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Discurso de aceptación del profesor Jesús Huerta de Soto en la Casa Rosada

[A continuación se reproduce el discurso de aceptación del profesor Jesús Huerta de Soto en la ceremonia de entrega de la Orden del Mérito de Mayo. Sala Blanca, Casa Rosada, Buenos Aires, Argentina, 27 de abril de 2025].

En primer lugar, deseo expresar mi más sincera y humilde gratitud por este inmerecido y extraordinario honor, la Orden del Mérito de Mayo que hoy me ha concedido la nación argentina, representada por su presidente, Javier Milei. Y quisiera aprovechar esta oportunidad única para enviar un mensaje de aliento, apoyo y esperanza a todo el pueblo argentino y, por supuesto, a España y al resto del mundo, que siguen con gran expectación y el mayor interés lo que está sucediendo en este gran país. Desde que Javier Milei fue elegido presidente de Argentina por una mayoría abrumadora, este país se ha convertido en un modelo para un mundo sumido en el estatismo y que se encuentra en una encrucijada histórica, en la que puede elegir, como ha hecho Argentina, la libertad como única alternativa a las continuas luchas políticas, guerras y convulsiones sociales y económicas de todo tipo que son la consecuencia inexorable del estatismo y que hoy afligen a la humanidad.

La ciencia económica ya ha demostrado que el Estado no solo es una quimera innecesaria, sino que también es científicamente incapaz de proporcionar lo que promete a la humanidad. A nivel popular, se asume que el Estado es indispensable porque la gente confunde su existencia con la naturaleza esencial de muchos de los servicios y recursos que actualmente proporciona, aunque de forma deficiente, de manera exclusiva. La gente observa que las carreteras, los hospitales, las escuelas y el orden público, por ejemplo, son proporcionados por el Estado, y como son esenciales, concluyen, sin más análisis, que el Estado también debe ser indispensable. No se dan cuenta de que estos bienes e es pueden producirse con mucha más calidad, de forma más eficiente, a menor coste y, sobre todo, de forma más moral a través del orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial y la propiedad privada. Además, también caen en la trampa de creer que el Estado es necesario para proteger a los vulnerables, los indefensos, los pobres y los indigentes, sin comprender que las supuestas medidas de protección —como demuestra una y otra vez la teoría económica— tienen sistemáticamente el efecto de perjudicar precisamente a aquellos a quienes pretenden proteger.

Por otra parte, es igualmente importante comprender que la definición, la adquisición, el intercambio y la defensa de los derechos de propiedad, que articulan e impulsan el proceso social, no requieren una agencia monopolística de violencia. No solo son innecesarios, sino que, por el contrario, el Estado actúa pisoteando múltiples títulos de propiedad legítimos, los protege muy mal y corroe el hábito individual de respetar los derechos de propiedad privada.

El sistema jurídico es la encarnación evolutiva que integra los principios generales del derecho, especialmente los de los derechos de propiedad, que son inseparables de la naturaleza humana. Por lo tanto, el derecho no es lo que decide el Estado (democráticamente o de otro modo), sino que ya existe, incrustado en la naturaleza humana, aunque se descubra y consolide jurisprudencialmente con el tiempo y, sobre todo, doctrinalmente de manera evolutiva y consuetudinaria. El Estado no está obligado a definir la ley ni a hacerla cumplir y defenderla. Esto debería ser especialmente obvio hoy en día, cuando el uso de empresas de seguridad privadas, incluso por parte de muchos organismos gubernamentales, está a la orden del día. No sería realista explicar aquí en detalle cómo funcionaría la provisión privada de lo que hoy se consideran «bienes públicos». De hecho, hoy en día es imposible conocer todas las soluciones empresariales que un ejército de empresarios idearía para los problemas actuales si se les permitiera hacerlo. Incluso los más escépticos deben reconocer, como ya se sabe hoy en día, que el mercado —impulsado por la acción humana creativa y coordinada— funciona, y lo hace precisamente en la medida en que el Estado no interviene coercitivamente en su proceso social. Las dificultades y los conflictos surgen invariablemente precisamente allí donde no se permite que el orden espontáneo del mercado se desarrolle libremente. Por lo tanto, independientemente de cualquier esfuerzo que podamos hacer para imaginar cómo funcionaría una red anarcocapitalista de agencias privadas de seguridad, defensa y arbitraje —cada una de las cuales patrocinaría sistemas jurídicos alternativos más o menos marginales—, nunca debemos olvidar que la razón misma por la que no podemos saber exactamente cómo sería un futuro sin Estado es el carácter creativo de la función empresarial y, como señala Kirzner, esa misma creatividad es precisamente lo que nos asegura que cualquier problema tenderá a superarse cuando todo el esfuerzo y la creatividad empresarial de los seres humanos involucrados se dediquen a resolverlo.

Dicho esto, gracias a la ciencia económica, no solo sabemos que el mercado funciona, sino que también sabemos que el estatismo es teóricamente imposible en el sentido de que no puede cumplir lo que promete. Es imposible que el Estado cumpla los objetivos de coordinación en cualquier ámbito del proceso social en el que pretenda intervenir, por cuatro razones examinadas en detalle por la Escuela Austriaca de Economía:

En primer lugar, debido al enorme volumen de información que se requiere para ello, que solo existe de forma dispersa o diseminada entre los ocho mil millones de personas que participan cada día en el proceso social.

En segundo lugar, porque la información que necesita el organismo intervencionista estatal es predominantemente tácita e inarticulable y, por lo tanto, no puede transmitirse de forma inequívoca para dar un contenido coordinador a sus mandatos.

En tercer lugar, porque la información utilizada a nivel social no es «dada» o estática, sino que cambia continuamente como resultado de la creatividad humana, lo que hace obviamente imposible transmitir hoy la información que solo se creará mañana y que necesita el organismo intervencionista estatal para alcanzar sus objetivos mañana.

En cuarto lugar, y sobre todo, porque la naturaleza coercitiva de los mandatos del Estado bloquea la actividad empresarial que crea la información que el aparato intervencionista necesita como una bendición oportuna para dar contenido coordinador a sus propias órdenes.

Además, una vez que el Estado existe, es casi imposible limitar la expansión de su poder. El análisis histórico es incontrovertible: el Estado no ha hecho más que crecer. Y no ha dejado de crecer porque la combinación del Estado —como institución monopolística de la violencia— con la naturaleza humana es, literalmente, explosiva. El Estado impulsa y atrae como un imán irresistible las pasiones, los vicios y las facetas más perversas de la naturaleza humana, que intenta, por un lado, evadir sus mandatos y, por otro, aprovechar al máximo el poder monopolístico del Estado. Además, el efecto combinado de los grupos de interés privilegiados, los fenómenos de miopía gubernamental y «compra de votos», las tendencias megalómanas de la casta política y la irresponsabilidad y ceguera de las burocracias produce un cóctel peligrosamente inestable y explosivo, continuamente sacudido por crisis sociales, económicas y políticas que, paradójicamente, siempre son aprovechadas por la casta política para justificar nuevas dosis de intervención que, en lugar de resolver los problemas, los agravan aún más.

El Estado se ha convertido en el ídolo al que todos recurren y adoran. La estatolatría es, sin duda, la enfermedad social más grave y peligrosa de nuestro tiempo. Se nos enseña a creer que todos los problemas pueden y deben ser detectados a tiempo y resueltos por el Estado. Nuestro destino depende del Estado y de los políticos que lo controlan, que se supone que garantizan todo lo que exige nuestro bienestar. De este modo, el ser humano permanece inmaduro y se vuelve contra su propia naturaleza creativa (la fuente misma de la ineludible incertidumbre de su futuro). Exige una bola de cristal que le asegure no solo el conocimiento de lo que está por venir, sino también que cualquier problema que surja será resuelto por él. Esta infantilización de las masas es deliberadamente fomentada por la casta política, ya que justifica su existencia y asegura su popularidad, predominio y capacidad de control.

Además, una legión de intelectuales, supuestos expertos e ingenieros sociales también se suman a esta arrogante embriaguez de poder, y ni siquiera la Iglesia o las confesiones religiosas más respetables han sido capaces de diagnosticar que la estatolatría es hoy la principal amenaza para el ser humano libre, moral y responsable. El Estado es un falso ídolo de inmenso poder, venerado por todos, que no permitirá a la humanidad liberarse de su control ni mantener lealtades morales o religiosas más allá de las que él mismo puede controlar. Es más, ha logrado algo que a priori podría parecer imposibleocultar, de forma sinuosa y sistemática, a la ciudadanía que el propio Estado es el verdadero origen de los conflictos y males sociales, creando chivos expiatorios por todas partes (como el capitalismo, el afán de lucro y la propiedad privada), a los que se culpa y contra los que se dirigen las condenas más graves y enfáticas, incluso por parte de los propios líderes morales y religiosos, casi ninguno de los cuales se ha dado cuenta del engaño ni se ha atrevido aún a denunciar que la estatolatría es la principal amenaza, en este siglo, para la religión, la moral y, por lo tanto, la civilización humana.

Quizás la principal excepción dentro de la Iglesia se encuentre en la brillante biografía de Jesús de Nazaret, escrita por Benedicto XVI. El hecho de que el Estado y el poder político constituyan la encarnación institucional del Anticristo debería ser obvio para cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la historia y lea las reflexiones de Benedicto XVI sobre la mayor tentación que el Maligno puede presentarnos (y cito textualmente a Ratzinger):

El tentador no es tan burdo como para sugerirnos directamente que adoremos al diablo. Simplemente nos sugiere que optemos por la decisión razonable, que elijamos dar prioridad a un mundo planificado y minuciosamente organizado, en el que Dios pueda tener su lugar como una preocupación privada, pero sin interferir en nuestros propósitos esenciales. Soloviev atribuye al Anticristo un libro titulado El camino abierto hacia la paz y el bienestar mundial. Este libro se convierte en una especie de nueva Biblia, cuyo verdadero mensaje es la adoración del bienestar y la planificación racional [del Estado]. (Volumen II, pp. 66-67)

Tampoco debería sorprendernos que, por ejemplo, el gran autor de El señor de los anillos (270 millones de ejemplares vendidos), J. R. R. Tolkien —que muchos de nosotros hemos disfrutado y cuyo anarquismo católico comparto plenamente— llegara incluso a decir que arrestaría a cualquiera que se atreviera a pronunciar la palabra «Estado». Por lo tanto, dado que el Estado es, siempre y en todas partes, una realidad de violencia y coacción sistemáticas contra la esencia más íntima del ser humano, que es nuestra capacidad de actuar libre, creativa y espontáneamente, debemos concluir que el Estado es esencialmente inmoral y que el estatismo constituye la principal amenaza para la humanidad.

La revolución contra el Antiguo Régimen fue liderada por nuestros predecesores, los grandes liberales clásicos, entre los que, en esta parte del mundo, destacan dos figuras: el Libertador José de San Martín, quien, en sus máximas para Merceditas, buscó inculcarle el amor a la verdad, el odio a la mentira, el respeto a la propiedad ajena y el amor a la patria y, sobre todo, a la libertad; y el mismísimo padre del constitucionalismo liberal argentino, el gran Juan Bautista Alberdi. Pues bien, si queremos ser leales a estos héroes y padres fundadores de la nación argentina que nos precedieron, es nuestra responsabilidad completar la obra que ellos comenzaron, y hacerlo reconociendo que su empresa encuentra hoy su continuación natural en la revolución anarcocapitalista del siglo XXI.

El anarcocapitalismo es la representación más pura del orden espontáneo del mercado, en el que todos los servicios, incluidos los de aplicación de la ley, justicia y orden público, se prestan mediante un proceso de cooperación social exclusivamente voluntario. En este sistema, ningún ámbito está cerrado al impulso de la creatividad humana y la coordinación empresarial; se mejora la eficiencia y la justicia a la hora de abordar cualquier problema que pueda surgir, mientras que los conflictos, las ineficiencias y la corrupción generados por todo Estado —o cualquier agencia monopolística de violencia— se eliminan de raíz.

Y concluiré con esto: el mensaje del anarcocapitalismo es, por lo tanto, inequívocamente revolucionario, revolucionario en cuanto a su objetivo: el desmantelamiento del Estado y su sustitución por un proceso de mercado competitivo, formado por una red de agencias, asociaciones y organizaciones privadas; y revolucionario en cuanto a sus medios, especialmente en las esferas académica, socioeconómica y política:

En primer lugar, en el ámbito académico de la ciencia económica, que se convierte en la teoría general del orden espontáneo del mercado, extendida a todos los ámbitos de la vida social, y que es desarrollada por la Escuela Austriaca de Economía, incorporando el análisis de los efectos descoordinadores generados por el estatismo allí donde se entromete. También incluye el estudio de las diversas vías para desmantelar el Estado, de los procesos de transición necesarios y de la privatización integral de todos los servicios que hoy se consideran públicos, que son un campo de investigación prioritario dentro de nuestra disciplina.

En segundo lugar, la revolución económica y social. No podemos ni siquiera imaginar los inmensos logros, avances y descubrimientos humanos que podrían realizarse en un entorno empresarial totalmente libre de estatismo. Incluso hoy en día, a pesar del continuo acoso gubernamental, ya está surgiendo una civilización desconocida en un mundo cada vez más globalizado, con un grado de complejidad que escapa al alcance y al control del poder estatal. Tal es la fuerza de la creatividad humana que encuentra su camino incluso a través de las grietas más estrechas que dejan los gobiernos. Y, a medida que los seres humanos se vuelven más conscientes de la naturaleza esencialmente perversa del Estado que los restringe, y de las inmensas posibilidades que se frustran cada día cuando bloquea la fuerza motriz de su creatividad emprendedora, los ciudadanos dejarán de creer en el Estado y se multiplicarán las voces sociales que claman por su reforma y desmantelamiento.

Y, por último, la revolución política. Es cierto que siempre debemos apoyar las alternativas menos intervencionistas en clara alianza con los esfuerzos de los liberales clásicos en pos de la limitación democrática del Estado. Pero el anarcocapitalista no se detiene ahí, sabiendo que puede y debe hacer mucho más. Sabe que el objetivo final es el desmantelamiento total del Estado, y este conocimiento impulsa toda su imaginación y acción política en el día a día. Los avances incrementales en la dirección correcta son sin duda bienvenidos, pero sin caer en un pragmatismo que pueda obstaculizar el objetivo supremo de acabar con el Estado, que, por razones pedagógicas y para moldear la opinión popular, debe perseguirse siempre de manera sistemática y transparente.

Se abre ante nosotros un futuro apasionante, en el que descubriremos continuamente muchos caminos nuevos que nos permitirán avanzar hacia el ideal anarcocapitalista, ayudando a todos a liberarse de la droga del estatismo para que podamos vivir en libertad y responsabilidad y, en cualquier caso, acogiendo siempre con los brazos abiertos a quienes finalmente vean la verdad científica y moral, vengan de donde vengan.

Este futuro, aunque hoy pueda parecer lejano, podría en cualquier momento ser testigo de avances gigantescos que sorprenderían incluso a los más optimistas entre nosotros. ¿Quién podría haber predicho, apenas cinco años antes, que en 1989 caería el Muro de Berlín y, con él, toda la estructura del comunismo de Europa del Este? ¿Quién podría haber imaginado que hace apenas un año y medio la nación argentina elegiría libremente al primer presidente liberal-libertario de la historia?

La historia ha entrado en un proceso acelerado de cambio que nunca cesará y que, como deseaba el gran Jorge Luis Borges (otro anarquista conservador o, como diría Rothbard, paleolibertario), abrirá un camino totalmente nuevo y espléndido para la raza humana cuando, por primera vez en la historia, logre deshacerse definitivamente del Estado y reducirlo a nada más que un oscuro recuerdo histórico.

Muchas gracias.

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Image Source: Mises Institute
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