Gran Gobierno

Paul Samuelson piensa que si el Estado te obliga a hacer un intercambio con alguien o te pone impuestos, esto no es un gran problema.

No fueron el «fascismo» o «Rusia» los que normalizaron los confinamientos, los mandatos y los beneficios masivos de los compinches políticamente conectados en Occidente —fueron los supuestos defensores de la «democracia liberal».

El régimen nazi no representó un mal único en la historia, sino una combinación ya convencional de dos peligrosas tendencias ideológicas: el nacionalismo y el socialismo.

Los profetas actuales de una Europa unida comparten con los conquistadores del pasado, como Napoleón y Hitler, una fuerte preferencia por una sociedad dirigida, de forma más o menos violenta, por una pequeña élite política. Todo en nombre de la «paz eterna».

Desde la Gran Depresión hasta la Guerra Fría, pasando por la Guerra al Terror, el régimen busca repetidamente mantener a sus ciudadanos en un estado de miedo. Y hay un «enemigo» que siempre está ahí para que el Estado nos salve: la «codicia» y el capitalismo.

La expresión «justicia social» parece ser empleada por mucha gente como casi un sinónimo de la palabra «igualdad». «Pero si la igualdad es lo mismo que la justicia social, entonces la justicia social no puede ser en absoluto justicia».

Si hoy vienen por el fumador, mañana vendrán por ti. El neoprohibicionismo lleva mucho tiempo en marcha.

La democracia representativa no puede subsistir si una gran parte de los votantes está en la nómina del gobierno. Si los funcionarios elegidos ya no se consideran servidores de los contribuyentes, sino delegados de los que reciben sueldos, dotes y subvenciones, la democracia está acabada.

Al mantener a la población en un estado de aprensión artificialmente elevado, el gobierno y los medios de comunicación preparan el terreno para plantar medidas específicas de impuestos, regulación, vigilancia, información y otras invasiones de la riqueza, la privacidad y las libertades del pueblo.

Hamilton estaba «tan hechizado y pervertido por el ejemplo británico», escribió Jefferson, «como para estar bajo la completa convicción de que la corrupción era esencial para el gobierno de una nación».