Puede que sea cierto que los amantes de la libertad, inmersos originalmente en la forma de socialdemocracia preferida por la sociedad, deban recorrer todo el espectro del Estado a través de lo pequeño («mínimo») antes de llegar a la conclusión de que el Estado debe desaparecer. Pero, lógicamente, este no es el caso. Para curar el cáncer, no es necesario reducir el tamaño del tumor poco a poco. La cura es extirparlo. Del mismo modo, si una roca altera el flujo de un arroyo, la solución no es cambiar el tamaño o la forma de la roca para hacerla más aerodinámica, sino simplemente retirarla.
Esta lógica parece imposible de reconocer para quienes ya han adoptado la posición minarquista. Por lo general, escondiéndose detrás de preguntas como «pero ¿cómo funcionaría?», los minarquistas no pueden entender el significado del anarquismo. Para ellos, como para cualquier estatista, sin el Estado, la sociedad degeneraría inmediatamente en un bellum omnium contra omnes («guerra de todos contra todos») hobbesiano. La suposición, que no puede cuestionarse, es que se necesita alguna forma de control u orden supervisado para que las personas se lleven bien, resuelvan problemas o coordinen sus acciones.
Hay dos cuestiones en particular que despiertan la ira de los minarquistas y que ilustran igualmente el estatismo que les agobia. Una es la alternativa del anarquismo o la ausencia de Estado y la otra es la propiedad intelectual.
El anarquismo como amenaza
Los minarquistas suelen tener dos respuestas para los anarquistas: o bien lo rechazan airadamente porque «no puede funcionar» o, —con un temperamento más tranquilo—, afirman que es algo que hay que discutir después de que «nosotros» hayamos colaborado para reducir el tamaño del Estado.
La primera tiende a apoyarse en gran medida en la petición retórica de que los anarquistas propongan un sistema alternativo a los derechos naturales supuestamente garantizados por el Estado. Esto comete el error de suponer que la libertad necesita un plan o un proyecto, que tiene que ser guiada y supervisada. Es cierto que el Estado «mínimo» no guía ni controla a las personas en la misma medida que el Estado contemporáneo de bienestar y guerra, pero sí impone un monopolio de la violencia (no se permite competir con él) y su aplicación «única» de los derechos enumerados, a menudo denominados «objetivos» para que parezcan inexpugnables (no se es libre de hacer valer o establecer los propios derechos).
Hay muchos errores en esta visión, pero el principal es la creencia estatista de que es necesario que haya un sistema con una aplicación centralizada. Se supone que todo lo demás es caos.
Esto último, que la cuestión del Estado debe dejarse para cuando se haya logrado el Estado minarquista, supone que la magnitud tiene mayor importancia que el principio. O, por usar la misma analogía, que la diferencia entre un tumor grande y uno pequeño es mayor que la diferencia entre tener un tumor y no tenerlo. Puede que sea cierto que un tumor pequeño sea una amenaza menor para la salud que uno grande, pero ambos son indicativos del mismo cáncer. No tiene sentido dejar la extirpación del tumor fuera de la mesa hasta que este se haya reducido al tamaño deseado.
Sin embargo, los minarquistas rechazarán la analogía, porque para ellos el Estado no es similar a un tumor. El Estado grande sí lo es, pero el Estado pequeño no. Están desesperados por mantener que la diferencia «real» e importante radica en los Estados de diferentes tamaños, y no en si hay uno o no. Para que esto parezca razonable, afirman que el anarquismo, o la cooperación voluntaria de las personas sin una autoridad con el monopolio de la violencia, es simplemente imposible. Esto también les ayuda a ignorar los numerosos ejemplos históricos de sociedades anarquistas florecientes y duraderas (la antigua Irlanda, la Islandia vikinga, Cospaia, Frisia Libre, etc.) y los numerosos escritos sobre cómo podría funcionar en el Occidente moderno.
Su enfoque en lograr el cambio a través de medios políticos que actúan dentro y a través del Estado también hace que parezca que todo debe evaluarse en función de la extensión del Estado. Desde su perspectiva, entonces, la diferencia entre un Estado del 10 % y uno del 50 % es mayor que entre el 10 % y el 0 %. No comprenden en absoluto que la diferencia principal está entre nada y algo, no entre grande y pequeño. Los anarquistas observan acertadamente que la cuestión importante en materia de salud es si uno está enfermo, no en qué medida lo está.
Propiedad intelectual
Los minarquistas responden con similar ira a la propuesta de abandonar la propiedad intelectual, que los anarquistas necesariamente favorecen. Los llamados derechos de propiedad intelectual son privilegios monopolísticos otorgados por el Estado, similares a los gremios de antaño, al supuesto creador de una idea. Ya sea en forma de patentes, derechos de autor o secretos comerciales, la elevación de la «propiedad intelectual» al estatus de propiedad privada depende del Estado.
Sin el Estado, sin duda se pueden encontrar formas de dificultar o encarecer la copia de las ideas que hay detrás de los nuevos productos, vender libros con la prohibición contractual de copiarlos y distribuirlos, o proteger los secretos propios (como la receta de la Coca-Cola). ¿No sería esto costoso? Sí, en la mayoría de los casos. ¿No sería difícil hacer cumplir esos contratos? Sí, podría serlo. La «ventaja» de la propiedad intelectual otorgada por el Estado es que el costo de defender esos «derechos» se socializa: el Estado distribuye gran parte de los costes del creador entre el público en general. Al mismo tiempo, supone una limitación de la libre competencia y una externalización de los costes.
A diferencia de la propiedad «intelectual», la propiedad privada implica cosas escasas. Esto significa que esas cosas tienen usos limitados y que un uso contradice o perturba a otro, lo que provoca conflictos. La propiedad privada es un medio social para establecer quién de entre las partes en conflicto tiene la razón con respecto a la cosa poseída. Pero si tengo una idea para un producto o una historia, el hecho de que otra persona tenga la misma idea, o incluso copie la mía, no tiene ningún impacto en mi uso de la misma. Las ideas no son escasas ni rivales.
El argumento de la propiedad intelectual no es, como la propiedad privada —una institución para evitar o resolver conflictos—, sino que se reduce a un supuesto derecho a la remuneración. Si se permite a otros copiar «mis» ideas, pueden hacer un mejor trabajo al ponerlas al servicio de los consumidores y, por lo tanto, socavar e mente mis rentas de monopolio. Todo depende del monopolio concedido por el Estado. Es estatismo en toda regla.
Resumen
Las cuestiones mencionadas tienen una cosa en común: el Estado. También tienen en común que se da por sentado que el Estado es necesario. Sin el Estado, ¿cómo podemos garantizar que las personas tengan un determinado conjunto de derechos? ¿Y cómo podemos garantizar que las personas con ideas se beneficien de ellas?
Las preguntas son, en el mejor de los casos, ridículas. No es que el Estado haga un buen trabajo protegiendo los derechos (en todo caso, los viola). No hay razón para pensar que un monopolio «mínimo» de la violencia protegería de forma generosa, altruista e impecable un determinado conjunto de derechos. Ni siquiera los minarquistas esperarían que el Estado fuera muy eficaz en la producción de cualquier otra cosa, pero pretenden que el Estado, si se mantiene en el tamaño que ellos prefieren, será (no crecerá y) será eficaz, eficiente y un beneficio social neto.
La segunda pregunta es, de hecho, un rechazo al emprendimiento y, por lo tanto, al mercado. Por lo general, no es la idea lo que hace que un negocio sea rentable, sino su implementación específica. De hecho, las ideas nuevas pueden ser un completo fracaso, mientras que las ideas antiguas y conocidas pueden convertirse en un negocio muy rentable si se reinventan y se reposicionan. La «propiedad intelectual» garantiza que la sociedad se quede con lo que crea el monopolista, en lugar de dejar que los consumidores elijan la implementación de mayor valor.
¿Cuál es el núcleo de estas cuestiones que los minarquistas sienten tanta urgencia por defender? Ambas dependen del mito del Estado como garantía de una sociedad ordenada y funcional. Los minarquistas rechazan este mito en el caso del Estado grande, pero se aferran desesperadamente a él en el caso del Estado pequeño. El motivo de su ira no es que otros tengan ideas diferentes, sino que la crítica anarquista apunta directamente a esta disonancia cognitiva. Hay poca lógica que pueda sostenerlo, por lo que arremeter contra quienes no están de acuerdo es la única defensa.