El pasado viernes llegó la desagradable noticia de que Ross Ulbricht, el exoperador de 31 años del sitio Silk Road, ha sido condenado por un tribunal federal a cadena perpetua sin remisión. Esto sigue a su condena en febrero por crímenes federales típicamente dudosos (no aparecen en la Constitución), incluyendo conspiración, blanqueo de dinero y la circular «dedicación a una empresa criminal continuada».
Su sentencia, que parece impropiamente sádica incluso para lo habitual hoy, fue hecha pública con una lectura de la juez Katherine B. Forrest:
«[Lo que] está claro es que eras el capitán del barco como el temible pirata Roberts y creaste tu propia ley. Era tu obra y querías que fuera tu legado». «Lo que hiciste no tiene precedentes», dijo a Ulbricht, «y al ser el primero en romper esa barrera tuviste que ser castigado de acuerdo con ello».
«No eres mejor persona que cualquier otro traficante de droga».
Qué lástima que no fuera sentenciado como cualquier otro traficante de droga.
El tema central del caso Ulbricht, como siempre, es un gobierno federal malvado y desbocado. Ningún ser humano debería ser encerrado por dedicarse a (o facilitar) comercio pacífico y voluntario entre participantes dispuestos a ello. Sitios lúgubres como Silk Road y los sistemas de ciberpago que emplean, existen debido a las prohibiciones estatales sobre conducta voluntaria humana. Son reacciones naturales del mercado a la interferencia del gobierno. Esto no puede exagerarse.
¿Pero es Ulbricht un admirable mártir libertario por definición, simplemente por caer en el punto de mira de un gobierno federal inmoral que lleva a cabo una guerra injusta contra la droga? ¿Significa lamentar esta sentencia indefendible alabarle, a él y sus acciones?
La blogosfera libertaria indudablemente parece pensar que sí. Los medios sociales retumbaron todo el fin de semana alabando a Ulbricht como un espíritu valiente que creó una alternativa más seguro a comprar drogas en la calle. Para muchos libertarios, merece ser alabado por llevar al agorismo al siguiente nivel a través de la tecnología, por desafiar de frente al estado y pagar el precio.
El propio Ulbricht ya no está tan seguro. Muestra un profundo arrepentimiento no solo por perder su joven vida, sino también por arrastrar a su familia al infierno. Y aparentemente ya no comparte la misma visión de máxima libertad que mantienen sus defensores libertarios:
«Se suponía que Silk Road daría a la gente la libertad de tomar sus propias decisiones, de buscar su propia felicidad», dijo. «Aprendí de Silk Road que cuando das libertad a la gente, no sabes lo que harán con ella».
¿Quién puede culparle por cambiar su postura al final, sea o no para conseguir el favor de la juez? Después de todo, no serán sus seguidores en Facebook los que pasarán sus próximas cinco o seis décadas en una celda federal de máxima seguridad.
Además, hay alegaciones por parte de los fiscales federales de que Ulbricht trató de que se matara a varias personas por amenazar con perturbar el funcionamiento de Silk Road. Por supuesto debemos apresurarnos a defender a Ulbricht en este caso: los fiscales son conocidos mentirosos e indudablemente presentaron la acusación de asesinato tanto para desacreditarle públicamente como para negarle la fianza previa al juicio. Además, incluso las alegaciones engañosas a menudo ablandan a los sospechosos y así ayudan a conseguir acuerdos. Así que no deberíamos poner mucha fe en esto, especialmente porque los cargos no fueron simplemente retirados por los fiscales, sino que simplemente nunca se presentaron (a pesar de la opinión de la juez sentenciadora de que las entradas no ambiguas del diario de Ulbricht demuestran que pago a matones, su madre piensa que las entradas son falsas).
Es tentador rechazar el poder simplista de la explicación estatal acerca de Ulbricht. Pero, matones aparte, ¿realmente quieren los libertarios crear una causa célebre a partir de un joven que usó su inteligencia y talento para vender drogas en línea? ¿Incluso sin entender completamente su historial y personalidad?
El agorismo y sus implicaciones, por mucho que toquen las fibras de los libertarios, siempre ha sido una propuesta perdedora ante el público general. La gente podría apoyar a un doctor que proporcione marihuana para ayudar a un paciente enfermo de cáncer o a una persona que sufra esclerosis múltiple que use una farmacia en línea extranjera para conseguir medicinas no aprobadas por la FDA.
Pero traficar con drogas «ilícitas» (drogas usadas recreativamente o por adictos, en lugar de pacientes médicos) es algo completamente distinto. Y aunque las actitudes hacia la marihuana han cambiado considerablemente, organismos como la DEA sieguen en la práctica retratando a los traficantes como delincuentes despiadados y siniestros.
Por desgracia, la acusación a Silk Road solo fortalecerá las oscuras conexiones en la mente de colmena del público entre mercados en Internet, privacidad, criptodivisas y criminalidad real (es decir, con víctimas). Que estás conexiones estén en buena parte infundadas es un error: la combinación de agorismo voluntarista con libertarismo no es probable que empuje a la gente en nuestra dirección.
Se supone que Ulbricht ha leído a Rothbard. Pero Rothbard escribió el definitivo artículo contra el agorismo ya en 1980, cuando los mercados línea solo existían en novelas de ciencia ficción. En una justa amistosa con el insigne agorista Samuel Konkin, Rothbard mostraba una visión decididamente negativa del valor del agorismo para el movimiento libertario:
Tampoco es casualidad que todo el espectro del movimiento del mercado negro, desde los rebeldes fiscales a los teóricos agoristas, sean casi exclusivamente autoempleados. (…) probablemente se beneficiarían en el sentido micro, pero no tienen relevancia para la lucha «macro» por la libertad y contra el Estado. De hecho, en una especie de mano invisible inversa, podrían incluso ser contraproducentes. Es posible que por ejemplo el mercado negro soviético sea tan productivo que mantenga a flote todo el monstruoso régimen soviético y sin él el sistema soviético colapsaría. Por supuesto, esto no significa que desdeñe o me oponga a las actividades de mercado negro en Rusia: es sólo para explicar algunas de las desagradables características del mundo real. (…)
Por mucho que yo ame al mercado, rechazo creer que cuando realizo una transacción normal de mercado (por ejemplo, comprar un sándwich) o una actividad de mercado negro (por ejemplo, circular a 60 millas por hora) esté avanzando lo más mínimo hacia la revolución libertaria. El mercado negro no va a ser el camino a la libertad y los teóricos y activistas libertarios no tienen ninguna función en ese mercado.
En otras palabras, los empresarios del mercado negro (como todos los empresarios) se hundirán o flotarán sin la ayuda de los teóricos libertarios.
Está claro que Mr. Ulbricht es víctima de una injusticia flagrante. Pero esta historia sirve como advertencia acerca de las prioridades de los que buscan una sociedad más libre. Deberíamos alabar a hombres y mujeres de buen carácter que se levantan cada día y nos proporcionan valor, ya sea económico, familiar, social civil o religioso. Estos son verdaderos héroes libertarios, personas que van en torno, por debajo, por encima o a través del estado y sus garras en su vida diaria. No es siempre el intrépido antihéroe, sino a menudo el empresario tranquilo, sobrio, formal y burgués el que merece alabanza por mantenerse.