Con la reciente legalización del cáñamo en los Estados Unidos, nos podemos preguntar por qué fue ilegal para empezar. Al ser una forma no psicoactiva de cannabis, su uso era completamente industrial. No hace falta ser un libertario para darse cuenta de que la prohibición del cáñamo se encuentra entre las leyes más absurdas y sin sentido que aprobó nuestro gobierno en el siglo XX.
Antes de la Guerra a las Drogas, Estados Unidos tuvo una larga historia de producción de cáñamo, remontándose hasta la época colonial y Gran Bretaña incluso antes. Antes de que los gobiernos arrestaran a gente por cultivar cáñamo, solían multar a los granjeros por no cultivarlo. En el siglo XVI, el rey Enrique VIII y la reina Isabel I multaban a los granjeros ingleses que no contribuían a la industria del cáñamo del país. En 1673, el rey Carlos II dio instrucciones al gobernador real de Virginia para imponer el edicto sobre los colonos a su cargo.1 El cáñamo era especialmente valioso para la Armada Real, que lo usaba para uniformes, cuerdas y velas, entre otras cosas.
Es de conocimiento relativamente común que varios Padres Fundadores de Estados Unidos cultivaban cáñamo. De vez en cuando, los activistas a favor de la marihuana citan esto como evidencia de que los fundadores fumaban cannabis, pero no hay evidencia que apoye esto y el uso recreativo o medicinal de la marihuana no llegó a Estados Unidos hasta el siglo XIX. Pero, para fines industriales, personajes tan prestigiosos como George Washington cultivaron cáñamo, siguiendo las instrucciones detalladas en el panfleto “A Treatise of Hemp-Husbandry”, escrito por Edmund Quincy, un primo del presidente John Adams.
Aunque nunca se consideró un cultivo básico, la producción de cáñamo se mantuvo como importante en ciertos estados sureños. Durante la guerra fronteriza de Missouri-Kansas en la década de 1850, la contraseña para entrar en los campamentos del sur fue “todo bien con el cáñamo” y los miembros se colocaban hojas de cáñamo en sus camisas para mostrar lealtad a su bando.2
Pero en 1937, debido a la campaña de Harry Anslinger, jefe de la Oficina Federal de Narcóticos, que se estaba enfrentando a recortes presupuestarios durante la Gran Depresión, se criminalizó el cannabis. Cuando se aprobó la ley, hubo preocupación por que se usara para acabar con el sector del cáñamo. Anslinger prometió que sus hombres dejarían en paz al sector del cáñamo.
Anslinger mentía. Cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial a finales de 1941, el sector del cáñamo había sido completamente eliminado. El problema era ahora que el ejército de EEUU necesitaba cáñamo, y mucho. La tecnología militar y naval puede haber avanzado mucho desde que Enrique VIII aprobara su edicto de cultivo obligatorio del cáñamo para apoyar la Armada Real del siglo XVI, pero las fibras del cáñamo mantenían una multitud de usos. Y al ir a mayor conflicto militar del siglo XX, EEUU no tenía ninguna fuente nacional de cáñamo, a pesar de la centenaria tradición de producirlo.
En respuesta, el mismo gobierno que dio poder a Anslinger para destruir completamente el sector del cáñamo aprobaba ahora financiación para enormes subvenciones a granjeros estadounidenses para reanudar ese sector que había estado floreciendo sin subsidios solo cinco años antes. Para recordarles que cultivar cáñamo era su deber patriótico, el gobierno incluso encargó una película de propaganda titulada Cáñamo para la victoria.
Pero cuando acabó la guerra se olvidaron de nuevo los beneficios de la producción de cáñamo y Anslinger pudo enviar a sus hombres a destruir lo que quedaba del sector del cáñamo subvencionado por el gobierno. Con el coste de millones de dólares de los contribuyentes, su campaña por erradicar los males de la marihuana equivalía a poco más que la destrucción de los brotes bajos en THC del cáñamo industrial.
Durante los siguientes 70 años, los productos del cáñamo se han importado legalmente de otros países, a pesar de que EEUU tiene terrenos perfectamente apropiados para una lucrativa industria del cáñamo. La reciente relegalización del cáñamo en Estados Unidos está muy lejos de las reformas radicales que se necesitan para acabar con la desastrosa Guerra a las Drogas, pero es indudablemente un paso en la dirección correcta que anula la que puede haber sido la ley más inútilmente destructiva del siglo pasado.