Mises Daily

Aquí, el Estado no aparece por ninguna parte

Berry Picking, Mails of Grey, by James McIntosh Patrick

A medida que se acerca la alocada temporada electoral y se desempolvan los sombreros de paja, es prudente recordar lo que el anarquista americano del siglo XIX Henry David Thoreau llamaba «el negocio de vivir».

Aunque la mayoría de los libertarios conocen a Thoreau por su breve ensayo «Desobediencia civil» (1849) o, quizá, por su breve libro Walden, o la vida en los bosques (1854), la inmensa mayoría de la obra de Thoreau trata de la naturaleza —de la flora y la fauna— más que de política. Sus escritos reflejaban un profundo compromiso con la vida. Le encantaba pasear por los bosques y campos que rodeaban su casa. Ningún detalle era demasiado pequeño para sus diarios: una brizna de hierba rota, unas bayas ocultas tras una hoja, un nuevo tono en el canto de un pájaro, el movimiento de un insecto. De los diarios de Thoreau, alabados en su época, se desprende una alegría de vivir pura y simple.

Nadie en su círculo intelectual, que incluía a Ralph Waldo Emerson, parecía pensar que los escritos políticos de Thoreau resistirían el paso del tiempo. Tras la temprana muerte de Thoreau, su hermana Sophia ordenó sus obras no recopiladas en varios volúmenes que se publicarían a través de Ticknor and Fields. Los ensayos políticos de Thoreau se guardaron para el final, y aparecieron en un volumen titulado A Yankee in Canada with Anti-Slavery and Reform Papers (1866). El volumen incluía «Civil Disobedience» (Desobediencia civil), que se intercalaba de forma poco propicia entre «Prayers» (Oraciones) y «A Plea for Captain John Brown» (Una súplica por el capitán John Brown).

De no haber sido por un joven cruzado por la independencia de la India llamado Mohandas Gandhi, el ensayo podría haber quedado como una rareza entre los escritos de Thoreau sobre la naturaleza. Gandhi leyó «Sobre el deber de la desobediencia civil» (uno de los varios títulos del ensayo) mientras estaba en una prisión sudafricana por el delito de protestar de forma no violenta contra la discriminación de la población india en el Transvaal. El ensayo galvanizó a Gandhi, que escribió y publicó una sinopsis del argumento de Thoreau, calificando su «lógica incisiva... incontestable» y refiriéndose a Thoreau como «uno de los hombres más grandes y morales que ha producido América».

En gran medida gracias a Gandhi, el ensayo de Thoreau se ganó admiradores tan poderosos como el líder de los derechos civiles Martin Luther King. Así, la política de Thoreau tomó un camino extraño y tortuoso de vuelta a casa, donde se convirtió en uno de los tratados políticos más influyentes jamás escritos por un americano.

Nadie se habría sorprendido más que el propio Thoreau, para quien el oficio de vivir era inmensamente más importante que la política.

Y creo que se habría opuesto a que se retitulara su famoso ensayo como «Sobre el deber de la desobediencia civil». Thoreau no consideraba que resistirse al Estado fuera un deber que la gente debiera asumir. Todo lo contrario. Consideraba que el único deber verdadero, que todo hombre se debía a sí mismo, era el de vivir lo más profunda y honestamente posible. Sólo cuando vivir honestamente entraba en conflicto con la ley u otras expresiones de autoridad, se hacía necesario que la gente adoptara una postura política.

El famoso acto de desobediencia civil de Thoreau —negarse a pagar un impuesto que apoyaba la guerra— no fue el acto de un disidente político decidido, aunque ya se había manifestado en contra de la guerra con anterioridad. Pasó una noche en la cárcel porque el Estado llamó literalmente a su puerta en forma de recaudador de impuestos. En ese momento, al mirar al Estado a la cara, Thoreau tuvo que tomar una decisión.

Creía que la guerra entre México y América era inmoral: violaba tanto su sentido de la decencia como su teoría de los derechos. Mientras Thoreau no se viera forzado a participar en este “mal” apoyándolo, parecía contento con dedicarse a vivir, a disfrutar de la naturaleza, la familia y los amigos. La participación en la opresión de los demás, sin embargo, era donde Thoreau trazaba una línea dura, porque iba en contra de su deber de vivir honestamente.

Cuando Thoreau salió de la cárcel, se fue inmediatamente a cazar bayas con un grupo de muchachos. Sin rencores. Thoreau simplemente volvió a vivir profundamente sin perder el ritmo. Esta búsqueda de bayas después de la cárcel dio lugar a mi frase favorita de todos los escritos de Thoreau: Mientras recorría los senderos en busca de un jugoso tesoro, Thoreau se encontró de pie en lo alto de un campo. Contempló la continua y extensa belleza que le rodeaba y observó que «el Estado no se veía por ninguna parte».

Hoy es mucho más difícil que en la época de Thoreau encontrar lugares donde no se vea el Estado. Pero, tal vez, esto hace que sea mucho más importante intentarlo.

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Para muchas personas, el Estado desaparece en el desarrollo de su vida privada con la familia y los amigos, donde los lazos de afecto y confianza no tienen nada que ver con la ley gubernamental. Otras personas se pierden en aficiones como la cría de animales, en trabajos que les apasionan o en actos de caridad que nadie les impone.

Creo que Thoreau tenía razón en su intuición sobre la recogida de bayas. No existe el deber de enfrentarse al Estado salvo cuando pretende convertirte en cómplice activo de la opresión de los demás. Hay que aplaudir a quienes se levantan contra la injusticia de los demás, pero no deben hacerlo a expensas de su deber primordial: vivir profunda y honestamente. Este deber implica apartarse o alejarse (cuando sea posible) de los ámbitos de la vida en los que el Estado tiene jurisdicción. Dejar espacio, en cambio, a los que te permiten decir «Aquí, el Estado no aparece por ninguna parte».

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