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¿La degeneración cultural es biológica o ideológica?

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El proceso de decadencia cultural está muy presente en la mente de quienes participan en el movimiento pronatalista. La pregunta sobre cómo ocurre fue planteada por Robin Hanson en su reciente aparición en NatalCon. Su objetivo es descubrir qué elementos culturales han contribuido a la caída de la fertilidad, lo cual —sostiene— acelerará el avance hacia un modo de vida autodestructivo. A la inversa, examina los desarrollos positivos que nos han precedido y que, a su juicio, son prueba de que “la cultura es el superpoder de la humanidad.” Desde su punto de vista, esta capacidad ha surgido gracias a la selección natural, y los humanos han demostrado ser capaces de evolución cultural y ahora, tal vez, de **involución cultural**.

Otra afirmación que plantea es que uno de los motores de la evolución cultural es la importancia del reconocimiento del estatus. La idea es que los humanos tienden a imitar el comportamiento de quienes son percibidos como figuras de alto rango. Para Hanson, uno de los marcadores de estatus más poderosos en la actualidad es el nivel educativo. En lo que respecta a la formación de matrimonios, acierta en este punto. De hecho, como otros han señalado, este es un factor principal en la selección de pareja en el Occidente moderno. Charles Murray ha demostrado que este es, en efecto, uno de los parámetros más importantes en la elección de pareja desde mediados del siglo XX.

Para Hanson, este es un mal criterio de selección, especialmente si se valora el crecimiento poblacional. Así como la riqueza fue en su momento un importante marcador de estatus para el matrimonio —lo que en su opinión también llevó a una caída en la fertilidad—, la educación como marcador de estatus ha tenido el mismo efecto. Si este mecanismo de selección lleva a una menor fertilidad general, entonces puede convertirse, según se argumenta, en decadencia cultural (algo que Hanson no define en detalle).

También distingue entre micro y macro culturas —siendo los pequeños grupos campesinos un ejemplo de lo primero, y el moderno Estado nación una manifestación de lo segundo. Hanson observa que las macro culturas son más susceptibles a la involución que las unidades culturales más pequeñas y ágiles. El estado actual de Occidente, en su opinión, está representado por una “monocultura global de élites.”

Aquí retoma un proceso al que Bernd Widdig se refirió como “masificación” (Vermassung) y que, curiosamente, Widdig consideró consecuencia —prepárense— del inflacionismo. Lo define como: “la transformación de entidades previamente diferenciadas en cantidades cada vez mayores, lo cual causa que la entidad individual pierda su valor y distinción anteriores.” El análisis de Widdig sobre las actitudes y prácticas culturales que surgieron durante la hiperinflación de Weimar aparece en un artículo algo oscuro de 1994, lamentablemente saturado de ideología crítica de género. Su valor, sin embargo, reside en una observación simple: para la clase media, en medio de un episodio inflacionario, esta pérdida de poder adquisitivo e identidad representa “un ataque no solo a su estatus social sino también a las estructuras tradicionales de identidad de género y dicotomía sexual.”

En efecto, la división sexual del trabajo se ve afectada por la política monetaria inflacionaria: los hombres se vuelven más como mujeres y las mujeres más como hombres. Al reducirse esta división del trabajo, la distinción entre lo masculino y lo femenino se erosiona debido a la búsqueda universal de mayores ingresos en el mercado laboral. Josef Pieper llamó a este fenómeno “proletarización.” Cabe esperar que, cuando la “masificación” de género se intensifica, las consecuencias de las diferencias sexuales —manifestadas en el apareamiento, la fertilidad y la crianza— tiendan a desaparecer. De ahí, la crisis de fertilidad.

Volviendo a Hanson, desde su perspectiva evolutiva, él sostiene que la crisis de fertilidad no es de naturaleza económica, sino una respuesta biológica a una situación más pacífica, saludable y próspera. Además, afirma que esta vida más fructífera ha conducido a una menor presión para reproducirse, y que —debido a la disminución de las amenazas biológicas (pese a los gritos de los ambientalistas apocalípticos)— la fertilidad ya no es urgente para nuestra especie, y nacen menos niños.

Para Hanson, el cambio en las presiones biológicas del mundo moderno ha alterado fundamentalmente la naturaleza y cultura humanas. Sostiene, además, que la humanidad está involucionando hacia una “cultura recolectora.” En tal cultura, hay más promiscuidad, viajes, democracia, pereza, decadencia y miopía. Al mismo tiempo, hay menos religión, natalidad, esclavitud y guerra. ¿La razón? Porque “la presión selectiva ha sido desactivada.” En esencia, la decadencia cultural que describe es simplemente una respuesta biológica a la ausencia de amenazas para la supervivencia de la especie.

Si se adopta la cosmovisión de Hanson —según la cual los seres humanos son mera materia física—, entonces todo esto es un conjunto de afirmaciones plausible y razonable. Al mismo tiempo, las implicaciones de su enfoque y conclusiones recuerdan la llamada “vida esforzada” de Teddy Roosevelt, que exalta la “lucha” como medio para lograr la “verdadera grandeza nacional.” En términos simples, si se aplican amenazas biológicas como la guerra, el problema de la fertilidad se resuelve solo —al menos entre los sobrevivientes.

Sin embargo, esta tesis antropológica contrasta radicalmente con el dualismo metodológico de Mises. Al comienzo de Acción humana, Mises señala:

La razón y la experiencia nos muestran dos ámbitos separados: el mundo externo de los fenómenos físicos, químicos y fisiológicos, y el mundo interno del pensamiento, sentimiento, valoración y acción deliberada. No existe —hasta donde sabemos hoy— ningún puente que conecte estos dos dominios.

Para los misesianos, la acción humana y su resultado —la cultura— tienen origen en la mente humana, no en procesos meramente materiales.

En última instancia, la tesis de Hanson sobre la tendencia degenerativa de la cultura y la fertilidad debe rechazarse en términos antropológicos. Su visión de hombres y mujeres como simples entidades físicas —sin pensamientos ni ideas reales— no puede explicar las diferencias en las decisiones reproductivas de las parejas. Además, es la antropología y economía misesianas la que ofrece la mejor explicación de los factores detrás del declive de la fertilidad. De hecho, las parejas tienen ideas distintas sobre el valor de los hijos, las experiencias más importantes de sus vidas, sus enfoques frente a la escasez e incluso la inflación, y buscan soluciones distintas. Sin embargo, cuando una fuerza externa como la inflación fiduciaria impuesta por el banco central se aplica a todos, tiende a surgir una “masificación” de actitudes más cortoplacistas de lo que serían en otras circunstancias. Ciertamente, criar hijos no es un asunto de corto plazo, y tampoco lo son las inversiones culturales de largo plazo que resisten el paso del tiempo. Cuando este conjunto de ideas se instala, la degeneración cultural es inevitable.

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