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El dinero sólido en la Italia medieval

Pocos episodios de la historia monetaria ilustran mejor la teoría austriaca del dinero que la experiencia de la competencia entre monedas en la Italia medieval tardía. En una época de fragmentación política, con docenas de ciudades-estado acuñando sus propias monedas, los comerciantes y banqueros se enfrentaban constantemente al problema de en qué monedas confiar. De esta cacofonía, dos monedas alcanzaron prominencia internacional: el florín de oro de Florencia, acuñado por primera vez en 1252, y el ducado veneciano, introducido en 1284.

¿Qué explica su éxito? No solo el poder militar, ni las leyes coercitivas de curso legal, sino la integridad. Tanto Florencia como Venecia resistieron la tentación de devaluar su moneda, ganándose así una reputación de honestidad y estabilidad. Como resultado, sus monedas se hicieron indispensables para el comercio a larga distancia desde Flandes hasta el Levante. Por el contrario, los estados que se dedicaron a una devaluación agresiva —como los Estados Pontificios o el Reino de Nápoles— vieron cómo sus monedas eran rechazadas fuera de las jurisdicciones locales.

Este artículo sitúa el florín y el ducado dentro de la tradición austriaca sobre el dinero. La teoría de Carl Menger sobre el origen del dinero, el teorema de regresión de Ludwig von Mises, el argumento de F. A. Hayek a favor de la competencia monetaria y la crítica de Murray Rothbard a la devaluación encuentran confirmación en la experiencia italiana. Lejos de ser un fenómeno moderno, la competencia monetaria ha disciplinado durante mucho tiempo a los emisores, recompensando a los que preservaban el valor y castigando a los que buscaban soluciones fiscales a corto plazo.

El análisis se desarrolla de la siguiente manera. La sección I describe la teoría austriaca del dinero y la competencia monetaria. La sección II describe el panorama monetario y político de la Italia medieval tardía. Las secciones III y IV examinan en detalle el florín florentino y el ducado veneciano, respectivamente. La sección V contrasta su éxito con los fracasos de las monedas devaluadas. Y la sección VI interpreta los resultados desde la perspectiva austriaca, al tiempo que considera las implicaciones para los debates contemporáneos, en particular a la luz de las criptomonedas y las monedas digitales de los bancos centrales.

La teoría austriaca del dinero y la competencia monetaria

  • El dinero como institución de mercado:

El clásico ensayo de Carl Menger de 1892, «Sobre los orígenes del dinero», defendía que el dinero no es producto de la legislación, sino del orden espontáneo. Los participantes en el mercado, que buscan reducir los costes del trueque, convergen gradualmente en productos más vendibles. Ludwig von Mises amplió posteriormente este análisis con su Teoría del dinero y del crédito (1912), desarrollando el teorema de la regresión para explicar el poder adquisitivo del dinero.

La visión austriaca es, por lo tanto, decididamente antiestatista. El dinero no es inventado por los gobiernos, sino descubierto por los mercados. Los Estados pueden acuñar y regular posteriormente la moneda, pero el proceso por el cual ciertos medios de pago llegan a ser universalmente aceptados precede y trasciende la autoridad política.

  • El problema de la devaluación:

Los escritos históricos de Rothbard enfatizan un patrón recurrente: los gobernantes monopolizan la acuñación de moneda y luego la devalúan constantemente para extraer el señoreaje. Ya sea mediante el recorte, la reducción de la ley o la adulteración de los metales, la devaluación funciona como un impuesto oculto, transfiriendo la riqueza de los poseedores de dinero e e al Estado. Sin embargo, como subrayan los austriacos, tales manipulaciones no pueden ocultarse indefinidamente: los agentes del mercado se ajustan y la confianza en la moneda devaluada se derrumba.

  • La competencia monetaria como disciplina:

La desnacionalización del dinero de Hayek (1976) amplió el argumento austriaco a una propuesta política: permitir a los agentes privados emitir monedas competidoras, y los consumidores se decantarán por la más estable. La perspectiva de la salida disciplina a los emisores de forma más eficaz que los monopolios estatales. La Italia medieval tardía representa un ejemplo histórico sorprendente de este fenómeno. Sin una unidad política global, competían múltiples monedas. Los comerciantes eran libres de rechazar las emisiones devaluadas y adoptar las más fiables. El florín y el ducado alcanzaron el dominio a través de esta selección competitiva.

El panorama monetario de la Italia medieval tardía

  • Contexto político y económico:

La península italiana en los siglos XIII y XIV era un mosaico de ciudades-estado, principados y territorios eclesiásticos. Florencia, Venecia, Génova, Milán, Siena, los Estados Pontificios y el Reino de Nápoles aplicaban políticas monetarias independientes. Económicamente, Italia era un centro neurálgico del comercio mediterráneo. Florencia se especializaba en textiles y banca; Venecia, en comercio marítimo; Génova, en finanzas y transporte marítimo. Los banqueros italianos fueron pioneros en técnicas de letras de cambio, cartas de crédito y primeras formas de finanzas internacionales. Tales innovaciones requerían una moneda fiable.

  • Proliferación de monedas:

Cada entidad política emitía su propia moneda, a menudo tanto en plata como en oro. Los tipos de cambio se publicaban regularmente en manuales comerciales, y en todas las ferias operaban cambistas profesionales. La diversidad de emisiones creaba oportunidades, pero también costes de transacción. Las monedas variaban mucho en cuanto a ley y peso, y era frecuente su devaluación.

  • El problema de la confianza:

Los comerciantes rápidamente descontaban o rechazaban las monedas sospechosas de devaluación. La aceptación de una moneda no se basaba en una decisión política, sino en su fiabilidad percibida. En este entorno, la reputación de estabilidad era inmensamente valiosa, un hecho que Florencia y Venecia explotaron en su beneficio a largo plazo.

El florín florentino

Florencia comenzó a acuñar el florín de oro en 1252. Con un peso aproximado de 3,5 gramos y una pureza casi total, llevaba la flor de lis en una cara y a San Juan Bautista en la otra. Su diseño uniforme reforzó su reconocimiento más allá de las fronteras. Durante casi tres siglos, el contenido de oro del florín se mantuvo prácticamente sin cambios. Florencia resistió la tentación de degradarlo incluso durante las crisis fiscales. Esta política distinguió a la ciudad de sus rivales y le valió al florín la reputación de ser un medio fiable. Por esta razón, en el siglo XIV, el florín era la moneda preferida para el comercio a larga distancia. Era ampliamente aceptado en Flandes, Alemania, Inglaterra y el Levante. Los contratos en toda Europa especificaban los pagos en florines. Las familias italianas de comerciantes y banqueros, como los Bardi, los Peruzzi y, más tarde, los Medici, confiaban en el florín en sus extensas redes de crédito. El florín sustentó el auge de Florencia como potencia bancaria. Su estabilidad facilitó los contratos internacionales, reforzó la confianza en las finanzas florentinas y contribuyó a la edad de oro económica de la ciudad.

El ducado veneciano

Venecia introdujo el ducado de oro en 1284, inspirado en el florín, pero ligeramente más ligero. Conocido más tarde como zecchino, rápidamente ganó popularidad en el comercio mediterráneo. Al igual que el florín, el ducado mantuvo una extraordinaria consistencia en cuanto a peso y pureza durante siglos. Las autoridades venecianas comprendieron que su supremacía comercial dependía de la confianza monetaria. Como señala Frederic Lane, la reputación de Venecia en cuanto a la honestidad de su moneda era tan valiosa como su flota. El ducado circuló ampliamente por el Levante, el Imperio Otomano e incluso por Asia a través del comercio caravanero. Se convirtió en la moneda de oro estándar del intercambio internacional hasta bien entrado el siglo XVI, rivalizando y finalmente superando al florín en muchos mercados. El ducado reforzó la posición de Venecia como intermediario marítimo de Europa. Su aceptación en los mercados musulmanes, donde la desconfianza hacia las monedas occidentales devaluadas era alta, proporcionó a los comerciantes venecianos una ventaja competitiva decisiva.

La disciplina del mercado y el fracaso de las monedas devaluadas

  • Casos contrastantes, la ley de Gresham en la práctica:

Los Estados Pontificios devaluaban con frecuencia su moneda, lo que provocaba repetidas crisis de confianza. El Reino de Nápoles también emitía moneda poco fiable. Estas monedas rara vez circulaban fuera de las fronteras locales, ya que los comerciantes extranjeros las rechazaban o exigían fuertes descuentos. Estas monedas devaluadas solo circulaban bajo coacción o en el comercio local, mientras que las monedas sólidas, como el florín y el ducado, dominaban las transacciones internacionales. «La mala moneda expulsa a la buena» según las leyes de curso legal; pero, en ausencia de tal coacción, la buena moneda expulsa a la mala por preferencia del mercado. Las pruebas de los manuales y contratos mercantiles muestran una preferencia constante por los florines y los ducados. Cuando se les ofrecía moneda devaluada, los comerciantes la rechazaban o ajustaban los tipos de cambio para penalizar al emisor. La disciplina del mercado era inmediata y eficaz.

  • Interpretación austriaca y lecciones aprendidas

El triunfo del florín y el ducado ilustra el proceso de emergencia monetaria de Menger. De entre muchos candidatos, los usuarios seleccionaron espontáneamente los más fiables y vendibles. La competencia impuso disciplina. Según Hayek, Florencia y Venecia mantuvieron la integridad de sus monedas porque sabían que los comerciantes podían optar por alternativas. La devaluación no era simplemente una elección política técnica, sino que estaba limitada por las realidades del mercado. La afirmación de Rothbard de que el control estatal del dinero conduce a la devaluación encuentra confirmación histórica en los casos papal y napolitano. Por el contrario, cuando prevalecían las consideraciones comerciales y de reputación, los gobernantes se abstenían de manipular.

La experiencia italiana tiene implicaciones para los debates modernos sobre la competencia monetaria. Las criptomonedas como el bitcoin, las monedas privadas y los sistemas de pago alternativos se hacen eco de la dinámica de la Italia medieval: los usuarios se inclinan por la credibilidad y la escasez, no por el dinero fiduciario político. Los monopolios de los bancos centrales se asemejan a los gobernantes desvalorizadores del pasado. La inflación —ya sea mediante el recorte de monedas o la expansión del dinero fiat—, socava la confianza. La lección de Florencia y Venecia es que la competencia disciplina a los emisores, recompensando la integridad y castigando la manipulación. Al igual que el florín y el ducado prosperaron porque los comerciantes podían rechazar las monedas de menor calidad, los usuarios modernos también podrían disciplinar a los bancos centrales si las alternativas siguen estando legalmente permitidas. Así pues, los datos históricos refuerzan la petición austriaca de desnacionalización del dinero.

Conclusión

El caso de Florencia y Venecia demuestra el poder de la competencia monetaria para recompensar el dinero sólido y castigar la devaluación. El florín y el ducado alcanzaron prominencia internacional no a través de la coacción, sino a través de la confianza ganada por su estabilidad. Por el contrario, las monedas devaluadas languidecieron como curiosidades locales, incapaces de ganarse el respeto en el extranjero. Este episodio histórico confirma la teoría austriaca del dinero como institución de mercado. Ilustra el orden espontáneo de Menger, valida el argumento de Hayek a favor de la competencia y corrobora la crítica de Rothbard a la devaluación. Para los debates monetarios contemporáneos, la lección es clara: cuando las personas son libres de elegir, prospera el dinero sólido.

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