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¿Cómo adquirió el gobierno federal este poder omnipotente? Ciertamente, no mediante una enmienda constitucional. Lo adquirió al convertir al gobierno federal después de la Segunda Guerra Mundial de una república de gobierno limitado a un segunda seguridad nacional.

La última saga de impugnaciones no hace más que confirmar el adagio de Thomas Paine: «El oficio de gobernar ha sido siempre monopolizado por los individuos más ignorantes y más bribones de la humanidad». Anota otra victoria para el Pantano.

Los activistas sociales consideran ahora el salario mínimo como otro programa de asistencia que puede reducir los costes de programas como Medicaid y los cupones de alimentos, y puede reducir la desigualdad. Pero el salario mínimo está muy mal orientado para estos fines.

Analicemos con sobriedad y ecuanimidad lo que dicen los estudios económicos y empíricos sobre las subidas del salario mínimo. Krugman y Biden afirman que no hay pruebas de que estas subidas afecten al empleo. Pero están siendo engañosos.

Las fronteras de un Estado deben cambiar con el tiempo para reflejar las realidades demográficas e ideológicas. Al negar esto, los líderes políticos están diciendo efectivamente que los derechos de las poblaciones minoritarias no importan.

Ahora oímos muchos llamamientos para que se aplique una mayor legislación antimonopolio a las grandes tecnológicas porque estas empresas son supuestamente monopolios. Pero la ley antimonopolio a la antigua fue un desastre, como lo serán los nuevos esfuerzos contra las empresas tecnológicas.

Los economistas de la corriente dominante afirman que China necesita más consumo y un mayor Estado de bienestar. Piensan que la alta tasa de ahorro de China es algo malo. Estos economistas se equivocan.

Son los conservadores, no los libertarios, los que son ingenuos sobre el poder de los grandes medios.

Los tipos negativos son una enorme transferencia de la riqueza de los ahorradores y de los salarios reales al gobierno y a los endeudados. Un impuesto a la prudencia. La destrucción de la percepción del riesgo que siempre beneficia a los más temerarios.

«No estoy en contra de los billetes de banco como tales... Quiero dar a todo el mundo el derecho a emitir sus propios billetes. El problema sería entonces conseguir que los demás acepten esos billetes privados; quizá nadie los acepte».