Power & Market

Los hechiceros de la demanda

Uno de los errores más profundos del pensamiento económico moderno es la falsa creencia de que la demanda, por sí sola, crea riqueza. Esta es la ilusión central que subyace al keynesianismo, al monetarismo y a cualquier otra forma de intervención violenta en el dinero y el crédito.

Los malvados planificadores pretenden que pueden inyectar demanda por la fuerza y que la producción simplemente seguirá. Pero la demanda no es una fuerza mágica que pueda ser conjurada a voluntad por un puñado de hechiceros con trajes a medida. Si no está respaldada por un sacrificio real y una producción previa, es falsa.

La riqueza real es siempre el resultado de compensaciones dentro de un mundo de escasez. Toda acción económica implica una oportunidad perdida. El dinero sólido no genera demanda de la nada, sino que la atrae. Atrae mano de obra, capital y tiempo de un uso a otro, de acuerdo con las preferencias reales y el sacrificio real. Refleja lo que los individuos están dispuestos a renunciar en otros ámbitos. En ese mismo proceso se crea la riqueza.

Es cierto: el dinero estatista puede estimular la economía. Puede construir casas, financiar fábricas e impulsar un auge bursátil. Los individuos ven nuevos proyectos, nuevos puestos de trabajo y dicen: «¡Mirad, este “dinero” ha creado riqueza! ¡Es un milagro!». Pero hay algo que se les escapa: el Estado no puede crear riqueza, solo puede redirigirla, de forma fraudulenta, temporal y destructiva.

Lo que hay que entender es sencillo: cuando alguien se abstiene de gastar, libera recursos reales para que otros los utilicen. Ese acto de ahorro es una abstención del consumo, y esa abstención hace que los bienes reales —de los que el dinero es solo una abstracción— estén disponibles para que otros los reclamen.

Esto es más que una observación; es la base de toda acción humana. La escasez hace necesaria la elección. La elección implica concesiones. Las concesiones implican un coste. Actúas porque no puedes hacerlo todo: debes elegir y renunciar. Negar esto es negar que la acción existe. Tal es la herejía praxeológica.

El Estado intenta desafiar las leyes inmutables de la acción humana: crear derechos sin sacrificio, consumo sin producción, riqueza de la nada.

Sin embargo, no puede hacer aparecer acero, madera, mano de obra o máquinas. Solo puede desviar los recursos reales de donde habrían ido si los ahorradores y los consumidores hubieran sido libres de guiar el mercado, sin ninguna señal inmediata de que se haya producido tal desviación, o más bien, enmascarando el mecanismo de retroalimentación del mercado mediante el uso de dinero fiduciario y estatista.

El panadero ve que aumenta la demanda de pan y contrata a más trabajadores. El constructor ve que aumenta la demanda de viviendas y amplía su plantilla. Pero nadie ha renunciado a nada para que esos recursos estén disponibles. La demanda a la que responden no está respaldada por la abstención, sino que se fabrica mediante la coacción. La economía solo parece rica en capital de forma temporal.

Al final, tanto el panadero como el constructor descubren que su demanda nunca fue real. No se basaba en las preferencias de los consumidores. Fue conjurada por la violencia: el sistema monetario estatista.

El panadero compró más hornos. El constructor sentó las bases, creyendo que los compradores estaban esperando. Pero el «dinero» que lo hacía todo parecer posible perdió su fuerza. La inflación siguió su curso. El poder adquisitivo decayó. La propiedad se redistribuyó silenciosamente. El espejismo se desvaneció. El mercado volvió a su estado real —solo que con planes rotos y menos capital.

Esto es el colapso. No es un misterio, sino un ajuste de cuentas: no del libre mercado, sino del estatismo que lo distorsionó. No hay nada libre en la coacción y el crédito falso. Es una corrección necesaria, un doloroso reconocimiento de que la economía ha estado funcionando sobre la base de mentiras y violencia.

La estructura de la producción debe reconstruirse, no en torno a otra ronda de promesas impresas, sino en torno a lo que los individuos realmente quieren y están dispuestos a sacrificar. El ahorro no es un fetiche anticuado. Es una condición previa para la prosperidad.

image/svg+xml
Image Source: Adobe Stock
Note: The views expressed on Mises.org are not necessarily those of the Mises Institute.
What is the Mises Institute?

The Mises Institute is a non-profit organization that exists to promote teaching and research in the Austrian School of economics, individual freedom, honest history, and international peace, in the tradition of Ludwig von Mises and Murray N. Rothbard. 

Non-political, non-partisan, and non-PC, we advocate a radical shift in the intellectual climate, away from statism and toward a private property order. We believe that our foundational ideas are of permanent value, and oppose all efforts at compromise, sellout, and amalgamation of these ideas with fashionable political, cultural, and social doctrines inimical to their spirit.

Become a Member
Mises Institute