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Globalización, no globalismo: libre comercio versus ideología estatista destructiva

Mises Wire Connor O'Keeffe

Tras la crisis financiera de 2008, las publicaciones del establishment y los despachos ejecutivos de Wall Street se hicieron eco de que estábamos asistiendo a la muerte de la globalización. Los llamamientos se hicieron más fuertes y numerosos tras el Brexit, la elección de Donald Trump, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania. Sin embargo, los datos parecen rebatir esta narrativa. El comercio mundial alcanzó la cifra récord de 28,5 billones de dólares el año pasado, con previsiones de crecimiento para 2023. Sin embargo, se espera que el ritmo se ralentice. La razón no es tanto un problema de la propia globalización como los reveses históricos a los que se ha enfrentado el globalismo.

Antes de continuar, es importante definir algunos términos. La globalización se produce cuando las sociedades de todo el mundo empiezan a interactuar y a integrarse económica y políticamente. El comercio intercontinental experimentado durante la Era de la Vela y a través de la Ruta de la Seda son ejemplos tempranos de globalización. La globalización despegó realmente después de la Segunda Guerra Mundial y ha recibido un impulso reciente con la adopción generalizada de Internet. Es importante destacar que, en el discurso común, la globalización incluye tanto las actividades económicas voluntarias entre pueblos de distintas naciones como las actividades geopolíticas involuntarias de los gobiernos.

Por el contrario, Ian Bremmer define el globalismo como una ideología que aboga por la liberalización del comercio de arriba abajo y la integración mundial respaldada por una potencia unipolar. Los estatistas creen que el intercambio de mercado entre las personas es literalmente imposible sin gobierno; sólo cuando un grupo reclama el monopolio legal de la violencia y luego construye infraestructuras, proporciona seguridad, documenta los títulos de propiedad y sirve de árbitro final de las disputas puede llegar a existir un mercado. El globalismo es la aplicación de esta perspectiva al comercio internacional. Los globalistas creen que una gobernanza mundial de arriba abajo, impuesta y asegurada por una superpotencia unipolar, permite la globalización.

Pero, al igual que los estatistas a escala más local, la visión globalista es lógica e históricamente errónea. El comercio mundial ya estaba en marcha antes del primer gran intento de gobernanza mundial, la Sociedad de Naciones, en 1919. El objetivo declarado de la Liga era garantizar la paz y la justicia para todas las naciones del mundo a través de la seguridad colectiva. Fracasó estrepitosamente al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Pero el globalismo como ideología se afianzó después de la guerra. Europa quedó devastada. Esto dejó a los EEUU y a la URSS como los dos únicos países con capacidad para ejercer poder a escala mundial.

Así comenzó la era de globalización más rápida de la historia. El comercio se disparó a medida que la gente dejaba atrás la guerra. El proyecto globalista también despegó con la fundación de las Naciones Unidas y el Banco Mundial. El globalismo sólo se vio limitado por las diferencias ideológicas entre las dos superpotencias. La URSS quería apoyar las revoluciones, mientras que los EEUU aspiraba a una liberalización comercial de arriba abajo, lo que distanció a los recientes aliados y sumió al mundo en la Guerra Fría.

En los Estados Unidos, los neoliberales y los neoconservadores dominaron la corriente política gracias a su misión compartida de llevar los mercados y la democracia al mundo a punta de pistola y financiados por los contribuyentes de los EEUU. Afortunadamente para ellos, el ritmo al que sus intervenciones dentro y fuera del país destrozaban la sociedad de EEUU era más lento que el de los soviéticos. La abolición de los precios y de la propiedad privada condujo finalmente al colapso de la URSS a principios de la década de 1990. Con su principal adversario derrotado, los Estados Unidos había logrado uno de los principios centrales del globalismo, la unipolaridad.

Desde el principio, la clase dirigente de los EEUU se atiborró de su nueva influencia mundial. A través de nuevas organizaciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio, se introdujeron acuerdos de «libre comercio». Algunos ocupan cientos de páginas, aunque lo único que requiere el libre comercio es la ausencia de política. Los Estados Unidos navegó con su armada por los océanos del mundo prometiendo asegurar las rutas marítimas como un patrullero de carreteras mundial. Mediante la promesa de seguridad militar de los EEUU y la financiación de organizaciones internacionales de gobernanza, los contribuyentes de los EEUU se vieron obligados a subvencionar el comercio mundial.

Como destaca Murray Rothbard en Hombre, economía y Estado con Poder y mercado, no existe el comercio internacional en un mercado verdaderamente libre. Las naciones seguirían existiendo, pero serían bolsillos de cultura en lugar de unidades económicas. Cualquier restricción estatal al comercio entre personas basada en su ubicación es una violación de su libertad y un coste para la sociedad. La mayoría de los economistas del libre mercado entienden esto y abogan contra las restricciones estatales en consecuencia. Pero las subvenciones al comercio internacional también son antitéticas al libre mercado. La posición adecuada del libre mercado es la ausencia total de políticas por ambas partes. Sin restricciones ni subvenciones. Que la gente elija libremente con quién hace negocios. No debe haber mano en ninguno de los extremos de la balanza.

La integración económica no era ni mucho menos el único objetivo del régimen de EEUU durante su momento unipolar. Demasiada gente había ganado riqueza, poder y estatus durante la Guerra Fría como parte de la clase belicista de los EEUU. A pesar del colapso total de la URSS, lo último que quería hacer los Estados Unidos era declarar la victoria y renunciar a su posición privilegiada. En su lugar,los  Estados Unidos se afanó por encontrar un nuevo enemigo que justificara la continuación de esos privilegios. Sus ojos se posaron en Oriente Medio, donde, con el tiempo, lanzarían ocho guerras innecesarias que acabaron con cualquier noción de un «orden internacional basado en normas». La unipolaridad de los EEUU demostró que Albert Jay Nock tenía razón: los gobiernos son tan pacíficos como débiles.

Este deseo institucional de guerra sembraría las semillas de la destrucción del momento unipolar de los Estados Unidos. Mientras los Estados Unidos destruía cualquier noción de que defendía un orden basado en normas con su aventurerismo en Oriente Medio, se estaba gestando la tensión en Europa del Este y Asia Oriental. Para regocijo sin duda de las empresas armamentísticas y las élites de la política exterior, los gobiernos ruso y chino volvieron a transformarse en enemigos de los Estados Unidos.

La invasión rusa de Ucrania en febrero fue una enorme victoria para la maquinaria bélica de los EEUU, pero también representó un enorme paso atrás para el globalismo. Los rusos se separaron del orden global que los Estados Unidos había liderado durante tres décadas. La reacción de Occidente, basada en sanciones estrictas y en la desinversión económica forzosa, ahondó la grieta en el sistema global.

Lo que nos depare el futuro es una incógnita, pero el sueño globalista de un sistema singular de gobernanza mundial seguramente naufragará en un futuro próximo con la ruptura del bloque ruso-chino. Habrá dolor porque muchas conexiones entre naciones están controladas por los gobiernos; sin embargo, un grado significativo de globalización sigue siendo valorado por los consumidores del mundo. Los datos contradicen cualquier idea de que la globalización esté retrocediendo. Sólo se está ralentizando a medida que los gobiernos intentan arrastrar a los consumidores en su búsqueda de desinversión.

A pesar de las afirmaciones de que la globalización ha muerto, el comercio internacional sigue vivo. Pero el impulso hacia un mundo interconectado se está ralentizando a medida que la ideología del globalismo experimenta su mayor revés en décadas. La fusión estatista de la gobernanza mundial unipolar y el comercio internacional explica de dónde proceden estas afirmaciones y por qué son erróneas.

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