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La crisis energética europea podría volver pronto

Los precios europeos del gas natural se dispararon casi un 40% ante el riesgo de una escasez mundial de gas natural licuado. Los precios mayoristas de la electricidad en Europa se mantienen por debajo de los máximos históricos de la crisis energética, pero no han dejado de subir a medida que la volatilidad del espectro internacional de materias primas subraya la fragilidad del sistema energético europeo.

Desgraciadamente, los burócratas de la Unión Europea declararon el fin de la crisis energética como si fuera el resultado de una acción política decisiva, pero la realidad es que el problema energético en la UE sólo se vio atenuado por factores puramente externos: un invierno muy suave y el descenso de los precios mundiales de las materias primas debido a las subidas de tipos de los bancos centrales. Así pues, la crisis energética persiste, y persisten los problemas de seguridad del suministro y asequibilidad del sistema.

La dependencia de la Unión Europea del gas ruso no se ha resuelto; sólo se ha disimulado con un aumento masivo de la dependencia del carbón (lignito) en el caso de Alemania y del caro gas natural licuado importado del resto del mundo. A finales de 2022, la combinación energética de Alemania era el ejemplo más claro del fracaso de su política energética. La hulla y el lignito representaban el 31,2%, el gas natural el 13,8% y el petróleo el 0,8%, con la energía nuclear en el 6,0%. Tras casi 200.000 millones de euros en subvenciones a las renovables, Alemania necesita más carbón y gas natural importado. ¿Qué decidió el Gobierno tras enfrentarse al error de cerrar casi todo su parque nuclear? Lo ha adivinado. Doblar la apuesta y continuar con el proceso de cierre de las restantes. No es de extrañar que Alemania esté en recesión. Su modelo industrial requiere energía abundante y asequible, y los diferentes gobiernos han hecho que el coste de la energía no sea competitivo.

¿Y España? El Gobierno decidió aplicar una «excepción ibérica» que elimina el coste del gas del precio mayorista de la electricidad para volver a cobrarlo a los consumidores como recargo en la factura. ¿El resultado? La quinta factura eléctrica más alta de Europa envió cientos de millones de euros a Francia y Portugal que compraron la energía subvencionada mientras el consumidor español pagaba la factura a los productores de gas natural, y sus importaciones de gas natural licuado (GNL) ruso se dispararon, pero el gobierno intentó convencer a los ciudadanos de que el GNL de Novatek «no es gas ruso» porque no es un suministro de Gazprom por gasoducto, incluso cuando el proveedor es una multinacional energética rusa líder. Esto no se puede inventar.

Peor aún. Los consumidores no han notado la mejora de las materias primas en sus facturas. Si nos fijamos en las últimas cifras comunicadas por Eurostat sobre los precios de la electricidad en los hogares, estos aumentaron en todos los Estados miembros de la UE menos en dos en el segundo semestre de 2022, en comparación con el segundo semestre de 2021, justo cuando las materias primas se desplomaron en los mercados internacionales. La media de la UE se sitúa en 252 euros por MWh y en 261 euros por MWh en la zona del euro. Esta cifra es entre un 20 y un 30% superior a la tarifa media de electricidad residencial en EEUU, según datos de Energy Sage.

La crisis energética europea no se resolvió. Se disimuló gracias a un invierno suave y a la ralentización de las importaciones de carbón y gas procedentes de China. Los gobiernos europeos siguen apostando todo a una transición energética equivocada que ignora la seguridad del suministro y la competitividad y que hará que la UE dependa de China para las tierras raras y los metales, así como de EEUU y la OPEP para las materias primas.

La Unión Europea debería haber abandonado las decisiones ideológicas y permitir que la tecnología, la competencia y la industria aportaran la solución óptima que ofreciera un suministro de energía competitivo y seguro. Decidir prohibir el desarrollo de recursos nacionales y centrarse en fuentes de energía intermitentes y volátiles antes de que la tecnología de las baterías esté plenamente operativa es un enorme error que condena a la Unión Europea a sufrir mayores costes y un menor crecimiento. Las políticas medioambientales deben considerarse desde una perspectiva global. La UE representa menos del 10% de las emisiones mundiales, pero casi el 100% del coste. Debe centrarse en la competitividad, la seguridad de abastecimiento y el respeto al medio ambiente desde una perspectiva industrial. Ignorar la importancia de aprovechar al máximo la energía nuclear, la hidroeléctrica, el gas y todas las demás fuentes disponibles es peligroso. En China o los Estados Unidos, la asequibilidad, la seguridad de abastecimiento y la competitividad son los motores de la política energética. En Europa, es una visión equivocada del «no en mi patio trasero» lo que está haciendo que el continente dependa más de otros, no menos. Las subvenciones retrasan el necesario desarrollo de fuentes de energía intermitentes y volátiles porque los responsables políticos rechazan la importancia de la destrucción creativa y la competencia como motores del progreso. El intervencionismo no proporciona una energía mejor ni más barata, sino que hace que la Unión Europea pierda en la carrera tecnológica y de seguridad energética.

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