La reciente encuesta de la Universidad de Michigan sobre las expectativas de inflación de precios a un año aumentó hasta el 3,4 por ciento en julio, desde el 3,3 por ciento de junio. Las perspectivas a cinco años también aumentaron hasta el 3,1 por ciento desde el 3,0 por ciento del mes anterior.
Hay una narrativa dominante que está creciendo en todos los medios financieros: Debemos aceptar una inflación anual del tres por ciento como un éxito en la lucha contra la subida de precios. Esto es suficiente para pivotar y volver a la relajación monetaria. Pero no lo es.
Una inflación de precios del 3 por ciento anual durante diez años supone una pérdida de poder adquisitivo de la moneda del 34 por ciento, después de lo que ya es un entorno inflacionista desastroso.
El aumento de las expectativas de inflación de precios a largo plazo no tiene nada de positivo. No es sólo la confirmación de una terrible destrucción de los salarios reales y del ahorro en depósitos, sino un enorme incentivo para mantener las partes menos eficientes e improductivas de la economía. La inflación de precios no es sólo un impuesto oculto creado por el gasto público inflado financiado con moneda creada artificialmente, sino también una subvención oculta a la obsolescencia y un enorme desincentivo a la innovación y la transformación tecnológica.
No sorprende leer a tantos participantes en el mercado pidiendo más expansión cuantitativa. La expansión monetaria ha sido un gran impulsor de las burbujas de mercado, y muchos inversores quieren que vuelva la «burbuja de todo», aunque ello signifique un crecimiento económico más débil, una productividad escasa y una disminución de los salarios reales.
La evidencia de los últimos seis meses es que todo el rebote del S&P 500 ha estado impulsado por la expansión de los múltiplos. Aunque el crecimiento de las ventas y los beneficios ha sido débil, el índice cotiza ahora por encima de veinte veces los beneficios, frente a las diecisiete veces de finales de diciembre. Además, y teniendo en cuenta la oleada de rebajas de las estimaciones de beneficios, los inversores más alcistas parecen exigir una mayor expansión de los múltiplos, y eso sólo puede venir de la relajación.
La realidad, sin embargo, es que una tasa media de inflación de precios del tres por ciento anual significa un aumento mucho mayor de los alimentos, los servicios públicos, el gas y todas las compras esenciales. El dato de inflación de los precios de junio fue especialmente preocupante porque todos los artículos, excepto cuatro, subieron en un mes en el que la mayoría de los precios deberían haber bajado.
La inflación de precios no está causada por las materias primas, los salarios o los beneficios. La inflación está causada por el aumento constante de la cantidad de moneda en circulación muy por encima de la demanda real. El mayor consumidor de moneda de nueva creación es el gobierno, en un país donde no se espera que el déficit anual sea inferior a 1 billón de dólares cada año hasta 2032. El gasto público provoca inflación, que es la pérdida de poder adquisitivo de la moneda que emite el banco central. Cuando muchos decían que «no había inflación», lo que presenciábamos era una inflación masiva de los activos financieros y un aumento desproporcionado de los precios de bienes y servicios no replicables. ¿Cómo puede alguien que paga la sanidad, los seguros, la educación o la vivienda creer de verdad que «no había inflación»?
Recordemos que lo que ellos llaman «no inflación» fue el periodo comprendido entre 1996 y 2018, cuando los costes sanitarios aumentaron un 100 por ciento, el cuidado de los niños un 110 por ciento, la vivienda un 60 por ciento, las matrículas universitarias un 200 por ciento y el incremento medio de los precios de los bienes y servicios no sustituibles aumentó un 57 por ciento, según el estudio del American Enterprise Institute que recoge datos de la Oficina de Estadísticas Laborales. Entre 2000 y 2022, el mismo estudio mostró una inflación general de los precios de los bienes y servicios esenciales del 74 por ciento.
Si «sin inflación» es un 74 por ciento de aumento de precios en la cesta media de bienes y servicios esenciales, imaginemos por un segundo lo que sería un 3 por ciento anual de índice oficial de precios al consumo para esos mismos bienes no sustituibles.
Esto es lo que está acabando con la clase media. El crecimiento negativo de los salarios reales y los aumentos masivos de los precios de los bienes esenciales creados por la erosión constante del poder adquisitivo de la moneda.
¿Pueden los economistas ignorar de verdad la destrucción de la economía y de la clase media sólo para justificar más gasto público o un pequeño aumento de las valoraciones de las acciones y los bonos? Tal vez, pero es una mala idea apoyar la destrucción de la economía sólo para ver subir el valor de algunos activos, sobre todo porque éstos se desvanecen con correcciones del mercado cada vez más frecuentes y agresivas. La economía no debería estar impulsada por el gasto público y los activos financieros, sino por una clase media próspera y una inversión productiva creciente. La relajación monetaria no está fortaleciendo la economía. Está debilitando el tejido que crea el progreso sólo para apoyar un tamaño cada vez mayor del gobierno.