Mises Wire

Ayuda exterior, reparaciones y crecimiento económico

David Lammy, ministro de Asuntos Exteriores del RU, ha prestado su voz a la creciente petición de reparaciones para las antiguas colonias de las Indias Occidentales británicas. Sus defensores sostienen que una compensación económica daría un impulso económico muy necesario a estas naciones, ayudándolas a superar el lastre del bajo crecimiento económico. Sin embargo, este punto de vista es fundamentalmente erróneo. Al igual que la ayuda exterior, es poco probable que las reparaciones catalicen un verdadero desarrollo económico. Décadas de pruebas demuestran que la ayuda exterior ha sido incapaz de fomentar un crecimiento sostenible en los países en desarrollo y las reparaciones funcionarían como tal. En realidad, las reformas orientadas al mercado y las inversiones en capital humano que facilitan la adopción tecnológica son medios más eficaces de transformación económica.

Numerosas investigaciones subrayan la ineficacia de la ayuda exterior para impulsar el desarrollo económico. Chala Abate, en el estudio «¿Es el exceso de ayuda exterior una maldición o una bendición para los países en desarrollo?», destaca la paradoja de la dependencia de la ayuda. Muchas naciones receptoras experimentan una disminución de los incentivos para llevar a cabo reformas estructurales debido a las continuas entradas de ayuda. Esta dependencia ahoga el desarrollo institucional, fomenta la corrupción y desalienta la aparición de un sector privado robusto. Abate subraya además que la calidad institucional y la libertad económica son factores esenciales que determinan el éxito o el fracaso de la ayuda exterior. Cuando los fondos extranjeros fluyen hacia Estados mal gobernados, exacerban las ineficiencias en lugar de fomentar el progreso a largo plazo. Verter dinero en países mal gestionados es un perjuicio para los ciudadanos del país receptor y para los contribuyentes de los países desarrollados.

Del mismo modo, Elena Groß y Felicitas Nowak-Lehmann Danzinger, en un trabajo en el que examinan los efectos de la ayuda sobre la productividad, constatan que las entradas de ayuda tienen un efecto adverso sobre la productividad total de los factores. A diferencia de los préstamos, las subvenciones patrocinan proyectos económicos menos viables que no se examinan suficientemente. Las iniciativas apoyadas por préstamos fomentan la propiedad y las operaciones prudentes para minimizar el impago y el riesgo de fracaso. La ausencia de condiciones estrictas para las subvenciones debilita los incentivos a la productividad. De ahí que la concesión de subvenciones a países de baja productividad amplifique los problemas económicos.

En un estudio relacionado, Thanh Dinh Su y Canh Phuc Nguyen sostienen que el capital humano desempeña un papel fundamental en la mejora de la relación entre la ayuda exterior y el crecimiento económico. Cuando el capital humano es fuerte, es más probable que las entradas de financiación extranjera se utilicen de forma productiva, facilitando la adopción tecnológica y la innovación. Sin embargo, en las naciones que carecen de mano de obra cualificada y de capacidad institucional, la ayuda no suele traducirse en mejoras tangibles. Además, es probable que las iniciativas de ayuda fracasen cuando las burocracias carecen de la competencia necesaria para administrar proyectos sofisticados. Esencialmente, muchos países en desarrollo no pueden beneficiarse adecuadamente de la ayuda porque sufren un déficit de capital humano.

Destacando el ejemplo de África, algunos estudiosos afirman que la ayuda inhibe el desarrollo. Thomas Ayodele y sus coautores, en «African Perspectives on Aid: Foreign Assistance Will Not Pull Africa Out of Poverty» («Perspectivas africanas sobre la ayuda: la ayuda exterior no sacará a África de la pobreza»), ofrecen una evaluación condenatoria de la ayuda exterior. Entre 1960 y 1997, se inyectaron en África más de 500.000 millones de dólares, el equivalente a cuatro planes de ayuda Marshall. En lugar de promover un crecimiento autosostenido, esta afluencia de ayuda fomentó la dependencia económica y el estancamiento. De hecho, cuanta más ayuda recibía África, más bajo era su nivel de vida. Entre 1975 y 2000, el PIB per cápita del África subsahariana descendió a un ritmo medio anual del 0,59%, pasando de 1.770 dólares internacionales constantes de 1995 a 1.479 dólares. La ayuda no sólo no ha logrado emancipar a África de la pobreza, sino que ha contribuido activamente a la persistencia de políticas ineficaces y burocracias hinchadas.

El experimento socialista de Tanzania, —Ujaama—, es un ejemplo sorprendente. Los donantes occidentales, especialmente los escandinavos, apoyaron con entusiasmo la iniciativa, invirtiendo unos 10.000 millones de dólares en Tanzania durante dos décadas. A pesar de este amplio respaldo, los resultados fueron desastrosos. Entre 1973 y 1988, la economía del país se contrajo a una tasa media anual del 0,5%, mientras que el consumo personal medio se desplomó un 43%. Lejos de fomentar la prosperidad, la ayuda exterior perpetuó la mala gestión económica y acentuó la dependencia de Tanzania de la financiación exterior.

Además, el proyecto del oleoducto Chad-Camerún ilustra cómo la ayuda exterior fracasa con frecuencia debido a la mala gobernanza y la corrupción. Inicialmente, el programa fue elogiado por su transparencia, con un fundamento jurídico que exigía que el 85% de los ingresos del petróleo se destinara a la reducción de la pobreza en sectores clave como la educación, la sanidad, las infraestructuras y el desarrollo rural. Sin embargo, la mala gestión pronto desbarató estos esfuerzos. En 2000, sólo un año después de que comenzara la extracción de petróleo, el gobierno chadiano ya había desviado 4,5 millones de dólares de una prima petrolera inicial de 25 millones a gastos militares.

En 2003, cuando finalizó la construcción del oleoducto y aumentaron los ingresos, la disciplina financiera siguió erosionándose. En 2006, el gobierno modificó el plan de gestión de ingresos de 1999, ampliando el gasto discrecional. Esto condujo a una malversación de fondos aún mayor, con un gasto militar en 4,5 veces superior al gasto en sanidad, educación y programas sociales juntos. La corrupción llegó a ser tan rampante que, en 2008, el Banco Mundial no tuvo más remedio que poner fin a su participación en el proyecto. Este caso pone de relieve la realidad de que las entradas financieras —cuando las reciben gobiernos que carecen de instituciones sólidas— a menudo sirven para afianzar la corrupción en lugar de fomentar el desarrollo.

Haití es otro ejemplo de cómo la ayuda exterior no consigue crear un desarrollo sostenible. Terry Buss, en «Ayuda exterior y el fracaso de la construcción del Estado en Haití de 1957 a 2015», documenta cómo miles de millones de dólares de ayuda exterior no sólo no han logrado estabilizar Haití, sino que han contribuido activamente a la inestabilidad política, la corrupción y el estancamiento económico. El país ha seguido dependiendo en gran medida de la ayuda internacional, pero sus estructuras de gobierno siguen siendo débiles y su crecimiento económico ha sido insignificante.

Tras el terremoto de 2010, la ayuda extranjera se destinó a reconstruir las infraestructuras y la economía de Haití. Sin embargo, gran parte de la ayuda se asignó mal debido a la falta de transparencia y a la ineficacia del gobierno. Las ONG internacionales, en lugar de las instituciones locales, controlaron la mayor parte de los esfuerzos de socorro, marginando aún más a los líderes haitianos y debilitando la capacidad del Estado. En lugar de fomentar la resiliencia económica a largo plazo, la ayuda perpetuó la dependencia y la mala gestión. Incluso antes del terremoto, décadas de ayuda extranjera habían hecho poco por mejorar las perspectivas económicas de Haití, ya que la debilidad de las instituciones y la mala gobernanza impedían un uso productivo de los fondos.

El caso haitiano personifica una tendencia más amplia: cuando se presta ayuda a países con instituciones frágiles y un historial de mal gobierno, se exacerban los problemas existentes en lugar de resolverlos. Si las reparaciones se canalizaran hacia antiguas colonias con problemas de gobernanza similares, hay pocas razones para creer que se utilizarían de forma más eficaz que los anteriores esfuerzos de ayuda exterior.

En lugar de seguir los errores de Haití, los responsables políticos deberían centrarse en las investigaciones del mundo en desarrollo que preconizan la importancia de las inversiones en capital humano. Stanley Emife Nwani, en «Human Capital Interaction on Foreign Aid-Growth Nexus: Evidence from South Asia and Sub-Saharan Africa», sostiene que el desarrollo del capital humano, y no la ayuda exterior, es el factor determinante del crecimiento económico. Nwani explica que la ayuda exterior no estimula el crecimiento en Asia Meridional y África Subsahariana, sino que fomenta una dependencia excesiva de la ayuda exterior que mina la iniciativa. Sin embargo, sus efectos negativos se ven mitigados por el capital humano.

Asimismo, Honoré Tékam Oumbé y sus colegas, en su artículo «Análisis del efecto de la ayuda exterior en la industrialización: evidencia de África», demuestran que los flujos de ayuda han tenido escasa repercusión en la industrialización de África. Los autores sostienen que las inversiones en capital humano fueron más importantes, ya que dotaron a las personas de las aptitudes necesarias para funcionar en una sociedad industrial. Además, la liberalización económica y las políticas favorables a las empresas también han sido importantes motores de la expansión industrial.

El ejemplo de Jamaica es instructivo. A pesar de recibir más de 1.500 millones de euros en ayudas de la Unión Europea desde 1975, el país ha luchado contra el estancamiento y la mala gestión económica. Sólo gracias a las reformas impulsadas por el mercado —como la reducción de las barreras comerciales, la mejora de la disciplina fiscal y la liberalización de la normativa empresarial— Jamaica empezó a registrar mejoras significativas en sus resultados económicos.

El reciente éxito Jamaica no es un caso aislado. Ruanda —otro país en desarrollo que ha experimentado una importante transformación económica— es un ejemplo aún más claro de la primacía de la reforma sobre la ayuda. El impresionante giro económico de Ruanda no se vio facilitado por la ayuda exterior, sino por políticas que hacían hincapié en la inversión en educación, emprendimiento y desarrollo de infraestructuras. Bajo la presidencia de Paul Kagame, Ruanda dio prioridad a la libertad económica, redujo las ineficiencias burocráticas y mejoró los derechos de propiedad, factores que la ayuda exterior por sí sola nunca podría lograr. Por ejemplo, el gobierno de Kagame desreguló el sector del café permitiendo a los agricultores comerciar libremente con compradores de todo el mundo.

Los llamamientos a las reparaciones se basan en la suposición errónea de que las transferencias financieras rectificarán las perspectivas económicas de las ex colonias. Sin embargo, la experiencia de décadas de iniciativas de ayuda exterior demuestra que estos fondos a menudo conducen a la dependencia, la mala gestión y el estancamiento, en lugar de a un crecimiento sostenido. Como se ha visto en Jamaica y Ruanda, la liberalización económica, las inversiones en capital humano y el progreso empresarial son los verdaderos motores del desarrollo. En lugar de buscar reparaciones que imiten los fracasos de la ayuda exterior, los responsables políticos de las antiguas colonias deberían centrarse en reformas favorables al mercado que capaciten a sus poblaciones para generar riqueza de forma independiente. La historia ha demostrado que la prosperidad se construye a través de la libertad económica y la autosuficiencia —no a través de transferencias financieras perpetuas de las antiguas potencias coloniales.

image/svg+xml
Image Source: Adobe Stock
Note: The views expressed on Mises.org are not necessarily those of the Mises Institute.
What is the Mises Institute?

The Mises Institute is a non-profit organization that exists to promote teaching and research in the Austrian School of economics, individual freedom, honest history, and international peace, in the tradition of Ludwig von Mises and Murray N. Rothbard. 

Non-political, non-partisan, and non-PC, we advocate a radical shift in the intellectual climate, away from statism and toward a private property order. We believe that our foundational ideas are of permanent value, and oppose all efforts at compromise, sellout, and amalgamation of these ideas with fashionable political, cultural, and social doctrines inimical to their spirit.

Become a Member
Mises Institute