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Cómo la expansión hacia el Oeste fortaleció al gobierno federal

[Dangerous Ground: Squatters, Statesmen, and the Antebellum Rupture of American Democracy por John Suval, Oxford, 2022, 281 pp. ]

El historiador Charles Tilly describió una vez los orígenes del Estado de la siguiente manera: «la guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra». Sin embargo, Tilly también comprendió que el proceso de construcción y consolidación del poder estatal implicaba mucho más que simplemente librar guerras contra Estados competidores. Como señala Tilly en su libro Coercion, Capital, and European States, los Estados realizan otras actividades para consolidar y ampliar su poder. Por ejemplo, los Estados se preocupan mucho por ampliar su monopolio de la coerción dentro de un territorio «atacando y controlando a los competidores y aspirantes dentro del territorio reclamado por el Estado». Tilly señala además que el poder estatal se ve reforzado por la «extracción» de recursos de las poblaciones sometidas al poder estatal. Una vez realizada la extracción, el Estado puede proceder a la «distribución», que incluye «la asignación de bienes entre los miembros de la población sujeta».

Estos métodos de construcción del Estado se aplican a casi todos los Estados modernos, y sin duda se aplican a los Estados Unidos. Mucho de esto puede verse en la forma en que los Estados Unidos se expandió en el siglo XIX. Sin embargo, muchos americanos siguen atrapados en mitos fantasiosos sobre el crecimiento del Estado americano. Por ejemplo, estos mitos a menudo perpetúan la idea de que la expansión del gobierno federal hacia nuevos territorios al oeste de los Apalaches tras la Revolución Americana fue en general no violenta, pasiva y de laissez-faire. 

Esta visión ingenua de la expansión fronteriza americana suele omitir la mayoría de los detalles sobre cómo el gobierno central de EEUU —desde principios del siglo XIX en adelante— se interesó mucho por cómo se colonizaba la frontera americana y por quién lo hacía. De hecho, el Congreso pasó muchas horas debatiendo y aprobando leyes concebidas para garantizar que la frontera se colonizara de forma que sirviera a los intereses de poderosos grupos de presión y particulares de Washington. 

Muchos de estos detalles olvidados se exploran en el libro de John Suval de 2022 Dangerous Ground: Squatters, Statesmen, and the Antebellum Rupture of American Democracy. El libro de Suval es bastante inusual entre los libros de historia de la frontera en el sentido de que, por lo general, no se centra en los conflictos entre los colonos y las tribus indígenas, ni en el proceso por el que los colonos llegaron a la frontera. Suval se centra más bien en la relación entre los colonos y el gobierno federal, y en cómo veían a los colonos los rhacedores de políticas federales en Washington. 

En el proceso, Suval proporciona un útil estudio de caso sobre cómo el gobierno federal americano llevó a cabo una campaña de construcción del Estado en tierras fronterizas. Desde la perspectiva de Washington, la colonización de las fronteras era algo más que mera política interior. La colonización era también una importante herramienta geopolítica.

La geopolítica de los asentamientos fronterizos 

Como todos los Estados, el Estado americano ha intentado expandir su propio poder a expensas de otros Estados. En el siglo XIX, esto significó ampliar la influencia y el poder monopolístico de EEUU hacia el oeste de Norteamérica. En aquella época, los mayores competidores eran Estados extranjeros como Gran Bretaña, España y México. Una competencia más informal procedía de los cuasi-Estados que eran los gobiernos tribales indios. 

Después de que España perdiera la mayoría de sus colonias americanas en los movimientos de secesión de la década de 1820, la competencia extranjera más importante para el régimen de EEUU en Norteamérica pasó a ser Gran Bretaña y México. En consecuencia, los colonos de América colaboraron a menudo de manera informal con el gobierno federal para ayudar al régimen EEUU a anexionarse tierras mexicanas y británicas. Suval ilustra cómo los colonos americanos de California allanaron el camino para la anexión de EEUU de California en la Guerra de México: los colonos americanos se trasladaron a California con la suposición de que el régimen americano pronto les seguiría y absorbería estas tierras en los Estados Unidos. De hecho, la retórica del asentamiento hacia el oeste era a menudo de naturaleza militarista. Suval escribe:

La retórica mística sobre el Destino Manifiesto había situado a California como la tierra prometida de un «ejército irresistible» de granjeros anglosajones que, por el hecho de ser blancos cultivadores americanos, llegarían de forma natural a poseer la región y a difundir la empresa y las instituciones republicanas. 

En la mente de la mayoría de los colonos, esto también significaba la anexión a los Estados Unidos. Además, el hecho de que los colonos «anglos» fueran tan numerosos en California en 1848 motivó aún más al gobierno mexicano a renunciar a sus pretensiones sobre California durante las negociaciones del Tratado de Guadalupe Hidalgo. Una avalancha continua de colonos después de 1848 también garantizaría que no hubiera ambigüedad sobre quién controlaba California. Es decir, los colonos americanos contribuyeron a sellar el destino geopolítico de California.

A finales de los 1840 se emplearon métodos similares para «animar» al Estado británico a renunciar a sus reclamaciones sobre gran parte del País de Oregón. A partir de 1818, los EEUU y Gran Bretaña compartieron el control de Oregón, que se extendía cientos de millas al norte y al sur de lo que hoy es la frontera entre los EEUU y Canadá. Sin embargo, a partir de 1843, importantes facciones del Congreso impulsaron nuevas políticas destinadas a que Oregón pasara a formar parte de los Estados Unidos. Los Demócratas presionaron para que se concedieran 640 acres a los colonos de EEUU, con la condición de que el gobierno de EEUU ayudara a los colonos a resistir cualquier intervención de los residentes británicos o indígenas. Se suponía que la intervención militar de EEUU era sólo cuestión de tiempo una vez que se prometieran a los colonos los beneficios del «control y la protección de EEUU». Según Suval, los partidarios del plan temían que «nadie iría [a Oregón] sin el aliciente de la tierra» y que, sin tierras gratuitas para los colonos americanos, «Inglaterra se quedaría ocupando todo el país».

A principios de los 1840, gran parte de esta legislación languidecía en el Congreso, pero ya se había enviado el mensaje a los colonos, que ahora creían que era sólo cuestión de tiempo. Las promesas de los líderes del partido Demócrata hicieron que muchos colonos creyeran que, si se asentaban en tierras de dudosa legalidad, el gobierno de EEUU los «respaldaría», por utilizar un término político moderno.

Finalmente, esta relación política simbiótica entre los colonos y el gobierno de EEUU funcionó según lo previsto. Las facciones del Congreso favorables a los colonos les aseguraron que el gobierno de EEUU no estaría lejos de ellos. A su vez, los colonos invadieron nuevas regiones, lo que dio al gobierno de EEUU una excusa para ampliar su papel militar y diplomático en los territorios en disputa. 

Se emplearon métodos similares para ayudar a los colonos en sus esfuerzos por arrebatar las tierras tribales a la población indígena. Desde el principio, los gobiernos tribales habían representado una amenaza para la consolidación del monopolio del gobierno federal sobre las tierras fronterizas. Además, los hacedores de políticas de Washington no podían decidir si los gobiernos tribales eran entidades verdaderamente soberanas cuya relación con los Estados Unidos se regía por tratados bilaterales. Sin embargo, en la época de Andrew Jackson, la mayoría de los hacedores de políticas nacionales se habían hecho a la idea de que los grupos indios estaban plenamente sometidos a los caprichos del Congreso de EEUU y debían ser tratados en consecuencia. A principios de los 1830, EEUU ya había creado un sistema de «reservas» indias reservadas a grupos tribales para aislarlos de los asentamientos blancos.

Sin embargo, estas «reservas» pronto se convirtieron en objetivo de los jacksonianos. Suval ilustra los métodos con los que el Estado americano empleó sistemáticamente tácticas de palo y zanahoria para «convencer» a los grupos tribales de que se trasladaran al oeste del Mississippi. Empezaron prometiendo tierras gratuitas más al oeste a cambio de que abandonaran sus tierras natales. Si eso no funcionaba, los representantes de EEUU explicaban a los representantes tribales que una creciente cabalgata de blancos pronto les arrollaría. Estas advertencias se convirtieron entonces en amenazas. A las tribus que persistían en quedarse se las amenazaba con acciones militares como último recurso. Ni que decir tiene que los tratados que siguieron a esta serie de amenazas se firmaron bajo coacción. 

Poco después se produjo la «expulsión» de muchas tribus, incluidas las que habían adoptado lenguas escritas y constituciones, como los cherokees. El hecho de que muchas de estas tribus vivieran en asentamientos agrícolas permanentes no bastó para salvarlas de las afirmaciones de los colonos de que todos los indios eran nómadas que no entendían la propiedad ni la tierra.

Redistribución de tierras como beneficencia pública

Obligar a las tribus a abandonar sus tierras en favor de «reservas» más pequeñas y remotas cumplía una importante función geopolítica al eliminar los desafíos a la supremacía federal dentro del corazón territorial americana. 

La expulsión de los indios también cumplió una importante función interna. Empujar a los indios hacia el oeste abrió nuevas tierras que luego fueron entregadas a los votantes blancos. Esto sirvió para comprar votos de votantes blancos pobres que buscaban tierras baratas. Entonces como ahora, los miembros del Congreso conocían el valor político de las dádivas gratuitas a los votantes. Como señala Suval, «los diarios de la Cámara de Representantes y del Senado de los 1830 abundan en proyectos de ley que prevén el socorro a los colonos blancos indigentes y la extensión de las leyes de tanteo [es decir, el reconocimiento legal de los asentamientos ilegales] incluso a los que reclaman reservas indias». 

En los 1830 se creó así un modelo que se utilizaría durante décadas. Las reclamaciones extranjeras sobre diversas tierras —ya fueran británicas, mexicanas o tribales —serían ignoradas o abolidas por el gobierno de EEUU con el propósito de poner esas tierras a disposición de los colonos blancos americanos. El partido político que pudiera presentarse como el mayor defensor de la tierra «gratis» para los colonos —normalmente el partido demócrata— se vería recompensado con nuevos votantes leales. Este mecanismo político se plasmó en un nuevo eslogan que apareció en 1845: «Vote por una granja». Los votantes comprendieron que, con las tácticas de presión adecuadas, los colonos podían obtener tierras «gratis» y garantías federales de apoyo legal y militar frente a cualquier otra reclamación de esas tierras por parte de colonos no angloamericanos. Los políticos del Congreso estaban encantados de seguirles el juego.

Usando los asentamientos fronterizos para aplicar política nacional

El mito de un gobierno federal laissez-faire en la política fronteriza también se contradice en las formas en que se gestionó el asentamiento fronterizo para servir a los intereses nacionales internos. El principal de ellos fue la esclavitud. Quienes estén familiarizados con los debates de EEUU sobre la esclavitud entre 1820 y 1860 sabrán que la colonización de la frontera fue el centro de la lucha entre las fuerzas a favor y en contra de la esclavitud. No es de extrañar, pues, que el gobierno federal interviniera con frecuencia para decidir si los territorios recién colonizados permitirían o no la esclavitud. El Compromiso de Missouri de 1820, por supuesto, exigía la intervención federal para garantizar que las políticas sobre la esclavitud en los nuevos estados y territorios reflejaran los acuerdos alcanzados por los políticos federales en el Congreso. 

Además, las posturas federales sobre la adquisición de nuevos territorios en el oeste reflejaban a menudo los debates en Washington sobre el mantenimiento de un equilibrio entre estados esclavistas y libres. Por ejemplo, Suval muestra cómo después de que EEUU se anexionara Texas en 1845, la anexión de Oregón como territorio libre se convirtió en una prioridad para las fuerzas antiesclavistas. Así, las donaciones de tierras en Oregón funcionaron tanto como beneficencia pública como herramienta contra el poder esclavista. La idea de que los residentes locales podían simplemente crear sus propias instituciones y decidir por sí mismos en materia de esclavitud fue ampliamente descartada en Washington. Sólo con la ley Kansas-Nebraska de 1854 el Congreso experimentó con la idea de una verdadera soberanía local. Suval analiza en profundidad cómo Kansas sirvió esencialmente como referéndum nacional sobre si se permitiría o no la llamada «soberanía popular» a los colonos fronterizos. Ni siquiera en las lejanas llanuras de Kansas en los 1850 se podía escapar de la política nacional.

Construcción de Estado federal en la frontera 

Aunque Suval no aborda ni emplea el marco teórico de la construcción del Estado tal y como lo imagina Tilly, Suval muestra, no obstante, cómo los EEUU en el siglo XIX se dedicaba a actividades típicas de construcción del Estado. El gobierno federal de este periodo tuvo un éxito inmenso a la hora de excluir a posibles rivales de los territorios deseados. Concomitantemente, el gobierno federal empleó estos poderes para apoderarse de recursos y redistribuirlos entre las poblaciones favorecidas que, a su vez, podían ayudar a consolidar el poder federal. Lejos de ignorar los asentamientos fronterizos o de permitir que la frontera se desarrollara «orgánicamente», el gobierno de EEUU tuvo cuidado de gestionar las tierras fronterizas de forma que potenciaran el poder federal y ayudaran a los políticos federales a alcanzar los objetivos políticos nacionales. Dangerous Ground debería ser lectura obligada para los estudiantes de historia política americana que busquen una visión más completa de la política fronteriza en el siglo XIX. 

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