciar su atractivo masivo.

La retórica de Trump es incendiaria, pero más allá de sus comentarios groseros, no es muy diferente de la de otros presidentes. De hecho, existen paralelismos entre Trump y Biden. Durante su mandato, Trump se mostró altanero con China. Su desprecio por China le llevó a imponer aranceles a las importaciones chinas; sin embargo, esto resultó ser una política económica costosa. Destinada a penalizar a China, la política tuvo el efecto contrario de aumentar los precios para los negocios americanos. El presidente Biden ha conservado elementos de la política antimonopolio de Trump y es igualmente altanero respecto a China.

En 2022, alegando razones de seguridad nacional, Biden anunció la prohibición de exportar semiconductores a China. Además, la administración ha prohibido a las firmas de EEUU realizar inversiones en algunas de las industrias chinas de alta tecnología. Del mismo modo, ambos hombres abogan por el proteccionismo y los requisitos «Buy-America». Aunque Trump tiene un enfoque económico más librecambista, esto no es lo que le diferencia fundamentalmente de Biden.

La principal diferencia es que Biden es un globalista y Trump es un antiglobalista. Donald Trump no cederá soberanía a las instituciones globales ni se conformará rabiosamente con la histeria del movimiento ambiental global. Cancelar el oleoducto Keystone para apaciguar a los alarmistas climáticos no habría sido una opción para Trump. Esta política inane cerró once mil puestos de trabajo sin ningún análisis serio de la decisión. Con una presidencia de Trump, la capacidad de los globalistas para ejercer control sobre los asuntos de América disminuirá, y por eso Trump es tan odiado por las élites: amenaza el globalismo.

A las organizaciones internacionales no les resultará fácil manipular a Trump para que haga su voluntad. Por ejemplo, Trump revocó la participación de América en el Acuerdo de París que pretendía limitar el calentamiento a 1,5 grados a pesar de carecer de argumentos económicos coherentes para hacerlo. Además, Trump no esclavizará a América a objetivos de emisiones netas cero que ascienden a billones. Los críticos desprestigiarán a Trump para disuadir a los americanos de elegirle, pero incluso si no es apto para ser presidente de nuevo, sus victorias en Iowa y Nueva Hampshire indican que la demanda de trumpismo podría catapultarle a una segunda victoria presidencial.

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