Las enormes desgravaciones fiscales, privilegios y subvenciones ofrecidos a Amazon por gobiernos estatales y locales en toda Norteamérica por sus segundos cuarteles generales (HQ2) ha llevado al capitalismo de compinches a alturas mareantes.
Mark Muro, miembro sénior de la Brookings Institution decía que esas ofertas “hablan de la urgencia en multitud de lugares por posicionarse en la economía avanzada. Parece una manera rápida de acelerar la entrada en los sectores del futuro”.
Sin embargo, ese descarado corporativismo no es característico de sectores futuristas en una “economía avanzada”. Más bien, como describía Mises, es más emblemático de una economía “precapitalista” en la que una pequeña élite poderosa controla los medios de producción.
En la época de la historia anterior al capitalismo, explica Mises en su libro Dinero, método y el proceso del mercado, los pocos hombres con medios en la sociedad aprovechaban su estatus para obtener tierras y adquirir siervos y sirvientes a los que dar órdenes. Los medios de producción de esa época (principalmente tierra y trabajo manual) estaban así controlados por un pequeño grupo poderoso de élites privilegiadas. Entretanto, las masas trabajaban duramente en una servidumbre virtual de acuerdo con las demandas de unos pocos empoderados.
Avanzamos en el tiempo hasta la época de la economía de mercado y cambian las tornas. Los consumidores (las masas) se convierten en dueños de los medios de producción. Como señalaba Mises: “En el mercado, el poder económico se otorga a los consumidores. Son los que determinan en último término, con su compra o abstención de compra, qué debería producirse, por quién y cómo, de qué calidad y en qué cantidad”.
Incluso los más ricos y dotados en la sociedad (aquellos que poseen la mayoría de los medios de producción) han de servir las necesidades del ciudadano medio si quieren prosperar. Según Mises: “Los empresarios, capitalistas y terratenientes que no satisfagan de la manera mejor y más barata posible los más urgentes de los deseos todavía no satisfechos de los consumidores están obligados a dejar los negocios y perder su posición de privilegio”.
Mises resume el crudo contraste producido por esta transformación: “Mientras que bajo condiciones precapitalistas los hombres superiores eran los amos a los que tenían que atender las masas de los inferiores, bajo el capitalismo los más dotados y más capaces no tienen otro medio de beneficiarse de su superioridad que no sea servir con la mejor de sus capacidades los deseos de la mayoría de los menos dotados”.
En resumen, el sistema capitalista dio paso a una enorme redisposición en la que los pocos deben servir a las demandas de los muchos. El poder se transfirió de las élites a las masas o consumidores.
Los empresarios y empresas que compiten hoy por satisfacer las necesidades de los consumidores deben combinar entradas, como trabajo, materias primas, maquinaria, etc., para producir un bien o servicio al precio que el consumidor está dispuesto a pagar. Si pueden obtener un beneficio al hacerlo, tienen éxito; en caso contrario, fracasan. Como señalaría Mises, los consumidores son los “jefes reales” que pueden “hacer pobres a los hombres ricos y ricos a los hombres pobres”.
Sin embargo, cuando el estado interviene para dispensar favores como desgravaciones fiscales o subvenciones a tan solo un número de empresas relativamente pequeño, el campo de juego queda desequilibrado y las élites ganan influencia sobre la distribución y uso de los medios de producción a costa de los consumidores.
Bajo este escenario de “incentivos económicos” dirigidos, una empresa puede obtener una ventaja sobre sus competidores por cortesía del privilegio político. Esas ventajas ayudarán a determinar que negocios triunfarán o fracasaran en el mercado y por tanto influirá en quién posea una mayor porción de los medios de producción del estado y cómo se usen estos.
Por supuesto, los que se benefician de este sistema son aquellos negocios con las influencias políticas apropiadas y que reciben el favoritismo político, junto con los políticos ansiosos de registrar victorias en relaciones públicas afirmando que están “creando empleos” al tiempo que dispensan sus favores.
Por otro lado, a los consumidores se les dejan menos alternativas y menos margen para determinar quién controla los recursos escasos de la economía y a qué propósito se aplican.
En otras palabras, el poder se traslada de las masas y se devuelve a la clase elitista de los cargos públicos y los relacionados políticamente.
Las palabras de Mises nos advierten que el capitalismo corporativo nos devuelve a un momento en que una élite de unos pocos gobernaba de forma suprema sobre la impotencia de muchos.