«Justin era un amigo leal y un hombre valiente que soportó su sufrimiento con dignidad y fue indispensable para la causa de mantener a nuestro país fuera de estas malditas guerras», escribió Pat Buchanan en 2019 al conocer la noticia del fallecimiento de Justin Raimondo. Raimondo era un veterano del antiguo club paleoconservador-paleolibertario John Randolph —el grupo de expertos que estuvo detrás de las campañas de Buchanan en 1992 y 1996. También ayudó a fundar el Radical Caucus del Partido Libertario y fue cofundador del sitio web menos favorito de David Frum, Antiwar.com.
Raimondo fue autor de dos libros —una biografía de Murray Rothbard y su obra más conocida, Reclaiming the American Right. Con un prólogo de Buchanan, Raimondo critica a los neoconservadores y fusionistas por dejar de lado lo que él consideraba una auténtica derecha antiglobalista y no intervencionista. Raimondo trabajó y escribió junto a titanes como Rothbard, Buchanan, Paul Gottfried, Bill Kauffman y Sam Francis, abogando por un retorno al realismo libertario no intervencionista. Si bien se puede debatir el mérito de su argumento, hay que lidiar con el hombre que llegó a encarnar el sentimiento antibélico en la derecha MAGA.
Raimondo dedicó gran parte de su tiempo a polemizar sobre la última intervención en el extranjero, pero, en 2011, escribió dos artículos, «Why Governments Make War» (Por qué los gobiernos hacen la guerra) y «Looking at the Big Picture» (Mirando el panorama general), en los que articula su teoría del realismo libertario. Yuxtapone su teoría con el realismo tradicional, que enfatiza los supuestos intereses de los grandes Estados, el liberalismo, que promete la paz perpetua en la tradición de Immanuel Kant, y el marxismo, que considera todos los conflictos como productos de la estructura de clases capitalista.
El realismo libertario se fija en las presiones e influencias políticas internas para explicar por qué la política exterior de un Estado es como es. Si el premio Nobel James Buchanan caracterizó su teoría de la elección pública como «política sin romanticismo», entonces el realismo de Raimondo es relaciones internacionales sin romanticismo.
La teoría de Raimondo es subjetivista, no en el sentido de que niegue la realidad o la capacidad de observar la realidad, sino en el sentido de que niega que existan «fuerzas externas» objetivas que provoquen el movimiento de los Estados. Los Estados están formados por individuos, personal, políticos y grupos de presión. Raimondo emplea el individualismo metodológico, al estilo de los economistas austriacos y de la elección pública, para comprender las acciones de la política exterior.
En este sentido, Raimondo se opone a la noción tradicionalmente realista del interés nacional. Los Estados no tienen intereses únicos y cohesionados. Los individuos tienen intereses y esos individuos están detrás de las decisiones que se toman en las relaciones internacionales. Los Estados no tienen una fuerza imperiosa que les obligue a posicionarse para equilibrar el poder de otras potencias a medida que crecen, ni existen fuerzas imperiosas que traigan consigo una paz perpetua, como afirman los liberales.
Más bien, lo que impulsa la política exterior es el deseo de los políticos y los burócratas de mantener el poder. Todos los políticos están motivados de alguna manera por su deseo de permanecer en el poder. Por eso, el intercambio de favores y la legislación clientelista dominan la política legislativa, en contraposición a la legislación breve sobre un solo tema. Un político que desea ser reelegido tiene mucho que ganar si incluye el gasto en sus distritos en proyectos de ley más amplios que tienen más probabilidades de ser aprobados con la ayuda de sus colegas.
Del mismo modo, en el ámbito de la política exterior, los políticos y los burócratas están motivados por mantener el poder. La política exterior es un ámbito que el público no comprende ni considera prioritario, por lo que es susceptible de verse influido por los intereses de los grupos de presión y los burócratas. El coste de que un público generalmente desinteresado —que en general quiere que sus hijos y padres regresen a casa desde el extranjero y dejen de jugar a ser la policía del mundo— castigue las desviaciones de la política exterior por parte de los políticos es elevado.
Un grupo de interés organizado, como un lobby étnico, un contratista militar o una burocracia interna, tiene muchas más ventajas para influir en la política exterior en favor de sus intereses. Esos intereses pueden ser financieros, pero también morales o ideológicos, como demostraron los neoconservadores de finales de los años setenta y ochenta. Su cruzada estaba impregnada de su pasado trotskista o wilsoniano y de su deseo de luchar contra la Unión Soviética. Su capacidad para posicionarse en el poder y en los think tanks influyentes les permitió llevar a los Estados Unidos a la guerra con Irak en dos ocasiones.
Estos intereses se encuentran en la raíz de la política exterior entre los Estados: los actores interesados empujan a los Estados hacia la guerra, motivados principalmente por mantenerse en el poder. ¿Por qué Nancy Pelosi, —entonces presidenta de la Cámara de Representantes—, realizó un viaje arriesgado y controvertido a Taiwán en 2022? En parte, para atraer a la numerosa población taiwanesa de su distrito, aunque ello conllevara el riesgo de una escalada con China. Del mismo modo, gran parte de la política americana hacia Cuba estuvo motivada principalmente por los exiliados cubanos en el estado de Florida, que hasta hace poco era un estado electoral disputado.
La política americana hacia Venezuela no está realmente motivada por el deseo de acabar con el fentanilo, que llega principalmente a los Estados Unidos a través de México, o la cocaína, que proviene principalmente de Colombia. Más bien podemos fijarnos en la motivación del secretario de Estado Marco Rubio, que tiene un largo historial de oposición a Maduro. Además, se puede fijar la atención en los exiliados cubanos, que citan las subvenciones del gobierno cubano por parte de Maduro y Chávez como un apoyo al régimen autoritario.
Cuando los responsables políticos argumentan que un conflicto beneficia a los intereses del pueblo americana, un realista libertario debe preguntarse: ¿los intereses de quién? ¿Tiene algo que ganar el americano promedio con una nueva crisis de refugiados que se dirige hacia la frontera sur? ¿Se beneficiará más el venezolano medio de un Estado controlado por los cárteles que de uno militar comunista? Una crisis de refugiados con cárteles aún más militarizados en su seno probablemente empeorará la vida de los comunes de a pie. Nadie se pregunta si esta nueva cruzada contra los cárteles provocará pronto ataques terroristas en nuestras fronteras.
En un mundo sin la presidencia imperial de Arthur Schlesinger, estas cuestiones se debatirían y se tendrían en cuenta. Pero, en cambio, nos queda analizar la cuestión de quién se beneficia de cada intervención que vemos ante nosotros. No se trata de un juego de «nombra esa conspiración» en el que se asigna un nombre a algún poder conspirativo ambiguo. Más bien, como escribe Raimondo, «es necesario citar datos concretos, es decir, pruebas que establezcan conexiones causales entre individuos específicos, determinados resultados políticos y beneficios acumulados».
Raimondo consideraba que el papel de un realista libertario consistía en identificar el «quién es quién» de la política exterior: quién se beneficia y cómo se perjudica a la población.
En los años veinte y treinta, América se mostraba escéptico ante las afirmaciones de Franklin Roosevelt sobre la necesidad de intervenir, en parte debido a la identificación de quiénes se habían beneficiado de la Primera Guerra Mundial: los fabricantes de armas como Du Pont, J.P. Morgan & Co. y el gobierno británico. Muchas familias nunca vieron regresar a sus seres queridos, vieron cómo se devaluaba su moneda, cómo se reclutaba su economía y cómo no obtenían ningún beneficio. No es de extrañar que llenaran las filas del Comité América Primero.
Es necesario llevar a cabo una investigación rigurosa sobre quién se beneficia de la guerra y la intervención. La teoría de Raimondo es controvertida y no puede descartarse fácilmente. Su teoría presenta un análisis causal-realista de las relaciones internacionales, que no solo se aplica a los Estados Unidos. Es una teoría generalista que nos ayuda a comprender los asuntos internacionales en todo el mundo. Todos los Estados están dirigidos por políticos que, por encima de todo, desean el poder. Depende de nosotros utilizar este conjunto de herramientas, esta lente, para analizar críticamente la política exterior que se nos presenta y ver si realmente beneficiará al americano promedio.