Mises Daily

Cómo eliminar Seguridad Social y Medicare

Los gastos de los programas de Seguridad Social y Medicare representan aproximadamente un tercio del gasto total del gobierno federal.1  Es obvio que cualquier reducción importante del gasto público requiere reducciones importantes del gasto en estos programas. Lamentablemente, Seguridad Social y Medicare suelen considerarse sagrados y, por tanto, prácticamente intocables, por lo que apenas se han presentado propuestas que reduzcan en gran medida el gasto que suponen.2

En la actualidad, la edad a la que se pueden obtener prestaciones completas —«normales»— de Seguridad Social, teniendo en cuenta los ingresos y las cotizaciones al sistema del individuo a lo largo de su vida hasta ese momento, es de 66 años. Esto supone un incremento de 1 año respecto a la edad vigente desde el inicio del sistema hasta 2003, momento en el que se incrementó en 2 meses, alcanzando los 66 tras una serie de 5 incrementos más de 2 meses en los años 2004-2008. A partir de 2021, está previsto que la edad de jubilación con derecho a pensión completa comience a aumentar mediante una segunda serie de incrementos de 2 meses, hasta alcanzar una edad de jubilación con derecho a pensión completa de 67 años en 2027.

Desde el inicio del sistema, y está previsto que continúe indefinidamente, ha sido posible optar por recibir prestaciones de Seguridad Social a partir de los 62 años, aunque a un tipo reducido. En la actualidad, este porcentaje es del 75% de la cuantía total de la prestación, frente al 80% cuando la edad de jubilación era de 65 años, y está previsto que descienda al 70% cuando la edad de jubilación sea de 67 años. Al seguir trabajando y aplazar el cobro de las prestaciones hasta los 70 años, ha sido posible obtener prestaciones con prima que son actualmente, es decir, para los jubilados en 2011, un 32% superiores a la cuantía de la prestación «completa». Está previsto que esta prima descienda al 24% cuando la edad de jubilación con prestación completa se eleve a 67 años.

La edad de afiliación a Medicare sigue siendo de 65 años y, según la legislación vigente, no está previsto que aumente. De hecho, a menudo se penaliza la afiliación a cualquier edad posterior.

El sistema de Seguridad Social, junto con Medicare, podría eliminarse mediante los siguientes pasos, cada uno de los cuales supondría un ahorro sustancial de costes. En primer lugar, tras un periodo de gracia de dos o tres años, para dar tiempo a adaptarse, debería aumentarse gradualmente hasta los 70 años la edad a la que las personas tienen derecho a recibir todas las prestaciones de Seguridad Social y Medicare. Al mismo tiempo, la edad de jubilación anticipada de Seguridad Social debería aumentarse de 62 a 66 años.

Los aumentos de edad podrían tener lugar en incrementos de 6 meses a lo largo de un periodo de 8 años, con la excepción de un incremento inicial de 1½ años en el caso de Medicare. Así, suponiendo que la reforma que propongo se aplicara antes de 2021, con la edad de jubilación de Seguridad Social todavía en 66 años, en el primer año de su aplicación la edad de jubilación anticipada de Seguridad Social se elevaría a 62½ años, mientras que la edad de jubilación con todas las prestaciones, junto con la edad de jubilación de Medicare, se elevaría a 66½ años. En el segundo año, las edades de jubilación respectivas serían de 63 y 67 años. Y así seguiría, año tras año, para un aumento total de 4 años en un periodo de 8 años.

En este periodo, aparte de los ajustes por los aumentos del índice de precios al consumo, las prestaciones de jubilación permanecerían invariables a medida que aumentaran las edades respectivas a las que podrían empezar a obtenerse. Así, al final del proceso, los individuos que percibieran prestaciones de jubilación anticipada a los 66 años no recibirían prestaciones superiores a las que habían obtenido anteriormente a los 62 años. Del mismo modo, los individuos de 70 años recibirían prestaciones completas no superiores a las que habían recibido a los 66 años, antes de que comenzara el proceso de reforma.

Así pues, una vez completada, al cabo de 8 años, el efecto de sólo esta fase de la reforma sería una reducción sustancial tanto del número de personas que reciben prestaciones de Seguridad Social y de Medicare como de la prestación media per cápita percibida por quienes permanecieran en el programa de Seguridad Social. Los miembros del grupo de edad de 65-69 años dejarían de recibir prestaciones de Medicare. Los miembros del grupo de edad de 62 a 65 años dejarían de percibir prestaciones de Seguridad Social. Los afiliados del grupo de edad 66-69 inscritos en el programa en ese momento, recibirían prestaciones un 25 por ciento inferiores a las que habían recibido sus predecesores, antes del inicio de la reforma, porque al igual que las prestaciones de jubilación anticipada a partir de los 62 años habían sido un 25 por ciento inferiores a las prestaciones completas a partir de los 66 años, ahora las prestaciones de jubilación anticipada a partir de los 66 años serían un 25 por ciento inferiores a las prestaciones completas a partir de los 70 años. De hecho, la reducción de las prestaciones del grupo de edad de 66-69 años se incrementaría aún más hasta el punto de que ya no contendrían ninguna prima por jubilación después de los 66 años. La eliminación de las prestaciones por primas acabaría por reducir también las prestaciones agregadas de todos los grupos de edad posteriores, en la medida en que también dejarían de reflejar la incorporación de las prestaciones por primas a nadie.

En diciembre de 2009, de los aproximadamente 33,5 millones de personas que percibían prestaciones de jubilación de Seguridad Social, unos 4,4 millones, es decir, aproximadamente el 13%, pertenecían al grupo de edad de 62 a 65 años. Este grupo recibió prestaciones de jubilación por valor de 54.700 millones de dólares, lo que representa alrededor del 11,7 por ciento del total de prestaciones de jubilación de Seguridad Social de 468,2 dólares pagadas en 2009.3  No es descabellado suponer que el cierre de Seguridad Social a nuevos afiliados en el grupo de edad de 62-65 años lograría reducciones porcentuales comparables en el número de personas que reciben prestaciones de jubilación de Seguridad Social y en el coste global del programa. A esto hay que añadir el efecto de la reducción del 25 por ciento en las prestaciones del grupo de edad de 66-69 años más el efecto de la eliminación de las primas por jubilación tardía.

Sobre la base de las prestaciones de Seguridad Social abonadas a los afiliados de los grupos de edad 62-65 y 66-69 en 2009 en relación con el total de las prestaciones de jubilación de Seguridad Social en ese año, la reducción global resultante en el coste de dichas prestaciones puede estimarse en aproximadamente un 18 por ciento. Las prestaciones abonadas a los afiliados del grupo de edad de 66-69 años ascendieron a 116.900 millones de dólares, lo que representa el 25 por ciento del total. Una reducción del 25% de estas prestaciones representa una reducción del 6,25% de las prestaciones totales. Así pues, la reducción total de las prestaciones es la suma del 11,7 por ciento, la parte de los ingresos de jubilación de Seguridad Social percibidos anteriormente por los miembros del grupo de edad de 62-65 años, más el 6,25 por ciento, es decir, aproximadamente el 18 por ciento en total. Este porcentaje es la medida de la reducción del coste anual de Seguridad Social que cabe esperar al cabo de 8 años.

Según los datos facilitados por la Comisión Asesora de Pagos de Medicare (Medpac), el ahorro que supondría para Medicare el aumento de la edad de acceso de 65 a 70 años puede estimarse en un 15% del gasto de Medicare.4

Segundo paso en la eliminación de Seguridad Social

El segundo paso en la eliminación de Seguridad Social sería la eliminación de la categoría de jubilación anticipada. Esto podría lograrse si la edad de jubilación anticipada siguiera aumentando en un nuevo conjunto de 8 incrementos de 6 meses cada uno, lo que la llevaría al punto de coincidir con la edad de jubilación con todas las prestaciones establecida para entonces en 70 años. Sobre la base de los datos de 2009, esto se traduciría en un recorte del coste de Seguridad Social de otro 18,75%, lo que elevaría el ahorro total de costes, al cabo de 16 años, a casi el 37% anual.

Indemnización por la pérdida de prestaciones de Seguridad Social y Medicare

Como compensación por la pérdida de prestaciones de Seguridad Social y de Medicare, las personas de 66 a 69 años que siguieran trabajando, lo que sin duda muchas de ellas tendrían que hacer ahora, quedarían exentas del impuesto federal sobre la renta por un importe de ingresos igual al menos a los ingresos máximos sujetos en ese momento al pago de impuestos de Seguridad Social. (Estas personas también estarían exentas del pago de impuestos de Seguridad Social, incluidas las cotizaciones empresariales de los trabajadores autónomos.

Las exenciones se ajustarían en función de los aumentos del índice de precios al consumo y se ampliarían automáticamente a edades más avanzadas a medida que la edad de jubilación de Seguridad Social/Medicare superara los 70 años. De hecho, desde el principio de la reforma, las exenciones se aplicarían a todas las personas de 66 años o más con derecho a prestaciones de jubilación de Seguridad Social que se abstuvieran de percibirlas en un año determinado. Por ejemplo, incluso en el primer año de la reforma, alguien de 75 u 80 años, que no aceptara esas prestaciones en ese año, tendría esas exenciones fiscales en ese año.

Hay que tener en cuenta que estas exenciones del impuesto federal sobre la renta se aplicarían a ingresos que, en su mayor parte, no habrían existido de otro modo, por lo que el gobierno no incurriría en ninguna pérdida significativa de ingresos al ofrecerlas. De hecho, el resultado de que millones de personas de más de 60 años siguieran trabajando y sin cotizar a Seguridad Social y a Medicare no sólo sería una reducción importante del gasto público en Seguridad Social y Medicare, sino también un aumento sustancial de los ingresos fiscales del Estado.

El aumento de los ingresos fiscales se produciría porque las personas de entre 62 y 69 años, ahora con un empleo remunerado en lugar de depender de Seguridad Social y Medicare, pagarían más en forma de impuestos sobre las ventas, los impuestos especiales y los impuestos sobre la propiedad, como resultado de tener y gastar ingresos más altos que los que habrían recibido de Seguridad Social. Y también pagarían más en forma de impuestos estatales y locales sobre la renta. Por ejemplo, en lugar de que alguien recibiera 10.000 o 20.000 dólares al año en ingresos de Seguridad Social, ganaría 20.000 o 30.000 dólares o más en ingresos laborales. El gobierno federal se ahorraría el gasto de 10.000 ó 20.000 dólares de Seguridad Social (más un gasto más o menos considerable de Medicare) y, además, los gobiernos estatales y locales recaudarían importantes ingresos fiscales adicionales por el gasto de los nuevos ingresos del empleo.

Hay que señalar aquí que la eliminación progresiva de los programas de Seguridad Social y Medicare, o la adopción de cualquier otra medida que vaya acompañada de un aumento del número de personas que buscan empleo, exige que se intensifiquen los esfuerzos para abolir o restringir en la medida de lo posible la legislación en materia de proindiviso y salario mínimo. Esto es necesario para que el mayor número de demandantes de empleo pueda encontrar trabajo. Las escalas salariales sindicales y un salario mínimo impuesto por el gobierno actúan para impedirlo al mantener arbitraria y forzosamente los salarios por encima de los del mercado libre, manteniendo así la cantidad de mano de obra demandada por debajo de la oferta disponible.

Aumentar la edad de jubilación de Seguridad Social/Medicare más allá de los 70 años y cerrar los programas a los nuevos afiliados

El siguiente paso en la eliminación de Seguridad Social/Medicare sería aumentar su edad de jubilación más allá de los 70 años. Esto podría lograrse mediante nuevos aumentos anuales incrementales, esta vez de un trimestre natural con el paso de cada año. Así, al cabo de otros 20 años, la edad de jubilación de Seguridad Social/Medicare sería de 75 años. En ese momento, sobre la base de los mismos datos citados anteriormente, el ahorro anual en el coste de las prestaciones de jubilación de Seguridad Social sería ligeramente superior al 59%, mientras que el ahorro anual en los gastos de Medicare sería de casi el 31%.

Aumentar la edad de jubilación 1 año más, en un periodo adicional de 4 años, haría que el lapso de tiempo total desde la aplicación inicial de la reforma de reducción progresiva fuera de 40 años. De este modo, toda persona que tuviera 36 años o más al inicio de la reforma de reducción progresiva podría aspirar a afiliarse a Seguridad Social y a Medicare a más tardar a los 76 años, si así lo deseara. Al mismo tiempo, si deseara el equivalente a poder jubilarse a los 70 años con unos ingresos de Seguridad Social, todo lo que se le exigiría sería hacer una provisión para un máximo de los 6 años entre los 70 y los 76 años a un nivel igual al que habría recibido anteriormente en virtud del Programa de Seguridad Social.

Cuarenta años es un periodo de tiempo suficiente para que toda persona de 35 años o menos en el momento de la implantación inicial pueda hacer provisiones adecuadas para su propia jubilación a los 70 años, o incluso a los 65 si eso es lo que desea. En ese momento, los programas de Seguridad Social y Medicare quedarían cerrados a nuevos afiliados.

A partir de entonces, con el paso de cada año, el coste de los programas disminuiría de forma constante. Basándonos de nuevo en los mismos datos mencionados anteriormente, al cabo de 9 años más, momento en el que la edad mínima de los que aún reciben prestaciones de Seguridad Social y de Medicare sería de 85 años, cabría esperar que el coste anual de los programas se redujera en un 88% y un 66% respectivamente. Transcurridos 10 años más, para cuando la edad mínima de los que aún reciben prestaciones sería de 95 años, el coste anual de Seguridad Social se reduciría en un 99% y el de Medicare en otro 16-17%, lo que supondría una reducción acumulada del 82-83%.

El hecho de que los gastos de Medicare no sigan disminuyendo se debe a que aproximadamente el 17% de los gastos de Medicare se realizan en nombre de personas menores de 65 años, el 14,9% en nombre de los discapacitados y el 2,1% en nombre de los enfermos renales en fase terminal, que requieren diálisis.5

Al igual que los pagos en nombre de los ancianos no representan todos los gastos de Medicare, los gastos realizados en concepto de Seguridad Social no benefician exclusivamente a los trabajadores jubilados. Mientras que los gastos que proporcionan ingresos de jubilación fueron de 468.200 millones de dólares en 2009, hubo además gastos de aproximadamente 89.000 millones de dólares para el Seguro de Supervivencia y 118.300 millones de dólares para el Seguro de Incapacidad. Por lo tanto, el gasto total bajo el epígrafe «Seguridad Social» ascendió a 675.500 millones de dólares.6

La eliminación completa de Seguridad Social y Medicare exigiría, por supuesto, la eliminación también de estos aspectos de los programas. Los primeros pasos posibles en esta dirección serían el establecimiento de pruebas de recursos para la recepción de estas ayudas, junto con la devolución de estos programas a los estados y las localidades. Estos pasos podrían comenzar al principio de la eliminación.

El efecto de la eliminación de lSeguridad Social/Medicare sobre los salarios reales y el nivel de vida general

Como se ha indicado anteriormente, desde el principio del proceso de eliminación de Seguridad Social/Medicare, todas las personas de 66 años o más tendrían la oportunidad de disfrutar de una vida en gran medida libre de impuestos federales sobre los ingresos derivados del empleo. Todas las personas de 66 años o más tendrían una exención de las rentas del trabajo superior a 100.000 dólares anuales, en términos de poder adquisitivo actual, durante el resto de su vida. Lo máximo que tendría que hacer una persona para asegurarse esta oportunidad en un año determinado sería abstenerse de percibir ingresos de Seguridad Social en ese año, si tuviera derecho a percibirlos. Los años de jubilación marcados por esta libertad del impuesto sobre la renta podrían convertirse así en verdaderos «Años Dorados».

Además, la eliminación progresiva del sistema de Seguridad Social/Medicare funcionaría para promover el ahorro y la acumulación de capital. El ahorro de los individuos sustituiría progresivamente a los impuestos como fuente de provisión para la vejez. El aumento de la acumulación de capital que esto haría posible aumentaría, por supuesto, la demanda de trabajo y la productividad del trabajo, lo que significa que aumentaría los salarios y la oferta de bienes, lo que reduciría los precios. Así, los salarios reales y el nivel de vida general aumentarían. El aumento sería continuo en la medida en que la tasa de acumulación de capital aumentara permanentemente como resultado de un mayor ahorro y de una mayor concentración en la producción de bienes de capital en relación con los bienes de consumo.

Al mismo tiempo, sin embargo, en el transcurso de los muchos años que serían necesarios para que la carga de Seguridad Social/Medicare alcanzara el punto de desaparición, todas aquellas personas de 35 años o menos en el momento del inicio del programa de eliminación progresiva, y muchos de sus hijos, aprenderían dolorosamente el significado de tener que pagar una deuda nacional. Porque las obligaciones financieras contraídas en virtud de Seguridad Social y Medicare constituyen de hecho una enorme deuda nacional. Son una enorme deuda nacional contraída con personas mayores y enfermas incapaces de cuidar de sí mismas. Personas incapaces en gran medida simplemente porque se les había prometido que el gobierno cuidaría de ellos y, por tanto, que no era necesario que ahorraran.

«Esperemos que haya un lugar especial en el infierno reservado para todos los estafadores políticos y timadores intelectuales de las últimas generaciones que desestimaron sin cesar la importancia de las deudas nacionales con frases tan simplistas como «nos lo debemos a nosotros mismos»...».

Dos lecciones importantes que hay que aprender del desastre financiero constituido por Seguridad Social/Medicare son que el gobierno debería tener prohibido incurrir en cualquier deuda nacional significativa y que una promesa gubernamental de pensiones o de provisión de asistencia médica futura es una categoría de deuda nacional. Todos los niveles de gobierno deberían tener prohibido constitucionalmente incurrir en cantidades significativas de deuda más allá de un plazo muy corto, incluyendo, sobre todo, las obligaciones de pensiones de cualquier tipo.

Esperemos que haya un lugar especial en el Infierno reservado para todos los estafadores políticos y timadores intelectuales de las últimas generaciones que desestimaron sin cesar la importancia de las deudas nacionales con frases tan simplistas como «nos lo debemos a nosotros mismos» y afirmaron que las deudas nacionales no tienen por qué pagarse nunca. Estos, por supuesto, eran los mismos estafadores y picapleitos que una y otra vez denunciaban ignorantemente el ahorro como acaparamiento de efectivo y la causa de las depresiones y el desempleo masivo.

Y en el caso de todos los funcionarios del gobierno que durante décadas y décadas utilizaron a sabiendas el producto de los impuestos de Seguridad Social para financiar el gasto corriente del gobierno, estos estafadores y picapleitos descendieron a la categoría de criminales mayores, culpables del delito de malversación a una escala sin precedentes en toda la historia de la humanidad. Desviaron literalmente billones de dólares de lo que a la gente se le hizo creer que eran sus ahorros, reservados para su beneficio futuro, hacia el gasto corriente del gobierno. El gasto se destinó a proyectos deseados por estos funcionarios y diseñados para mantenerlos en el cargo fomentando la ilusión de que los funcionarios habían realizado el milagro de proporcionar beneficios actuales aparentemente valiosos sin el coste correspondiente. Por supuesto, la razón de la aparente falta de coste era que los costes estaban cubiertos por los ingresos de la malversación.

Seguridad Social y Medicare han provocado una desviación masiva del ahorro hacia el consumo público, no sólo al desviar los ingresos procedentes de los impuestos de Seguridad Social y Medicare hacia el gasto público corriente, sino al socavar en primer lugar, y de forma más fundamental, una de las motivaciones más importantes del ahorro y la inversión privados, a saber, la necesidad de prever la propia vejez. El efecto de Seguridad Social y Medicare ha sido eliminar la aparente necesidad de gran parte de ese ahorro. No es de extrañar que, en la convicción de que el gobierno ahora se ocupaba de la vejez de la gente, la tasa de ahorro en los Estados Unidos haya disminuido precipitadamente a lo largo de los años, cayendo hasta cero en algunos años.

«Desde su creación en 1935 hasta la actualidad, el sistema de Seguridad Social ha servido tanto para socavar la motivación de las personas para prever la vejez y la jubilación mediante el ahorro como su propia capacidad para hacerlo.»

El gobierno, por supuesto, no hizo tal provisión real. En lugar de la acumulación de activos de capital físicos reales basados en décadas de ahorro e inversión privados, que en una economía libre habrían sido la fuente de la futura seguridad financiera, sustituyó su promesa de recaudar impuestos sobre las generaciones futuras, mientras consumía los fondos que deberían haberse destinado al ahorro y la inversión y a la consiguiente acumulación de activos de capital.

Hay que tener en cuenta que esta pérdida de ahorro e inversión privados y su correspondiente acumulación de bienes de capital era esencial sólo para mantener el stock de bienes de capital, por no hablar de aumentarlo. Esto se debe a que en la vejez y la jubilación, las personas consumen la riqueza que han acumulado para proveer ese periodo de sus vidas. Si las generaciones siguientes no se dedican a hacer su propia provisión para la vejez y la jubilación, el consumo de una generación actual de ancianos sirve para agotar el stock global de activos de capital en el sistema económico. Desde su creación en 1935 hasta la actualidad, el sistema de Seguridad Social, reforzado por Medicare desde 1965, ha servido tanto para socavar la motivación de las personas para prever la vejez y la jubilación mediante el ahorro como, a medida que aumentaban los impuestos para financiar estos programas, su capacidad para hacerlo. De este modo, se han ido perdiendo cada vez más los ahorros y los bienes de capital acumulados en el pasado.

Uno puede ver los efectos de esta desacumulación en el marchitamiento de la base industrial de los Estados Unidos y en el dramático declive que la acompaña de centros de producción anteriormente importantes, como Detroit, Cleveland y San Luis. La riqueza que una vez hubo allí ha desaparecido, absorbida por el consumo voraz del gobierno, bajo el liderazgo de políticos y funcionarios ignorantes, deshonestos y viciosos.

Por supuesto, la explicación habitual del declive de la base industrial americana es la competencia de los productores extranjeros que pagan salarios más bajos. Sin embargo, la verdad es que si los productores americanos hubieran tenido más capital, habrían podido producir de forma más eficiente y con costes más bajos, compensando así con mayor frecuencia las ventajas que tenían los productores extranjeros por poder pagar salarios más bajos. De hecho, durante generaciones, los productores americanos habían podido hacer esto. Su superioridad en términos de capital invertido por trabajador les permitía compensar incluso las enormes diferencias entre las tarifas salariales americanas y extranjeras gracias a la mayor productividad de los trabajadores americanos resultante de una mayor inversión de capital.

Es cierto que la inversión extranjera y la circulación internacional de capitales se han vuelto mucho más fáciles desde la segunda mitad del siglo pasado que en la primera mitad. Pero invertir en países extranjeros no reduce el capital invertido en los países en los que residen los inversores. Al contrario, aumenta ese capital. Esto se debe a que la inversión aumenta enormemente la productividad de la mano de obra y el total de lo que se produce en los países extranjeros, y una parte importante de esa producción adicional son bienes de capital que se exportan al país de los inversores. Del mismo modo que la inversión en los estados occidentales de los Estados Unidos por parte de ciudadanos de los estados orientales del país sirvió para aumentar la riqueza presente en los estados orientales, sobre la base de los bienes recibidos de los estados occidentales, también la inversión de los ciudadanos americanos en su conjunto en lugares como Japón y China sirve para aumentar los bienes de capital en los Estados Unidos en su conjunto, en virtud de los bienes de capital que le llegan de Japón y China. Estos bienes de capital pueden verse no sólo en las masas de componentes y piezas fabricados en el extranjero que utilizan los productores americanos, sino también en numerosas fábricas, como las plantas de automóviles construidas por empresas japonesas y coreanas en los Estados Unidos. La afluencia de capital extranjero también puede verse en el hecho de que es ese capital extranjero el que financia en gran medida los déficits presupuestarios de nuestro gobierno derrochador y evita que esos déficits consuman aún más el capital previamente acumulado de los Estados Unidos.

Así pues, la causa del declive industrial de América no es la inversión fuera del país. Tampoco, por supuesto, es exclusivamente el resultado de Seguridad Social y Medicare y la disminución del ahorro y la inversión que han provocado en particular.

Existen numerosas causas adicionales del declive económico de América. Sin embargo, todas ellas comparten con Seguridad Social y Medicare el hecho de que representan instancias de interferencia gubernamental en el sistema económico que sirven para socavar la acumulación de capital y el aumento de la productividad del trabajo. El primero y más importante de ellos es el apetito ilimitado del gobierno por el gasto y la interminable expansión de sus poderes y actividades que el creciente gasto alimenta. El gasto adicional se financia en gran medida mediante aumentos arbitrarios de la oferta monetaria, es decir, la inflación, y la política estrechamente relacionada de expansión del crédito y su consiguiente despilfarro masivo de capital. Junto con la inflación y la expansión del crédito, está la fiscalidad confiscatoria de los ingresos que de otro modo se habrían ahorrado e invertido en gran medida, sobre todo los beneficios, intereses, dividendos y ganancias de capital, así como los impuestos de sucesiones, que son un impuesto sobre el capital ya acumulado. Además, está la concesión de privilegios monopolísticos a los sindicatos y todas las demás interferencias y regulaciones gubernamentales que sirven arbitrariamente para elevar los costes de producción y reducir la producción por unidad de insumo, en la medida en que la producción que se reduce es la de bienes de capital.7

Los problemas específicos de la eliminación de Medicare

La eliminación de Medicare, sobre todo después de los 70 años, exige que se tomen medidas para que la atención médica a los ancianos sea asequible fuera de Medicare (y también fuera de la mayoría de los planes de seguros médicos privados). Esto requiere eliminar en la medida de lo posible toda la intervención gubernamental que a lo largo de las generaciones ha sido responsable del aumento del coste de la atención médica. En mi ensayo «El verdadero derecho a la atención médica frente a la medicina socializada», presento una explicación detallada de las diversas formas en que la intervención gubernamental ha sido responsable del aumento del coste de la atención médica prestada de forma privada y un programa de reforma a favor del libre mercado que reduciría drásticamente el coste de dicha atención médica y la haría asequible en su mayor parte para las personas sin seguro médico.

Aunque fue escrito en 1994, con el fin de ayudar a evitar la promulgación del llamado Plan Clinton, sus conclusiones son tan aplicables hoy como lo eran entonces, y deben ser consideradas como una parte esencial de mis propuestas para eliminar Seguridad Social/Medicare. Los únicos detalles significativos que habría que cambiar son la sustitución de los costes absurda e innecesariamente elevados de la atención médica privada en 1994, que reflejan toda la intervención gubernamental en la atención médica hasta ese momento, por los costes todavía mucho más absurda e innecesariamente elevados de la atención médica privada en la actualidad, que incorporan el efecto de la inflación masiva de la masa monetaria que ha tenido lugar en los años intermedios.

Reforma en el espíritu del liberalismo clásico

Una característica importante del programa de reforma que he presentado es que no tiene por qué ser aceptado en su totalidad. Su defensa de un aumento de la edad de jubilación de Seguridad Social/Medicare a los 70 años, e incluso a los 75, podría ser aceptada por quienes deseen mantener estos programas pero limitándolos a una población de más edad que la actual. La promulgación de cualquiera de estas limitaciones sería una victoria importante. Una que no alejaría nada del objetivo de la eliminación total definitiva de Seguridad Social y Medicare y que serviría como un paso importante en el camino hacia la consecución de ese objetivo.

Este programa parecerá sin duda demasiado lento para algunos partidarios de los derechos individuales y la libertad. Sin embargo, creo que es, de hecho, el medio más rápido de alcanzar su objetivo último que no implica un derrocamiento revolucionario de lo que han llegado a ser derechos establecidos en la ley, por muy equivocada que haya sido la ley al establecer esos derechos en primer lugar. Proceder de este modo es un aspecto esencial del liberalismo en su sentido clásico. Fundamentalmente, los derechos a prestaciones de cualquier tipo, que deben ser pagados involuntariamente por otras personas, no son más legítimos que los supuestos derechos de propiedad de los dueños de esclavos sobre sus esclavos. Sin embargo, para evitar la guerra civil, el liberalismo habría instado a una política de emancipación compensada en lugar de una de emancipación violenta. Hoy, en circunstancias fundamentalmente similares, el liberalismo debe limitar en la medida de lo posible los disturbios que de otro modo causaría la eliminación de derechos ilegítimos y pervertidos.

Individualismo versus colectivismo

En el nivel más fundamental, lo que este debate sobre la reforma sirve para poner de manifiesto es el conflicto entre las filosofías del individualismo y el colectivismo. Seguridad Social y Medicare son monumentos al colectivismo. Ambos se basan en la premisa de que el individuo no puede proveerse por sí mismo para la vejez mediante el ahorro y que, en su lugar, debe confiar en esa gran sociedad colectiva y organizada, es decir, el gobierno, para que le provea.

El individuo, por supuesto, es la parte que tiene, con mucho, el mayor interés, de hecho, el único interés realmente poderoso, de vida o muerte, en prever su vejez. El resto del mundo nunca podrá experimentar el asunto con la intensidad con la que él lo experimentará algún día si vive hasta la vejez, ni con la intensidad con la que lo experimentaría relativamente pronto en la vida si estuviera acostumbrado a pensar claramente en el futuro.

Muchos individuos, por supuesto, no piensan en el futuro, o no lo suficiente. Pero muchos de esta categoría, quizá la gran mayoría de ellos, lo harían si vivieran en condiciones en las que conocieran el sufrimiento ajeno derivado de malas elecciones y no estuvieran protegidos de sufrir ellos mismos las consecuencias de sus propias malas elecciones.

«La noción de que la supuesta incompetencia del individuo es una base para traspasar la responsabilidad al colectivo se reduce al absurdo de que aquellos que son incompetentes para dirigir sus propias vidas están por ello cualificados para dirigir las vidas de los demás».

En cualquier caso, no puede ser que una solución para cualquier presunta insuficiencia del individuo resida en eliminar su responsabilidad de proveer para su futuro y, en su lugar, poner esa responsabilidad en manos de una masa de otros individuos. En efecto, debe presumirse que esos otros individuos no sólo son igualmente incompetentes, sino que además carecen de la motivación de autoconservación que cada individuo experimenta en cuestiones de su propia vida y bienestar. De hecho, la noción de que la supuesta incompetencia del individuo es una base para traspasar la responsabilidad al colectivo se reduce al absurdo de que aquellos que son incompetentes para dirigir sus propias vidas, en las que todo está en juego para ellos, están por ello cualificados para dirigir las vidas de los demás, en las que prácticamente nada está en juego para ellos.

Las consecuencias de promulgar este absurdo no son sólo la destrucción económica a través del socavamiento del ahorro, sino también la posibilidad de nada menos que un holocausto geriátrico virtual. Ese será el resultado cuando las masas de ancianos, sin medios propios y dependientes en cambio del apoyo de masas de extraños anónimos, se despierten y descubran que los extraños se han cansado de mantenerlos.

Un anticipo de este resultado puede encontrarse en los «paneles de la muerte» que muchos observadores percibieron en la legislación sanitaria promulgada en el último Congreso. En los últimos días se han publicado noticias sobre los intentos de interrumpir los tratamientos de diálisis a pacientes de edad avanzada. (Véase, por ejemplo, «When Ailments Pile Up, Asking Patients to Rethink Free Dialysis», The New York Times, 1 de abril, p. 1.)

Con el control gubernamental de la atención médica y de lo que se considera un protocolo médico adecuado en el tratamiento de las enfermedades, incluso quienes han conseguido asegurar su propio futuro corren peligro.

A pesar de sus interminables poses y pretensiones, los políticos no aman a las masas, sean de la edad que sean. Lo que aman es su propio poder. Fingen amar a las masas como vehículo para conseguir el poder. La historia demuestra una y otra vez que, una vez que lo consiguen, las vidas de millones de personas pasan a ser prescindibles.

El hecho real es que mientras que las vidas de los ancianos tienen un valor inestimable, cuando se toman de una en una, para la persona anciana en cuestión, no tienen ningún valor real para los políticos y los funcionarios del gobierno. De hecho, desde la perspectiva del propio interés de los funcionarios todopoderosos, que consideran la tierra y el pueblo de su país como sus posesiones personales, sin otro propósito que su glorificación —la de los funcionarios—, la existencia de los ancianos es un verdadero impedimento. Porque los ancianos consumen cantidades sustanciales de los recursos de la colectividad que controlan los funcionarios, y al mismo tiempo producen poco o nada, y ya no tienen ninguna perspectiva de hacerlo nunca. Si dejaran de existir, los funcionarios dispondrían de recursos para destinarlos a otros usos que sin duda juzgarían más importantes.

Hoy en día, por supuesto, los ancianos todavía tienen el voto, y eso puede protegerlos durante un tiempo. Pero un gobierno todopoderoso es claramente la dirección en la que nos movemos. Nos estamos poniendo cada vez más en manos de funcionarios del gobierno que nos consideran como un granjero considera a su ganado. Podremos vivir, en la pobreza y como esclavos, mientras les seamos útiles. Pero cuando seamos demasiado viejos para serles útiles, nos dejarán morir. Como dice el artículo del Times antes citado, entonces se hablará de nosotros en términos tan eufemísticos como haber «optado por una ‘gestión médica sin diálisis’», es decir, una «gestión médica» sin tratamiento.

Si queremos proteger el valor de la vida humana individual, sobre todo en la vejez, cuando es más vulnerable, debemos dar marcha atrás y empezar a desmantelar Seguridad Social y Medicare, dos instituciones colectivistas potencialmente mortíferas. Debemos devolver al individuo la responsabilidad y el poder de determinar su propio futuro mediante la previsión y el ahorro. El individuo debe tener su propia propiedad individual con la libertad de utilizarla para su propio bienestar, como mejor le parezca. Los funcionarios del gobierno deben ser excluidos del proceso.

  • 1En el año fiscal 2012, se prevé que los gastos de Seguridad Social asciendan a 761.000 millones de dólares, mientras que los de Medicare serán de 468.000 millones. Se prevé que el gasto total del Gobierno federal en 2012 sea de 3,699 billones de dólares. Fuente: Fiscal Year 2012, Budget of the US Government (Washington, DC: US Government Printing Office, 2011), p. 174 (Tabla S-3).
  • 2Una excepción puede ser la propuesta presupuestaria que están elaborando actualmente varios miembros Republicanos de la Cámara de Representantes, que al parecer pretende reducir el gasto del gobierno federal en 4 billones de dólares en un periodo de 10 años, en gran parte sustituyendo el gasto federal directo en Medicare por subvenciones federales para la compra de seguros médicos privados. (Véase The Wall Street Journal, 4 de abril de 2011, p. 1.)
  • 3Fuente: Suplemento Estadístico Anual del Boletín de Seguridad Social, 2010, p. 228 (cuadro 5.A1.1).
  • 4Véase Medpac, Libro de datos de junio de 2010, , p. 34 (Gráfico 2-2. Afiliación a Medicare y gasto por grupo de edad, 2006).Descargar PDF Este gráfico muestra que casi el 31% del gasto de Medicare corresponde al grupo de edad de 65 a 74 años. Al mismo tiempo, los datos de Seguridad Social muestran que el subgrupo de 65-69 años representa el 55% del grupo de mayor edad. La mayor proporción de personas en el subgrupo más joven compensa en gran medida los mayores gastos médicos per cápita del subgrupo de más edad y sugiere la posibilidad del grado de reducción de costes indicado.
  • 5Véase Medpac, ibídem, p. 33 (gráfico 2-1).
  • 6Véase el Suplemento Estadístico Anual del Boletín de Seguridad Social, 2010, p. 1.
  • 7Para profundizar en este último punto, véase «The Undermining of Capital Accumulation and Real Wages by Government Intervention», pp. 636-639 de la obra del autor Capitalism: A Treatise on Economics (Ottawa, Illinois: Jameson Books, 1996).
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