Una crítica común al capitalismo es que pone «los lucros por encima de las personas». Pero esto implica una falsa elección —la idea de que debemos elegir una cosa o la otra. Pero la realidad es que las personas no pueden sobrevivir sin lucros. Todo ser vivo debe obtener un lucro energético neto —si no consume más calorías de las que quema, muere. Los organismos vivos tienen una alarma incorporada —el hambre— que les avisa cuando están en déficit, pero las organizaciones no tienen ese mecanismo. Las sociedades —capitalistas, socialistas o comunistas— no pueden sobrevivir si sus principales productores de energía consumen más energía de la que generan. Pero, ¿cómo sabe un productor de petróleo, por ejemplo, si un pozo determinado producirá más energía en forma de petróleo de la que cuesta extraerlo de la tierra, transportarlo a una refinería y procesarlo?
En teoría, el productor podría realizar un balance energético neto comparando las BTU contenidas en el petróleo recuperable con la energía necesaria para fabricar las tuberías, válvulas, accesorios y demás equipos utilizados en la extracción, el transporte y el refinado. Pero incluso si el balance energético es positivo, ¿la producción de petróleo nos beneficia o sólo nos deja un problema de almacenamiento? El balance energético no nos dice nada sobre la demanda. Tampoco nos dice qué debería producirse a partir del petróleo: gasolina, gasóleo, plásticos, lubricantes o cualquiera de los cientos de otros productos.
Además, la única razón por la que un balance energético funciona es que la energía aparece en ambos lados de la ecuación. Estoy dispuesto, por ejemplo, a gastar 10 BTU de energía para producir 100 BTU de petróleo, pero ¿cuánta energía debería gastar para producir una fanega de maíz o un par de zapatos?
Marx abogaba por utilizar el tiempo de trabajo incorporado como sustituto del valor, pero el contenido de trabajo es tan difícil de calcular como el contenido de energía. Y, al igual que el contenido energético, no nos dice nada sobre la demanda. Además, tanto el contenido laboral como el energético son estáticos; no se ajustan a las condiciones cambiantes ni al descubrimiento de nuevas tecnologías.
El dinero es una aproximación mucho más útil porque los precios monetarios surgen de innumerables intercambios voluntarios de bienes y servicios en todo el mundo. A medida que cambian las circunstancias, cambian también los valores relativos que la gente atribuye a esos bienes y servicios, y los ajustes de precios resultantes señalan esos cambios casi instantáneamente.
Nuestro productor de petróleo no necesita calcular cuánta energía o mano de obra se empleó en fabricar las tuberías, válvulas y equipos utilizados para extraer y refinar el petróleo. Todo lo que necesita saber son los precios de los equipos, el coste de su instalación y el precio que espera obtener por su petróleo. Como los precios de mercado incorporan los costes de la energía, la mano de obra y los recursos empleados en la producción, destilan una enorme cantidad de información en una sola cifra. Mientras el productor de petróleo obtenga un beneficio monetario neto, puede estar seguro de que está sirviendo a los consumidores. Los beneficios son una señal de que los recursos se utilizan con eficiencia, lo que permite a los productores asignar los escasos recursos a sus usos más valiosos.
La distorsión de los precios —ya sea causada por la manipulación de la oferta monetaria, la imposición de controles de precios, la aplicación de leyes contra la especulación o una regulación excesiva— crea una desinformación que se extiende por toda la economía. Los precios de mercado no son arbitrarios; son señales que transmiten información sobre la escasez, la demanda y los costes de oportunidad. Cuando estas señales están distorsionadas, productores y consumidores toman decisiones basadas en información falsa, lo que lleva a una mala asignación de recursos escasos que tienen usos alternativos. Por ejemplo, unos precios artificialmente bajos pueden fomentar el consumo excesivo y el despilfarro, mientras que unos precios artificialmente altos pueden ahogar la producción y la innovación. En ambos casos, el resultado es la ineficiencia, que en última instancia reduce la riqueza, la seguridad y el nivel de vida.
Los lucros no son inmorales —son necesarios. Al igual que los organismos necesitan un excedente neto de energía para vivir, las sociedades necesitan lucros para mantenerse. Como escribió Isabel Patterson: «La producción es lucro; y el lucro es producción... son la misma cosa. Cuando un hombre planta patatas, si no obtiene más de lo que ha invertido, no ha producido nada». La energía y el contenido de mano de obra son guías torpes e inadecuadas para tomar decisiones económicas complejas. Sólo los precios de mercado, que reflejan las preferencias y limitaciones siempre cambiantes de los individuos, proporcionan la información en tiempo real necesaria para asignar los recursos de forma eficiente.