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Cuando la regulación, y no el capitalismo, crea empleos falsos

En La paradoja de Graeber, Graeber captó algo real: muchos trabajadores de hoy en día se sienten atrapados en puestos que saben que no tienen un propósito claro. Sin embargo, situó la causa en el capitalismo/neoliberalismo y no en la burocracia. Imaginó un mundo en el que las élites mantienen deliberadamente empleos inútiles para mantener a la gente dócil. Pero el Occidente moderno no es un sistema de laissez-faire, sino una densa red de intervenciones monetarias, impuestos, subvenciones y regulaciones.

Desde una perspectiva austriaca, la mayoría de los «empleos falsos» aparecen precisamente donde la prueba del mercado se suspende por la intervención del gobierno, donde las señales de lucros y ganancias se silencian y donde la financiación coercitiva protege la ineficiencia para que no se descubra.

Para el lector, permítanme recordar brevemente a David Graeber. Graeber (1961-2020) fue un antropólogo y teórico social americano, figura destacada del movimiento Occupy Wall Street y uno de los críticos académicos del capitalismo más conocidos de las últimas décadas. Su libro Bullshit Jobs: A Theory (2018) sostenía que gran parte del empleo moderno consiste en funciones sin sentido y socialmente inútiles producidas por el propio capitalismo. Su diagnóstico tuvo una gran resonancia, pero su explicación era ideológica más que económica.

El siguiente ensayo resume mi artículo publicado en Economic Affairs, «Beyond David Graeber: How State Intervention Creates ‘Bullshit Jobs’» (Más allá de David Graeber: cómo la intervención estatal crea «trabajos de mierda»), en el que propongo, en mi opinión, la interpretación alternativa más sólida de este fenómeno, basada en la economía austriaca y el liberalismo clásico. Mi tesis central es sencilla: la intervención estatal, y no el capitalismo, es el verdadero motor de la proliferación de trabajos sin sentido.

Inflación regulatoria: cómo el papeleo sustituye a la producción

Cada nueva norma convierte el esfuerzo productivo en cumplimiento. Los hospitales emplean ahora a más administradores que enfermeras; las universidades, a más gestores que profesores. Estas personas trabajan duro, pero en actividades creadas por mandatos legales, no por la demanda de los consumidores. Ludwig von Mises advirtió en Bureaucracy (1944) que, una vez que la regulación sustituye al emprendimiento, el éxito depende de satisfacer los procedimientos en lugar de a los clientes. La inflación regulatoria genera así ejércitos de «marcadores de casillas» y auditores cuya función es existir.

Cálculo económico distorsionado

En los mercados competitivos, las funciones improductivas tienden a desaparecer. Pero la prueba del mercado se derrumba cuando intervienen las subvenciones, los privilegios fiscales o los contratos políticos. Las empresas y los organismos públicos pueden permitirse mantener funciones que no generan valor porque su financiación está garantizada. Mises identificó esto como el problema del cálculo: una vez que el dinero y los precios se distorsionan, la sociedad no puede saber qué actividades crean riqueza y cuáles simplemente la consumen. Las BS son la cara visible de ese problema en el mercado laboral.

El trabajo simbólico y la política de las apariencias

Graeber describió con precisión la alienación de los profesionales bien remunerados que se sienten inútiles. Sin embargo, la causa no es la explotación capitalista, sino el simbolismo burocrático. Cuando la ley y la política dictan quién debe ser contratado, ascendido o informado (a través de cuotas, mandatos de equidad o requisitos de RSE), las organizaciones premian las apariencias por encima de los resultados. Los trabajadores perciben la vacuidad de las tareas que realizan para cumplir con las normas en lugar de para prestar un servicio. El resultado es una cultura de estatus sin sustancia, el cansancio moral de fingir producir.

Distorsiones monetarias y la economía del cumplimiento

Las políticas de dinero fácil intensifican el problema. Décadas de tasas de interés artificialmente bajos y rescates de los bancos centrales empujan el capital (y el talento humano) hacia las finanzas, el riesgo legal y el control administrativo. Los graduados que podrían haber fundado empresas o diseñado productos se convierten en responsables de cumplimiento normativo o consultores de ESG. El crédito barato suaviza las restricciones presupuestarias, lo que permite a las empresas y a los gobiernos contratar por motivos estéticos en lugar de por innovación. En términos de Hayek, la intervención monetaria distorsiona la estructura de la producción (y con ella, la estructura del empleo).

Por qué Graeber diagnosticó erróneamente el sistema

Graeber vio la ineficiencia y asumió que el capitalismo la causaba. Pero, en los mercados genuinos, la ineficiencia se castiga. Los empleos falsos solo prosperan donde la competencia es débil (es decir, en las burocracias públicas y los monopolios regulados). Consideremos el caso del funcionario español que cobró un sueldo durante seis años sin presentarse a trabajar, como cuenta en su libro, una historia que el propio Graeber cita. Tal absurdo sobrevive no por motivos de lucro, sino porque no existen motivos de lucro. La ausencia de retroalimentación del mercado, y no su exceso, es lo que sustenta el despilfarro.

Cómo miden los mercados el valor (y la burocracia lo destruye)

Graeber afirmaba que no podemos determinar objetivamente el valor social de un trabajo. Los austriacos están de acuerdo en que el valor es subjetivo, pero enfatizan que los precios agregan la subjetividad en una señal objetiva. Un trabajo sostenido por el intercambio voluntario demuestra su valor; uno sostenido solo por la coacción o los subsidios, no. Los mercados pueden equivocarse, pero se autocorregir. Las burocracias no pueden, porque su financiación nunca depende del consentimiento.

La geografía de la insignificancia

Si esta hipótesis austriaca es correcta, los trabajos sin sentido deberían concentrarse en economías altamente reguladas y con un alto nivel de gasto. De hecho, Francia (donde el gasto público supera el 57 % del PIB) presenta uno de los niveles de empleo administrativo más densos del mundo desarrollado. Por el contrario, las economías más ágiles, como Suiza o Singapur, con Estados más pequeños y mercados más libres, muestran una mayor productividad y una mayor satisfacción laboral. Cuando el Estado se expande, significa contratos.

Devolver el sentido al trabajo

Graeber tenía razón al afirmar que las personas anhelan un propósito. Se equivocó en cuanto a su origen. El trabajo significativo surge de la libertad, no del diseño burocrático. Para reducir el universo de los trabajos falsos, debemos:

  • Simplificar y estabilizar los códigos legales.
  • Eliminar las subvenciones y los mandatos que recompensan a los sectores no productivos;
  • Restablecer restricciones presupuestarias estrictas en las instituciones públicas.
  • Permitir la destrucción creativa para eliminar la ineficiencia.
  • Poner fin a la manipulación monetaria que alimenta las industrias de cumplimiento.

En resumen: desregular lo que no tiene sentido.

Conclusión

La obra de Graeber capturó un malestar genuino, pero invirtió su causa. Estos trabajos no son fruto de los mercados, sino del intervencionismo, de gobiernos que confunden el papeleo con el progreso y la regulación con la moralidad. Si queremos que el trabajo vuelva a ser importante, debemos dejar que los individuos creen, intercambien y fracasen libremente. Solo entonces el trabajo recuperará su dignidad y la sociedad su vitalidad.

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