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Rompiendo la burbuja que fue FDR

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[FDR: New Political Life, (FDR: Una nueva vida política) de David T. Beito, Chicago: Open Universe, 2025, 283 pp.].

El presidente impulsó políticas que perturbarían el comercio exterior y causarían estragos económicos en el frente interno. Rodeándose de inflacionistas, proteccionistas e intervencionistas económicos, el presidente forzó el aumento de los costos de producción de casi todo, mientras afirmaba que estaba salvando la economía.

En el ámbito jurídico y político, gobernó mediante decretos ejecutivos, partiendo del supuesto de que no se debía cuestionar al presidente. Intimidó a los miembros de la Corte Suprema y del Congreso de los EEUU y, ante las crecientes críticas de los medios de comunicación, amenazó con retirar las licencias a las emisoras y con cerrar los periódicos y encarcelar a los editores y directores.

Su política exterior era imprudente y, a menudo, desconcertante. Favoreció a un dictador ruso e hizo todo lo posible por encubrir las atrocidades que cometió su homólogo.

Por si alguien piensa que estoy hablando de Donald Trump, se equivoca. El hombre en cuestión es el presidente más admirado por los historiadores académicos y los medios de comunicación modernos: Franklin Delano Roosevelt, el presidente que sigue siendo el abanderado del Partido Demócrata.

El historiador David Beito, —que ha escrito sobre la década de 1930 y sobre las complejidades de la era de los derechos civiles—, ha escrito la que podría ser su mejor obra hasta la fecha, FDR: A Political Life. Si el lector espera encontrar el mismo tipo de retrato hagiográfico de Roosevelt que escribirían Doris Kearns Goodwin o un columnista del New York Times, está leyendo el libro equivocado. Beito no solo destroza los más de doce años de la presidencia de FDR, sino también los primeros años de su vida que moldearon al hombre que atacaría la Constitución de los EEUU y el estado de derecho de una manera nunca vista desde los años de Abraham Lincoln.

Desde los primeros días de la carrera política de FDR, cuando ayudó a incluir las políticas de Jim Crow en los programas del New Deal del gobierno federal, hasta su papel en la detención de japoneses-americanos leales y su internamiento en lo que él mismo admitió que eran campos de concentración, pasando por su mala gestión del esfuerzo bélico de los EEUU en la Segunda Guerra Mundial, FDR dejó una estela de destrucción allá por donde pasó. Y fue el New Deal el que convirtió la Gran Depresión en «grande». Por si alguien cree que Beito está exagerando, tiene las pruebas. 

A juzgar por la sección inicial de esta reseña, uno podría pensar que Beito ha escrito un «artículo difamatorio» sobre Roosevelt, y sospecho que este libro, —si es que se reseña fuera de las publicaciones conservadoras/libertarias—, será tratado como una herejía condenable. Como escribió recientemente Joshua Mawhorter, los historiadores y periodistas americanos se sumaron a la narrativa política de que Herbert Hoover causó la Gran Depresión al no intervenir en la economía tras el crack bursátil de octubre de 1929. Difícilmente estarán dispuestos a aceptar nada que desafíe su narrativa.

Además, los historiadores citan habitualmente a FDR como el «mejor» presidente de América y, —aunque admiten algunos «defectos» en su presidencia— estos se pasan por alto como meras controversias. Sin embargo, como demuestra Beito a lo largo de este libro, la narrativa estándar de FDR como el hombre que sacó al país de la Gran Depresión y condujo hábilmente el camino hacia la victoria en la Segunda Guerra Mundial es, en el mejor de los casos, romántica y, en el peor, totalmente deshonesta. Es más, Beito la califica abiertamente de «presidencia fallida», lo que sin duda no le granjeará una crítica favorable en The New York Times.

FDR y el New Deal

Cuando Roosevelt se mudó a la Casa Blanca en marzo de 1933, la tasa de desempleo del país era superior al 25 %. La nación estaba preparada para que el presidente abordara la crisis, y FDR, que había prometido un «New Deal para el pueblo americano», siguió adelante con su plan.

A diferencia de la mayoría de los historiadores, Beito narra una serie de intervenciones económicas del gobierno de Herbert Hoover, contradiciendo la narrativa habitual de que Hoover se negó a intervenir debido a su sincera creencia en el poder de los mercados libres. También señala que las opiniones de FDR sobre el comercio eran muy similares a las de Hoover, lo cual es significativo dado que Hoover firmó la ruinosa Ley Smoot-Hawley de 1930.

Aunque los historiadores tienen opiniones divergentes sobre la eficacia económica de los programas del New Deal, Beito es inequívoco en su opinión de que el enfoque «sopa de letras» de FDR de empoderar al gobierno federal prolongó la Gran Depresión. En primer lugar, como señala, los ejes centrales del Primer New Deal fueron la Ley de Recuperación Nacional (NRA) y la Ley de Ajuste Agrícola (AAA), que buscaban cartelizar la mayor parte de la economía de los EEUU y reducir la producción total de bienes y alimentos, en lugar de aumentarla, lo que habría sido necesario para que se produjera una recuperación sólida.

Aunque la Administración Nacional de Recuperación logró recibir una publicidad favorable que rayaba en la propaganda, su misión era la destrucción económica, ya que los miles de códigos industriales elevaron los salarios por encima de los niveles del mercado y utilizaron la coacción directa para intimidar a los productores y que no produjeran nada. Cita a John T. Flynn, quien escribió sobre ello:

Escuadrones voladores de esos policías privados (encargados de hacer cumplir el código) vestidos con traje y corbata recorrían el distrito (de la confección de Nueva York) por la noche, derribando puertas con hachas en busca de hombres que cometían el delito de coser un par de pantalones por la noche.

Desgraciadamente, FDR no solo dañó la economía nacional al poner fin al patrón oro y crear cárteles empresariales impuestos por decreto gubernamental, sino que también causó un gran perjuicio en el extranjero al sabotear la Conferencia Económica de Londres de 1933, que era un intento de regenerar el sistema comercial mundial. Roosevelt siguió comprometido con políticas destinadas a forzar al alza los precios al consumidor y al productor, lo que solo exacerbó el problema del desempleo, razón por la cual la tasa de desempleo del país se mantuvo en dos dígitos hasta 1941.

Si había un modelo internacional que el New Deal pudiera seguir, ese era el fascismo italiano de Benito Mussolini. Roosevelt y sus asesores económicos, que llamaban a Mussolini «ese admirable caballero italiano», trataron de emular las políticas fascistas, aunque el gobierno de FDR no abandonó la democracia, como habían hecho Italia y otras naciones. (Sin embargo, el entusiasmo de Roosevelt por Mussolini disminuiría considerablemente tras la invasión italiana de Etiopía en 1935 y sus posteriores alianzas con la Alemania de Adolfo Hitler).

Después de que la Corte Suprema de los EEUU derogara la NRA y la AAA, Roosevelt intentó primero «llenar» la Corte Suprema con el fin de presionar a la mayoría de la corte para que diera un trato favorable al New Deal. (Es significativo que el «llenado» de la corte vuelva a estar en la agenda del Partido Demócrata). Aunque el relleno de la corte resultó ser políticamente radioactivo, FDR consiguió intimidar al alto tribunal para que viera con buenos ojos sus iniciativas del Segundo New Deal, entre las que se incluían una vigorosa legislación antimonopolio y un intento de obligar al mayor número posible de trabajadores de los EEUU a afiliarse a sindicatos que se verían envueltos en el Partido Demócrata.

Roosevelt también puso en marcha la Administración de Progreso de Obras (WPA), que se convirtió en una enorme herramienta de clientelismo para los demócratas, ya que el presidente la convirtió en un plan de compra de votos, en el que al menos algunos trabajadores de la WPA tenían que contribuir con dinero al Partido Demócrata solo para tener trabajo. En última instancia, sería la WPA la que FDR utilizaría para construir los campos de concentración donde el gobierno reunió a las personas de ascendencia japonesa que vivían en la costa oeste.

Ninguna de estas medidas «sopa de letras» trajo una recuperación significativa y, de hecho, FDR consiguió una «depresión dentro de la depresión», ya que la economía se hundió en 1937 y, en 1938, el desempleo se acercaba al 20 %. De hecho, a pesar de lo que puedan afirmar los historiadores académicos, el fracaso del New Deal no se debió a que el gasto público necesario para crear y mantener los programas fuera «demasiado escaso», sino más bien a que la combinación del gasto público, la regulación y los implacables ataques hostiles de Roosevelt a los empresarios (a los que llamaba «monárquicos económicos») creó lo que el economista Robert Higgs ha denominado «incertidumbre del régimen», que redujo en gran medida la inversión empresarial durante esa década.

La mayoría de los historiadores describen a FDR como alguien que tuvo que lidiar con una economía que en gran medida escapaba a su control, con calamidades que no él había provocado y a las que no podía responder con sus legítimos intentos de mitigar el daño. La realidad es que las políticas de Roosevelt aprovecharon la mala situación que heredó y luego bloquearon la recuperación económica que inevitablemente habría llegado si hubiera permitido que prevalecieran los mercados libres.

Los ataques de FDR a la libre expresión, los judíos y los negros

Como se ha señalado anteriormente en este artículo, FDR se aseguró de que los periodistas de radio y televisión sirvieran de portavoces de su administración amenazando sus licencias de la Comisión Federal de Comunicaciones. Sin embargo, los periódicos no estaban sujetos a tales regulaciones y contaban con el respaldo de la Primera Enmienda.

Sin embargo, a Roosevelt no le importaban la Constitución de los EEUU ni las libertades civiles, especialmente cuando se trataba de perseguir a sus enemigos políticos, y tenía muchos entre los editores y directores de periódicos. Mucho antes de que Richard Nixon avergonzara a su presidencia al utilizar el Servicio de Impuestos Internos como arma política, FDR escribió el manual de instrucciones.

Sin embargo, su peor ataque a las libertades civiles se produjo a través de las investigaciones del Congreso dirigidas por el senador Hugo Black, de Alabama, que había sido miembro del Ku Klux Klan. El Comité Black revisó ilegalmente miles de telegramas privados enviados y recibidos por personas que se oponían a Roosevelt. Aunque FDR no pudo controlar la prensa tan bien como hubiera deseado, sí fue capaz de intimidar y acosar a sus oponentes —y de salirse con la suya infringiendo la ley. Tras su ataque a la ley, Black fue recompensado con su nombramiento para la Corte Suprema de los EEUU, despojándose así de su túnica blanca del Klan para vestir la túnica negra de la «justicia».

Aunque algunos historiadores han intentado rehabilitar a Roosevelt, alegando que las acusaciones de racismo y antisemitismo son exageradas, su administración demostró en muchas ocasiones una hostilidad abierta hacia los afroamericanos y los judíos. En lo que respecta a los judíos, sus acciones al denegar la entrada en EEUU a los judíos que intentaban huir de Europa y su indiferencia ante la matanza de judíos por parte de la Alemania nazi contribuyeron a hacer posible el Holocausto, enviando a Hitler el mensaje de que los judíos europeos eran presa fácil.

A los negros americanos no les fue mucho mejor. En primer lugar, FDR no hizo ningún intento por incluir a los negros en los proyectos del New Deal, como la WPA, y, al impulsar la expansión de los sindicatos, sabía que los sindicatos racistas se asegurarían de que los negros no pudieran encontrar trabajo, ya que muchos de ellos no permitían a los trabajadores negros en sus oficios. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, no hizo nada para impedir que las Fuerzas Armadas de los EEUU trataran de forma vergonzosa a los soldados negros, obligándolos a vivir en barracones destartalados y segregados y alimentándolos con comida de peor calidad que la que se servía a los militares blancos.

FDR y la Segunda Guerra Mundial

Como señala Beito, Roosevelt afirmaba «odiar la guerra» mientras, al mismo tiempo, intentaba maniobrar para que los EEUU entrara en el conflicto. Una vez que los EEUU entró en guerra, cualquier oposición organizada que existía a la entrada de los EEUU se desvaneció. Desgraciadamente, Roosevelt hizo todo lo posible para prolongar la guerra y causar el mayor daño interno posible.

Beito señala que FDR intentó utilizar la política de guerra como herramienta de ingeniería social. Además, su administración aplicó un régimen de control de precios y otras medidas reguladoras estrictas que garantizaron un robusto mercado negro tanto de los cupones utilizados para comprar productos como de los propios productos regulados.

A lo largo de la guerra, Roosevelt mostró una sorprendente indiferencia hacia el destino de los judíos en la Europa de Hitler, a pesar de los numerosos informes creíbles sobre las masacres diarias de judíos y otros «indeseables» nazis. Al final de la guerra, fomentó los bombardeos de ciudades alemanas que no eran conocidas por ser centros de producción de material bélico, con el único propósito de matar al mayor número posible de civiles. El salvaje bombardeo de Dresde en febrero de 1945 fue la culminación de esta política despiadada y mortal.

Quizás lo peor que hizo FDR para prolongar la guerra fue insistir en que Alemania, Japón e Italia aceptaran los términos de la rendición incondicional, lo que garantizaba que los beligerantes del Eje fueran más propensos a luchar hasta el final, sabiendo que sus conquistadores probablemente serían despiadados en la victoria. Su insistencia en la rendición incondicional retrasó la rendición italiana, con el resultado de que los alemanes pudieron fortificar mejor sus posiciones defensivas, lo que hizo que los combates en suelo italiano fueran peores de lo que habrían sido de otro modo, lo que provocó la pérdida de miles de vidas de soldados americanos.

(La ironía de la rendición japonesa a finales del verano de 1945 fue que Japón habría estado dispuesto a rendirse antes, siempre y cuando la nación pudiera conservar a su emperador, algo que los EEUU se negó rotundamente a aceptar. Al final, se permitió a los japoneses conservar a su emperador, pero si FDR no hubiera sido tan inflexible con la rendición incondicional, se podrían haber salvado cientos de miles de vidas. Aunque Roosevelt ya había fallecido durante los últimos combates contra Japón, el presidente Harry Truman simplemente continuó con las políticas implementadas por FDR).

Roosevelt también respaldó el plan del secretario del Tesoro, Henry Morganthau, de convertir la Alemania de la posguerra en una tierra de pequeñas granjas de subsistencia sin capacidad de fabricación. Cuando la noticia del infame « (Plan  llegó a Alemania, reforzó la determinación alemana de luchar, lo que socavó los intentos de los alemanes de derrocar a Hitler y rendirse a los aliados. El presidente abandonaría más tarde ese plan, pero no antes de que provocara cientos de miles de muertes innecesarias.

Roosevelt consiguió complacer a una persona con sus exigencias, Josef Stalin, a quien FDR llamaba cariñosamente «tío Joe». Ninguna administración hizo más por intentar apoyar y rehabilitar a la Unión Soviética en un momento en que era el régimen más asesino de la historia mundial. También permitió que su propia administración fuera infiltrada por espías e informantes soviéticos, y fue FDR quien aprobó la esclavitud de Europa del Este por parte de Stalin, una tragedia que no se deshizo hasta 1989.

Conclusión

Al calificar a la administración Roosevelt de «presidencia fallida», Beito no está siendo superficial en su juicio. En el ámbito económico, Roosevelt saboteó cualquier oportunidad de una recuperación significativa e institucionalizó el Estado benefactor y el Estado regulador americano. El hombre que juró «proteger y defender» la Constitución de los EEUU destripó la Carta de Derechos, reunió injustamente a personas inocentes en campos de concentración y se negó a liberarlas incluso cuando estaba claro que los japoneses-americanos ya habían demostrado su lealtad al esfuerzo bélico de los EEUU.

¿Qué hay de la afirmación de que Roosevelt fue un «gran líder» que se vio obligado a lidiar con circunstancias desafortunadas que se le impusieron a él y a esta nación? Si bien es cierto que, cuando FDR asumió el cargo, el desempleo se encontraba en niveles históricamente altos, en lugar de permitir que la economía de los EEUU se recuperara de las calamidades de Hoover, Roosevelt optó por intervenir aún más, con resultados predecibles. En lugar de apagar el fuego, FDR le echó gasolina.

Como líder bélico, prolongó el conflicto tanto en Europa como en Japón al insistir en la rendición incondicional, con la consiguiente carnicería totalmente previsible. Aunque los historiadores se centren en sus tranquilizadoras «charlas junto al fuego» a través de las ondas, no le exigen los mismos criterios que habrían exigido a otros presidentes. Sí, tanto los historiadores como los medios de comunicación se apresuran a destacar la retórica, cuando deberían fijarse en los resultados. Beito concluye:

Describir a Roosevelt como un presidente fracasado no implica que careciera de talento en el arte de la política y la persuasión. Al contrario. Según esos criterios, FDR a menudo destacó como un jefe ejecutivo «eficaz». La base del fracaso era más profunda que eso. La mejor manera de evaluarlo es estudiando las consecuencias de sus acciones. FDR fue un presidente fracasado principalmente porque puso sus considerables habilidades al servicio de objetivos mucho menos loables, como una obsesión despiadada por el avance personal y político, políticas económicas contraproducentes y la creación de una vasta burocracia federal centralizada e irresponsable.

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