La reciente decisión de Standard & Poor’s de mantener la calificación crediticia de Grecia en «estable» no fue una sorpresa, pero resultó instructiva. Confirmó que los mercados consideran que Grecia es un país fiscalmente disciplinado e institucionalmente creíble, pero que aún necesita una renovación estructural más profunda.
Ese equilibrio entre la confianza recuperada y la reforma inconclusa define la economía griega actual. El gobernador del Banco de Grecia, Yannis Stournaras, ha destacado acertadamente que el país está creciendo «al doble de la media de la UE» —una señal positiva de vitalidad tras años de austeridad y estancamiento. Su optimismo refleja un progreso genuino: Grecia ha estabilizado sus finanzas públicas, ha recuperado el acceso al mercado y ha demostrado su resiliencia.
Sin embargo, este panorama alentador debe situarse en su contexto. Según Eurostat, el PIB real de Grecia creció un 2,3 % en 2023, frente al 1,1 % de la UE. Las previsiones para 2024-25 sugieren una tendencia similar. Pero el PIB per cápita de Grecia, ajustado al poder adquisitivo, sigue rondando el 68 % de la media de la UE —prácticamente sin cambios desde 2019. La productividad por hora trabajada es aproximadamente un 25 % inferior a la media de la zona del euro y, aunque la inversión se ha recuperado, sigue estando por debajo de la mediana europea.
A estos ritmos relativos, la convergencia con la media de la UE en cuanto a nivel de vida podría tardar más de tres décadas. La estabilidad, aunque vital, no es lo mismo que la transformación que impulsará las tasas de crecimiento a niveles más altos.
De superviviente de la crisis a reformista cauteloso
Grecia ha recorrido un largo camino desde lo más profundo de su crisis de deuda. Se ha restablecido la credibilidad fiscal, se han reabierto los mercados y se ha moderado la inflación. La administración pública es más predecible y la confianza de los inversores se ha vuelto marcadamente positiva. El turismo sigue sustentando el crecimiento y ha vuelto la confianza.
Sin embargo, el modelo de crecimiento subyacente sigue siendo limitado. La presión fiscal sobre el trabajo sigue siendo elevada, persiste la informalidad y la demografía y la escasez de mano de obra cualificada lastran la productividad. La economía sigue dependiendo excesivamente de los servicios y el consumo, mientras que se queda rezagada en materia de exportaciones e innovación.
La confianza del gobernador Stournaras en la recuperación es comprensible y, en muchos sentidos, justificada. Pero la siguiente etapa de la historia económica de Grecia requiere un cambio de la estabilidad macroeconómica a la renovación microeconómica.
El denominador halagador
La afirmación de que el crecimiento es «el doble de la media de la UE» también debe interpretarse con perspectiva. Con una expansión de la zona del euro de aproximadamente el 1 %, el crecimiento más rápido de Grecia refleja en parte una base europea débil. En términos absolutos, la producción sigue estando muy por debajo del potencial anterior a la crisis. El verdadero reto no es la velocidad relativa, sino el aumento sostenible de la productividad que pueda elevar los ingresos y la competitividad a lo largo del tiempo.
La brecha narrativa
El debate económico en Grecia tiende a derivar hacia el optimismo. Tras años de volatilidad, es comprensible que tanto los responsables políticos como los ciudadanos valoren la estabilidad. Los bancos centrales también deben proyectar confianza para mantener la confianza. Pero este optimismo necesario puede a veces ocultar las cuestiones más difíciles: cómo ampliar la base productiva, mejorar la eficiencia y atraer inversiones de alto valor.
Los medios de comunicación y el debate público tienden a amplificar los discursos oficiales en lugar de cuestionarlos. Con un espacio limitado para el análisis económico riguroso, los matices de la reforma a menudo se pierden entre las estadísticas y el sentimiento.
Más allá de la virtud fiscal
La disciplina fiscal que restauró la credibilidad de Grecia ahora debe ir acompañada de un enfoque similar en la productividad. Los fondos de recuperación de la UE brindan una oportunidad única para modernizar la infraestructura, fomentar la innovación y profundizar la capacidad de exportación. La experiencia de Irlanda en la década de 1990 muestra cómo se pueden lograr tales transiciones cuando la credibilidad de las políticas se combina con la ambición estructural.
Para Grecia, el objetivo no es solo crecer más rápido que Europa, sino crecer de forma diferente —centrándose en la creación de valor, la tecnología y la inclusión.
La cruda realidad
La calificación «estable» de S&P resume la situación actual de Grecia: un prestatario creíble con una gestión macroeconómica sólida, pero que aún busca los motores de la convergencia. Se trata de un logro digno de reconocimiento —pero también un recordatorio del camino que queda por recorrer.
El optimismo del gobernador Stournaras tiene su lugar; mantiene la moral y es señal de continuidad. Pero a medida que Grecia avanza más allá de la recuperación, la necesidad imperiosa pasa de la confianza a la capacidad —de los presupuestos equilibrados al crecimiento equilibrado.
La estabilidad se ha ganado. La siguiente tarea es convertirla en fortaleza estructural.