Mises Daily

La Primera Guerra Mundial como consumación: el poder y los intelectuales

[Se envió una versión anterior de este escrito a una conferencia del Pacific Institute sobre «Crisis y Leviatán» en Menlo Park, California, en octubre de 1986]

I.Introducción

Frente a historiadores anteriores que consideraban a la Primera Guerra Mundial como la destrucción de la reforma progresista, estoy convencido de que la guerra llegó a Estados Unidos como la “consumación”, la culminación, la verdadera apoteosis del progresismo en la vida estadounidense.1 Considero al progresismo como básicamente un movimiento a favor de un Gran Gobierno en todas las áreas de la economía y la sociedad, en una fusión o coalición entre diversos grupos de grandes empresarios, liderados por la casa Morgan y grupos crecientes de intelectuales tecnócratas y estatistas. En esta fusión, los valores e intereses de ambos grupos se buscarían a través del gobierno.

Las grandes empresas serían capaces de utilizar el gobierno para cartelizar la economía, restringir la competencia y regular producción y precios y asimismo podrían desarrollar una política exterior militarista e imperialista para obligar a abrir los mercados en el exterior y aplicar la espada del Estado para proteger las inversiones en el exterior. Los intelectuales podrían conseguir trabajo en el Gran Gobierno para defender y ayudar a planificar y dotar de personal a las operaciones del gobierno. Ambos grupos creían también que, con esta fusión, el Gran Estado podría usarse para armonizar e interpretar el “interés nacional” y proporcionar así una “vía intermedia” entre los extremos del laissez faire “caníbal” y los amargos conflictos del marxismo proletario.

Animando asimismo a ambos grupos de progresistas, había un protestantismo pietista postmilenarista que había conquistado las áreas “yanquis” del protestantismo del norte en la década de 1830 y había impulsado a los pietistas a utilizar los gobiernos locales, estatales y finalmente al federal para erradicar el “pecado”, para hacer santo Estados Unidos y posteriormente el mundo y así traer el Reino de Dios a la tierra. La victoria de las fuerzas de Bryan en la convención nacional demócrata de 1896 destruyó al Partido Demócrata como instrumento para católicos romanos y luteranos alemanes “litúrgicos” defensores de la libertad personal y el laissez faire y creó el sistema de partidos en buena parte homogéneo y relativamente no ideológico que tenemos hoy. Después del cambio de siglo, esta evolución creó un vacío ideológico y de poder que cubriría el creciente número de tecnócratas y administradores progresistas. De esa forma, el centro del gobierno paso del legislativo, al menos parcialmente sujeto al control democrático, al poder ejecutivo oligárquico y tecnocrático.

La Primera Guerra Mundial trajo la consumación de todas estas tendencias progresistas. El militarismo, el servicio militar obligatorio, la intervención masiva interior y exterior, una economía colectivizada de  guerra, todo llegó durante la guerra y creó un poderoso sistema cartelizado que la mayoría de sus líderes dedico el resto de su vida a tratar de recrear, tanto en la paz como en la guerra. En la capítulo de la Primera Guerra Mundial de su magnífica obra, Crisis and Leviathan, el profesor Robert Higgs se concentra en la economía de guerra y destaca las interconexión con el servicio militar.

En este artículo, me gustaría concentrarme en un área que olvida relativamente el Profesor Higgs: la llegada al poder durante la guerra de varios grupos de intelectuales progresistas.2 Uso el término “intelectual” en el sentido amplio descrito penetrantemente por F.A. Hayek: es decir, no meramente teóricos y académicos, sino asimismo todo tipo de creadores de opinión en la sociedad: escritores, periodistas, predicadores, científicos, activistas de todo tipo, lo que Hayek llama “vendedores de ideas de segunda mano”.3 La mayoría de estos intelectuales, de cualquier tendencia y ocupación, eran o bien pietistas postmilenaristas mesiánicos consagrados o bien antiguos pietistas, nacidos en una casa profundamente pietista, que, aunque entonces secularizados, aún poseían una intensa creencia mesiánica en la salvación nacional y mundial a través de Gran Gobierno. Pero, además, extraña pero característicamente, la mayoría combinaban en su pensamiento y activismo un fervor moral o religioso mesiánico con una devoción empírica, supuestamente “libre de valores” y estrictamente “científica” a la ciencia social. Ya fuera la profesión médica que combinaba devoción científica y moral para acabar con el pecado o una postura similar entre economistas o filósofos, esta mezcla es típica de los intelectuales progresistas.

En este artículo me ocuparé de diversos ejemplos de individuos o grupos de intelectuales progresistas, exultantes ante el triunfo de su credo y su propio lugar en ello, como resultado de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Por desgracia, las limitaciones de espacio y tiempo impiden ocuparse de todas las facetas de la actividad en tiempo de guerra de los intelectuales progresistas; en particular lamento tener que omitir el tratamiento del movimiento de reclutamiento, un fascinante ejemplo del credo de la “terapia” de la “disciplina” liderado por intelectuales y empresarios de primer orden en el ámbito de J.P. Morgan.4 También tendré que omitir tanto la presentación de la guerra por los predicadores de la nacional como los impulsos del periodo de guerra hacia la centralización permanente de la investigación científica.5

No hay mejor epígrafe para el resto de este artículo  que una nota de enhorabuena enviada al presidente Wilson después de su declaración de guerra el 2 de abril de 1917. La nota fue enviada por el terno de Wilson y compañero pietista y progresista del sur, el Secretario del Tesoro, William Gibbs McAdoo, Un hombre que había pasado toda su vida como industrial en la ciudad de Nueva York, firme en el ámbito de J.P. Morgan. McAdoo escribía a Wilson: “¡Has hecho una cosa grande noblemente! Creo firmemente que es voluntad de Dios que Estados Unidos deba hacer este servicio trascendente a la humanidad en todo el mundo y que tú eres Su instrumento elegido”.6

II.Pietismo y ley seca

Una de las pocas omisiones importantes en el libro del profesor Higgs es el papel esencial del protestantismo pietista postmilenaerista en el camino hacia el estatismo en Estados Unidos. Dominante en las áreas “yanquis” del norte a partir de la década de 1830., la forma “evangélica” agresiva del pietismo conquistó el protestantismo del sur en la década de 1890 y desempeñó un papel crucial en el progresismo después del cambio de siglo y a lo largo de la Primera Guerra Mundial. El pietismo evangélico sostenía que un requisito para la salvación de cualquier hombre es que haga todo lo que pueda para hacer que se salven todos los demás y hacer todo lo posible significaba que el Estado debe convertirse en un instrumento crucial para maximizar las posibilidades de salvación de la gente. En particular, el Estado desempeña u papel central en eliminar el pecado y en “hacer sagrados los Estados Unidos”.

Para los pietistas, el pecado se definía muy ampliamente como cualquier fuerza que pudiera nublar las mentes de los hombres de forma que no pudieran ejercitar su libre albedrío teológico para alcanzar la salvación. De particular importancia fueron la esclavitud (hasta la Guerra de Secesión), el Demonio del Ron y la Iglesia Católica Romana, encabezada por el anticristo de Roma. Durante décadas tras la Guerra de Secesión, la “rebelión” tomo el lugar de la esclavitud en las acusaciones pietistas contra su gran enemigo político, el Partido Demócrata.7 Luego en 1896, con la conversión evangélica del protestantismo del sur y la admisión en la Unión de los poco poblados y pietistas estados montañeses, William Jennings Bryan fue capaz de aunar una coalición que transformó a los demócratas en un partido pietista y acabó par siempre con ese partido que en tiempo actuó orgullosamente como defensor del cristianismo “litúrgico” (católico y luterano alto alemán) y de la libertad personal y el laissez faire.8 ,9

Los pietistas del siglo XIX y principios del XX eran todos postmilenaristas: Creían que la Segunda Llegada de Cristo solo se produciría después de que el milenio (mil años del establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra) se hubiera construido mediante el trabajo humano. Los postmilenaristas han tendido por tanto a ser estatistas, con el Estados convirtiéndose en un instrumento importante para eliminar el pecado y cristianizar el orden social para acelerar la vuelta de Jesús.10

El profesor Timberlake resume esmeradamente este conflicto político-religioso:

Frente a estas sectas extremistas y apocalípticas que rechazaban y se apartaban del mundo por ser este desesperadamente corrupto y frente a las iglesias más conservadoras, como la católica romana, la episcopaliana protestante y la luterana, que tendían a asumir una actitud más relajada respecto de la influencia de la religión en la cultura, el protestantismo evangélico buscaba superar la corrupción del mundo de una manera dinámica, no solo convirtiendo a los hombres a la fe en Cristo, sino asimismo cristianizando el orden social mediante el poder y la fuerza del estado para transformar la cultura de forma que la comunidad de los files pueda mantenerse pura y l obra de salvación de los no regenerados pueda resultar más fácil. Así que la función de la ley no era simplemente restringir el mal, sino educar y alentar.11

Tanto la ley seca como la reforma progresista fueron pietistas y como ambos movimientos se extendieron después de 1900 se entremezclaron progresivamente. El Partido de la Prohibición, una vez limitado (al menos en su programa) a un solo asunto, se hizo cada vez más abiertamente progresista después de 1904. La Liga Anti-Saloon, el principal medio de agitación prohibicionista después de 1900, también estuvo notablemente dedicado a la reforma progresista. Así, en la convención anual de la Lige en 1905, el reverendo Howard H. Russell se alegraba del creciente movimiento por la reforma progresista y alababa particularmente a Theodore Roosevelt, como ese “líder de molde heroico, de absoluta honestidad de carácter y pureza de vida, ese hombre líder de esta mundo”.12 En la convención de la Liga Anti-Saloon de 1909, el reverendo Purley A. Baker loaba el movimiento sindical como una santa cruzada por la justicia y un reparto equitativo. La convención de la Liga de 1915, que atrajo a 10.000 personas, se destacó por la misma mezcla de estatismo, servicio social y cristianismo combativo que había caracterizado la convención nacional del Partido progresista en 1912.13 Y en la convención de la Liga de junio de 1916, el obispo Luther B. Wilson dijo, sin que nadie le contradijera, que todos los presentes sin duda alabarían las reformas progresistas entonces propuestas.

Durante los años progresistas, el evangelio social se convirtió en parte de la ortodoxia del protestantismo pietista. La mayoría de las iglesias evangélicas crearon comisiones de servicio social para proclamar el evangelio social y prácticamente todas las denominación adoptaron el credo social establecido por la Comisión de la Iglesia y el Servicio Social del Consejo Federal de Iglesias. El credo reclamaba la abolición del trabajo infantil, la regulación del trabajo femenino, el derecho del trabajador a organizarse (es decir, la negociación colectiva obligatoria), la eliminación de la pobreza y una división “equitativa” de la producción nacional. Y en lo alto como asunto de preocupación social estaba el problema del alcohol. El credo mantenía que el alcohol era un serio obstáculo hacia el establecimiento del Reino de Dios en la tierra y defendía la “protección del individuo y la sociedad del mal social, económico y moral del tráfico de alcohol”.14

Los líderes del evangelio social eran fervientes defensores del estatismo y la ley seca. Estos incluían al reverendo Walter Rauschenbusch y el reverendo Charles Stelzle, cuyo panfleto Why Prohibition! (1918) fue distribuido, tras la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, por la Comisión de la templanza del Consejo Federal de Iglesias a líderes obreros, miembros de Congreso e importantes cargos públicos. Un líder del evangelio social particularmente importante fue el reverendo  Josiah Strong, cuya revista mensual, The Gospel of the Kingdom, era publicada por el  American Institute of Social Service de Strong. En un artículo apoyando la ley seca en el número de julio de 1914, The Gospel of the Kingdom alababa el espíritu pregresista que estaba por fin terminando con la “libertad personal”:

La “libertad personal” por fin es un rey sin corona, destronado, a quien nadie reverencia. La conciencia social está tan desarrollada y se esta haciendo tan autocrática que instituciones y gobiernos deben hacer caso a sus mandatos y compartir así su vida. Ya no estamos asustados por ese antiguo duende: “paternalismo en el gobierno”. Afirmamos contundentemente que es asunto del gobierno ser justamente eso: paternal. Nada humano puede ser ajeno a un verdadero gobierno.15

Como verdaderos cruzados, los pietistas no se contentaban con la eliminación del pecado solo en Estados Unidos. Su el pietismo estadounidense estaba convencido de que los estadounidenses eran el pueblo elegido por Dios, indudablemente la tarea religiosa y moral de los pietistas no podía detenerse aquí. En cierto sentido el mundo era de Estados Unidos. Como decía el profesor Timberlake, una vez que el Reino de Dios estuviera en curso de establecerse en Estados Unidos “era por tanto misión de Estados Unidos extender estos ideales e instituciones en el extranjero, para que el Reino pudiera establecerse en todo el mundo. Los protestantes estadounidenses por tanto no se contentaban con trabajar para el Reino de Dios en Estados Unidos, sino que se sentían obligados a ayudar también en la reforma del resto del mundo”.16

La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial proporcionó la consumación de los sueños prohibicionistas. En primer lugar, toda la producción de alimentos se puso bajo el control de Herbert Hoover, jefe de la Administración de Alimentación. Pero si el gobierno de EEUU iba a controlar y asignar recursos alimenticios, ¿permitiría que el precioso suministro escaso de grano fuera absorbido por el “desperdicio”, si no el pecado, de la fabricación de alcohol? Aunque menos de 2% de la producción estadounidense de cereales iba a la fabricación de alcohol, pensad en los niños hambrientos del mundo que podrían alimentarse en otro caso. Como lo expresaba demagógicamente el semanario progresista The Independent: “¿Tendrán comida los muchos o tendrán bebida los pocos?” Para el aparente propósito de “conservar” grano, el Congreso escribió una enmienda en la Lever Food and Fuel Control Act del 10 de agosto de 1917, que prohibía absolutamente el uso de alimentos, por tanto de grano, para la producción de alcohol. El Congreso habría añadido una prohibición sobre la fabricación de vino o cerveza, pero el presidente Wilson convenció a la Liga Anti-Saloon de que podía conseguir el mismo objetivo lentamente y evitar así el filibusterismo de los antiprohibicionistas en el Congreso. Sin embargo, Herbert Hoover, un progresista y un prohibicionista, convenció a Wilson para que emitiera una orden, el 8 de diciembre, reduciendo enormemente el contenido de alcohol de la cerveza y limitando la cantidad de alimentos que podían utilizarse en su fabricación.17

Los prohibicionistas fueron capaces de usar la Lever Act y el patriotismo de guerra para el bien. Así, Mrs. W. E. Lindsey, esposa del gobernador de Nuevo México, hacía un discurso en noviembre de 1917 que hablaba de la Lever Act y declaraba:

Aparte de la larga lista de terribles tragedias que siguieron al tráfico de alcohol, el desperdicio económico es demasiado grande como para tolerarse ahora. Con tanta gente de las naciones aliadas a las puertas de la inanición. Sería una ingratitud criminal que continuáramos fabricando whisky.18

Otra justificación para la ley seca durante la guerra era la supuesta necesidad de proteger del alcohol a los soldados estadounidenses, por su salud, su moral y sus alamas inmortales. En consecuencia, en la Selective Service Act del 18 de mayo de 1917, el Congreso establecía que debían establecerse zonas secas alrededor de cualquier base militar y se ilegalizó vender o incluso dar alcohol a cualquier miembro del estamento militar dentro de estas zonas, incluso en el hogar de alguien. Cualquier hombre ebrio de servicio era sometido a consejo de guerra.

Pero el impulso más importante hacia la ley seca nacional fue la propuesta de decimoctava enmienda de la Liga Anti-Saloon, prohibiendo la fabricación, venta, transporte, importación o exportación de todo licor embriagante. Fue aprobada por el Congreso y remitida a los estados al final de diciembre de 1917. Los argumentos antiprohibicionistas de que la ley seca sería inaplicable encontraron la habitual apelación de los prohibicionistas a los grandes principios: ¿Deberían abolirse la leyes contra el asesinato y el robo sencillamente porque no pueden aplicarse completamente? Y los argumentos de que la propiedad privada sería injustamente confiscada fueron también dejados de lado con la opinión de que la propiedad dañina para la salud, la moral y la seguridad del pueblo había estado siempre sujeta a confiscación sin indemnización.

Cuando la Lever Act hace una distinción entre licores fuertes (prohibidos) y cerveza y vino (limitados), la industria cervecera trata de salvar la piel alejándose de la tentación de las bebidas espirituosas. “La verdadera relación con la cerveza”, insistía la Asociación de Cerveceros de Estados Unidos, “es con los vinos ligeros y los refrescos, no con los licores fuertes”. Los cerveceros afirmaban su deseo de “eliminar, de una vez por todas, las cadenas que unen nuestros saludables productos con los espirituosos fuertes”. Pero esta actitud cobarde no les valdría de nada a los cerveceros. Después de todo, uno de los objetivos principales de los prohibicionistas era aplastar a los cerveceros, de una vez por todas, ya que su producto era la misma encarnación de los hábitos de bebida de las odiosas masas germano-estadounidenses, tanto católica como luterana, ambas litúrgicas y bebedoras de cerveza. Los germano-estadounidenses eran entonces el blanco de la burlas. ¿No eran todos agentes del satánico káiser, que deseaba conquistar el mundo? ¿No eran agentes conscientes de la temible Kultur de los hunos, dispuesta a destruir la civilización estadounidense? ¿Y no eran alemanes la mayoría de los cerveceros?

Y así la Liga Anti-Saloon tronaba que “los cerveceros alemanes en este país han hecho ineficientes a miles de hombres en este país y están así perjudicando a la república en su guerra contra el militarismo prusiano”. Aparentemente, la Liga Anti-Saloon no tenía en cuenta el trabajo de los cerveceros alemanes en Alemania, que estaban presumiblemente realizando el inestimable servicio de hacer inútil el “militarismo prusiano”. Se acusaba a los cerveceros de ser pro-alemanes y de subvencionar a la prensa (aparentemente estaba bien ser pro-inglés y subvencionar a la prensa si no se era cervecero). La cumbre de las acusaciones vino de un prohibicionista: “Tenemos enemigos alemanes”, advertía, “también en este país. Y los peores de estos enemigos alemanes, los más traicioneros, los más amenazantes son Pabst, Schlitz, Blatz y Miller”.19

En este tipo de ambiente, los cerveceros no tuvieron ninguna oportunidad y la Decimoctava Enmienda fue a los estados, prohibiendo toda forma de alcohol. Como veintidós estados ya habían prohibido el alcohol, esto significaba que solo hacían falta nueve más para ratificar esta notable enmienda, que implicaba directamente a la constitución federal en lo que siempre había sido, como mucho, un asunto de policía de los estados. El trigésimo sexto estado ratificó la Decimoctava Enmienda el 16 de enero de 1919 y al finalizar febrero, todos los estados, menos tres (Nueva Jersey, Rhode Island y Connecticut) habían hecho inconstitucional, además de ilegal, al alcohol. Técnicamente, la enmienda entraría en vigor el siguiente enero, pero el Congreso aceleró las cosas aprobando la War Prohibition Act del 11 de septiembre de 1918, que prohibía la producción vino y cerveza después del siguiente mayo y prohibía la venta de todas las bebidas embriagantes después del 30 de junio de 1919, una prohibición que continuaría en efecto hasta el fin de la desmovilización. La ley seca total nacional empezó el 1 de julio de 1919, con la Decimoctava Enmienda entrando en vigor seis meses después. La enmienda constitucional necesitaba una ley de aplicación del Congreso, que este proporcionó con la Volstead Act, aprobada superando el veto de Wilson al final de octubre de 1919.

Con la batalla contra el Demonio del Ron ganada en casa, los incansables defensores del prohibicionismo pietista buscaron nuevos territorios a conquistar. Hoy Estados Unidos, mañana el mundo. En junio de 1919, la triunfal Liga Anti-Saloon reclamó una conferencia internacional para la ley seca en Washington y creaba una Liga Mundial Contra el Alcoholismo. Después de todo, hacía falta una ley seca mundial para acabar la obra de salvar al mundo para la democracia. Los objetivos prohibicionistas fueron expresados fervientemente por el reverendo A.C. Bane en la convención de la Liga Anti-Saloon de 1917, cuando la victoria en Estados Unidos ya era visible. Bane tronaba ante una multitud que gritaba salvajemente:

Estados Unidos estará “por todo lo alto” en la mayor batalla de la humanidad [contra el alcohol] y plantará el victorioso estandarte blanco de la ley seca sobre el punto más elevado de la nación. Luego al ver las manos que nos hacen señas de nuestras naciones hermanas al otro lado del mar, luchando contra el mismo antiguo enemigo, continuaremos con el espíritu del misionero y el cruzado a ayudar a eliminar el demonio de la bebida en toda la civilización. Con Estados Unidos enseñando el camino, con fe en Dios omnipotente y mostrando con manos patrióticas nuestra inmaculada bandera, el emblema de la pureza cívica, pronto concederemos a la humanidad el don incalculable de la Ley Seca Mundial.20

Por suerte, los prohibicionistas encontraron que el mundo reticente era una nuez demasiado dura de romper.

III.Mujeres en guerra y en elecciones

Otra consecuencia directa de la Primera Guerra Mundial, que llegó en pareja con la ley seca pero permaneció, fue la Decimonovena Enmienda, aprobada en el Congreso en 1919 y ratificada por  el mismo al año siguiente, que permitía votar a las mujeres. El sufragio femenino había sido desde hacía mucho tiempo un movimiento aliado directamente con el prohibicionismo. Desesperados por combatir una tendencia demográfica que parecía ir contra ellos, los pietistas evangélicos reclamaban el sufragio femenino (y lo consiguieron en muchos estados occidentales). Lo hacían porque sabían que mientras que las mujeres pietistas eran social y políticamente activas, las mujeres étnicas o litúrgicas tendían a estar ligadas culturalmente al hogar y la cocina y por tanto era menos probable que votaran.

Por tanto, el sufragio femenino aumentaría enormemente el poder del voto pietista. En 1869 el Partido Prohibicionista se convirtió en el primer partido en apoyar el sufragio femenino, lo que continuaba haciendo. El Partido Progresista era igualmente entusiasta acerca del sufragio femenino: fue el primer partido nacional que permitió mujeres como delegadas en sus convenciones. Una importante organización sufragista femenina fue la Unión de la Templanza de las Mujeres Cristianas [Women’s Christian Temperance Union], que llegó a la enorme cifra de miembros de 300.000 en 1900. Y tres presidentas sucesivas del principal grupo sufragista femenino, la National American Woman Suffrage Association (Susan B. Anthony, Mrs. Carrie Chapman Catt y la Dra. Anna Howard Shaw) empezaron sus carreras como activistas en el prohibicionismo. Susan B. Anthony lo decía claramente:

Hay un enemigo de los hogares de esta nación y ese enemigo es la ebriedad. Todos los relacionados con la casa de juego, el burdel y la taberna trabajan y votan en bloque contra el voto de las mujeres y yo digo, si creéis en la castidad, si creéis en la honestidad y la integridad, entonces tomar las medidas necesarias para poner el voto en manos de las mujeres.21

Por su parte, la Alianza Germano-Estadounidense de Nebraska envió una apelación durante el referéndum fracasado de noviembre de 1914 sobre sufragio femenino. Escrita en alemán, la apelación declaraba: “Nuestras mujeres alemanas no quieren el derecho de voto y como nuestros oponentes desean el derecho de sufragio principalmente para el propósito de poner el yugo de la ley seca sobre nuestros cuellos, deberíamos oponernos a él con todas nuestras fuerzas”.22

La entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial proporcionó el impulso para superar la importante oposición al sufragio femenino, como un corolario al éxito de la ley seca y como recompensa a la vigorosa actitud de las mujeres organizadas en el esfuerzo bélico. Para cerrar el círculo, mucha de la actividad consistió en eliminar el vicio y el alcohol, así como en introducir educación “patriótica” en las mentes de grupos inmigrantes a menudo sospechosos.

Poco después de la declaración de guerra de EEUU, el Consejo de Defensa Nacional creó un Comité Consultivo sobre Trabajos de Defensa de Mujeres, conocido como el Comité Femenino. El propósito del comité, escribe un relato contemporáneo que lo celebraba, era “coordinar la actividades y los recursos de las mujeres organizadas y desorganizadas del país, para que su poder pueda utilizarse inmediatamente en tiempo de necesidad y proporcionar un canal nuevo y directo de cooperación entre mujeres y el departamento gubernamental”.23 La presidenta del Comité Femenino, trabajando enérgicamente y a jornada completa, era la antigua presidenta de la National American Woman Suffrage Association, la Dra. Anna Howard Shaw, y otro miembro importante era la actual presidenta del grupo sufragista e igualmente importante sufragista, Mrs. Carrie Chapman Catt.

El Comité Femenino empezó enseguida a establecer organizaciones en ciudades y estados en todo el país y el 19 de junio de 1917 realizó una conferencia de más de cincuenta organizaciones nacionales femeninas para coordinar sus esfuerzos. Fue en esta conferencia donde “se impuso la primera tarea concreta a las mujeres estadounidenses” por el infatigable Jefe de Alimentación, Herbert Hoover.24 Hoover incluía la cooperación de las mujeres de la nación en su ambiciosa campaña para controlar, restringir y cartelizar el sector alimentario en nombre de la “conservación” y eliminación del “desperdicio”. Celebrando esta unión de las mujeres estaba una de las mujeres del Comité Femenino, la escritora progresista y aireadora de escándalos Mrs. Ida M. Tarbell. Mrs. Tarbell alababa las “creciente conciencia en todas partes de que esta gran empresa de la democracia que estamos iniciando [la entrada en guerra de EEUU] es un asunto nacional y si un individuo o una sociedad va a poner de su parte, debe actuar bajo el gobierno de Washington”. “Nada más”, decía Mrs. Tarbell, “puede explicar la acción de las mujeres del país en unirse como están haciendo hoy bajo una dirección centralizada”.25

El entusiasmo de Mrs. Tarbell podría haberse aumentado por el hecho de que era una de las directoras en lugar de una de las dirigidas. Herbert Hoover llegó a la conferencia femenina con la propuesta de que cada mujer firmara y distribuyera una “tarjeta de promesa de comida” a favor de la conservación de comida. Aunque el apoyo de la promesa de comida entre el público fue menor que el previsto, los trabajos educativos para promover la promesa se convirtieron en la base del resto de la campaña femenina de conservación. El Comité Femenino nombró a Mrs. Tarbell como presidenta de su comité sobre Administración Alimentaria y no solo organizó incansablemente la campaña, sino que también escribió cartas y artículos en periódicos y revistas a su favor.

Además del control de los alimentos, otra función importante e inmediata del Comité Femenino era intentar registrar a todas las mujeres del país para trabajar como voluntarias y cobrando en apoyo del esfuerzo bélico. A toda mujer con dieciséis años o más se le pidió que firmara y enviara una tarjeta de registro con toda la información pertinente, incluyendo formación, experiencia y tipo de trabajo deseado. De esa manera, el gobierno conocería el paradero y la formación de todas las mujeres y gobierno y mujeres podrían servirse mejor unos a otros. En muchos estados, especialmente en Ohio e Illinois, los gobiernos estatales crearon escuelas para formar a las registradas. Y aunque el Comité Femenino siguió insistiendo en que el registro era completamente voluntario, el estado de Louisiana, como dijo Ida Clarke, desarrolló una idea “novedosa y clara” para facilitar el programa: el registro de las mujeres se hizo obligatorio.

El gobernador de Louisiana, Ruftin G. Pleasant, decretó al 17 de octubre de 1917, como día del registro obligatorio y un grupo de funcionarios del estado colaboró en esta operación. La Comisión de Alimentación del Estado se aseguraba de que las promesas de alimentación eran asimismo firmadas por todos y el Consejo Escolar del Estado concedió fiesta el 17 de octubre de forma que los maestros pudieran acudir al registro obligatorio, especialmente en los distritos rurales. Seis mil mujeres fueron comisionadas oficialmente por el estado de Louisiana para realizar el registro y trabajaron junto con los funcionarios de Conservación de Alimentos y agentes parroquiales de propaganda. En las áreas francesas del estado, los sacerdotes católicos prestaron una valiosa ayuda al apelar personalmente a todas las parroquianas femeninas a cumplir con sus obligaciones de registro. Se circularon panfletos en francés, se pusieron pancartas atravesando las calles y se realizaron discursos pidiendo el registro por parte de mujeres activistas en cines, escuelas, iglesias y tribunales. Se nos informa de que todas las respuestas fueron interesadas y cordiales; no se menciona ninguna resistencia. También se nos indica que “incluso los negros estuvieron muy animados, reuniéndose a veces con gente blanca y a veces a llamada de sus propios pastores”.26

Ayudando también al registro de mujeres y el control de alimentos había otra organización más pequeña, pero ligeramente más siniestra que había sido creada por el Congreso como una especie de grupo bélico anterior a la guerra en una gran Congreso para el Patriotismo Constructivo, realizado en Washington DC a finales de enero de 1917. Era la National League for Woman’s Service (NLWS), que estableció una organización nacional posteriormente oscurecida y superada por el más grande Comité Femenino. La diferencia era que la NLWS estaba concebida sobre líneas muy abiertamente militares. Cada unidad local de trabajo se llamaba “destacamento”, bajo un “comandante de destacamento”, los destacamentos de distrito y de estado se reunían en “campamentos” anuales y toda mujer miembro vestía un uniforme con una escarapela e insignia de la organización. En particular, “la base de formación para todos los destacamentos es un ejercicio físico estándar”.27

Una parte esencial del trabajo del Comité Femenino era dedicarse a la “educación patriótica”. El gobierno y el Comité Femenino reconocían que las mujeres de etnias inmigrantes eran las que más necesitaban esa instrucción esencial, así que establecieron un comité de educación, encabezado por la enérgica Mrs. Carrie Chapman Catt. Mrs. Catt indicaba bien el problema al Comité Femenino: Millones de personas en Estados Unidos no tienen claro por qué estamos en guerra y por qué, como parafrasea Ida Clarke a Mrs. Can, hay “una necesidad imperativa de ganar la guerra si hay que proteger a las generaciones futuras de la amenaza del militarismo sin escrúpulos”.28 Supuestamente, el militarismo de EEUU, al tener “escrúpulos”, no era ningún problema.

Abundaban apatía e ignorancia, seguía Mrs. Catt, y proponía movilizar a veinte millones de mujeres estadounidenses, las “mayores creadores de sentimientos de cualquier comunidad”, para empezar un “vasto movimiento educativo” para hacer que las mujeres “se alistaran entusiastamente para empujar en la guerra hacia la victoria tan rápidamente como sea posible”. Sin embargo, como continuaba Mrs. Catt, la claridad de los objetivos de guerra que reclamaba equivalía en realidad a apuntar que estábamos en guerra “lo quiera o no lo quiera la nación” y que por tanto los “sacrificios” necesarios para ganar la guerra “deben hacer voluntaria o involuntariamente”. Estas declaraciones recuerdan a argumentos en apoyo de las recientes acciones militares de Ronald Reagan (“Tiene que hacer lo que tiene que hacer”). Al fin, Mrs. Catt solo podía llegar a un argumento razonado para la guerra, aparte de esta supuesta necesidad, que debía ganarse para hacer que “la guerra acabe con la guerra”.29

La campaña de “educación patriótica” de las mujeres organizadas era en buena medida para “americanizar” a las mujeres inmigrantes convenciéndolas enérgicamente (a) de que se nacionalizaran como ciudadanas estadounidenses y (b) a aprender “inglés materno”. En la campaña, llamada “América primero” [“America First”], se promovía la unidad nacional haciendo que los inmigrantes aprendieran inglés y tratando de que las mujeres inmigrantes tomaran clases de inglés por las tardes. Las mujeres patriotas organizadas estaban asimismo preocupadas por preservar la estructura familiar de los inmigrantes. Si los niños aprenden inglés y sus padres lo ignoran, los niños se burlarán de los mayores, “desaparece la disciplina y el control de los padres y se debilita toda la estructura familiar”. Así que una de las grandes fuerzas conservadoras en la comunidad se convierte en inoperativa”. Así que, para conservar “el control maternal de los jóvenes (…) se hace imperativa la americanización de las mujeres extranjeras mediante el idioma. En Erie, Pennsylvania,los clubs femeninos nombraban “matronas de manzana”, cuyo trabajo era conocer a las familias extranjeras del vecindario y respaldar a las autoridades escolares en pedir a los inmigrantes aprender inglés y que, en palabras bastante ingenuas de Ida Clarke, “se convierten en vecinas, amigas y verdaderas madres confesoras de las mujeres extranjeras en la manzana”. A uno le gustaría escuchar algunos comentarios de las receptoras de las atenciones de las matronas de manzana.

En términos generales, como resultado de la campaña de americanización, concluye Ida Clarke, “las mujeres organizadas de este país pueden desempaeñar un papel importante en hacer del nuestro un país con un idioma común, un propósito común, un grupo común de ideales: unos Estados Unidos unificados”.30

NI el gobierno ni sus mujeres organizadas olvidaron las reformas económicas progresistas. En la organización de la conferencia de junio de 1917, del Comité Femenino, Mrs. Carrie Catt destacaba que el mayor problema de la guerra era asegurarse de que las mujeres recibían “igual paga por igual trabajo”. La conferencia sugería que se establecieran comités de vigilancia para protegerse frente a la violación de las “leyes éticas” que gobernaban el trabajo y también de que se aplicaran rigurosamente todas las leyes que restringían (“protegían”) el trabajo femenino e infantil. Aparentemente, había algunos valores ante los que la maximización del esfuerzo de guerra se encontraba en segundo lugar.

Mrs. Margaret Dreier Robins, presidenta de la National Women’s Trade Union’s League, alababa el hecho de que el Comité Femenino estuviera organizando comités en todos los estados para proteger unos estándares mínimos para el trabajo femenino e infantil en la industria y reclamaba salarios mínimos y horarios menores para las mujeres. Mrs. Robins advertía concretamente que “no solo se emplean a trabajadoras femeninas no sindicalizadas en gran número para pagar menos en el mercado de mano obra para rebajar los estándares industriales, sino que están relacionadas con grupos en centros industriales de nuestro país que son los menos americanizados y los más ajenos a nuestras instituciones e ideales”. Así que “americanización” y cartelización iban de la mano.31 ,32

IV.Salvando a nuestros jóvenes del alcohol y el vicio

Una de las principales contribuciones de las mujeres organizadas al esfuerzo de guerra fue colaborar en un intento de salvar a los soldados estadounidenses del vicio y del Demonio del Ron. Además de establecer rigurosas zonas de ley seca en torno a todo campamento militar en Estados Unidos, la Selective Service Act de mayo de 1917 también prohibía la prostitución en amplias zonas en torno a los campamentos militares. Para aplicar estas disposiciones, el Departamento de Guerra ya tenía una Comisión de Actividades en Campamentos de Instrucción, una agencia pronto imitada por el Departamento de la Armada. Ambas comisiones estaban encabezadas por un hombre a la medida del trabajo, el trabajadores progresistas de la casa de acogida de Nueva York, reformista político municipal y antiguo alumno y discípulo de Woodrow Wilson, Raymond Blaine Fosdick.

El historial, la vida y la carrera de Fosdick eran paradigmáticos en los intelectuales y activistas progresistas de esa época. Los antepasados de Fosdick eran yanquis de Massachusetts y Connecticut y su bisabuelo fue de pionero al oeste en un carromato para convertirse en granjero de frontera en el corazón de yanquis trasplantados del Burned-Over District, Buffalo, Nueva York. El abuelo de Fosdick, un predicador ordinario pietista convertido en un renacimiento baptista, era un prohibicionista que se casó con la hija de un predicador y se convirtió en profesor de escuela pública en Buffalo durante toda su vida. El abuelo Fosdick llegó a ser superintendente de educación en Buffalo y a batallar por un sistema escolar público expandido y fortalecido. El padre de Fosdick siguió en la misma línea. Era un profesor de una escuela pública en Buffalo que llegó a ser director de un instituto. Su madre era profundamente pietista y una férrea defensora de la ley seca y el sufragio femenino. El padre de Fosdick era un devoto protestante pietista y un republicano “fanático” que dio a su hijo Raymond como segundo nombre el de su héroe, el veterano republicano de Maine, James G. Blaine. Los tres hijos de los Fosdick, el hermano mayor Harry Emerson, Raymond y su hermana melliza, Edith, en este ambiente, forjaron todos carreras en el pietismo y el servicio social.

Mientras estaba activo en la administración reformista de Nueva York, Fosdick hizo una amistad trascendental. En 1910, John D. Rockefeller, Jr., como su padre, un baptista pietista, era presidente de un gran jurado especial para investigar y tratar de eliminar la prostitución en la ciudad de Nueva York. Para Rockefeller, la eliminación de la prostitución iba a convertirse en una campaña ferviente y para toda la vida. Creía que el pecado, como la prostitución, debía ser criminalizado, puesto en cuarentena y enterrado mediante una supresión rigurosa.

En 1911, Rockefeller empezó su cruzada creando la Oficina de Higiene Social, a la que dotó con 5 millones de dólares durante el siguiente cuarto de siglo. Dos años más tarde fichó a Fosdick, entonces locutor en la cena anual de la clase de biblia baptista de Rockefeller, para estudiar los sistemas policiales en Europa en relación con actividades para acabar con el gran “vicio social”. Inspeccionado la policía estadounidense después de su periodo en Europa por orden de Rockefeller, Fosdick se asombró de que el trabajo de policía en Estados Unidos no fuera considerado una “ciencia” y de que estuviera sujeto a “sórdidas” influencias políticas.33

En ese momento, el nuevo Secretario de Guerra, el progresista y antiguo alcalde de Cleveland, Newton D. Baker, estaba preocupado por informes de que en áreas cercanas a los campamentos del ejército en Texas en la frontera mexicana, donde se había movilizado tropas para combatir al revolucionario mexicano Pancho Villa, estaban plagadas de tabernas y prostitución. Enviado por Baker para investigar los hechos en el verano de 1916, con los duros oficiales del ejército burlándose llamándole “reverendo”, Fosdick se horrorizó al descubrir tabernas y burdeles prácticamente por todas partes cerca de los campamentos militares. Informó de su consternación a Baker y, a sugerencia de Fosdick, Baker aplicó mano dura a los comandantes del ejército y su actitud laxa hacia el alcohol y el vicio. Pero Fosdick estaba empezando vislumbrar otra idea. ¿No podía la supresión de lo malo verse acompañada por un estímulo positivo de lo bueno, de alternativas recreativas honestas al pecado y el licor que pudieran disfrutar nuestros jóvenes? Cuando se declaró la guerra, Baker rápidamente nombró a Fosdick como presidente de la Comisión de Actividades en Campamentos de Instrucción.

Armado con los recursos coactivos del gobierno federal y construyendo rápidamente su imperio burocrático desde solo una secretaria a una plantilla de miles, Raymond Fosdick abordó con determinación su doble tarea: eliminar el alcohol y el pecado dentro y alrededor de todo campamento militar y llenar el vacío de soldados y marineros estadounidenses proporcionándoles recreo sano. Como jefe de la División de Aplicación de la Ley de la Comisión de Campamentos de Instrucción, Fosdick seleccionó a Bascom Johnson, abogado de la American Social Hygiene Association.34 Johnson fue nombrado mayor y su personal de cuarenta abogados agresivos se convirtieron en subtenientes.

Utilizando el argumento de la salud y la necesidad militar, Fosdick creó una División de Higiene Social de su comisión, que promulgó el lema “Listo para la lucha”. Utilizando una mezcla de fuerza y amenazas de retirar las tropas federales de las bases si las ciudades recalcitrantes no obedecían, Fosdick consiguió abrirse paso a palos suprimiendo, si no la prostitución en general, al menos todo barrio de tolerancia importante en el país. Al hacerlo, Fosdick y Baker, empleando policía local y policía militar federal, excedían con mucho su autoridad legal. La ley autorizaba la presidente a cerrar todo barrio de tolerancia en una zona de cinco millas en torno a cada campamento o base militar. Sin embargo de los 110 barrios de tolerancia cerrados por las fuerzas militares, solo 35 estaban incluidos en la zona de prohibición. La supresión de los otros 75 fue una extensión ilegal de la ley. Sin embargo, Fosdick triunfó: “Mediante los esfuerzos de esta Comisión [de Actividades en Campamentos de Instrucción] el barrio de tolerancia prácticamente a dejado de ser una característica de la vida ciudadana estadounidense”.35 El resultado de esta destrucción permanente del barrio de tolerancia fue, por supuesto, llevar la prostitución a las calles, donde los consumidores se verían privados de la protección de un mercado abierto o de regulación.

En algunos casos, la cruzada federal anti-vicio encontró una considerable resistencia. El secretario de la armada, Josephus Daniels, un progresista de Carolina del Norte, tuvo que llamar a los marines para patrullar las calles de una resistente Phildelphia y, con las protestas enérgicas del alcalde, se utilizaron tropas navales apara aplastar el legendario barrio de tolerancia de Storyville, en Nueva Orleáns, en noviembre de 1917.36

En su arrogancia, el ejército de EEUU decidió extender su cruzada anti-vicio a tierra extranjeras. El general John J. Pershing publicó un boletín oficial para miembros de la Fuerza Expedicionaria Estadounidense en Francia indicando que “la continencia sexual es tarea de los miembros de la F.E.E., tanto para el desarrollo vigoroso de la guerra como para la salud limpia del pueblo americano después de la guerra”. Pershing y los militares estadounidenses trataron de cerrar todos los burdeles franceses en áreas donde estaban situadas las tropas estadounidenses, pero no tuvieron éxito debido a que los franceses protestaron amargamente. El premier Georges Clemenceau apuntaba que la consecuencia de la “prohibición total de las prostitución regulada en la vecindad de las tropas estadounidenses” era solo aumentar “las enfermedades venéreas entre la población civil del barrio”. Finalmente, Estados Unidos tuvo que contentarse con declarar las áreas civiles francesas fuera de los límites para las tropas.37

La parte más positiva del trabajo de Raymond Fosdick durante la guerra fue proporcionar a los soldados y marineros un sustitutivo constructivo del pecado y el alcohol, “diversiones saludables y compañía sana”. Como podía esperarse, el Comité Femenino y las mujeres organizadas colaboraron con entusiasmo. Siguieron la orden del secretario de guerra Baker de que el gobierno “no podía permitir que estos jóvenes estuvieran rodeados por un entorno vicioso y desmoralizante, ni podemos dejar de hacer nada que los proteja de las poco sanas influencia y formas crudas de tentación”. Sin embargo, el Comité Femenino encontraba que en la gran tarea de salvaguardar la salud y la moralidad de nuestros jóvenes, su mayor problema  resultaba ser proteger la moral de sus chicas jóvenes movilizadas. Pues desgraciadamente, “donde están acampados los soldados, resulta grande el problema de impedir que las jóvenes se vean engañadas por el atractivo y el romance de la guerra y los seductores uniformes”. Tal vez por suerte, el comité de Maryland propuso el establecimiento de una “Liga Patriótica de Honor que inspirará a las jóvenes a adoptar los patrones más elevados de femineidad y lealtad a su país”.38

Ningún grupo estaba más encantado con los logros de Fosdick y su Comisión de Actividades en Campamentos de Instrucción que la floreciente profesión de los trabajadores sociales. Rodeados de auxiliares seleccionados de la Playground and Recreation Association y la Russell Sage Foundation, Fosdick y los demás “trataban en la práctica de crear una casa de acogida masiva alrededor de cada campamento. Ningún ejército había visto nunca nada parecido antes, pero era una consecuencia del movimiento de organización de recreo y comunidad y una victoria para quienes habían estado reclamando un uso creativo del tiempo de ocio”.39 La profesión de los trabajadores sociales calificó al programa como un enorme éxito. La influyente revista Survey resumía el resultado como “la más estupenda pieza de trabajo social en tiempos modernos”.40

Los trabajadores sociales también estaban exultantes acerca de la ley seca. En 1917, se animaba a la Conferencia Nacional de Caridades y Correcciones (que cambió su nombre por ese tiempo a Conferencia Nacional de Trabajo Social) a eliminar cualquier postura libre de valoras que pudiera tener y ponerse claramente a favor de la ley seca. Al volver de Rusia en 1917, Edward T. Devine, de la Sociedad de Organización de Caridad de Nueva York exclamaba que “la revolución social que siguió a la prohibición del vodka fue más profundamente importante que la revolución política que abolió la autocracia”. Y Robert A. Woods, de Boston, el Gran Anciano del movimiento de las casas de acogida y veterano defensor de la ley seca, predijo en 1919 que la Decimoctava Enmienda, “uno de los acontecimiento más grandes y mejores de la historia”, reduciría la pobreza, eliminaría la prostitución y el delito y liberaría “enormes potencialidades humanas suprimidas”.41

Woods, presidente de la Conferencia Nacional del Trabajo Social durante 1917-18, llevaba mucho tiempo denunciando el alcohol como “un mal abominable”. Pietista postmilenarista, creía en el “estadismo cristiano”, que, con una “propaganda de los hechos”, cristianizaría el orden social en una vía corporativa comunal para la glorificación de Dios. Como muchos pietistas, a Woods no le preocupaban credos o dogmas, salvo para hacer avanzar a la cristiandad de una forma comunal; aunque era un activo episcopaliano, su “parroquia” era la comunidad en su conjunto. En su trabajo de acogida, Woods había estado desde hacía mucho a favor de aislar y castigar al borracho y al vagabundo. Los “borrachos inveterados” iban a recibir crecientes niveles de “castigo”, con periodos cada vez mayores de cárcel. El “mal del vagabundeo” iba a eliminarse rodeando y encarcelando a los vagos, que se recluirían en talleres de vagabundos y obligados a realizar trabajos forzados.

Para Woods, la guerra mundial era un acontecimiento crucial. Había avanzado el proceso de “americanización”, un “gran proceso humanizador mediante el cual todas las lealtades, todas las creencias deben aunarse en un orden mejor”.42 La guerra había desatado maravillosamente las energías del pueblo estadounidense. Sin embargo ahora era importante mantener el impulso de la guerra en el mundo postbélico. Alabando la sociedad colectivista de guerra durante la primavera de 918, Robert Woods hacía la pregunta crucial: “¿Por qué no debería ser siempre así? ¿Por qué no continuar en los años de paz, este organismo cercano, enorme y sano de servicio, de camaradería, de poder creativo constructivo?”43

V.Los colectivistas de New Republic

La revista New Republic, fundada en 1914 como órgano intelectual principal del progresismo, era la viva encarnación de la floreciente alianza entre los intereses de las grandes empresas, en particular la casa Morgan y la creciente legión de intelectuales colectivistas. El fundador y director de New Republic fue Willard W. Straight, socio de J.P. Morgan & Co., y su financiero fue la esposa de Straight, la heredera Dorothy Whitney. El editor principal del influyente nuevo semanario era el colectivista y teórico veterano del nuevo nacionalismo de Teddy Roosevelt, Herbert David Croly. Los dos coeditores de Croly eran Walter Edward Weyl, otro teórico del nuevo nacionalismo, y el joven y ambicioso antiguo oficial de la Sociedad Socialista Intercolegial, el futuro experto Walter Lippmann. Cuando Woodrow Wilson empezó a llevar a Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, la New Republic, aunque originalmente rooseveltiana, se convirtió en entusiasta defensora de la guerra y en virtual portavoz del esfuerzo de guerra de Wilson, la economía colectivistas de tiempo de guerra y la nueva sociedad moldeada por la guerra.

En los altos niveles de raciocinio, indiscutiblemente el principal intelectual progresista, antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial, fue el defensor del pragmatismo, el profesor John Dewey, de la Universidad de Columbia. Dewey escribía frecuentemente para la New Republic en este periodo y fue claramente su principal teórico. Yanqui nacido en 1859, Dewey era, como decía Mencken, “del indestructible linaje de Vermont y un hombre de la máximo sobriedad soportable”. John Dewey era hijo de un tendero de un pequeño pueblo de Vermont.44 Aunque fue un pragmático y un humanista secular durante la mayor parte de su vida, no es muy conocido que Dewey, en los años anteriores a 1900, fue un pietista postmilenarista, buscando el desarrollo gradual de un orden social cristianizado y del Reino de Dios en la tierra mediante la expansión de la ciencia, la comunidad y el Estado. Durante la década de 1890, Dewey, como profesor de filosofía en la Universidad de Michigan, expuso su visión del pietismo postmilenarista en una serie de clases ante la Asociación Cristiana de Estudiantes. Dewey argumentaba que el crecimiento de la ciencia moderna hacía entonces posible que el hombre estableciera la idea bíblica del Reino de Dios en la teirra. Una vez los humanos se vieran libres de las restricciones del cristianismo ortodoxo, un Reino de Dios verdaderamente religioso podría conseguirse en “la Vida encarnada común, el propósito que anime a todos los hombres y aunarlos en un todo armonioso de simpatía”.45

Así que la religión actuaría junto a la ciencia y la democracia, todo lo cual echaría abajo las barreras entre hombres y establecería el Reino. Después de 1900, le fue fácil a John Dewey, junto con la mayoría de los demás intelectuales postmilenaristas de la época, a trasladarse gradual pero decisivamente del estatismo cristiano progresista postmilenarista a estatismo secular progresista. El camino, la expansión del estatismo y el “control social” y la planificación, seguían igual. Y aunque el credo cristiano desaparecía del paisaje, los intelectuales y activistas continuaron poseyendo el mismo celo evangélico para la salvación del mundo que sus padres y ellos mismos habían poseído una vez. El mundo se salvaría y debía salvarse aún mediante el progresismo y el estatismo.46

Un pacifista en medio de la paz, John Dewey s preparó para liderar el desfile para la guerra mientras Estados Unidos se acercaba a la intervención armada en la contienda europea. Primero, el enero de 1916 en la New Republic, Dewey atacaba a la abierta condena de la guerra “de los profesionales pacifistas” como una “fantasía sentimental”, una confusión de medios y fines. La fuerza, declaraba era sencillamente “un medio de conseguir resultados” y por tanto no puede ser alabada o condenada por sí misma. Luego, en abril, Dewey firmo un manifiesto pro-aliados, no solo deseando una victoria aliada, sino asimismo proclamando que los aliados estaban “luchando por conservar las libertades del mundo y los altos ideales de la civilización. Y aunque Dewey apoyaba la entrada de EEUU en la guerra para poder derrotar a Alemania, “un trabajo duro, pero que ha de hacerse”, estaba mucho más interesado en los maravillosos cambios que la guerra traería sin duda en la política interior estadounidense. En particular, la guerra ofrecía una oportunidad de oro para conseguir un control social colectivista en interés de la justicia social. Como decía una historiadora:

Como la guerra reclamaba un compromiso supremo con el interés nacional y necesitaba un grado de planificación pública y regulación económica sin precedentes debido a ese interés, Dewey veía la perspectiva de una socialización permanente, un reemplazo permanente del interés privado y posesivo por el interés público y social, tanto dentro como entre las naciones.47

En una entrevista en el New York World unos pocos meses después de la entrada de EEUU en la guerra, Dewey decía exultante que “esta guerra es posible que se el principio del fin de las empresas”. Pues por las necesidades de la guerra “estamos empezando a producir para usar, no para vender y el capitalista no es un capitalista [ante] la guerra”. Las condiciones capitalistas de producción y venta están ahora bajo control público y “no hay razón para creer que se recupere nunca el viejo principio (…) La propiedad privada ya ha perdido su santidad (…) la democracia industrial está en camino”.48

En resumen, la inteligencia se usaba por fin para ocuparse de problemas sociales y esta práctica está destruyendo el viejo orden y creando un nuevo orden social de “control democrático integrado”. La mano de obra está adquiriendo más poder, la ciencia por fin se moviliza socialmente y los controles públicos masivos están socializando la industria. Esta evolución, proclamaba Dewey, era precisamente por lo que estábamos luchando.49

Además, John Dewey veía grandes posibilidades abiertas por la guerra para la llegada del colectivismo mundial. Para Dewey, la entrada de Estados Unidos en la guerra creaba una “conexión plástica” en el mundo, un mundo marcado por una “organización mundial y los inicios de un control público que cruza fronteras e intereses nacionales” y que también “prohibiría la guerra”.50

Los editores de New Republic adoptaron una postura similar a la de Dewey, excepto en que llegaron incluso antes a ella. En su editorial en el primer número de la revista en noviembre de 1914, Herbert Croly profetizaba jovialmente que la guerra estimularía el espíritu del nacionalismo estadounidense y por tanto lo acercaría a la democracia. Al principio reticente acerca de las economías colectivistas de guerra en Europa, la New Republic pronto empezó a alabarlas y a pedir que Estados Unidos siguiera el ejemplo de las naciones europeas en guerra y socializara su economía y expandiera los poderes del Estado.

Mientras Estados Unidos se preparaba para entrar en guerra, New Republic, examinando el colectivismo bélico en Europa, se regocijaba en que “en su lado administrativo, el socialismo ha conseguido una victoria soberbia y convincente”. Es verdad que el colectivismo bélico europeo era un poco adusto y autocrático, pero no temamos, Estados Unidos podía usar los mismos medios para objetivos “democráticos”.

Los intelectuales de la New Republic también estaban encantados con el “espíritu bélico” en Estados Unidos, pues ese espíritu significaba “la sustitución por las fuerzas nacionales y sociales y orgánicas de las fuerzas privadas más o menos mecánicas que operan en la paz”. Los propósitos de la guerra y de la reforma social podían ser un poco diferentes, pero, después de todo, “ambos son propósitos y por suerte para la humanidad, una organización social que sea eficaz es tan útil para una como para la otra”.51 Menuda suerte.

Mientras Estados Unidos se preparaba para entrar en la guerra, la New Republic buscaba ansiosamente la inminente colectivización, segura de que traería “inmensas ganancias en eficiencia y felicidad nacional”. Después de que se declarara la guerra, la revista reclamaba que la guerra se usara como “una herramienta agresiva de democracia”.

“¿Por qué no debería servir la guerra”, se preguntaba la revista, “como pretexto a utilizar para imponer innovaciones en el país?” De esta manera, los intelectuales progresistas podían liderar el camino hacia la abolición de “los males típicos del creciente capitalismo competitivo e inculto”.

Convencido de que Estados Unidos alcanzaría el socialismo mediante la guerra, Walter Lippmann, en un discurso público poco después de la entrada estadounidense, proclamaba su visión apocalíptica del futuro:

Los que hemos ido a la guerra para garantizar la democracia en el mundo hemos expresado una aspiración aquí que no acabará con la eliminación de la autocracia prusiana. Nos dirigiremos con nuevos intereses contra nuestras propias tiranías: contra nuestras minas de Colorado, nuestras autocráticas industrias del acero, talleres y barrios degradados. Hay una fuerza desatada en Estados Unidos. Sabremos cómo usarla.52

De hecho, Walter Lippmann había sido el principal halcón entre los intelectuales de la New Republic. Había empujado a Croly a respaldar a Wilson y apoyar la intervención y luego había colaborado con el coronel House para empujar a Wilson a entrar en guerra. Pronto Lippmann, un entusiasta del reclutamiento obligatorio, tuvo que afrontar el hecho de que él mismo, con solo 27 años y buena salud, estaba a punto de poder ser reclutado. Sin embargo, de alguna manera, Lippmann no consiguió unificar teoría y praxis.

El joven Felix Frankfurter, profesor progresista de derecho en Harvard y cercano al personal editorial de New Republic, acababa de ser seleccionado como ayudante especial del Secretario de Guerra, Baker. Lippmann sentía de alguna manera que sus propios servicios inestimables podría usarse mejor planificando el mundo postbélico que batallando en las trincheras. Así que escribió a Frankfurter pidiendo un trabajo en la oficina de Baker. “Lo que quiero hacer”, solicitaba, “es dedicar todo mi tiempo a estudiar y especular sobre las aproximaciones a la paz y la reacción desde la paz. ¿Crees que puedes conseguirme una dispensa con esta presuntuosa base?” Luego se apresuraba a reafirmar a Frankfurter que no había nada “personal” en esta solicitud. Después de todo, explicaba “las cosas que hay que pensar son tan grandes que no debe haber ningún elemento personal mezclado en esto”. Una vez Frankfurter abrió el camino, Lippmann escribió al secretario Baker. Aseguró a Baker que solo estaba pidiendo un trabajo y una dispensa del reclutamiento por súplicas de otros y por rígida sumisión al interés nacional. Como decía Lippmann en una notable demostración de palabrería:

He consultado a toda la gente cuyo consejo aprecio y me piden que solicite la dispensa. Bien puedes entender que no es algo agradable de hacer y aun así, después de buscar en mi alma tan ingenuamente como sé, estoy convencido de que puedo servir mucho más eficazmente que como recluta en los nuevos ejércitos.

Sin duda.

Como guinda, Lippmann añadía una importante pizca de “desinformación”. Pues, como escribió lastimeramente a Baker, el hecho es “que mi padre está muriendo y mi madre está absolutamente sola en el mundo. No conoce el estado de mi padre y no puedo decírselo a nadie por miedo a que se sepa”.

Aparentemente nadie más “sabía” tampoco la situación de su padre, incluyendo a su padre y a la profesión médica, pues el anciano Lippmann se las arregló para sobrevivir los siguientes diez años.53

Una vez asegurada su dispensa del reclutamiento, Walter Lippmann salió volando muy excitado a Washington, para ayudar a dirigir la guerra y, pocos meses después, a ayudar a dirigir el cónclave secreto del coronel House con historiadores y sociólogos establecido para planear la forma del futuro tratado de paz y el mundo de posguerra. Que otros lucharan y murieran en las trincheras; Walter Lippmann tenía la satisfacción de saber que su talento, al menos, se usaba para su mejor uso por el recién emergente Estado colectivista.

A medida que avanzaba la guerra, Croly y los demás editores, habiendo perdido a Lippmann para el gran mundo futuro, alababan toda nueva evolución de la economía de guerra masivamente controlada. La nacionalización de ferrocarriles y navegación, el sistema de prioridades y asignación, el dominio total de todas las partes del sector alimentario lograda por Herbert Hoover y al Administración Alimentaria, la política a favor de los sindicatos, los altos impuestos y el reclutamiento obligatorio fueron todos alabados por la New Republic como una expansión del poder de la democracia para planificar para el bien general. Al dar paso el armisticio al mundo de posguerra, la New Republic miraba atrás a lo que había hecho en la guerra y lo encontró bueno: “Revolucionamos nuestra sociedad”. Todo lo que quedaba era organizar una nueva convención constitucional para completar el trabajo de reconstruir Estados Unidos.54

Pero la revolución no se había terminado completamente. A pesar de las objeciones de Bernard Baruch y otros planificadores de tiempo de guerra, el gobierno decidió no hacer permanente la mayoría de la maquinaria colectivista bélica. A partir de entonces, la mayor ambición de Baruch y los demás fue hacer del sistema de la Primera Guerra Mundial una institución permanente en la vida estadounidense. El epitafio más agudo de la política de la Primera Guerra Mundial lo realizó Rexford Guy Tugwell, el más abiertamente colectivista del grupo de cerebros del New Deal de Franklin Roosevelt. Recordando el “socialismo de guerra de Estados Unidos” en 1927, Tugwell lamentaba que si la guerra hubiera durado más, el gran “experimento” podía haberse completado: “Estuvimos a punto de tener una máquina industrial internacional cuando estalló la paz”, se lamentaba Tugwell. “Solo el armisticio impidió un gran experimento en el control de la producción, el control de los precios y el control del consumo”.55 Tugwell no tenía de qué preocuparse: pronto habría otras emergencias, otras guerras.

Al acabar la guerra, Lippmann iba a convertirse en el principal experto periodístico de Estados Unidos. Croly, tras romper con la Administración Wilson sobre la dureza del Tratado de Versalles, fue destituido al descubrir que la New Republic ya no era portavoz de algún gran líder político. Al final de la década de 1920 iba a descubrir un líder colectivista nacional ejemplar en el extranjero en Benito Mussolini.56 El que Croly acabara sus días como admirador de Mussolini no es ninguna sorpresa cuando sabemos que desde su infancia se había empapado de doctrinas autoritarias socialistas del positivismo de Auguste Comte por parte de un padre sobreprotector. Estas opiniones iban a marcar a Croly a lo largo de su vida. Así, el padre de Herbert, David, fundador del positivismo en Estados Unidos, defendió el establecimiento de enormes poderes del gobierno sobre la vida de todos. David Croly defendía en crecimiento de trusts y monopolios como medios tanto para ese fin como para eliminar los males de la competencia individual y el “egoísmo”. Como su hijo, David Croly fue contra el “miedo al gobierno” jeffersoniano en Estados Unidos y veía a Hamilton como un ejemplo para contrarrestar esa tendencia.57

¿Y qué pasó con el profesor Dewey, el decano de los intelectuales pacifistas convertido en tambores de guerra? En un periodo poco conocido de su vida, John Dewey dedicó los años inmediatos de la posguerra, 1919.21, a enseñar en la Universidad de Pekín y viajar a Extremo Oriente. China estaba entonces en un periodo turbulento sobre las cláusulas del Tratado de Versalles que transferían los derechos de dominio en Shantung de Alemania a Japón. Se había prometido esta recompensa al Japón por parte de británicos y franceses en tratados secretos a cambio de entrar en guerra contra Alemania.

La Administración Wilson estaba dividida en dos bandos. Por un lado estaban los que querían atenerse a la decisión de los aliados y que pensaban usar a Japón como maza contra la Rusia bolchevique en Asia. En el otro estaban quienes ya habían empezado a hacer sonar las alarmas acerca de la amenaza japonesa que estaban comprometidos con China, a menudo debido a conexiones con los misioneros protestantes estadounidenses que querían defender y expandir sus poderes extraterritoriales de gobierno en China. La Administración Wilson, que había adoptado originalmente una postura pro-china, cambió en la primavera de 1919 y apoyó las disposiciones de Versalles.

En esta situación compleja, John Dewey saltó, ni viendo ninguna complejidad y por supuesto considerando impensable que ni él ni Estados Unidos se quedaran fuera toda la refriega. Dewey saltó en apoyo total de las postura nacionalista china, alabando al movimiento de la Joven China e incluso apoyando a la pro-misionera YMCA en China como “trabajadores sociales”. Dewey tronaba que aunque “no espero ser un chauvinista”, debería culparse a Japón y que Japón era la gran amenaza en Asia. Así que apenas Dewey había dejado de ser un defensor de una terrible guerra mundial, empezaba a abrir el camino hacia una aún mayor.58

VI.La economía al servicio del estado: El empirismo de Richard T. Ely

La Primera Guerra Mundial fue la apoteosis de la creciente idea de los intelectuales como servidores del Estado y participantes menores en el gobierno del Estado. En la nueva fusión de intelectuales y Estado, cada uno fue ayudante poderoso del otro. Los intelectuales podían servir al Estado alabando sus hechos y proporcionado justificación para los mismos. También hacían falta intelectuales para ocupar cargos importantes como planificadores y controladores de la sociedad y la economía. El Estado podía asimismo servir a los intelectuales restringiendo su entrada en las diversas ocupaciones y profesiones y aumentando así su renta y prestigio. Durante la Primera Guerra Mundial, los historiadores fueron particularmente importantes para proporcionar al gobierno propaganda de guerra, convenciendo a la gente de la maldad propia de los alemanes a lo largo de la historia y de los satánicos planes del Káiser. Los economistas, particularmente los economistas y estadísticos empíricos, fueron de gran importancia en la planificación y control de la economía de la nación en tiempo de guerra. Los historiadores que desempeñaron papeles importantes en la propaganda bélica has sido estudiados con bastante extensión; los economistas y estadísticos, desempeñando un papel menos obvio y supuestamente “libre de valores”, han recibido mucha menos atención.59

Aunque es una generalización obsoleta decir que los economistas del siglo XIX eran defensores incondicionales del laissez faire, sigue siendo cierto que la teoría económica deductiva resulto ser un poderoso baluarte contra la intervención pública. Pues básicamente la teoría económica mostraba la armonía y el orden propios del libre mercado, así como las contraproducentes distorsiones y trabas económicas impuestas por la intervención del estado. Para que el estatismo dominara la profesión económica, era por tanto importante desacreditar la teoría deductiva. Una de las formas más importantes de hacerlo era avanzar la idea de que, para sr “genuinamente científica”, la economía tenía que rehuir la generalización y las leyes deductivas y dedicarse sencillamente a la investigación empírica de los hechos de la historia y las instituciones históricas, esperando que de alguna manera acaben apareciendo leyes de estas investigaciones detalladas.

Así, la escuela histórica alemana, que consiguió el control de la disciplina económica en Alemania, proclamaba ferozmente no solo su devoción por el estatismo, sino asimismo su oposición a las leyes deductivas “abstractas” de la economía política. Fue el primer grupo importante dentro de la profesión económica en defender lo que posteriormente llamaría Ludwig von Mises la “anti-economía”. Gustav Schmoller, el líder de la escuela histórica, declaraba orgullosamente que su tarea principal y la de sus colegas en la Universidad de Berlín era formar a “los guardaespaldas intelectuales de la Dinastía Hohenzollern”.

Durante las décadas de 1880 y 1890, los jóvenes graduados brillantes en historia y ciencias sociales iban a Alemania, el hogar del doctorado, para conseguir los suyos. Casi todos volvieron a Estados Unidos a enseñar en universidades y las recién creadas escuelas de grado, imbuidos con la excitación de las “nuevas” economía y ciencia política. Era una “nueva” ciencia social que alababa el desarrollo alemán y bismarckiano de un poderoso Estado de bienestar y guerra, un Estado aparentemente por encima de todas las clases sociales, que reunía a la nación en todo integrado y supuestamente armónico. La nueva sociedad y política iba a estar dirigida por un gobierno central poderoso, cartelizando, dictando, resolviendo y controlando, eliminado así el capitalismo competitivo del laissez faire por un lado y la amenaza del socialismo proletario por otro. A la cabeza o cerca de ella de la nueva distribución iba a estar la nueva raza de intelectuales, tecnócratas y planificadores, dirigiendo, ocupando cargo, haciendo propaganda y promoviendo “sin egoísmo” el bien común mientras gobernaban y se enseñoreaban del resto de la sociedad. En resumen, haciéndolo bien al hacer el bien. Para la nueva raza de intelectuales progresistas y estatistas en Estados Unidos, esto era realmente una visión embriagadora.

Richard T. Ely, prácticamente el fundador de esta nueva raza, fue el principal economista progresista y también el maestro de la mayoría de los demás. Como ardiente pietista postmilenarista, Ely estaba convencido de que estaba sirviendo también a Dios y a Cristo. Como muchos pietistas, Ely había nacido (en 1854) en una rama sólida yanqui y puritana antigua, en medio de fanático Burned-Over District del oeste del estado de Nueva York. El padre de Ely, Ezra, era un sabatario extremo, impidiendo a su familia jugar o leer libros el domingo y un prohibicionista tan fanático que, incluso siendo un granjero empobrecido y marginal, rechazaba cultivar cebada, un cultivo muy apropiado para sus tierras, porque podría utilizarse para hacer ese monstruosamente pecaminoso producto, la cerveza.60 Graduado en el Columbia College en 1876, Ely fue a Alemania y recibió su doctorado en Heidelberg en 1879. En varias décadas enseñando en Johns Hopkins y luego en Wisconsin, el enérgico y creador de imperios Ely se convirtió en enormemente influyente en el pensamiento y la política estadounidenses. En Johns Hopkins creó una galería de alumnos y discípulos estatistas influyentes en todos los campos de las ciencias sociales, así como en economía. Estos discípulos estaban encabezados por el economista institucionalista pro-sindicatos, John R. Commons, e incluían a los sociólogos del control social, Edward Alsworth Ross y Albion W. Small; John H. Finlay, Presidente del City College de Nueva York; el Dr. Albert Shaw, editor de la Review of Reviews e influyente consejero y teórico de Theodore Roosevelt; el reformista municipal Frederick C. Howe y los historiadores Frederick Jackson Turner y J. Franklin Jameson. Newton D. Baker fue formado por Ely en Hopkins y Woodrow Wilson fue asimismo alumno suyo allí, aunque no hay evidencia directa de influencia intelectual.

A mediados de la década de 1880, Richard Ely fundó la American Economic Association en un intento consciente de comprometer a la profesión económica con el estatismo frente a los viejos economistas del laissez faire agrupados en el Political Economy Club. Ely continuó como secretario-tesorero de la AEA durante siete años, hasta que sus aliados reformistas decidieron debilitar el compromiso de la asociación con el estatismo para inducir a los economistas del laissez faire a unirse a la organización. En ese momento, Ely, encolerizado, abandonó la AEA.

En Wisconsin en 1892, Ely formó una nueva Escuela de Economía, Ciencia Política e Historia, rodeándose de antiguos alumnos y dio a luz la Idea de Wisconsin, que, con la ayuda de John Commons, consiguió aprobar una serie de medidas progresistas de regulación pública en Wisconsin. Ely y los demás formaron un grupo de asesores no oficial pero poderoso para el régimen progresista del gobernador de Wisconsin, Robert M. La Follette, que empezó en la política de este estado como defensor de la ley seca. Aunque nunca fue alumno en las clases de Ely, La Follette siempre se refería a este como su maestro y el creador de la Idea de Wisconsin. Y Theodore Roosevelt declaró una vez que Ely “me introdujo por primera vez en el radicalismo en economía y luego me hizo sensato en mi radicalismo”.61

Ely fue también uno de los más conocidos intelectuales postmilenaristas de la época. Creía fervientemente que el Estado es la herramienta escogida por Dios para reformar y cristianizar el orden social hasta que llegara Jesús y pusiera fin a la historia. El Estado, declaraba Ely, “es religiosos en su esencia” y, además, “Dios trabaja a través del Estado en llevar a cabo Sus propósitos más universalmente que a través de ninguna otra institución”. La tarea de la iglesia es guiar al Estado y utilizarlo en estas reformas necesarias.62

Como activista y organizador inveterado, Ely fue importante en el movimiento Chautauqua evangélico y allí fundó la es cuela de verano “Sociología Cristiana”, que infundió a la influyente operación Chautauqua los conceptos y el personal del movimiento del Evangelio Social. Ely era amigo y socio cercano de los líderes del Evangelio Social, reverendos Washington Gladden, Walter Rauschenbusch y Josiah Strong. Con Strong and Commons, Ely organizó el Instituto de Sociología Cristiana.63 Ely también fundó y se convirtió en secretario de la Unión Social Cristiana de la Iglesia Episcopaliana, junto con el socialista cristiano, W.D.P. Bliss. Todas estas actividades estaban influidas por el estatismo postmilenarista. Así que el Instituto de Sociología Cristiana pretendía presentar el “reino [de Dios] como el ideal completo de sociedad humana a conseguir en la tierra”. Además,

Ely veía el estado como la mayor fuerza redentora de la sociedad. A los ojos de Ely, el gobierno era el instrumento dado por Dios a través de que teníamos que trabajar. Su preminencia como instrumento divino se basaba en la abolición tras la Reforma de la división entre lo sagrado y lo secular y en el poder del Estado para implantar soluciones éticas a problemas públicos. La misma identificación de lo sagrado y lo secular que tuvo lugar entre el clero liberal permitía a Ely al tiempo divinizar el estado y socializar el cristianismo: pensaba en el gobierno como principal instrumento de redención de Dios.64

Cuando llegó la guerra, Richard Ely estuvo por alguna razón (tal vez porque estaba en sus sesenta) fuera del ajetreo del trabajo bélico y la planificación económica en Washington. Se lamentaba amargamente de que “no he tenido una parte más activa de la que pude tener en esta mayor guerra de la historia del mundo”.65 Pero Ely, compensó esta falta lo mejor que pudo: prácticamente desde el inicio de la Guerra Europea, animó al militarismo, la guerra, la “disciplina” del reclutamiento y la supresión de la disidencia y la “deslealtad” en el interior. Militarista toda su vida, Ely intentó ser voluntario en la Guerra Hispano-Estadounidense, pidió la represión de la insurrección filipina y fue particularmente partidario del reclutamiento y el trabajo forzoso para “holgazanes” durante la Primera Guerra Mundial. En 1915 Ely estaba haciendo campaña para un servicio militar obligatorio inmediato y al año siguiente se unió a la fervientemente pro-belicista y muy influida por las grandes empresas Liga de la Seguridad Nacional, donde pidió la liberación de la “autocracia” para el pueblo alemán.66

Al defender el reclutamiento, Ely era cuidadosamente capaz de combinar argumentos morales, económicos y prohibicionistas para este: “El efecto moral de sacar a los jóvenes de las esquinas de las calles y fuera de las tabernas y ejercitarlos es excelente y los efectos económicos son igualmente beneficiosos”.67 De hecho, para Ely, el reclutamiento servía casi como una panacea para todos los males. Era tan entusiasta acerca de la experiencia de la Primera Guerra Mundial que volvió a prescribir su curalotodo favorito para aliviar la depresión de 1929. Propuso un “ejército industrial” permanente en tiempo de paz dedicado a obras públicas y compuesto por reclutas jóvenes para realizar trabajos físicos vigorosos. Este reclutamiento insuflaría en la juventud estadounidense los esenciales “ideales militares de dureza y disciplina”, una disciplina en un tiempo proporcionada en el campo pero indisponible para la mayoría del populacho que ahora crecía en las amaneradas ciudades. Este ejército reclutado, pequeño y dispuesto podría así absorber rápidamente a los desempleados durante las depresiones. Bajo el mando de “unos generales económicos”, el ejército industrial “iría al trabajo con relativa calma con todo el vigor y recursos de mente y músculo que empleamos en la Guerra Mundial”.68

Privado de un puesto en Washington, Ely hizo de la eliminación de la “deslealtad” en el interior su principal contribución al esfuerzo bélico. Pidió la suspensión total de la libertad económica mientras durara. Cualquier profesor, declaraba, que expresara “opiniones que nos perjudiquen en este terrible conflicto”, debería ser “despedido”, si no “fusilado”. El centro concreto de la formidable energía de Ely fue una feroz campaña para tratar de que su viejo aliado en la política de Wisconsin, Robert M. La Follette, fuera expulsado del Senado de EEUU por continuar oponiéndose a la participación de Estados Unidos en la guerra. Ely declaró que sus “sangre hervía” ante la “traición” y los ataques de La Follette a los beneficios económicos obtenidos por la guerra. Entrando él mismo en batalla, Ely fundó y se convirtió en presidente de la delegación de Madison de la Legión de la Lealtad de Wisconsin y montó una campaña para expulsar a La Follette.69 La campaña pretendía movilizar a la facultad de Wisconsin y apoyar las actividades ultrapatrióticas y de ultrahalcones de Thodore Roosevelt. Ely escribió a TR que “debemos aplastar el lafollettismo. En su incansable campaña contra el senador de Wisconsin, Ely tronaba que La Follette “ha sido de más ayuda al Káiser que un cuarto de millón de tropas”.70 “Empirismo” rampante.

La facultad de la Universidad de Wisonsin estaba plagada de acusaciones en todo el estado  y el país de que su fracaso en la denuncia de La Follette era una prueba de que la universidad (desde hacía mucho afín a las políticas estatales de La Follette) apoyaba sus políticas desleales antibelicistas. Azuzada por Ely, Commons y otros, el Comité de Guerra de la universidad escribió y distribuyó una petición, firmada por el presidente de la universidad, todos los decanos y un 90% de la facultad que resulta ser uno de los ejemplos más sorprendentes de capitulación académica ante el aparto del Estado en la historia de Estados Unidos. Usando no demasiado sutilmente la expresión constitucional de la traición, la petición protestaba “contra esas declaraciones y acciones del senador La Follette que han dado ayuda y comodidad a Alemania y sus aliados en la guerra actual; deploramos su defectuosa lealtad en apoyar al gobierno en el seguimiento de la guerra”.71

Al fondo, Ely hacía todo lo posible para movilizar a los historiadores estadounidenses contra La Follette, para demostrar que había dado ayuda y comodidad al enemigo. Ely fue capaz de conseguir los servicios del Consejo nacional del Servicio Histórico, la agencia de propaganda establecida por historiadores profesionales durante la guerra, y de la propia arma de propaganda del gobierno, el Comité de Información Pública. Advirtiendo que el esfuerzo debía permanecer en secreto, Ely movilizó a los historiadores bajo la tutela de estas organizaciones para investigar periódicos y revistas alemanes y austriacos para tratar de construir una historia de la supuesta influencia de La Follette, “indicando el estímulo que ha dado a Alemania”. El historiador E. Merton Coulter reveló el espíritu del objetivo que animaba estas investigaciones: “Entiendo que va a ser un relato neutral e ingenuo de la acción del senador [La Follette] y su efecto, pero todos sabemos que no puede llegar sino a una conclusión: algo similar a la traición”.72

El profesor Gruber indica bien que esta campaña contra La Follette fue “un notable ejemplo de los usos de la intelectualidad para el espionaje. Estaba muy lejos de la investigación desinteresada de la verdad por un grupo de profesores para movilizar una campaña secreta de investigación para encontrar munición para destruir la carrera política de un senador de Estados Unidos que no compartía su opinión de la guerra”.73 En todo caso, no se encontró ninguna evidencia, el movimiento fracasó y el profesorado de Wisconsin empezó a alejarse desconfiando de la Legión de la Lealtad.74

Después de que se extirpara la amenaza del Káiser, el armisticio encontró al profesor Ely, junto con sus compatriotas en la Liga de la Seguridad Nacional, listos para pasar a la siguiente ronda de represión patriótica. Durante la campaña de investigación anti-La Follette de Ely, este había pedido la investigación del “tipo de influencia que había ejercido [La Follette] contra nuestro país en Rusia”. Ely apuntaba que la “democracia” moderna requiere un “alto grado de conformidad” y que por tanto la “amenaza más seria” del bolchevismo, que Ely calificaba de “germen de enfermedades sociales”, debía ser combatido “con medidas represivas”.

Sin embargo en 1924 se acabó la carrera de represión de Richard T. Ely, y lo que es más, en un extraño ejemplo del funcionamiento de la justicia poética, cayó en su propia trampa. En 1922, el muy traducido Robert La Follette fue reelegido para el senado y también arrasó con los progresistas al volver al poder en el estado de Wisconsin. En 1924 los progresistas consiguieron el control del Consejo de Rectores y empezaron a segar el césped debajo de su antiguo aliado académico y creador de imperios. Ely creyó entonces prudente irse de Wisconsin junto con su Instituto y aunque prosperó algunos años en el noroeste, se había acabado los mejores días de fama y fortuna de Ely.

VII.La economía al servicio del estado: Gobierno y estadística

La estadística es un requisito vital, aunque muy subvalorado, del gobierno moderno. El gobierno no puede siquiera presumir controlar, regular o planificar ninguna porción de la economía sin el servicio de sus oficinas y agencias de estadística. Privad al gobierno de sus estadísticas y será un gigante ciego e indefenso, sin idea de qué hacer o dónde hacerlo.

Podría replicarse que también las empresas necesitan estadísticas para funcionar. Pero las necesidades de estadísticas de las empresas son mucho menores en cantidad y también distintas en calidad. Las empresas pueden necesitar estadísticas en su propia área micro de la economía, pero solo sobre sus precios y costes: hay poca necesidad de amplias colecciones de datos o de agregados integrales y holísticos. Las empresas tal vez puedan confiar en sus propios datos recogidos privadamente y no compartidos. Además, mucho conocimiento empresarial es cualitativo, no enclaustrado en datos cuantitativos, y de un tiempo, área y ubicación concretos. Pero la burocracia pública no podría hacer anda si se le obliga a limitarse a datos cualitativos. Privado de las pruebas de pérdidas y ganancias para ser eficiente o de la necesidad de servir eficazmente a los consumidores, cargando tanto costes de capital como de operaciones sobre los contribuyentes y obligado a cumplir normas fijas y burocráticas, el gobierno moderno esquilado de masas de estadísticas no podría hacer prácticamente nada.75

De ahí la enorme importancia de la Primera Guerra Mundial, no solo al proporcionar el poder y el precedente para una economía colectivizada, sino asimismo en acelerar la llegada de los estadísticos y las agencias estadísticas del gobierno, muchos de los cuales permanecieron en el gobierno, listos para el próximo salta adelante del poder.

Por supuesto, Richard T. Ely defendió la nueva aproximación de “ver y mirar”, con el objetivo de recoger hechos para “moldear las fuerzas en funcionamiento en la sociedad y mejorar las condiciones existentes”.76 Más importante es que una de las principales autoridades en el crecimiento del gasto público lo ha ligado a estadísticas y datos empíricos: “El avance en la ciencia económica y las estadísticas fortaleció la creencia en las posibilidades de ocuparse de problemas sociales mediante la acción colectiva. Ayudó a aumentar la actividad estadística y otras búsquedas de hechos del gobierno”.77 Ya en 1863 Samuel B. Ruggles, delegado estadounidense del Congreso Nacional de Estadísticas en Berlín, proclamaba que “las estadísticas son los mismos ojos del estadista, permitiéndole conocer y medir con una visión clara y comprensiva toda la estructura y economía del cuerpo político”.78

En sentido contrario, esto significa que sin estos medios de visión el estadista ya no sería capaz de intervenir, controlar y planear.

Además, está claro que se necesitan las estadísticas del gobierno para tipos concretos de intervención. El gobierno no podría intervenir para aliviar el desempleo si no se recogen estadísticas de desempleo y de ahí el impulso para esa recogida. Carroll D. Wright, uno de los primeros Comisionados de Trabajo en Estados Unidos, estaba muy influido por el famoso estadístico y miembro de la Escuela Histórica Alemana, Ernst Engel, jefe de la Oficina Estadística real de Prusia. Wright buscaba recoger estadísticas de desempleo por esa razón y, en general, para “la mejora de las desafortunadas relaciones industriales y sociales”. Henry Carter Adams, un antiguo alumno de Engel y, como Ely, “nuevo economista” estatista y progresista creó la Oficina Estadística de la Comisión Interestatal de Comercio, creyendo que “una actividad estadística en constante crecimiento por parte del gobierno era esencial para controlar naturalmente las industrias monopolísticas”. Y el profesor Irving Fisher, de Yale, deseando que el gobierno estabilizara el nivel de precios, reconocía que escribió The Making of Index Numbers para resolver el problema de la falta de fiabilidad de las cifras de los índices. “Hasta que no pueda afrontarse esta dificultad, apenas puede esperarse que la estabilización se convierta en realidad”.

Carroll Wright era bostoniano y progresista. Henry Carter Adams, hijo de un predicador congregacionista pietista de Nueva Inglaterra misionero en Iowa, estudio para ser ministro en el alma máter de su padre, el Seminario teológico de Andover, pero pronto abandonó esta vía. Adams ideó el sistema contable de la Oficina de Estadística de la ICC. Este sistema “sirvió como modelo para la regulación de servicios públicos aquí y en todo el mundo”.79

Irving Fisher era hijo de un predicador congregacionista pietista de de Rhode Island y sus padres eran ambos de la viaje clase yanqui, siendo su madre una estricta sabatista. Como corresponde a lo que su hijo y biógrafo llamaba su “espíritu de cruzada”, Fisher era un declarado reformista inveterado, pidiendo la imposición de numerosas medidas progresistas incluyendo el esperanto, la ortografía simplificada y la reforma del calendario. Era particularmente entusiasta respecto de purgar al mundo de “iniquidades de la civilización como el alcohol, el té, el café, el tabaco, el azúcar refinado y la harina blanca”.80

Durante la década de 1920 fue el profeta de la llamada nueva era en la economía y en la sociedad. Escribió tres libros durante la década de 1920 alabando el noble experimento de la ley seca y alabó al gobernador Benjamin Strong y el Sistema de la Reserva Federal por seguir su consejo y expandir dinero y crédito para mantener el nivel general de precios prácticamente constante. Debido el éxito de la Fed en imponer la estabilización de precios de Fisher, este estaba tan seguro de que no podría haber depresión ya en la década de 1930 que escribió  un libro que afirmaba que no pudo ni pudo haber un crash bursátil y que los precios de las acciones rebotarían rápidamente. A lo largo de la década de 1920, Fisher insistió en que como los precios en general permanecían constantes no había nada incorrecto acerca del enorme auge en las acciones. Entretanto puso en práctica sus teorías invirtiendo fuertemente la considerable fortuna de su esposa heredera en  bolsa. Después del crash, dilapidó el dinero de su cuñada cuando se agotó la fortuna de su mujer, reclamando frenéticamente al mismo tiempo que el gobierno inflara el dinero y el crédito y reinflara los precios de las acciones a sus niveles de 1929. A pesar de su dilapidación de dos fortunas familiares, Fisher consiguió culpar casi a todos menos a sí mismo de la debacle.81

Como veremos, a la vista de la importancia de Wesley Clair Mitchell en el florecimiento de la estadística públicas en la Primera Guerra Mundial, la opinión de Mitchell sobre las estadísticas es de particular importancia.82 Mitchell, un institucionalista y alumno de Thorstein Veblen, fue uno de los primeros fundadores de la investigación estadística moderna en economías y aspiraba claramente a poner las bases para una planificación “científica” del gobierno. Como decía el profesor Dorfman, amigo y alumno de Mitchell:

“está claro que el tipo de invención social más necesaria hoy es una que ofrezca técnicas concretas mediante las que pueda controlarse y operarse el sistema social con un beneficio óptimo para sus miembros”. (Cita de Mitchell). Para esto buscó constantemente extender, mejorar y refinar la recogida y tabulación de datos (…) Mitchell creía que el análisis del ciclo económico (…) podría indicar los medios para alcanzar un control social ordenado de la actividad empresarial.83

O como decía la mujer y colaboradora de Mitchell en sus memorias:

[Mitchell] veía la gran contribución que podía hacer el gobierno a la comprensión de los problemas económicos y sociales si los datos estadísticos recogidos independientemente por diversas agencias federales se sistematizaran y planificaran de forma que pudieran estudiarse sus interrelaciones. La idea de desarrollar estadísticas sociales no solo como registro sino como base para la planificación aparece pronto en su propia obra.84

Particularmente importante en la expansión de la estadística en la Primera Guerra Mundial fue la creciente insistencia, por parte tanto de intelectuales como de grandes empresarios progresistas, en que la toma de decisiones democráticas debía reemplazarse cada vez más por las administrativas y tecnócratas. Las decisiones democráticas o parlamentarias eran liosas, “ineficientes” y podían llevar a una limitación significativa del estatismo, como había ocurrido durante el máximo auge del Partido Demócrata durante el siglo XIX. Pero si las decisiones fueran en buena parte administrativas y tecnocráticas, el floreciente poder del estado podía continuar sin controles. El desplome del credo del laissez faire de los demócratas en 1896 dejaba un vacío de poder en el gobierno que la gente administrativa y corporativa estaba ansiosa por ocupar.

Así que, cada vez más, esos grupos de grandes empresas como la Federación Cívica Nacional divulgaron la idea de que las decisiones gubernamentales deberían estar en manos del eficiente técnico, el supuesto experto neutral. En resumen, el gobierno, en prácticamente todos sus aspectos, debería estar “separado de la política”. La investigación estadística con su aura de empirismo, precisión cuantitativa y neutralidad política, estaba al frente de ese énfasis. En los municipios, un movimiento de reforma progresista cada vez más poderoso trasladaba decisiones de elecciones en distritos de barrio a gestores profesionales de toda la ciudad y superintendentes escolares. Como corolario, el poder político se estaba trasladando cada vez más de los distritos de clases trabajadoras y de etnias luterana germana y católica a grupos de empresarios pietistas de clase alta.85

En el momento en que llegaba en Europa la Primera Guerra Mundial, una coalición de intelectuales y empresarios de grandes compañías progresistas estaba dispuesto para patrocinar a nivel nacional institutos y think tanks de investigación estadística. Sus opiniones han sido bien resumidas por David Eakins:

Las conclusiones a las que llegó esta gente en 1915 era que el descubrimiento de hechos y la creación de políticas tenían que aislarse de la licha de clases y librarse de los grupos de presión política. Las reformar que llevarían a la paz industrial y el orden social, habían llegado a creer estos expertos, solo podían derivarse de datos determinados por descubridores de hechos objetivos (como ellos mismos) y bajo los auspicios de organizaciones sobrias y respetables (como las que solo ellos podían crear). El sistema capitalista podía mejorarse solo por una confianza decidida en los expertos separados del alboroto de la política democrática. En énfasis estaba en la eficiencia… y la política democrática era ineficiente. Una aproximación a la creación de política nacional económica y social fuera de los tradicionales procesos democráticos estaba emergiendo así antes de que Estados Unidos entrara formalmente en la Primera Guerra Mundial.86

Varios empresarios e intelectuales actuaron al mismo tiempo financiando esos institutos de investigación estadística. En 1906-07, Jerome D. Greene, secretario de la Corporación de la Universidad de Harvard, ayudó a fundar un elitista Club de las Tardes del Martes en Harvard para explorar asuntos importantes en economía y ciencias sociales. En 1910 Greene ascendió a un puesto aún más poderoso como director general del Instituto Rockefeller de Investigación Médica y tres años más tarde se convirtió en secretario y CEO de la poderosa organización filantrópica, la Fundación Rockefeller. Greene empezó inmediatamente a trabajar para crear un instituto de investigación económica financiado por Rockefeller y en marzo de 1914 creó un grupo exploratorio en Nueva York, presidido por su amigo y mentor en economía, el primer decano de la Escuela de Negocios de Grado de Harvard, Edwin F. Gay. La idea esencial era que Gay se convertiría en jefe de una organización nueva, “científica” e “imparcial”, el Instituto de Investigación Económica, que recogería datos estadísticos, y que Wesley Mitchell sería su director.87

Los consejeros de John D. Rockefeller, Jr. que se oponían, se impusieron sin embargo a Greene y el plan del instituto se vino abajo.88 Mitchell y Gay presionaron, entonces bajo el liderazgo del viejo amigo, jefe estadístico y vicepresidente de AT&T, Malcolm C. Rorty. Rorty se alineó en apoyo de la idea de varios estadísticos y hombres de negocios progresistas, incluyendo al editor de libros y revistas de negocios, Arch W. Shaw; E.H. Goodwin, de la Cámara de Comerció de EEUU; Magnus Alexander, estadístico y asesor del presidente de General Electric, igual que AT&T, de tendencia Morgan; John R. Commons, economista y ayuda de campo de Richard T. Ely en Wisonsin, y Nahum I. Stone, estadístico, antiguo marxista, líder del movimiento de “dirección científica” y director laboral de la empresa de ropa Hickey Freeman. Este grupo estaba en proceso de formación de un “Comité sobre Renta Nacional” cuando Estados Unidos entró en guerra y se vio forzado a archivar temporalmente sus planes.89 Sin embargo, después de la guerra, el grupo creó la Oficina Nacional de Investigación Económica en 1920.90

Mientras que la Oficina Nacional no tomó su forma final hasta después de la guerra, otra organización, creada bajo supuestos similares, consiguió obtener el apoyo de Greene y Rockefeller. En 1916 fueron convencidos por Raymond B. Fosdick para fundar el Institute for Government Research (IGR).91 El IGR tenía un objetivo ligeramente distinto del grupo de la Oficina Nacional, ya que derivaba directamente de la reforma progresista municipal y la profesión de las ciencias políticas. Uno de los dispositivos importantes utilizados por los reformistas municipales era la oficina privada de investigación municipal, que trataba de apropiarse de la toma de decisiones frente a cuerpos democráticos supuestamente “corruptos” en favor de organizaciones eficientes y no partidistas encabezadas por tecnócratas y científicos sociales progresistas.

En 1910 el presidente William Howard Taft, intrigado por la posibilidad de centralizar el poder en un jefe ejecutivo propio de la idea de presupuesto ejecutivo, nombró al “padre de la idea del presupuesto”, el científico político Frederick D. Cleveland, como jefe de la Comisión de Economía y Eficiencia. Cleveland era el director de la Oficina de Investigación Municipal de Nueva York. La Comisión Cleveland incluía asimismo al científico político y reformador social Frank Goodnow, profesor de derecho público en la Universidad de Columbia, primer presidente de la American Political Science Association y de Johns Hopkins, y a William Franklin Willoughby, antiguo alumno de Ely, asistente del director de la Oficina del Censo y posteriormente presidente de la American Association for Labor Legislation.92 La Comisión Cleveland estuvo encantada de decir al presidente Taft precisamente lo que quería oír. La Comisión recomendaba cambios administrativos radicales que crearían una Oficina de Control Administrativo Central para constituir una “rama de información consolidad y estadística de todo el gobierno nacional”. Y en el centro de la nueva Oficina estaría la División del Presupuesto, que iba a desarrollar, a la orden del presidente, y luego presentar “un programa anual de empresas para el Gobierno federal a financiar por el Congreso”.93

Cuando el Congreso se resistió a las recomendaciones de la Comisión Cleveland, los disgustados tecnócratas decidieron establecer un Institute for Government Research en Washington para batallar por estas y otras reformas similares. Con la financiación garantizada por la Fundación Rockefeller, el IGR estaba presidido por Goodnow, con Willoughby como su director.94 Robert S. Brookings asumió la responsabilidad en la financiación.

Cuando Estados Unidos entró en guerra, los líderes presentes y futuros de la NBER e IGR fueron todos figuras y estadísticos clave en Washington en la colectivizada economía de guerra.

Pero el más poderoso del creciente número de economistas y estadísticos implicados en la Primera Guerra Mundial fue Edwin F. Gay. Arch W. Shaw, un entusiasta de una rígida planificación de los recursos económicos en tiempo de guerra fue nombrado jefe del nuevo Consejo de Economía Comercial por el Consejo de Defensa nacional tan pronto como Estados Unidos entró en guerra.95 Shaw, que había enseñado y servido en el consejo administrativo de la Escuela de Negocios de Harvard, llevó el consejo con gente de esta escuela: el secretario era el economista de Harvard, Melvin T. Copeland y los demás miembros incluían al decano Gay.

El consejo, que posteriormente se convertiría en la poderosa División de Conservación del Consejo de Industrias Bélicas, se concentró en restringir la competencia en la industria eliminando el número y variedad de productos e imponiendo una uniformidad obligatoria, todo en nombre de la “conservación” de recursos para ayudar en el esfuerzo de guerra. Por ejemplo, el empresas de ropa se habían quejado ruidosamente de la grave competencia debido al número y variedad de estilos, así que Gay pidió a las empresas de ropa que formaran una asociación comercial para trabajar con el gobierno para acabar con el exceso de competencia. Gay trató también de organizar a los panaderos, de forma que no seguirían la costumbre habitual de recuperar el pan duro y no vendido de las tiendas. A finales de 1917, Gay estaba cansado de utilizar la persuasión voluntaria y pedía al gobierno que utilizara medidas obligatorias.

El máximo poder de Gay llegó a principios de 1918 cuando el Consejo de Navegación, que había nacionalizado oficialmente toda la navegación oceánica, decidido a restringir drásticamente el uso de barcos de comercio civil y a usar la mayoría de la navegación para transportar tropas estadounidenses a Francia. Nombrado a principios de enero 1918 como simplemente un “experto especial” por el Consejo de Navegación, Gay en poco tiempo se coinvirtió en la figura clave en redirigir la navegación del uso civil al militar. Pronto Edwin Gay se había convertido en miembro de Consejo de Comercio Bélico y jefe de su departamento estadístico, que emitía licencias restrictivas para las importaciones permitidas; jefe del departamento estadístico del Consejo de Navegación; representante del Consejo de Navegación en el Consejo de Comercio Bélico; jefe del departamento estadístico del Departamento de Trabajo; jefe de la División de Planificación y Estadística del Consejo de Industrias de Guerra y, sobre todo, jefe de la nueva Oficina Central de Planificación y estadística. La Oficina Central  se organizó en el otoño de 1918, cuando el presidente Wilson pidió al presidente del Consejo de Industrias de Guerra, Bernard Baruch, que elaborara un informe mensual de todas las actividades bélicas del gobierno. Este “resumen” evolucionó en la Oficina Central, responsable directamente ante el presidente. La importancia de la oficina se apunta por parte de un historiador reciente:

La nueva Oficina representó la máxima división estadística de la movilización, convirtiéndose en “adivino y profeta” mientras duró, coordinando a más de mil empleados dedicados a la investigación y, como agencia responsable para dar al presidente una imagen concisa de toda la economía, convirtiéndose en la máxima aproximación a una “comisión estadística centralizada”. Durante las etapas posteriores de la guerra creó un repositorio de trabajos estadísticos, organizó enlaces con el personal estadístico de todos los consejos bélicos y centralizó el proceso de producción de datos para toda la burocracia bélica. Al acabar la guerra, recordaba Wesley Mitchell, “estábamos muy avanzados en desarrollar por primera vez una organización sistemática de las estadísticas federales”.96

En un año, Edwin Gay había ascendido de experto social a jefe incuestionable de una red gigantesca de agencias estadísticas federales, con más de mil investigadores y estadísticos trabajando bajo su control directo. No sorprende por tanto que Gay, en lugar de entusiasmarse con la victoria estadounidense, por la que había trabajado tan duramente, viera al armisticio “casi un golpe personal” que le llevó “al abismo del desaliento”. Todo su imperio de estadísticas y control acababa de aunarse y desarrollarse en una poderosa maquinaria cuando repentinamente “llegó ese desgraciado armisticio”.97 Una paz verdaderamente trágica.

Gay trató valientemente de mantener en marcha la maquinaria de guerra, quejándose continuamente de que muchos de sus ayudantes se marcharan y denunciando amargamente a la “manada hambrienta” que, por alguna razón, estaba reclamando un fin inmediato de todos los controles de tiempos de guerra, incluyendo los más cercanos a su corazón, el comercio exterior y la navegación. Pero uno a uno, a pesar de todos los esfuerzos de Baruch y muchos de los planificadores de tiempo de guerra, desaparecieron el Consejo de Industrias de Guerra y otras agencias bélicas.98 Durante un tiempo, Gay puso sus esperanzas en su Central Bureau of Planning and Statistics (CBPS), que, en un fiero episodio de lucha burocrática interna, trató de hacer que el grupo clave económico y estadístico aconsejara a los negociadores estadounidenses en la conferencia de paz de Versalles, desplazando así al equipo de historiadores y científicos sociales reunidos por el coronel House en la Investigación. A pesar de una victoria oficial y un octavo tomo de informes del CBPS enviado a Versalles por el presidente del equipo europeo del CBPS, John Foster Dulles, del Consejo de Comercio Bélico, la oficina tuvo poca influencia en el tratado final.99

Habiendo llegado final e irrevocablemente la paz, Edwin Gay, respaldado por Mitchell, hizo todo lo posible para mantener al CBPS como una organización permanente en tiempo de paz. Gay argumentaba que la agencia, con él mismo permaneciendo por supuesto a su cabeza, podía proporcionar datos continuos a la Liga de Naciones y sobre todo podía servir como los propios ojos del presidente y moldear el tipo de presupuesto ejecutivo que promovía la Comisión Taft. El miembro del personal del CBPS y economista de Harvard, Edmund E. Day, contribuyó con un memorando indicando tareas concretas para la oficina para ayudar a la desmovilización y la reconstrucción, así como justificación para que la oficina se convirtiera en parte permanente del gobierno. Una cosa que podía hacer era hacer un “lienzo permanente” de condiciones empresariales en Estados Unidos. Como dijo Gay al presidente Wilson, utilizando su analogía organicista favorita, una consejo permanente serviría “como un sistema nervioso para la enorme y compleja organización del gobierno, proporcionado al cerebro controlador [el presidente] la información necesaria para dirigir la operación eficiente de los distintos miembros”.100 Aunque el presidente fue “muy cordial” con el plan de Gay, el Congreso rechazó aceptarlo y el 30 de junio de 1919 el Central Bureau of Planning and Statistics desapareció finalmente, junto con el Consejo de Comercio Bélico. Edwin Gay tendría que buscar ahora empleo, si no en el sector privado, sí al menos en el casi independiente.

Pero no podía negarse a Gay y Mitchell. Tampoco el grupo Brookings-Willoughby. Su objetivo sería alcanzado más gradualmente y con medios ligeramente distintos. Gay se convirtió en editor del New York Evening Post bajo el mando de su nuevo propietario y amigo de Gay, el socio de J.P. Morgan, Thomas W. Lamont. Gay también ayudó a formar y se convirtió en primer presidente de la Oficina Nacional de Investigación Económica en 1920, con Wesley C. Mitchell como director de investigación. El Instituto para la Investigación Pública alcanzó su objetivo principal, estableciendo una Oficina de Presupuesto en el Departamento del Tesoro en 1921, con el director del Instituto para la Investigación Pública, William F. Willoughby, ayudando en el borrador que creaba la oficina.101 La gente del Instituto para la Investigación Pública pronto extendió su papel para incluir la economía, creando en Instituto de Economía encabezado por Robert Brookings y Arthur T. Hadley, de Yale, con el economista Harold G. Moulton como director.102 El instituto, financiado por la Carnegie Corporation, se fusionaría luego, junto con el Instituto para la Investigación Pública, en la Brookings Institution. Edwin Gay también se trasladó al campo de la política exterior convirtiéndose en secretario-tesorero y jefe del Comité de Investigación de la nueva organización extremadamente influyente, el Consejo de Relaciones Exteriores.103

Y finalmente, en el campo de las estadísticas públicas, Gay y Mitchell encontraron una ruta al poder más gradual pero de mayor alcance a través de la colaboración con Herbert Hoover, que pronto sería Secretario de Comercio. Tan pronto como Hoover asumió el puesto a principios de 1921, extendió el Comité Asesor del Censo para incluir a Gay, Mitchell y otros economistas y luego lanzó la Encuesta de Negocios Actuales de carácter mensual. La Encuesta estaba pensaba para complementar las actividades informativas de las asociaciones de comercio cooperativo y, al proporcionar información de negocio, ayudar a estas asociaciones en el objetivo de cartelizar sus respectivos sectores.

El secreto en la operaciones de negocio es un arma crucial de la competencia y por el contrario, la publicidad y el compartir información es una herramienta importante de los cárteles para controlar a sus miembros. La Encuesta de Negocios Actuales mostraba la producción actual y los datos de inventarios proporcionados por las industrias colaboradoras y revistas técnicas. Hoover también esperaba que a partir de estos servicios, “el programa estadísticos podría [acabar proporcionado] el conocimiento y la previsión necesarios para combatir las condiciones de pánico o especulativas, impedir el desarrollo de sectores enfermos y guiar la toma de decisiones para allanar en lugar de acentuar el ciclo económico”.104

Al promover esta doctrina de cartelización, Hoover encontró resistencia tanto de algunos empresarios que se resistían a los entrometidos cuestionarios y a compartir secretos competitivos como del Departamento de Justicia. Pero como formidable constructor de imperios, Herbert Hoover consiguió arrebatar los servicios estadísticos del Departamento de tesoro y establecer una “división de eliminación de desperdicios” para organizar asociaciones empresariales y comerciales para continuar y expandir el programa de “conservación” del tiempo de guerra de uniformidad obligatoria y restricción del número y variedad de productos en competencia. Como secretario auxiliar para encabezar este programa, Hoover contrató al ingeniero y publicista Frederick Feiker, socio del imperio editorial de Arch Shaw. Hoover también contrató a un ayudante importante y discípulo veterano en el general de brigada Julius Klein, protegido de Edwin Gay, que había encabezado la división latinoamericana de la Oficina de Comercio Exterior e Interior. Como jefe de la nueva oficina, Klein organizó diecisiete nuevas divisiones de exportación de materias primas (similares a las secciones de materias primas durante el colectivismo de tiempos de guerra) cada una de ellas con “expertos” sacados de los respectivos sectores y cada una organizando cooperaciones regulares con comités asesores industriales paralelos. Y a través de todo esto Herbert Hoover realizó una serie de discursos muy publicitados durante 1921, declarando cómo un programa de comercio bien diseñado por el gobierno, así como un programa en la economía interior, podían actuar ambos como estimulantes para la recuperación y como “estabilizadores” permanentes, evitando al tiempo medidas tan desafortunadas como abolir los aranceles y recortar los salarios. La mejor arma, tanto en el comercio exterior como en el interior, era “eliminar los desperdicios” mediante una “movilización cooperativa” de gobierno e industria.105

Un mes después del armisticio se reunieron conjuntamente en Richmond, Virginia, la American Economic Association y la American Statistical Association. Los discursos presidenciales los realizaron hombres al frente del atractivo nuevo mundo que parecía avecinarse de la planificación pública, ayudada por la ciencia social. En su discurso a la American Statistical Association, Wesley Clair Mitchell proclamaba que la guerra había “llevado al uso de estadísticas, no solo como registro de lo que había pasado, sino asimismo como un factor vital en la planificación de debía hacerse”. Como había dicho en su última lección en la Universidad de Columbia la primavera anterior, la guerra había demostrado que cuando la comunidad desea alcanzar un gran objetivo, “en un plazo breve pueden alcanzarse cambios sociales de largo alcance”.

“La necesidad de planificación científica del cambio social”, añadía, “nunca ha sido mayor, la posibilidad de realizar estos cambios de una manera inteligente nunca ha sido tan buena”. La paz traerá nuevos problemas, opinaba, pero “parece imposible” que los diversos países “intenten resolverlos sin utilizar el mismo tipo de dirección centralizada ahora empleada para matar a sus enemigos en el exterior para el nuevo fin de reconstruir su propia vida en el interior”.

Pero el empirista y estadístico cuidadoso también daba una advertencia. Una amplia planificación social requiere “una comprensión precisa de los procesos sociales” y eso solo puede proporcionarlo la investigación paciente de la ciencia social. Como había escrito a su mujer ocho años antes, Mitchell destacaba que lo que se necesitaba para la intervención y planificación pública es la aplicación de los métodos de las ciencias físicas y la industria, particularmente investigación y mediciones cuantitativas. Frente a las ciencias físicas cuantitativas, decía Mitchell a los estadísticos reunidos, las ciencias sociales son “inmaduras, especulativas, llenas de polémicas” y lucha de clases. Pero el conocimiento cuantitativo podía reemplazar a dicha lucha y conflicto por un conocimiento preciso comúnmente aceptado, conocimiento “objetivo (…) tratable en formulaciones matemáticas” y capaz de predecir fenómenos de grupo”. Un estadístico, opinaba Mitchell, “tiene razón o no” y es fácil demostrar si es así. Como consecuencia del conocimiento preciso de los hechos, preveía Mitchell, podemos lograr “experimentos inteligentes y planificación detallada en lugar de agitación y lucha de clases”.

Para alcanzar estos objetivos vitales solo economistas y estadísticos proporcionarían el elemento crucial, pues tendríamos que “confiar más y más en gente formada para que planifique por nosotros los cambios, para que los monitorice, para que sugiera cambios”.106

En una línea similar, los economistas reunidos en 1918 recibieron el discurso visionario presidencial del economista de Yale, Irving Fisher. Fisher buscaba una “reconstrucción mundial” económica que proporcionaría gloriosas oportunidades a los economistas para satisfacer sus impulsos constructivos. La lucha de clases, advertía Fisher, continuaría sin duda sobre la riqueza de la nación. Pero al idear un mecanismo de “reajuste”, los economistas de la nación podían ocupar un papel envidiable como árbitros independientes e imparciales de la lucha de clases, tomando estos científicos sociales desinteresados las decisiones cruciales para el bien público.

En resumen, tanto Mitchell como Fisher, sutilmente y tal vez de forma poco consciente, defendían un mundo de posguerra en el que sus propias profesiones supuestamente imparciales y científicas podían levitar por encima de las estrechas luchas de clase por el producto social y por tanto aparecer como una nueva clase dirigente “objetiva” comúnmente aceptada, una versión del siglo XX de los reyes-filósofos.

Podría no ser incorrecto ver cómo les fue a estos científicos sociales, eminentes en sus propios campos y portavoces de formas distintas de la Nueva Era de la década de 1920, en sus disquisiciones y guía de la sociedad u la economía. Irving Fisher, como hemos visto, escribió varias obras celebrando el supuesto éxito de la ley seca e insistió, incluso después de 1929, en que como el nivel de precios se había mantenido estable, no podía haber depresión o crash en el mercado bursátil. Por su parte, Mitchell culminó una década de ajustada alianza con Herbert Hoover dirigiendo, junto con Gay y la Oficina Nacional, una enorme obra escrita apresuradamente sobre la economía estadounidense. Publicada en 1929 al acceder Hoover a la presidencia, con todos los recursos de la economía y la estadística científica y económica  a la vista, no hay ni siquiera un atisbo en Recent Economic Changes in the United States de que pudiera haber un crash y una depresión a la vista.

El estudio de Recent Economic Changes se originó y fue organizado por Herbert Hoover y fue Hoover quien consiguió la financiación de la Carnegie Corporation. El objetivo era celebrar los años de prosperidad supuestamente producidos por el planificación empresarial de la Secretaría de Comercio de Hoover y descubrir cómo el posiblemente futuro presidente Hoover podía mantener la prosperidad asimilando sus lecciones y haciéndolas parte permanente de la estructura política estadounidense. El tomo declaraba así que para mantener la prosperidad actual, economistas, estadísticos, ingenieros y gestores ilustrados tendrían que crear “una técnica de equilibrio” a implantar en la economía.

Recent Economic Changes, ese monumento a la tontería “científica” y política, tuvo tres ediciones rápidas y fue ampliamente publicitado y recogido con agrado en todas partes.107 Edward Eyre Hunt, durante mucho tiempo ayudante de Hoover en la organización de sus actividades de planificación, estaba tan entusiasmado que continuó alabando el libro y su panegírico de la prosperidad estadounidense a lo largo de 1929 y 1930.108

Resulta apropiado acabar nuestra sección sobre gobierno y estadísticas advirtiendo un grito poco sofisticado pero perspicaz. En 1945, la Oficina de Estadísticas Laborales se dirigió al Congreso para otra larga lista de aumentos en las asignaciones para estadísticas públicas. En el proceso de preguntas al Dr. A. Ford Hinrichs, jefe de la OEL, el representante Frank B. Keefe, congresista conservador republicano de Oshkosh, Wisconsin, planteó una pregunta eterna que no ha sido aún respondida completa y satisfactoriamente:

No hay duda de que sería bueno tener una gran cantidad de estadísticas. Me estoy preguntando si no nos estamos embarcando en un programa que sea peligroso mientras añadimos y añadimos y añadimos a esto.

Hemos estado planeando y consiguiendo estadísticas desde 1932 para tratar de responder a una situación que era de carácter local, pero no hemos sido nunca capaces siquiera de responder a esa cuestión. Ahora estamos implicados en una cuestión internacional. Me parece que hemos gastado una enorme cantidad de tiempo en gráficos y estadísticas y planificación. Lo que le interesa a mi gente es de qué va todo esto. ¿A dónde vamos y a dónde vais?109

  • 1El título de este escrito se toma del pionero último capítulo de la excelente obra de James Weinstein, The Corporate Ideal in the Liberal State, 1900-1918 (Boston: Beacon Press, 1968).  El último capítulo se titula “La guerra como consumación”.
  • 2Robert Higgs, Crisis And Leviathan (Nueva York: Oxford University Press, 1987), pp. 123-158. Para mi propia explicación de la economía bélica colectivizada de la Primera Guerra Mundial, ver Murray N. Rothbard, “War Collectivism in World War I”, en R. Radosh y M. Rothbard. eds., A New History of Leviathan: Essays on the Rise of the American Corporate State (Nueva York: Dutton. 1972), pp. 66-110.
  • 3F.A. Hayek, “The Intellectuals and Socialism,” en Studies in Philosophy, Politics and Economics (Chicago: University of Chicago Press, 1967), pp. 178 y ss.
  • 4Sobre el movimiento de reclutamiento, ver en particular Michael Pearlman, To Make Democracy Safe for America: Patricians and Preparedness in the Progressive Era (Urbana: University of Illinois Press, 1984). Ver también John W. Chambers II, “Conscripting for Colossus: The Adoption of the Draft in the United States in World War I”, tesis doctoral, Columbia University. 1973; John Patrick Finnegan, Against the Specter of a Dragon: the Campaign for American Military Preparedness, 1914-1917 (Westport, Conn. Greenwood Press, 1974) y John Gany Clifford, The Citizen Soldiers: The Plattsburg Training Camp Movement (Lexington: University Press of Kentucky, 1972).
  • 5Sobre los clérigos y la guerra, ver Ray H. Abrams, Preachers Present Arms (Nueva York: Round Table Press, 1933). Sobre la movilización de la ciencia, ver David F. Noble, America By Design: Science, Technology and the Rise of Corporate Capitalism (Nueva York: Oxford University Press, 1977) y Ronald C. Tobey, The American Ideology of National Science, 1919-1930 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1971).
  • 6Citado en Gerald Edward Markowitz, “Progressive Imperialism: Consensus and Conflict in the Progressive Movement on Foreign Policy, 1898-1917”, tesis doctoral, Universidad de Wisconsin, 1971, p. 375, un trabajo desgraciadamente olvidado sobre un tema muy importante.
  • 7De ahí la famosa imprecación lanzada al final de la campaña de 1884 que llevó a los demócratas a la presidencia por primera vez desde la Guerra de Secesión, de que el Partido Demócrata era el partido del “ron, el romanismo y la rebelión”. En esa frase, el ministro protestante de Nueva York podía resumir las preocupaciones políticas del movimiento pietista.
  • 8Para una introducción a la creciente literatura de historia política “etnorreligiosa” en Estados Unidos, ver Paul Kleppner, The Cross of Culture (Nueva York: The Free Press, 1970) e ídem, The Third Electoral System, 1853–1892 (Chapel Hill, N.C.: University of North Carolina Press, 1979). Para la última investigación sobre la formación del Partido Republicano como partido pietista, reflejando la interrelacionada triada de preocupaciones pietistas (antiesclavitud, prohibición y anticatolicismo), ver William E. Gienapp, “Nativism and the Creation of a Republican Majority in the North before the Civil War”, Journal of American History 72 (Diciembre de 1985): 529-559.
  • 9Los luteranos alemanes eran en buena parte luteranos “altos” o litúrgicos y confesionales que daban importancia a la Iglesia y sus credos y sacaramentos más que a una experiencia pietista y de “renacimiento” de conversión emocional. Los escandinavos americanos, por otro lado, eran principalmente pietistas luteranos.
  • 10El cristianismo ortodoxo agustino, seguido por los litúrgicos, es “a-milenarista”, es decir, cree que el “milenio” es sencillamente una metáfora para la emergencia de la Iglesia Cristiana y que Jesús volverá sin ayuda humana en un momento no especificado. Los “fundamentalistas” modernos, como se les ha llamado desde los primeros años del siglo XX, son “premilenaristas”, es decir, creen que Jesús volverá para dar paso a mil años de Reino de Dios sobre la tierra, un tiempo marcado por diversas “tribulaciones” y por el Armagedón, hasta que llegue el fin de la historia. Los premilenaristas o “milenarianos”, no tienen la pulsión estatista de los postmilenaristas; por el contrario, tienden a centrarse en predicciones y señales del Armagedón y de la venida de Jesús.
  • 11James H. Timberlake, Prohibition and the Progressive Movement, 1900-1920 (Nueva York: Atheneum, 1970), pp. 7-8.
  • 12Citado en Timberlake, Prohibition, p. 33.
  • 13La convención del Partido Progresista fue una poderosa fusión de todas las tendencias principales del movimiento progresista: economistas estatistas, tecnócratas, ingenieros sociales, trabajadores sociales, pietistas profesionales y socios de J.P. Morgan & Co. Los líderes del evangelio social, Lyman Abbon, el reverendo R. Heber Newton y el reverendo Washington Gladden, eran importantes delegados del Partido Progresista. El Partido Progresista se proclamaba como “el recrudecimiento del espíritu religioso en la vida política estadounidense”. El discurso de aceptación de Theodore Roosevelt se titulaba significativamente “Una profesión de fe” y sus palabras estaban salpicadas de “amenes” y de continuos cantos de himnos cristianos pietistas de los delegados reunidos. Cantaban “Adelante, soldados cristianos”, “El himno de batalla de la república” y especialmente en himno evangélico “Seguiremos, seguiremos, seguiremos a Jesús”, con la palabra “Roosevelt” sustiuyendo a Jesús en cada estrofa. El horrorizado New York Times resumía la inusual experiencia calificando a la agrupación progresista como “una convención de fanáticos”. Y añadía: “No fue una convención en absoluto. Fue una asamblea de entusiastas religiosos. Era una convención como la de Pedro el Ermitaño. Era un campamento metodista de seguidores convertido a términos políticos”. Citado en John Allen Gable, The Bull Moose Years: Theodore Roosevelt and the Progressive Party (Port Washington, NY: Kennikat Press, 1978), p. 75.
  • 14Timberlake, Prohibition, p. 24.
  • 15Citado en Timberlake, Prohibition, p. 27. Cursivas en el artículo. Como como decía el reverendo Stelzle en Why Prohibition!: “No existe un derecho individual absoluto a hacer ninguna cosa concreta o a comer o beber ninguna cosa concreta o a disfrutar de la asociación de la propia familia o incluso a vivir, si eso entra en conflicto con la ley de la necesidad pública”. Citado en David E. Kyvig, Repealing National Prohibition (Chicago: University of Chicago Press, 1979), p. 9.
  • 16Timberlake, Prohibition, pp. 37-38.
  • 17Ver David Burner, Herbert Hoover: A Public Life (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1979), p. 107.
  • 18James A. Burran, “Prohibition in New Mexico, 1917”. New Mexico Historical Quarterly 48 (Abril de 1973): 140-141. Por supuesto, Mrs. Lindsey no mostraba ninguna preocupación sobre si los alemanes y los países aliados y neutrales de Europa estaban sometidos a inanición por el bloqueo naval inglés. Las únicas áreas de Nuevo México que se resistieron a la campaña de la ley seca en el referéndum de noviembre de 1917 fueron los distritos fuertemente hispano-católicos.
  • 19Timberlake, Prohibition, p. 179.
  • 20Citado en Timberlake, Prohibition, pp. 180-181.
  • 21Citado en Alan P. Grimes, The Puritan Ethic and Woman Suffrage (Nueva York: Oxford University Press, 1967), p. 78.
  • 22Grimes, Puritan Ethic, p. 116.
  • 23Ida Clyde Clarke, American Women and the World War (Nueva York: D. Appleton and Co., 1918), p. 19.
  • 24Clarke, American Women, p. 27.
  • 25Ibíd., p. 31. En realidad, las actividades de aireado de escándalos de Mrs. Tarbell se limitaban en buena medida a Rockefeller y la Standard Oil. Estaba muy a favor de los líderes empresariales en el entorno de Morgan, como atestigua sus biografías laudatorias del juez Elbert H. Gary, de US Steel (1925), y Owen D. Young, de General Electric (1932).
  • 26Ibíd., p. 277, pp. 275-279, p. 58.
  • 27Ibíd., p. 183.
  • 28Ibíd., p. 103.
  • 29Ibíd., p. 104-105.
  • 30Ibíd., p. 101.
  • 31Ibíd., p. 129. Margaret Dreier Robins y su marido Raymond eran prácticamente una pareja progresista paradigmática. Raymond era un nómada nacido en Florida y buscador de oro con éxito que sufrió una conversión mística en Alaska y se convirtió en predicador pietista. Se mudó a Chicago, donde se convirtió en un líder en la obra de la casa de acogida de Chicago y en la reforma municipal. Margaret Dreier y su hermana Mary eran hijas de una familia rica y socialmente prominente de Nueva York que trabajaba y financiaba a la emergente National Women’s Trade Union League. Margaret se casó con Raymond Robins en 1905 y se mudó a Chicago, convirtiéndose pronto en presidenta de liga durante mucho tiempo. En Chicago, los Robins lideraron y organizaron causas políticas progresistas durante más de dos décadas, convirtiéndose en líderes importantes del Partido Progresista de 1912 a 1916. Durante la guerra, Raymond Robins realizó una considerable actividad diplomática como jede de la misión de la Cruz Roja a Rusia. Sobre los Robins, ver Allen F. Davis, Spearhead for Reform: the Social Settlements and the Progressive Movement, 1890-1914 (Nueva York: Oxford University Press, 1967).
  • 32Para más acerca de trabajo femenino en la guerra y el sufragio femenino, ver la historia ortodoxa del movimiento sufragista: Eleanor Flexner, Century of Struggle: The Woman’s Rights Movement in the United States (Nueva York: Atheneum, 1968), pp. 288-289. Curiosamente, el National War Labor Board (NWLB) adoptó francamente el concepto de “igual paga por igual trabajo” para limitar el empleo de mujeres trabajadoras al imponer costes mayores al empresario. El “único control”, afirmaba el NWBL sobre el excesivo empleo de las mujeres “es no hacer más rentable emplear mujeres que hombres”. Citado en Valerie I. Conner, “’The Mothers of the Race’ in World War I: The National War Labor Board and Women in Industry”, Labor History 21 (Invierno 1979-80): 34.
  • 33Ver Raymond B. Fosdick, Chronicle of a Generation: An Autobiography (Nueva York: Harper & Bros., 1958), p. 133. Ver también Peter Collier y David Horowitz, The Rockefellers: An American Dynasty (Nueva York: New American Library, 1976), pp. 103-105. A Fosdick le asombraba particularmente que los policías estadounidenses que patrullaban las calles fumaran puros. Fosdick, Chronicle, p. 135.
  • 34La American Social Hygiene Association, con su influyente revista Social Hygiene, fue la principal organización en lo que se sonocía como la “cruzada de la pureza”. La asociación se creó cuando el médico de Nueva York, Dr. Prince A. Marrow, inspirado por los movimientos contras las enfermedades venéreas y a favor de lo continencia pedida por el sifilógrafo francés, Jean-Alfred Fournier, creó en 1905 la American Society for Sanitary and Moral Prophylaxis (ASSMP). Pronto los términos propuestos por la delegación de Chicago de la ASSMP, “higiene social” e “higiene sexual”, se utilizaron ampliamente por su pátina médica y científica y en 1910, la ASSMP cambió su nombre a American Federation for Sex Hygiene (AFSH). Finalmente, a finales de 1913, la AFSH, una organización de médicos, se fusionó con la National Vigilance Association (anteriormente American Purity Alliance), un grupo de clérigos y trabajadores sociales, para formar la global American Social Hygiene Association (ASHA).
         En este movimiento de higiene social, lo moral y lo médico iban de la mano. Asó, el Dr. Morrow daba la bienvenida al nuevo conocimiento sobre enfermedades venéreas porque demostraba que “el castigo por el pecado sexual”, ya no tenía que “reservarse al más allá”.
    El primer presidente de la ASHA fue el presidente de la Universidad de Harvard, Charles W. Eliot. En su discurso de la primera reunión, Eliot dejaba claro que la abstinencia total del alcohol, el tabaco e incluso las especias era parte integrante de la cruzada anti-prostitución y a favor de la pureza.
    Sobre médicos, la cruzada de la pureza y la formación de la ASHA, ver Ronald Hamowy, “Medicine and the Crimination of Sin: ‘Self-Abuse’ in 19th Century America”, The Journal of Libertarian Studies I (Verano de 1972): 247-259; James Wunsch, “Prostitution and Public Policy: From Regulation to Suppression, 1858–1920”, Tesis doctoral, University of Chicago, 1976 y Roland R. Wagner, “Virtue Against Vice: A Study of Moral Reformers and Prostitution in the Progressive Era”, tesis doctoral, University of Wisconsin, 1971. Sobre Morrow, ver también John C. Burnham. “The Progressive Era Revolution in American Attitudes Toward Sex”, Journal of American History 59 (Marzo de 1973) 899, y Paul Boyer, Urban Masses and Moral Order in America, 1820-1920 (Cambridge Harvard University Press, 1978), p 201. Ver también Burnham, “Medical Specialists and Movements Toward Social Control in the Progressive Era: Three Examples”, en J. Israel, ed., Building the Organizational Society: Essays in Associational Activities in Modem America (Nueva York: Free Press, 1972), pp. 24-26.
  • 35En Daniel R. Beaver, Newton D. Baker and the American War Effort 1917-1919 (Lincoln, Nebr.: University of Nebraska Press, 1966), p. 222. Ver también ibíd., pp. 221-224 y C.H. Cramer, Newton D. Baker: A Biography (Cleveland: World Publishing Co., l96l), pp. 99-102.
  • 36Fosdick, Chronicle, pp. 145-147. Aunque sí se prohibió la prostitución en Storyville después de 1917, Storyville, contra lo que dice la leyenda, nunca “cerró”: los tabernas y salones de baile permanecieron abiertos y contra los relatos habituales, el jazz nunca desapareció en Storyville o Nueva Orleáns y por tanto nunca se alejó río arriba. Para una visión revisionista del impacto del cierre de Storyville en la historia del jazz, ver Tom Bethell, George Lewis: A Jazzman from New Orleans (Berkeley: University of California Press, 1977), pp. 6-7 y Al Rose, Storyville, New Orleans (Montgomery, Ala.: University of Alabama Press, 1974). También sobre el posterior Storyville, ver Boyer, Urban Masses, p. 218.
  • 37Ver Hamowy, “Crimination of Sin”, p. 226 n. La cita de Clemenceau está en Fosdick, Chronicle, p. 171. El leal biógrafo de Newton Baker declaraba que Clemenceau, en su respuesta, demostraba “sus tendencias animales como ‘tigre de Francia’”. Cramer, Newton Baker, p. 101.
  • 38Clarke, American Women, pp. 90, 87, 93. En algunos casos, las mujeres organizadas tomaron la iniciativa para ayudar a eliminar el vicio y el alcohol del su comunidad. Así en Texas en 1917, el Comité Femenino Anti-Vicio de Texas lideró la creación de una “Zona Blanca” alrededor de las bases militares. En otoño, el comité se extendió a la Asociación de Higiene Social de Texas para coordinar la obra de erradicar la prostitución y las tabernas. San Antonio resultó ser su mayor problema. Lewis L. Gould, Progressives and Prohibitionists: Texas Democrats in the Wilson Era (Austin: University of Texas Press, 1973), p. 227.
  • 39Davis, Spearheads for Reform, p. 225.
  • 40Fosdick, Chronicle, p. 144. Después de la guerra, Raymond Fosdick tuvo fama y fortuna, primero como Subsecretario General de la Liga de Naciones y luego el resto de su vida como miembro del pequeño círculo cercano a John D. Rockefeller, Jr. Bajo esta condición, Fosdick llegó a convertirse en jefe de la Fundación Rockefeller y en biógrafo oficial de Rockefeller, Entretanto, el hermano de Fosdick, el reverendo Harry Emerson, se convirtió en el ministro parroquial de Rockefeller, elegido por este, primero en la Iglesia Presbiteriana de Park Avenue y luego en la nueva interdenominacional Iglesia de Riverside, construida con fondos de Rockefeller. Harry Emerson Fosdick fue el principal auxiliar de Rockefeller en batallar, dentro de la iglesia protestante, a favor del protestantismo “postmilenarista, estatista y “liberal” y contra la marea creciente del cristianismo premilenarista, conocido como “fundamentalista” desde los años anteriores a la Primera Guerra Mundial. Ver Collier y Horowitz, The Rockefellers, pp. 140-142, 151-153.
  • 41Davis, Spearheads for Reform, p. 226; Timberlake, Prohibition, p. 66; Boyer, Urban Masses, p. 156.
  • 42Eleanor H. Woods, Robert A. Woods; Champion of Democracy (Boston: Houghton Mifflin, 1929), p. 316. Ver también ibíd., pp. 201-202, 250 y ss., 268 y ss.
  • 43Davis, Spearheads for Reform, p. 227.
  • 44H.L. Mencken, “Professor Veblen”, en A Mencken Chrestomathy (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1949), p. 267.
  • 45Citado en un importante artículo de Jean B. Quandt, “Religion and Social Thought: The Secularization of Postmillennialism”, American Quarterly 25 (Octubre de 1973): 404. Ver también John Blewett, S.J., “Democracy as Religion: Unity in Human Relations”, en Blewett, ed., John Dewey: His Thought and Influence (Nueva York: Fordham University Press, 1960), pp. 33-58 y John Dewey: The Early Works, 1882-1989, eds., J. Boydstan et al., (Carbondale: Southern Illinois University Press, 1969–71), vols. 2 y 3.
  • 46Sobre la secularización general del pietismo postmilenarista después de 1900, ver Quandt, “Religion and Social Thought”, pp. 390-409 y James H. Moorhead, “The Erosion of Postmillennialism in American Religious Thought, 1865-1925”, Church History 53 (Marzo de 1984): 61-77.
  • 47Carol S. Gruber, Mars and Minerva: World War I and the Uses of the Higher Learning in America (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1975), p. 92.
  • 48Citado en Gruber, Mars and Minerva, pp. 92-39. Ver también William E. Leuchtenburg, “The New Deal and the Analogue of War”, en J. Braeman, R. Bremner y E. Walters, eds., Change and Continuity in Twentieth-Century America (Nueva York: Harper & Row, l966), p. 89. Por razones similares, Thorstein Veblen, profeta de la supuesta dicotomía de la producción para el lucro frente a la producción para el uso, defendía la guerra y empezaba a inclinarse abiertamente por el socialismo en un artículo en New Republic en 1918, posteriormente reimpreso en su The Vested Interests and the State of the Industrial Arts (1919). Ver Charles Hirschfeld, “Nationalist Progressivism and World War I”, Mid-America 45 (Julio de 1963), p. 150. Ver también David Riesman, Thorstein Veblen: A Critical Interpretation (Nueva York: Charles Scribner’s Sons, 1960), pp. 30-31.
  • 49Hirschfeld, “Nationalist Progressivism”, p. 150.
  • 50Gruber, Mars and Minerva, p. 92.
  • 51Hirschfeld, “Nationalist Progressivism”, p. 142. Resulta curioso que para los intelectuales de New Republic, los individuos privados realmente existentes son desdeñados como “mecánicos”, mientras que entidades inexistentes como las fuerzas “nacionales y sociales” eran alabadas como “orgánicas”.
  • 52Citado en Hirschfeld, “Nationalist Progressivism”, p. 147. Una minoría de socialistas a favor de la guerra se separó del Partido Socialista antibelicista para formar la Liga Social Democrática y unirse a un frente pro-bélico organizado y financiado por la administración Wilson, la American Alliance for Labor and Democracy. Los socialistas pro-bélicos daban la bienvenida a la guerra por proporcionar “un brillante progreso en el colectivismo” y opinaban que después de la guerra, el socialismo de estado existente evolucionaría hacia el “colectivismo democrático”. Los socialistas pro-bélicos incluían a John Spargo, Algie Simons, W.J. Ghent, Robert R. LaMonte, Charles Edward Russell, J.G. Phelps Stokes, Upton Sinclair y William English Walling. Walling sucumbió tanto a la fiebre bélica que denunció al Partido Socialista como una herramienta consciente del Káiser y defendía la supresión de la libertad de expresión para pacifistas y socialistas anti-bélicos. Ver Hirschfeld, “Nationalist Progressivism”, p. 143. Sobre Walling, ver James Gilbert, Designing the Industrial State: The Intellectual Pursuit of Collectivism in America, 1880-1940 (Chicago: Quadrangle Books, 1972), pp. 232-233. Sobre la  American Alliance for Labor and Democracy y su papel en el esfuerzo de guerra, see Ronald Radosh, American Labor and United States Foreign Policy (Nueva York: Random House, l969), pp. 58-71.
  • 53De hecho, Jacob Lippmann iba a contraer cáncer en 1925 y morir dos años después. Además, Lippmann, antes y después de la muerte de Jacob, se mostró completamente indiferente respecto de su padre. Ronald Steel, Walter Lippman and the American Century (Nueva York: Random House, l981), p. 5, pp. 116-117. Sobre el entusiasmo de Walter Lippmann por el reclutamiento, al menos para otros, ver Beaver, Newton Baker, pp. 26-27.
  • 54Hirschfeld, “Nationalist Progressivism”, pp. 148-150. Sobre la New Republic y la Guerra, y particularmente sobre John Dewey, ver también Christopher Lasch, The New Radicalism in America, 1889-1963: The Intellectual as a Social Type (Nueva York: Vintage Books, 1965), pp. 181-224, especialmente pp. 202-204. Sobre los tres editores de New Republic, ver Charles Forcey, The Crossroads of Liberalism: Croly, Weyl, Lippmann and the Progressive Era, 1900-1925 (Nueva York: Oxford University Press, 1961). Ver también David W. Noble, “The New Republic and the Idea of Progress, 1914-1920”, Mississippi Valley Historical Review, 38 (Diciembre de1951): 387-402. En un ibro titulado The End of the War (1918), el editor de la New Republic, Walter Weyl aseguraba a sus lectores que “la nueva solidaridad económica, una vez conseguida, no puede desaparecer nunca”. Citado en Leuchtenburg. “New Deal”, p. 90.
  • 55Rexford Guy Tugwell, “America’s War-Time Socialism” The Nation (1927), pp. 364-365. Citado en Leuchtenburg, “The New Deal”, pp. 90-91.
  • 56En enero de 1927, Croly escribía un editorial en la New Republic, “An Apology for Fascism”, apoyando un artículo que lo acompañaba, “Fascism for the Italians”, escrito por el distinguido filósofo Horace M. Kallen, un discípulo de John Dewey y exponente del pragmatismo progresista. Kallen alababa a Mussolini por su postura pragmática y en particular por el élan vital que Mussolini había infundido en la vida italiana. Es verdad, concedía el profesor Kallen, que el fascismo es coercitivo, pero sin duda esto es algo temporal. Advirtiendo el excelente desempeño del fascismo en economía, educación y reformas administrativas, Kallen añadía que “a este respecto, la revolución fascista no se parece a la revolución comunista. Ambas son la aplicación por la fuerza (…) de una ideología a una condición. Cada una debería tener la oportunidad más libre una vez empezada”. El editorial de la New Republic que lo acompañaba apoyaba la tesis de Kallen y añadía que “las críticas extranjeras deberían cuidarse de prohibir un experimento político que apareció en toda una nación y aumentó la energía moral y dignificó sus actividades al subordinarlas a un propósito común profundamente sentido”. New Republic 49 (12 de enero de 1927), pp. 207-213. Citado en John Patrick Diggins, “Mussolini’s Italy: The View from America”, tesis doctoral, University of Southern California, 1964, pp. 214-217.
  • 57Nacido en Irlanda, David Croly se convirtió en un importante periodista en la ciudad de Nueva York y llegó a ser editor del New York World. Croly organizó el primer Círculo Positivista en Estados Unidos y financió una gira de discursos en Estados Unidos al comteano Henry Edgar. El Círculo Positivista se reunía en casa de Croly y en 1871, David Croly escribió A Positivist Primer. Cuando nació Herbert en 1869, fue consagrado por su padre a la Diosa de la Humanidad, el símbolo de la Religión de la Humanidad de Comte. Ver la ilustradora biografía reciente de Herbert por David W. Levy, Herbert Croly of the New Republic (Princeton: Princeton University Press; 1985).
  • 58Ver Jerry Israel, Progressivism and the Open Door: America and China, 1905-1921 (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1971).
  • 59Para un retrato refrescantemente ácido de las acciones de los historiadores en la Primera Guerra Mundial, ver C. Hartley Grattan, “The Historians Cut Loose”, American Mercury, Agosto de 1927, reimpreso en Haw Elmer Barnes, In Quest of Truth and Justice, 2ª ed. (Colorado Springs: Ralph Myles Publisher, 1972), pp. 142-164. Un relato más extensor es George T. Blakey, Historians on the Homefront: American Propagandists for the Great War (Lexington: University Press of Kentucky, 1970). Gruber, Mars and Minerva, se ocupa de la universidad y la sociología, pero se concentra en los historiadores. James R. Mock y Cedric Larson, Words that Won the War (Princeton University Press, 1939), presenta la historia del “Comité Creel”, el Comité de Información Pública, el ministerio de propaganda oficial durante la guerra.
  • 60Ver la útil biografía de Ely, Benjamin G. Rader, The Academic Mind and Reform: The Influence of Richard T. Ely in American Life (Lexington: University Press of Kentucky, 1966).
  • 61Sidney Fine, Laissez Faire and the General-Welfare State: A Study of Conflict in American Thought 1865-1901 (Ann Arbor: Univenity of Michigan Press, 1956), pp.239-240.
  • 62Fine, Laissez Faire, pp. 180-181.
  • 63John Rogers Commons era un yanqui de antigua estirpe, descendiente de John Rogers, mártir puritano en Inglaterra y nacido en el área yanqui de la Reserva Occidental de Ohio y criado en Indiana. Su madre, de Vermont, era una graduada del invernadero del pietismo, el Oberlin College, y envió a John a Oberlin con la esperanza de que se convirtiera en ministro. En la universidad, Commons y su madre fundaron una publicación prohibicionista a solicitud de la Liga Anti-Saloon. Después de graduarse, Commons fue a Johns Hopkins a estudiar con Ely, pero suspendió. Ver John R. Commons, Myself (Madison, Wisc.: University of Wisconsin Press, 1964). Ver también Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York: Viking, 1949), vol. 3. 276-277; Mary O. Furner, Advocacy and Objectivity: A Crisis in the Professionalization of American Social Science, 1865-1905 (Lexington: University Press of Kentucky, 1975), pp. 198-204.
  • 64Quandt, “Religion and Social Thought”, pp. 402-403. Ely no esperaba que el Reino del milenio estuviera lejos. Creía que era tarea de las universidades y las ciencias sociales “enseñar las complejidades del deber cristiano de hermandad” para llegar a la Nueva Jerusalén “que estamos todos esperando ansiosamente”. La misión de la iglesia era atacar toda institución malévola, “hasta que la tierra se convierta en una nueva tierra y todas sus ciudades en ciudades de Dios”.
  • 65Gruber, Mars and Minerva, p. 114.
  • 66Ver Rader, Academic Mind, pp. 181-191. Sobre las filiaciones a grandes empresas de líderes de la Liga de la seguridad Nacional, especialmente J.P. Morgan y otros en el ámbito de Morgan, ver C. Hartley Grattan, Why We Fought (Nueva York: Vanguard Press, 1929) pp. 117-118 y Robert D. Ward, “The Origin and Activities of the National Security League, 1914-1919”, Mississippi Valley Historical Review, 47 (Junio de 1960): 51-65.
  • 67La Cámara de Comercio de Estados Unidos explicaba los beneficios económicos a largo plazo del reclutamiento de que para la juventud estadounidense sustituiría “con un periodo de útil disciplina a un periodo de desmoralizante libertad sin límites”. John Patrick Finnegan, Against the Specter of Dragon: The Campaign for American Military Preparedness, 1914-1917 (Westport, Conn.: Greenwood Press, 1974), p. 110. Sobre el amplio y entusiasta apoyo dado al reclutamiento por la Cámara de Comercio, ver Chase C. Mooney y Martha E. Layman, “Some Phases of the Compulsory Military Training Movement, 1914-1920”, Mississippi Historical Review 38 (Marzo de 1952): 640.
  • 68Richard T. Ely, Hard Times: The Way in and the Way Out (1931), citado en Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York: Viking, 1949). vol. 5, p. 671, y en Leuchtenburg, “The New Deal”, p. 94.
  • 69Ely creó un juramento super-patriótico para la delegación de Madison de la Legión de la Lealtad, prometiendo sus miembros “eliminar la deslealtad”. El juramento también expresaba un apoyo incondicional a la Ley de Espionaje y a “trabajar contra el lafollettismo en todas sus formas antibelicistas”. Rader, Academic Mind, pp. 183 y ss.
  • 70Gruber, Mars and Minerva, p. 207.
  • 71Ibíd.
  • 72Ibid., pp. 208, 208n.
  • 73Ibid., pp. 209-210. En su autobiografía, escrita en 1938, Richard Ely reescribe la historia para ocultar su ignominioso papel en la campaña contra La Follette. Reconocía haber firmado la petición de la facultad, pero luego tenía el valor de afirmar que “no era uno de los cabecillas, como pensaba La Follette, a la hora de divulgar esta petición”. No se menciona su campaña secreta de investigación contra La Follette.
  • 74Para más sobre la campaña anti-La Follette, ver H.C. Peterson y Gilbert C. Fite, Opponents of War: 1917-1918 (Madison: University of Wisconsin Press, 1957), pp. 68-72; Paul L. Murphy, World War I and the Origin of Civil Liberties in the United States (Nueva York: W.W. Norton, 1979), p. 120 y Belle Case La Follette y Fola La Follette, Robert M. LaFollette (Nueva York: Macmillan, 1953), volumen 2.
  • 75Así, T.W. Hutchison, desde una perspectiva muy diferente, advierte el contraste entre la insistencia de Carl Menger en los fenómenos beneficiosos no planificados de la sociedad, como el mercado libre, y el crecimiento de la “autoconciencia social” y la planificación pública. Hutchison reconoce que un componente crucial de esa autoconciencia social son las estadísticas del gobierno. T.W. Hutchison, A Review of Economic Doctrines, 1870-1929 (Oxford: Clarendon Press, 1953), pp. 150–151, 427.
  • 76Fine, Laissez-Faire, p. 207.
  • 77Solomon Fabricant, The Trend of Government Activity in the United States since 1900 (New York: National Bureau of Economic Research, 1952), p. 143. Igualmente, un trabajo prestigioso sobre el crecimiento del gobierno en Inglaterra lo decía así: “La acumulación de información factual acerca de las condiciones sociales y el desarrollo de la economía y las ciencias sociales aumentó la presión por la intervención pública (…) Al mejorar las estadísticas y multiplicarse los estudiosos de las ciencias sociales, la existencia continua de esas condiciones se mantuvo ante el público. El mayor conocimiento de las mismas llegó a círculos influyentes y creó movimiento obreros de clase con armas factuales”. Moses Abramovitz y Vera F. Eliasberg, The Growth of Public Employment in Great Britain (Princeton: National Bureau of Economic Research, 1957), pp. 22-23, 30. Ver también M.I. Cullen, The Statistical Movement in Early Victorian Britain: The Foundations of Empirical Social Research (Nueva York: Barnes & Noble, 1975).
  • 78Ver Joseph Dorfman, “The Role of the German Historical School in American Economic Thought”. American Economic Review, Papers and Proceedings 45 (Mayo de 1955), p. 18. George Hildebrand destacaba el énfasis inductivo de la Escuela Histórica Alemana en que “quizá haya entonces alguna relación entre este tipo de enseñanza y la polaridad de ideas primitivas de planificación física en tiempos más recientes”. George H. Hildebrand, “International Flow of Economic Ideas-Discussion”, ibíd., p. 37.
  • 79Dorfman, “Role”, p. 23. Sobre Wright y Adams, ver Joseph Dorfman, The Economic Mind in American Civilization (Nueva York: Viking Press, 1949), vol. 3, 164-174, 123 y Boyer, Urban Masses, p. 163. Además, el primer profesor de estadística en Estados Unidos, Roland P. Falkner, era un alumno destacado de Engel y traductor de las obras del ayudante de Engel, August Meitzen.
  • 80Irving Norton Fisher, My Father Irving Fisher (Nueva York: Comet Press, 1956), pp. 146-147. También para Fisher, ver Irving Fisher, Stabilised Money (Londres: Allen & Unwin, 1935), p. 383.
  • 81Fisher, My Father, pp. 264-267. Sobre el papel e influencia de Fisher durante esta periodo, ver Murray N. Rothbard, America’s Great Depression, 4ª ed. (Nueva York: Richardson & Snyder, 1983). Ver también Joseph S. Davis, The World Between the Wars, 1919-39, An Economist’s View (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1975), p. 194 y Melchior Palyi, The Twilight of Gold, 1914-1936: Myth and Realities (Chicago: Henry Regnery, 1972), pp. 240, 249.
  • 82Wesley C. Mitchell era de una vieja estirpe yanqui. Sus abuelos fueron granjeros en Maine y luego al oeste de Nueva York. Su padre siguió el camino de muchos yanquis al emigrar a una granja al norte de Illinois. Mitchell estudió en la Universidad de Chiacgo donde estuvo fuertemente influido por Veblen y John Dewey. Dorfman, Economic Mind, vol. 3, 456.
  • 83Dorfman, Economic Mind, vol. 4, 376, 361.
  • 84Cursivas añadidas. Lucy Sprague Mitchell, Two Lives (Nueva York: Simon and Schuster, 1953), p. 363. Para más sobre este tema, ver Murray N. Rothbard, “The Politics of Political Economists: Comment”, Quarterly Journal of Economics 74 (Noviembre de 1960): 659-665.
  • 85Ver en particular James Weinstein, The Corporate Ideal in the Liberal State, 1900-1918 (Boston: Beacon Press, 1968) y Samuel P. Hays, “The Politics of Reform in Municipal Government in the Progressive Era”, Pacific Northwest Quarterly 59 (Octubre de 1961), pp. 157-169.
  • 86David Eakins, “The Origins of Corporate Liberal Policy Research, 1916-1922: The Political-Economic Expert and the Decline of Public Debate”, en Israel, ed., Building the Organizational Society, p. 161.
  • 87Herbert Heaton, Edwin F. Gay, A Scholar in Action (Cambridge: Harvard University Press, 1952). Edwin Gay había nacido en Detroit en una familia con raíces en Nueva Inglaterra. Su padre había nacido en Boston y se mudó al negocio maderero de su suegro en Michigan. La madre de Gay es hija de un rico predicador y maderero. Gay entró en la Universidad de Michigan, estuvo muy influido por las enseñanzas de Dewey y luego estuvo en una escuela de grado en Alemania durante más de doce años, obteniendo finalmente su doctorado en historia económica en la Universidad de Berlín. Las principales influencias alemanas de Gay fueron Gustav Schmoller, jefe de la Escuela Histórica, que destacaba que la economía debía ser una “ciencia inductiva”, y Adolf Wagner, también de la Universidad de Berlín, que estaba a favor de la intervención a gran escala del gobierno en la economía a favor de la ética cristiana. De vuelta en Harvard, Gay fue la fuerza principal, en colaboración con la Cámara de Comercio de Boston, en impulsar una ley de inspección de fábricas en Massachusetts y a principios de 1911 Gay se convirtió en presidente de la delegación de Massachusetts de la American Association for Labor Legislation, una organización fundada por Richard T. Ely dedicada a reclamar la intervención pública en las áreas de sindicatos, salarios mínimos, desempleo, obras públicas y bienestar.
  • 88Sobre el tira y afloja entre consejeros de Rockefeller sobre el Instituto de Investigación Económica, ver David M. Grossman, “American Foundations and the Support of Economic Research, 1913-29”, Minerva 22 (Primavera-Verano 1982): 62-72.
  • 89Ver Eakins, “Origins”, pp. 166-167; Grossman, “American Foundations”, pp. 76-78; Heaton, Edwin F. Gay. Sobre Stone, ver Dorfman, Economic Mind, vol. 4, 42, 60-61 y Samuel Haber, Efficiency and Uplift: Scientific Management in the Progressive Era 1890-1920 (Chicago: University of Chicago Press, 1964), pp. 152, 165. Durante su periodo marxista, Stone había traducido La miseria de la filosofía, de Marx.
  • 90Ver Guy Alchon, The Invisible Hand of Planning: Capitalism, Social Science, and the State in the 1920’s (Princeton: Princeton University Press, 1985), pp. 54 y ss.
  • 91Collier y Horowitz, The Rockefellers, p. 140.
  • 92Eakins, “Origins”, p. 168. Ver también Furner, Advocacy and Objectivity, pp. 282-286.
  • 93Stephen Skowronek, Building a New American State: The Expansion of the National Administrative Capacities, 1877-1920 (Cambridge: Cambridge University Press, 1982), pp. 187-188.
  • 94El vicepresidente del IGR era el comerciante y maderero jubilado de St. Louis y antiguo presidente de la Universidad Washington de St. Louis, Robert S. Brookings. El secretario del IGR era James F. Curtis, antiguo Secretario Ayudante del tesoro con Taft y ahora secretario y subgobernador del Banco de la Reserva Federal de Nueva York. Otra gente en el Consejo del IGR eran el ex presidente Taft; el ejecutivo de ferrocarriles , Frederick A. Delano, tío de Franklin D. Roosevelt y miembro del Consejo de la Reserva Federal; Arthur T. Hadley, economista y presidente de Yale; Charles C. Van Hise, presidente progresista de la Universidad de Wisconsin y aliado de Ely; el reformista e influyente joven profesor de derecho de Harvard, Felix Frankfurter; Theodore N. Vail, presidente de AT&T; el ingeniero y empresario progresista Herbert C. Hoover y el financiero R. Fulton Cutting, directivo de la Oficina de Investigación Municipal de Nueva York. Eakins, “Origins”, pp. 168-169.
  • 95Sobre el Consejo de Economía Comercial, ver Grosvenor B. Clarkson, Industrial America in the World War: The Strategy Behind the Line, 1917-1918 (Boston: Houghton Mifilin, 1923), pp. 211 y ss.
  • 96Alchon, Invisible Hand, p. 29. Mitchell dirigía la sección de estadísticas de precios del Comité de Fijación de Precios del Consejo de Industrias Bélicas.
  • 97Heaton, Edwin Gay, p. 129.
  • 98Ver Rothbard, “War Collectivism”, pp. 100-112.
  • 99Ver Heaton, Edwin Gay, pp. 129 y ss. y el excelente libro sobre la Investigación, Lawrence E. Gelfand, The Inquiry: American Preparations for Peace, 1917-1919 (New Haven: Yale University Press, 1963), pp. 166-168, 177-178.
  • 100Heaton, Edwin Gay, p. 135. Ver también Alchon, Invisible Hand, pp. 35-36.
  • 101En 1939, la Oficina del Presupuesto se transferiría la Ofinia Ejecutiva, completando así el objetivo del Instituto para la Investigación Pública.
  • 102Moulton era profesor de economía en la Universidad de Chicago y vicepresidente de la Asociación del Comercio de Chicago. Ver Eakins, “Origins”, pp. 172-177; Dorfman, Economic Mind, vol. 4, 11, 195-197.
  • 103Gay había sido recomendado al grupo por uno de sus fundadores, Thomas W. Lamont. Fue sugerencia de Gay que el Consejo de Relaciones Exteriores empezara su principal proyecto estableciendo una revista “con autoridad”, Foreign Affairs. Y fue Gay quien seleccionó a su colega historiador de Harvard, Archibald Cary Coolidge, como primer editor y al reportero del New York Post Hamilton Fish Armstrong como editor ayudante del Consejo de Relaciones Exteriores. Ver Lawrence H. Shoup y William Minter, Imperial Brain Trust: The Council on Foreign Relations and United States Foreign Policy (Nueva York: Monthly Review Press, 1977), pp. 16-19, 105, 110.
  • 104Ellis W. Hawley, “Herbert Hoover and Economic Stabilization, 1921-22”, en E. Hawley, ed., Herbert Hoover as Secretary of Commerce: Studies in New Era Thought and Practice (Iowa City: University of Iowa Press, 1981), p. 52.
  • 105Hawley, “Herbert Hoover”, p. 53. Ver también ibíd., pp. 42-54.
  • 106Alchon, Invisible Hand, pp. 39-42; Dorfman, Economic Mind, vol. 3, 490.
  • 107Una excepción fue la reseña crítica en la Commercial and Financial Chronicle ( 18 de mayo de 1929), que se burlaba de la impresión que se daba al lector de que la capacidad de Estados Unidos “de una prosperidad económica es casi ilimitada”. Citado en Davis, World Between the Wars, p. 144. También sobre Recent Economic Changes y las opiniones de los economistas del momento, ver ibíd., pp. 136-151, 400-417; David W. Eakins, “The Development of Corporate Liberal Policy Research in the United States, 1885-1965”, tesis doctoral, University of Wisconsin, 1966, pp. 166-169, 205 y Edward Angly, comp., Oh Yeah? (Nueva York: Viking Press, 1931).
  • 108En 1930, Hunt publicó un resumen popularizador en forma de libro, An Audit of America. On Recent Economic Changes, ver también Alchon, Invisible Hand, pp. 129-133, 135-142, 145-151, 213.
  • 109Department of Labor - FSA Appropriation Bill for 1945. Audiencia ente el Subcomité de Asignaciones, 78º Congreso, 2ª sesión, parte I (Washington, 1945), pp. 258 y s., 276 y s. Citado en Rothbard, “Politics of Political Economists”, p. 665. Sobre el aumento de economista y estadísticos en el gobierno, especialmente en tiempo de guerra, ver también Herbert Stein, “The Washington Economics Industry”, American Economic Association Papers and Proceedings 76 (Mayo de 1986), pp. 2-3.
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