La réplica del profesor Hülsmann a mi anterior respuesta está, como siempre, elegantemente redactada y guiada por el espíritu del debate colegiado. Sin embargo, a pesar de su pulido estilo retórico, debo discrepar en varios puntos, especialmente cuando su argumento se basa en conjeturas empíricas y no en la necesidad praxeológica. Abordaré tres puntos sucesivamente: (1) mi supuesta negación de la posibilidad de contracción del crédito y reducción de los medios fiduciarios, (2) la imposibilidad de la hiperinflación con una masa monetaria constante, y (3) la cuestión de cómo financiar medidas temporales para suavizar la transición en una reforma monetaria.
1. Sobre la desaparición del banco central y la reducción de los medios fiduciarios
Hülsmann afirma que niego la probable reducción de los medios fiduciarios cuando se suprime un banco central: «En definitiva, por lo tanto, [según Bagus] no habría reducción de los medios fiduciarios y, por lo tanto, tampoco presión deflacionista sobre los precios».
Sin embargo, yo escribí: «podría producirse una contracción del crédito si los bancos comerciales, temiendo una retirada masiva de depósitos, aumentaran voluntariamente sus ratios de reserva, o si las pérdidas en los pasivos del banco central provocaran directamente una retirada masiva de depósitos». Dado que una contracción del crédito (del crédito circulante) reduce los medios fiduciarios, no afirmo lo que el profesor Hülsmann me atribuye.
Una contracción del crédito puede ser el resultado de aumentos preventivos de los coeficientes de reserva por parte de los bancos o de retiradas de depósitos que obliguen directamente a realizar dichos ajustes; estas causas son equivalentes en esencia. Además, en Argentina, uno de los principales indicadores que pueden inducir a los bancos a restringir el crédito es el propio tipo de cambio. Una fuerte subida del precio del dólar suele preceder y señalar una retirada masiva de depósitos inminente.
2. Sobre la hiperinflación con una masa monetaria constante
La principal cuestión teórica es si puede haber hiperinflación (una rápida caída del poder adquisitivo) de una moneda fiduciaria con una oferta monetaria constante. Hülsmann lo considera imposible, afirmando que «la hiperinflación no se deriva únicamente de una pérdida de confianza, sino de una pérdida de confianza combinada con un enorme aumento de la masa monetaria».
Yo sostengo que la demanda de dinero puede caer sin que se produzcan aumentos enormes y continuos de la oferta monetaria. En el caso histórico de Argentina, la demanda de dinero estaba cayendo rápidamente cuando Milei asumió la presidencia. El gobierno anterior había aumentado enormemente la oferta monetaria, acelerando la inflación de los precios. Se había desencadenado una espiral inflacionaria en la que una menor demanda de pesos provocaba un aumento de los precios (que se reflejaba de forma más visible en el tipo de cambio del dólar), lo que conducía a una mayor pérdida de confianza y de demanda de pesos, y así sucesivamente. No es necesario que la oferta monetaria siga aumentando hasta la última etapa de la hiperinflación; la expansión anterior ya puede haber desencadenado la pérdida de confianza. La eliminación del banco central en el primer día de Milei en el cargo no habría detenido el proceso de pérdida de confianza; más bien, el peso habría perdido la esperanza de ser convertible a un tipo fijo en dólares.1
Sin embargo, el caso argentino solo sirve como ejemplo hipotético para aclarar la lógica; el argumento es deductivo. La esencia del argumento sigue siendo teórica, no histórica. Si la demanda de dinero e e cae más rápido que la disminución de la oferta, su poder adquisitivo debe disminuir; si la caída de la demanda es drástica, el resultado es la hiperinflación. El hecho de que la cantidad nominal de dinero cambie deja de ser relevante una vez que se derrumba la confianza en la moneda.
Sin embargo, el profesor Hülsmann sigue dudando de que, con una masa monetaria constante, sea posible una hiperinflación, y da tres razones para ello.
En primer lugar, apela a la experiencia: «Nunca he oído ni leído nada parecido en la vida real». Sin embargo, la praxeología no es una ciencia inductiva. Es una ciencia deductiva a priori cuya tarea es dilucidar las implicaciones lógicas de la acción humana en diferentes situaciones. Que algo no haya ocurrido históricamente no lo hace imposible. Ludwig von Mises, en su Teoría del dinero y del crédito (1912), derivó una teoría de los tipos de cambio flexibles del dinero fiduciario cuando el mundo aún estaba bajo el patrón oro. Si alguien le hubiera dicho a Mises: «Nunca he oído ni leído nada parecido en la vida real», eso no habría invalidado sus correctas afirmaciones a priori.
En segundo lugar, el profesor Hülsmann afirma que la demanda de pesos no podría colapsar porque siguen siendo necesarios para pagar impuestos. Este argumento reproduce la afirmación central de la Teoría Monetaria Moderna: que los impuestos sostienen el valor del dinero fiduciario al crear coercitivamente demanda para él. El argumento implica que un aumento de los impuestos aumenta la demanda de dinero.2 Sin embargo, en un escenario de colapso de la confianza en el peso, los individuos pueden cambiar los pesos inmediatamente por dólares después de recibirlos, satisfaciendo sus obligaciones fiscales solo en el último momento. La mera existencia de obligaciones fiscales no fija el valor del dinero si las expectativas se vuelven radicalmente pesimistas. La demanda no monetaria residual es insuficiente para estabilizar el poder adquisitivo de la moneda una vez que se derrumba la confianza. La historia ofrece muchos casos —la Alemania de Weimar3, Zimbabue, Venezuela— en los que las obligaciones fiscales no impidieron la hiperinflación. Más concretamente, el aumento de los impuestos no habría detenido ni ralentizado estas hiperinflaciones.
En tercer lugar, Hülsmann sostiene que debo decidir: o bien la hiperinflación se produce instantáneamente, ya que la demanda de dinero cae «a la velocidad del rayo», en cuyo caso no sería perjudicial y se produciría «sin lágrimas», o bien la demanda cae menos rápidamente, en cuyo caso no habría hiperinflación en absoluto.
Hay que hacer tres aclaraciones. En primer lugar, nunca he dicho que la demanda de dinero se evapore de la noche a la mañana. Más bien, he descrito el proceso de una espiral hiperinflacionaria, en la que la caída de la demanda de dinero provoca un aumento de los precios (sobre todo del tipo de cambio), lo que a su vez provoca una nueva caída de la demanda de dinero, y así sucesivamente. En segundo lugar, incluso si la hiperinflación se produce rápidamente, habrá pérdidas masivas para algunos —aquellos que no fueron lo suficientemente rápidos para convertir los pesos en dólares. Independientemente de la velocidad del proceso, se produce una enorme redistribución. Los que convierten sus pesos en dólares más rápidamente ganan a expensas de los que no lo hacen. Los que tenían una parte relativamente menor de sus activos en pesos ganan a expensas de los que tenían una parte mayor. Parece plausible que esta traumática experiencia provoque «lágrimas», dificultades sociales y disturbios en un país donde la tasa de pobreza ronda el 50 %. Especialmente cuando ya se ha producido una situación similar, como en Argentina con el corralito en 2001, cuando la oposición peronista organizó disturbios, hubo muertos y el presidente electo Fernando de la Rúa tuvo que huir de la Casa Rosada en helicóptero.
En tercer lugar, la dicotomía de Hülsmann se basa en una oposición binaria innecesaria. No es cierto que o bien se produce una caída de la demanda de dinero «a la velocidad del rayo» o bien no hay hiperinflación. No es necesariamente que la demanda de dinero caiga a la velocidad del rayo para producir hiperinflación (con una oferta monetaria constante). La demanda de dinero puede caer progresivamente con el tiempo. Y aunque la hiperinflación o la desmonetización de un dinero fiduciario que los consumidores ya no quieren es económicamente beneficiosa a largo plazo, puede seguir causando estragos sociales, financieros y políticos a corto plazo que pueden provocar el derrocamiento de un gobierno, dependiendo de las circunstancias históricas.
3. Sobre las medidas fiscales temporales
Por último, el profesor Hülsmann aclara su afirmación sobre las «medidas temporales para ayudar a los más vulnerables durante la fase de transición» de un proceso de reforma monetaria. Afirma que no se refería a un gasto público adicional en favor de los más vulnerables, sino a «importantes desgravaciones fiscales para las donaciones benéficas y la eliminación de los requisitos normativos (informes, códigos de construcción, etc.) que podrían suponer una carga para el funcionamiento de las organizaciones de autoayuda». Pero, ¿por qué estas medidas deben ser solo «temporales» y no permanentes? Hülsmann recomienda «la eliminación de los requisitos reglamentarios (informes, códigos de construcción, etc.)». ¿Por qué deben reintroducirse estos requisitos reglamentarios más adelante?
Además, el análisis de Hülsmann pasa por alto una consecuencia importante. Si hay desgravaciones fiscales, a corto plazo cabe esperar que los ingresos públicos disminuyan, lo que provocaría un déficit público si no se reducen otros gastos. El análisis no especifica cómo se financiaría ese déficit. Quizás Hülsmann piense que la disminución de los ingresos fiscales puede compensarse con una disminución de alguna partida del presupuesto público. Sin embargo, una reducción del gasto gubernamental también eliminaría la alternativa que he mencionado para facilitar la transición, es decir, una eliminación gradual de la expansión monetaria en lugar de una terminación abrupta.
Conclusión
En resumen, ninguna de las objeciones del profesor Hülsmann socava la proposición teórica en cuestión: que la hiperinflación puede, en principio, ser el resultado de un colapso de la demanda de dinero, incluso con una oferta constante. Estas son las implicaciones de la lógica de la acción humana, independientes de los precedentes históricos e inmunes a la refutación empírica.
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Además, el banco central argentino había esterilizado una cantidad significativa de dinero adicional, al recomprar los pesos emitidos con deudas que pagaban intereses y que garantizaban una mayor inflación en el futuro. Los controles de precios también frenaron la inflación. El desastre ya se estaba gestando en Argentina.
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Como me ha señalado Bernardo Ferrero, los impuestos solo pueden aumentar la demanda no monetaria de dinero. El dinero como tal se demanda para facilitar los intercambios y protegerse contra la incertidumbre percibida. Cuando se demanda un bien con el fin de pagar impuestos, la motivación es diferente: proviene del deseo de evitar el castigo por la morosidad fiscal, como el encarcelamiento. En este caso, el bien se demanda como bien de consumo —su servicio consiste en evitar la coacción— y no como medio de intercambio o reserva de riqueza. El aumento de los impuestos puede, de hecho, acelerar el proceso de desmonetización, ya que una fiscalidad más elevada desincentiva aún más la producción de bienes y servicios y, por lo tanto, deprime la demanda de intercambio de dinero. Cuando se produce una hiperinflación, como en Argentina, y la economía se dolariza espontáneamente, esta demanda no monetaria podría incluso satisfacerse con pesos desmonetizados, es decir, pesos que ya no se utilizan como medio de intercambio o reserva de valor. Además, la apreciación subjetiva que tiene la gente de los servicios no monetarios del peso —es decir, evitar el castigo y el riesgo de ser castigado— depende del marco institucional. No es independiente de acontecimientos como el colapso bancario, el impago de la deuda pública o la hiperinflación. Cabe mencionar otro punto en relación con el argumento del profesor Hülsmann de que los impuestos sostienen la demanda de dinero. Durante las hiperinflaciones, los ingresos fiscales reales suelen colapsar y pueden llegar a ser económicamente irrelevantes. En Argentina, por ejemplo, el impuesto sobre la renta quedó temporalmente sin efecto. La disminución de los ingresos fiscales reales durante las hiperinflaciones es precisamente lo que motiva a los gobiernos a emprender una reforma monetaria.
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Bernardo Ferrero (2024), «Fiat Money et Pereat Mundus: Reflexiones sobre el centenario de la hiperinflación de Weimar», Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política, vol. 21, n.º 1, pp. 329-378, analiza los análisis praxeológicos de Cannan, Mises y Einaudi sobre la demanda de dinero durante la hiperinflación de Weimar. Estos muestran que la demanda de dinero se derrumbó mucho antes de que la oferta de dinero se acercara al infinito.