El Premio Nobel de Economía 2025 ha sido otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt por sus «contribuciones a la comprensión del crecimiento económico impulsado por la innovación». Entre ellos, Aghion y Howitt fueron honrados por su trabajo sobre cómo el crecimiento sostenido puede surgir a través de la «destrucción creativa». Sin embargo, si Joseph Schumpeter pudiera ver cómo su concepto de destrucción creativa ha sido reformulado como justificación teórica para la intervención gubernamental, se revolvería en su tumba.
El «padre de la economía de la innovación» acuñó el término no para defender el activismo estatal, sino para describir la vitalidad interna del capitalismo, su capacidad para renovar su estructura económica desde dentro. Aghion y Howitt, sin embargo, envolvieron la idea de Schumpeter en elegantes ecuaciones y la transformaron en «prueba» de que los mercados fallan y los gobiernos deben corregirlos. En Francia, esta lógica se ha utilizado incluso para legitimar políticas que han llevado la deuda nacional a niveles récord. Lo que ellos llaman «desarrollar la teoría de Schumpeter» es, en realidad, una traición creativa a la misma.
Las dos caras de la destrucción creativa
En su artículo de 1990 «A Model of Growth Through Creative Destruction» (Un modelo de crecimiento a través de la destrucción creativa), Aghion y Howitt afirmaron ser los primeros en formalizar la idea de Schumpeter. En sus ecuaciones, la destrucción creativa se convirtió en un «motor de crecimiento» computable: las empresas invierten mano de obra en I+D, las innovaciones se producen de forma aleatoria y siguiendo un proceso de Poisson, cada innovación reduce los costos de producción y los innovadores obtienen rentas de monopolio —hasta que la siguiente innovación los «destruye».
Esto parece sofisticado, pero reduce la visión de Schumpeter a la contabilidad de costos. La innovación deja de ser un acto de aventura empresarial y se convierte en un resultado mecánico del gasto en I+D. La «destrucción» ya no es la renovación orgánica de las tecnologías antiguas, sino una «externalidad» que debe ajustarse mediante subvenciones e impuestos. Aghion incluso calcula que los mercados producen «demasiada o muy poca innovación» —y concluye que el gobierno debe intervenir.
En Capitalismo, socialismo y democracia (1942), Schumpeter definió la destrucción creativa como el mecanismo central de la evolución capitalista. Los emprendedores, al recombinar los factores de producción existentes de nuevas formas, revolucionan continuamente la estructura económica desde dentro —destruyendo viejas industrias y creando otras nuevas. Para Schumpeter, la destrucción nunca fue el objetivo, sino una parte necesaria de la creación.
«El capitalismo, entonces», escribió, «es por naturaleza una forma o método de cambio económico y no solo nunca es, sino que nunca puede ser estacionario». La destrucción simplemente marca el salto de una combinación antigua a una nueva. Sin ella, no habría habido Revolución Industrial, ni era eléctrica, ni economía digital.
Schumpeter nunca vio la destrucción como una pérdida, sino como la mayor fortaleza del capitalismo —su mecanismo de autorrenovación. Las «nuevas combinaciones» de producción no se crean de la nada, sino del renacimiento de los recursos existentes. La innovación no es una creación ex nihilo, sino el redescubrimiento y la recombinación de lo que ya existe. La cadena de montaje de Ford no inventó el acero ni el caucho, sino que combinó piezas estandarizadas, cintas transportadoras y división del trabajo para convertir los coches de artículos de lujo en productos para las masas.
El crecimiento económico, argumentaba Schumpeter, proviene del «cambio interno y autogenerado». El desarrollo no depende de inyecciones externas, sino de la reactivación de factores internos. Cuando se sustituyen las tecnologías antiguas, los recursos no se desperdician —sino que se liberan y se resignan a usos más productivos.
Para Schumpeter, los beneficios del monopolio no eran signos de fracaso del mercado, sino la recompensa por la innovación. Aghion lamenta la «ineficiencia estática» del monopolio, mientras que Schumpeter lo veía como la recompensa del empresario por asumir riesgos. Los empresarios innovan precisamente porque esperan un monopolio temporal, es decir, en el sentido de ser el único vendedor.
De la destrucción creativa a la intervención destructiva
A partir de sus modelos matemáticos, Aghion derivó una serie de «recetas» políticas que Schumpeter habría rechazado de plano. Sostiene que la destrucción creativa conduce al desempleo y a la desestabilización social, por lo que el Estado debe amortiguar el impacto con programas de bienestar social y seguros de desempleo. Esto puede parecer humano, pero frena la innovación. Las empresas reacias a pagar altos costes de despido evitarán las tecnologías arriesgadas, mientras que los trabajadores con generosas redes de seguridad tendrán menos incentivos para aprender nuevas habilidades.
Schumpeter advirtió que «la vitalidad del capitalismo depende de que los empresarios estén dispuestos a asumir riesgos». El estado del bienestar socava precisamente ese espíritu. La tasa de desempleo juvenil en Francia, que ronda el 20 %, —muy por encima de la media de la UE—, es el resultado de una sobreprotección que desalienta a las empresas a contratar y a los jóvenes a esforzarse.
Aghion también pide subvenciones gubernamentales para la «innovación verde» y agencias al estilo de la DARPA para «apostar por tecnologías revolucionarias». Pero Schumpeter habría preguntado: ¿qué hace que los burócratas sean más capaces que los emprendedores a la hora de decidir qué innovar? La innovación del mercado se guía por la demanda de los consumidores; la innovación del gobierno se guía por la discreción política. La primera arriesga el capital privado; la segunda juega con el dinero público. Cuando el emprendedor fracasa, paga el precio; cuando el burócrata fracasa, lo pagan todos los demás.
La curva de innovación en «U invertida» de Aghion afirma que la «competencia moderada» maximiza el crecimiento, por lo que insta a los reguladores a romper los monopolios. Pero esto invierte la causa y el efecto: el monopolio no es el enemigo de la innovación, sino a menudo su resultado. Cuando el Departamento de Justicia de los EEUU intentó dividir Microsoft, asumió que los burócratas entendían la innovación mejor que el propio mercado.
Como economista francés, Aghion es un invitado habitual en el círculo íntimo del presidente Emmanuel Macron. Durante la campaña de Macron en 2017, fue un miembro clave del equipo de asesores económicos que dio forma al marco político. ¿Y los resultados? Tras ocho años de gobierno, la ratio deuda/PIB de Francia ha pasado del 98 % en 2017 al 115,6 % en 2025. La economía ha entrado en un círculo vicioso de aumento de la deuda, estancamiento del crecimiento y debilitamiento de la innovación. El crecimiento del PIB ha caído del 2,3 % a solo el 0,64 %, convirtiendo a Francia en un país rezagado de Europa con «alto nivel de bienestar, altos impuestos y bajo crecimiento». Si Schumpeter pudiera ver esto, tal vez suspiraría: «Esto no es capitalismo —es intervencionismo disfrazado de innovación».
El triunfo de las matemáticas y el colapso del pensamiento
Las ecuaciones diferenciales y los modelos estocásticos de Aghion hacen que la destrucción creativa parezca «científica», pero eliminan la idea más profunda de Schumpeter:
- La innovación es un acto subjetivo de audacia empresarial, no un problema de optimización objetiva.
- El mercado es un proceso de descubrimiento espontáneo, no un objetivo de regulación.
- La destrucción es el preludio de la creación, no una enfermedad que hay que curar.
Schumpeter predijo en su día que «el capitalismo perecería por el exceso de regulación y derivaría hacia el socialismo». Las recetas políticas de Aghion parecen cumplir esa profecía. Cuanto más «preciso» es el modelo, más se aleja de la realidad; cuanto más «benévola» es la política, más aplasta la vitalidad del mercado.
La destrucción creativa, en realidad, no destruye nada esencial —sino que simplemente permite que lo viejo salga con dignidad para que lo nuevo pueda surgir. El verdadero peligro radica en el intento de detener este proceso. Las matemáticas no han hecho que la economía de Aghion sea más perspicaz, solo la han hecho más estéril. Su Premio Nobel marca el triunfo del formalismo matemático, pero el fracaso del pensamiento económico.