Cuando el conservadurismo dominante echa la vista atrás al legado de William F. Buckley Jr., a menudo se cita su contribución a convertir el conservadurismo en algo «respetable» y su excomunión de lo que se considera «chiflados» y «conspiradores». Su momento de mayor orgullo es la purga de Buckley de la Sociedad John Birch, que se supone que hizo respetables a National Review y al movimiento conservador. Además, el apologista medio de la purga la cita como el momento en que supuestamente se eliminó a los teóricos de la conspiración.
Esta historia impregna la historiografía dominante de la historia americana. Es la siguiente: en 1962, Buckley y los fusionistas de National Review se preparaban para lanzar la campaña de Goldwater. Goldwater se había convertido en el candidato de la revista —un hombre que citaba El camino hacia la servidumbre, de F. A. Hayek, y La mente conservadora, de Russell Kirk, como definidores de su canon personal y que ocupaba un escaño en el Senado de los EEUU por Arizona.
Aunque Buckley había fundado Young Americans for Freedom (YAF) en 1960, esta organización tenía un rival en cuanto a tamaño, fundada en 1958 por un vendedor de dulces jubilado. La John Birch Society (JBS) era una alianza de pequeños empresarios y fabricantes organizada por Robert Welch. Welch creía que una conspiración comunista se había apoderado de la nación e incluso se había infiltrado en los más altos niveles del gobierno. Si bien es cierto que se había producido una infiltración comunista (véanse los casos de Alger Hiss o Harry Dexter White), la afirmación más famosa de Welch de que el presidente Eisenhower era un agente comunista consciente era, como mínimo, exagerada.
Eisenhower era un republicano liberal, lo que los libertarios pueden equiparar con el socialismo, pero no era comunista.
La campaña de Goldwater sabía que necesitaba el apoyo vital de la Sociedad John Birch, cuya presencia en los estados occidentales sería fundamental para la campaña y la recaudación de fondos para la campaña presidencial. A Buckley y a los fusionistas les preocupaba que las declaraciones más absurdas de Welch, recogidas en un libro inédito que Welch había escrito titulado The Politician, dieran a la izquierda un arma vital para difamar la campaña de Goldwater tachándola de extremista.
Goldwater se reunió con Buckley, Russell Kirk y William Baroody, fundador del AEI, y habló sobre la actualidad. Pero finalmente se mencionó a los birchers. Kirk insistió en que Robert Welch estaba desconectado de la realidad, a lo que Goldwater replicó que todos los demás hombres de Phoenix eran birchers, incluso los poderosos más influyentes.
Decidieron intentar abrir una brecha entre Welch y la Sociedad. Buckley escribió un artículo en la edición del 13 de febrero de 1962 de National Review en el que postulaba que los Birchers debían distanciarse de su líder, que había perdido el contacto con la realidad. Kirk y Goldwater siguieron su ejemplo en el siguiente número con cartas a la revista en las que se mostraban de acuerdo con el análisis de Buckley, dejando así a Robert Welch fuera del movimiento.
Goldwater finalmente no ganó. Para cuando llegó 1964, Goldwater había perdido su entusiasmo por la carrera presidencial. Kennedy había sido asesinado el año anterior y Baroody había acorralado a Buckley y Brent Bozzell —que había escrito como negro Conscience of a Conservative (La conciencia de un conservador) de Goldwater— fuera de la campaña. Los medios de comunicación tildaron a Goldwater de extremista de todos modos, y Lyndon Johnson aprovechó el belicismo de Goldwater con el famoso anuncio «Daisy».
Pero esto no fue el final de la lucha de National Review con la Sociedad John Birch. Sin una campaña presidencial a la vista, Buckley entró en guerra con la JBS. Sam Tanenhaus, —biógrafo autorizado de Buckley—, postula que entró en guerra como un intento envidioso de combatir la popularidad de la sociedad. Argumenta que Buckley veía a la JBS como un competidor de la YAF y, por lo tanto, excomulgó al grupo para hacerse con un mayor control sobre la organización de la derecha. Las historias más convencionales afirman que fue un último intento de hacer respetable el conservadurismo.
En realidad, la verdad es mucho más rothbardiana.
En 1965, la John Birch Society ya era conocida por sus vallas publicitarias con el lema «¡Sacadnos de allí!», que exigían la salida de los Estados Unidos de las Naciones Unidas. Pronto se convirtieron en sinónimo de un llamamiento a salir de Vietnam.
A partir de ese año, Welch comenzó a creer que la guerra de Vietnam era un complot comunista para destruir a los Estados Unidos en un atolladero, mientras ignoraba el complot comunista interno. Welch comenzó a expresar estas teorías en el principal órgano de la sociedad, American Opinion (una publicación en la que Ludwig von Mises formaba parte del comité editorial). Esto fue lo que provocó que Buckley dedicara la edición del 19 de octubre de 1965 de National Review a la cuestión de excomulgar a los Birchers de una vez por todas.
El cambio de postura de los Birchers hacia Vietnam parece haber interesado finalmente al editor jefe James Burnham, que escribió su propia columna sobre el tema. Burnham era un ex empleado de la CIA —hasta qué punto se puede ser un ex miembro de la agencia, nunca se sabrá— cuya principal preocupación en National Review era la confrontación con la Unión Soviética como línea oficial del movimiento conservador.
Frank S. Meyer, —el más libertario de los fusionistas—, comentaría a su discípulo y eventual expatriado de NR, Gary Wills, que el control que Burnham ejercía sobre la revista daba la impresión de que estaba dirigida por la CIA. A Burnham no le importaba mucho Goldwater durante la campaña de 1964, ya que siempre había sido más bien un republicano rockefelleriano, y por lo tanto no le importaba el tema de la Sociedad John Birch. Pero una vez que este grupo centró su atención en la guerra de Vietnam en lugar de en Earl Warren, Burnham atacó.
Buckley inició la excomunión, escribiendo que, entre las muchas cuestiones que hacían necesario revisar la cuestión Bircher,
...el presidente de los Estados Unidos está involucrado en acciones anticomunistas en el sudeste asiático y, por esa razón, se encuentra bajo una gran presión por parte de la izquierda americana. Pero también, sorprendentemente, está bajo la presión de un sector de la derecha americana, al que Robert Welch ha enseñado que las medidas aparentemente anticomunistas adoptadas por el gobierno de los Estados Unidos no pueden ser realmente anticomunistas, ya que nuestro gobierno está controlado por comunistas. Este razonamiento, que nos priva del apoyo público de los conservadores a las medidas anticomunistas cuando se adoptan, debe ser analizado y combatido.
La propia columna de Frank Meyer, Principles & Heresies, argumentaba que la mente conspirativa de Welch inhibía las medidas anticomunistas, «la culminación de esto... cuando el lema “Get US Out” (Sacadnos de allí) pasó de ser un lema contra la ONU a un lema para sacar a Estados Unidos de Vietnam, situando a la Birch Society al lado del SNCC, Staughton Lynd, los manifestantes y los quemadores de tarjetas de reclutamiento».
El propio Burnham asestó el golpe mortal al escribir en su columna, acertadamente titulada Tercera Guerra Mundial: «Su postura sobre Vietnam confirma, no por primera vez, que cualquier americano que quiera contribuir seriamente a la seguridad y el bienestar de su país y oponerse al comunismo tendrá que mantenerse alejado de la JBS».
Según las palabras de los excomulgadores, parece que la gota que colmó el vaso para las conspiraciones de la JBS no fue su naturaleza. Más bien, el problema fue cuando concluyó que valía la pena oponerse a la guerra de Vietnam. La cuestión era la postura de la sociedad sobre la política exterior —el tema más importante para National Review.
Buckley no excomulgó a los «chiflados y conspiradores», sino a quienes se oponían a la imprudente y peligrosa guerra de Vietnam. Puede que los Birchers no tuvieran toda la razón en su comprensión causal, pero la guerra de Vietnam fue efectivamente un atolladero. Las acciones de la guerra de Vietnam conducirían a una mayor expansión del comunismo en todo el sudeste asiático. Difundirían el izquierdismo en los Estados Unidos al agitar a los manifestantes contra la guerra. La maquinaria bélica y la política económica necesaria para sostenerla provocarían, en efecto, el socialismo del que advertía Welch. Puede que se equivocara al pensar que los responsables políticos de los Estados Unidos lo pretendían, pero fue lo que provocaron. Quizá National Review debería haber prestado atención a las advertencias de American Opinion.