Las ideas nominalistas influyeron en la revolución científica, configurando su abandono de la metafísica, su perspectiva mecanicista y la matematización de todas las ciencias. Por ejemplo, Hobbes era un nominalista convencido y afirmaba que «en el mundo no hay nada universal salvo los nombres; porque las cosas nombradas son cada una de ellas individual y singular». Su idea del contrato no provenía de la negociación, sino que se asemejaba a un «modelo como los de la física —un modelo en el que, como resto de la energeia de la antigua physis, los hombres eran capaces de moverse por sí mismos, pero sin dirección, caóticamente; así, en el estado imaginario de la naturaleza, viven abrumados por el miedo a la muerte», según Dalmacio Negro.
Newton —coetáneo de Hobbes en los primeros tiempos de la Royal Society— veía el universo como un reloj al que hay que dar cuerda periódicamente. Sin ser directamente nominalista, esto no era meramente metafórico; creía que la mecanización de la naturaleza le servía de modelo y paradigma. Por ejemplo, las ideas de Newton se utilizaron para describir los organismos biológicos como relojes, explicando procesos como la circulación sanguínea como mecánicos. Estos organismos, como los relojes, también podían rebobinarse. Newton sostenía que, para mantener el universo, Dios tenía que invertir periódicamente los efectos históricos, restableciendo el equilibrio entre las fuerzas gravitatorias y las inerciales.
A continuación, según Amos Funkenstein, los ideales de base nominalista en la ciencia incluyen: homogeneización: la idea de que las leyes deben explicar todos los fenómenos, tanto naturales como sociales; mecanización: la creencia de que toda la naturaleza puede explicarse en términos físico-mecánicos; unequivocación: la noción de que todos los nombres son arbitrarios, lo que implica que el lenguaje puede alterarse; y matematización: la afirmación de que el lenguaje matemático constructivo es el mejor marco para explicar los fenómenos sociales.
Estos ideales están estrechamente relacionados con el concepto de eficiencia estática, que sigue dominando los manuales de economía. En primer lugar, el mayor error de la economía es la homogeneización, es decir, intentar aplicar los mismos métodos utilizados en las ciencias naturales a las ciencias sociales, que se basan en la acción humana. El método apropiado para estudiar la acción humana es el razonamiento lógico-deductivo, como explicó Rothbard. Este error puede observarse en economistas como Samuelson, que utilizan en exceso la terminología de las ciencias físicas en sus escritos. Por ejemplo, el «principio de correspondencia» de Samuelson sugiere que el análisis de la estabilidad dinámica en un contexto neoclásico podría proporcionar estructura a la estática comparativa de la teoría neoclásica de los precios (aunque, para ser justos, rechazó las conexiones entre física y economía cuando recibió el Premio Nobel). Esta terminología abre la puerta a posteriores interpretaciones físicas como el teorema de Noether, la teoría del caos o la teoría de catástrofes.
En segundo lugar, la economía neoclásica es esencialmente una réplica de la física mecánica, descuidando el concepto de creatividad empresarial, como explicó Huerta de Soto. Esta posición se deriva fundamentalmente de un rechazo de la metafísica y de la existencia de universales. Ejemplos de ello son Jevons, que inventó una caja negra que realizaba mágicamente todas las funciones de coordinación dinámica sin especificar cómo, o Walras, que se refirió a la «ciencia físico-matemática» de la economía, defendiendo la aplicación de las matemáticas frente a los físicos escépticos al afirmar que la utilidad no era un cuanto medible.
En tercer lugar, la creencia de que los universales no existen y que el lenguaje puede modificarse contradice directamente el método lógico-deductivo de la ciencia y sus conclusiones, favoreciendo el empirismo. Este empirismo introduce juicios de valor en los criterios de eficiencia dinámica, contrarios a la objetividad científica. Friedman, por ejemplo, sostenía que la utilidad de una teoría económica no debía juzgarse por su completitud tautológica, independientemente de su importancia para proporcionar un sistema coherente de clasificación de los elementos teóricos y derivar implicaciones válidas.
En cuarto lugar, se concluye que el lenguaje inequívoco que requiere cualquier ciencia es el matemático. Esto promueve un enfoque matemático-econométrico en el que se utiliza la competencia perfecta para derivar funciones que minimicen las ineficiencias, ignorando la creatividad empresarial y la coordinación. Como explicó Mirowski, Pareto, por ejemplo, afirmaba que el uso de las matemáticas y de factores empíricos —como las combinaciones de bienes indiferentes para los individuos— otorgaba a la teoría económica el rigor de la mecánica racional